San Pablo en prisión - Rembrandt |
Los que esperan a Jesús son perseguidos. Así como Él fue perseguido, y así como Él mismo anunció muchas veces, y también los apóstoles, los que esperan a Jesús son perseguidos.
Dios ejercita y prueba a sus servidores y amigos por medio de las persecuciones, para conservar su alma, purificarlos, perfeccionarlos, y elevarlos al honor imperecedero de la gloria. Por eso, San Pablo, dirigiéndose a los Romanos, les dice:
“Estimo, pues, que esos padecimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria venidera que ha de manifestarse en nosotros” (Romanos VIII, 18).
De San Pablo sabemos además que Dios no nos probará más allá de nuestras fuerzas (cf. 1 Corintios X, 13).
No deberíamos inquietarnos por un poco de sufrimiento presente, si de veras creemos y esperamos una gloria sin fin, igual a la de Aquel que, por conquistarla para su Humanidad santísima y para nosotros, no obstante ser el Unigénito de Dios, sufrió en la vida.
“Y en verdad todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos” (2 Timoteo III, 12).
No dice, por cierto, que los amigos de Dios serán desdichados, o enfermos, o indigentes; antes bien se le promete el gozo cumplido que tenía el mismo Jesús (cf. San Juan XVII, 17), la misma paz de Él (cf. San Juan XIV, 27), y aun todo lo necesario por añadidura (cf. San Mateo VI, 33).
Pero la persecución, consecuencia inevitable del misterio de iniquidad (cf. 2 Timoteo III, 5 “Tendrán ciertamente apariencia de piedad, mas negando lo que es su fuerza. A esos apártalos de ti”), será siempre el sello propio de los verdaderos discípulos de Cristo (cf. San Juan XV, 18 ss.).
De ahí que el premio sea prometido al que, a pesar de ella, guarda la fe (cf. 2 Timoteo IV, 7 s.) no fingida (cf. 2 Timoteo I, 5), confesando a Cristo delante de los hombres (San Mateo X, 32 s.), cuya impostura seguirá creciendo de mal en peor:
“Por su parte, los hombres malos y los embaucadores irán de mal en peor, engañando y engañándose” (2 Timoteo III, 13).
¡Que no nos escandalicemos al ver que la persecución viene de donde menos podía esperarse!
“Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os excluirán de las sinagogas; y aun vendrá tiempo en que cualquiera que os quite la vida, creerá hacer un obsequio a Dios” (San Juan XVI, 1-2).
Creerán hacer un obsequio a Dios: es decir, llegarán a cometer los más grandes males creyendo obrar bien.
Por falta de conocimiento de la verdad revelada que hace libre (cf. San Juan VIII, 32), obrarán guiados por el padre de la mentira (cf. San Juan VIII, 44): “Y esto os harán porque no han conocido al Padre ni a Mí” (San Juan XVI, 3).
No conocieron ni al Padre ni al Hijo aunque presuntuosamente creían conocerlos para no inquietarse por su indiferencia (cf. Apocalipsis III, 15 s.)
Es ésta la “operación del error” (de que habla con tan tremenda elocuencia San Pablo en 2 Tesalonicenses II, 9 ss.), a la cual Dios abandona a quienes no hayan recibido con amor la verdad que está en su Palabra (cf. San Juan XVII, 17), y deja que “crean a la mentira”.
¿Acaso no fue éste el pecado de Adán y Eva? Porque si no hubieran creído al engaño de la serpiente y confiado en sus promesas, claro está que no se habrían atrevido a desafiar a Dios. La especialidad de Satanás, habilísimo engañador, es llevar al mal con apariencia de bien.
Así Caifás condenó a Jesús, diciendo piadosamente que estaba escandalizado de oírlo blasfemar, y todos estuvieron de acuerdo con Caifás, y lo escupieron a Jesús por blasfemo (cf. San Mateo XXVI, 65 ss.).
Jesús anuncia que así sucederá también con sus discípulos.
Y por eso San Pablo se encontró “en la cárcel por causa del Señor” (Efesios IV, 1).
Mas desde la cárcel San Pablo exhortaba a los Efesios a mantener la unidad del espíritu (cf. Efesios IV, 3), porque “Uno es el Señor; Una es la Fe; Uno es el Bautismo; Uno es Dios Padre, sobre todo, en todo y en todos” (Efesios IV, 5-6).
Quien no puede mantenerse en esta unidad no cumple con el primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios, de todo corazón, y con toda tu alma, y con todo tu entendimiento. Éste es el mayor y primer mandamiento” (San Mateo XXII, 37-38).
Ni tampoco con el segundo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (San Mateo XXII, 39).
Y porque ni aman a Dios ni al prójimo hacen la persecución, tanto a Dios, como al prójimo. Son los disolventes: no mantienen la unidad de la que habla San Pablo, y por eso, antes de la prominente señal de la Parusía, la abominación de la desolación en el Templo, se dedican a la persecución:
“Os entregarán… seréis golpeados… estaréis de pie ante gobernadores y reyes por mi causa en testimonio para ellos (los perseguidores)” (San Marco XIII, 9).
“Y entregará hermano a hermano… y padre a hijo y se levantarán hijos contra padres… y seréis odiados por todos a causa de mi nombre…” (San Marcos XIII, 12-13).
Todas estas persecuciones se levantarán por haber predicado la Palabra de Dios: la predicación del Evangelio, es decir, de la Buena Nueva del Reino que está por venir.
Ocurrirán por haber predicado la Palabra, aunque no la escuchen: “Cristo Jesús vendrá a juzgar a vivos y muertos, tanto en su aparición como en su reino” (2 Timoteo IV, 1).
La persecución no podrá evitar la predicación en todo el mundo. Exhorta San Pablo: “Predica la Palabra, insta a tiempo y a destiempo, reprende, censura, exhorta con toda longanimidad y doctrina” (2 Timoteo IV, 2).
Pero con sus persecuciones, los perseguidores no conseguirán otra cosa más que contribuir a la predicación de la Buena Nueva del Reino: “Porque vendrá el tiempo en que no soportarán más la sana doctrina, antes bien con prurito de oír se amontonarán maestros según sus concupiscencias” (2 Timoteo IV, 3).
Los maestros según sus concupiscencias no harán más que resaltar por contraposición el anuncio del próximo Reinado de Jesucristo, predicación que servirá para que nadie pueda excusarse de seguir al Anticristo cuando aparezca: “Apartarán de la verdad el oído, pero se volverán a las fábulas” (2 Timoteo IV, 4).
Por lo tanto, siervos buenos y fieles: “estén vuestros lomos ceñidos en torno y las lámparas ardiendo en vuestras manos. Sed semejantes a hombres aguardando a su señor cuando retorne de las bodas para que cuando venga y golpee enseguida le abran” (San Lucas XII, 35-36).
Actitud que debe tener el siervo fiel, a quien se persigue: “Por tu parte, sé sobrio en todo, soporta lo adverso, haz obra de evangelista, cumple bien tu ministerio” (2 Timoteo IV, 5). “¡Bienaventurado el siervo aquel a quien al venir su Señor hallare así haciendo!” (San Lucas XII, 43).
En cambio, la actitud del siervo malo, el perseguidor: “Pero si dijere el siervo aquel en su corazón: ‘Se demora mi Señor en venir’, y comenzara a maltratar a los siervos … vendrá el Señor … en el día que no espera y en la hora que no conoce y lo cortará en dos y su suerte con los incrédulos pondrá” (San Lucas XII, 45-46).
Contra la opinión de ciertos disidentes, dice Straubinger, este pasaje sobre los siervos malos que golpean a los buenos que predican sobre la venida de Nuestro Señor a reinar, prueba al mismo tiempo que el plan de Cristo comporta la existencia de pastores (fieles, verdaderos y buenos) hasta que Él vuelva, y, por consiguiente, el Sacrificio de la Santa Misa con la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, y, que por esto, son también perseguidos.
“En adelante—dice San Pablo—me está reservada la corona de la justicia, que me dará el Señor, el Justo Juez, en Aquel Día, y no solo a mí, sino a todos los que hayan amado su venida” (2 Timoteo IV, 8).
Y que por este amor por su venida, con el que esperan a Nuestro Señor hora por hora, se hacen ahora merecedores de la más cruel persecución.
Amén.
Dom XVII post Pent – 2022-10-02 – Efesios IV, 1-6 – San Mateo XXII, 34-46 – Padre Edgar Díaz