sábado, 8 de octubre de 2022

Mientras se aproxima a nosotros la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo... (1 Corintios I, 7) - Padre Edgar Díaz

Ícono griego de la Segunda Venida - aprox. 1700

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Una vez más hace referencia la liturgia de la Santa Misa a la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo, y, como de costumbre, lo hace a través de una de las Epístolas de San Pablo, la Primera dirigida a los Corintios.

Y es que en la Sagrada Escritura ya lo había afirmado precisamente San Pedro: “Que Él os encuentre en paz” (2 Pedro III, 14), esto es, que en el Día de su Venida Nuestro Señor Jesús nos encuentre en estado de gracia de Dios, y que la aparente espera de ese Día tan ansiado “es para salvación” (2 Pedro III, 15). 

Continúa San Pedro indicando además, que “igualmente así lo escribió San Pablo… como que él habla de esto mismo en todas sus epístolas” (2 Pedro III, 15-16).

Como que él habla de esto mismo en todas sus epístolas. San Pablo habla de este tema, de la Parusía de Nuestro Señor, en todas sus epístolas, aseveración dada por el mismo San Pedro.

De manera que nada nos falta de la gracia de Dios, “a nosotros que estamos esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios I, 7), su Parusía, así como en su tiempo la esperaban los Corintios.

“El cual”, continúa San Pablo, “nos hará firmes hasta el fin, para que seamos hallados irreprensibles en el día del advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios I, 8).

Mientras se aproxima Nuestro Señor, la lucha es por mantener firme la fe en Él.

Como San Jerónimo, quien “con la espada de su doctrina dio muerte a muchos monstruos de herejías”, según el Martirologio Romano, todo católico debe saber distinguir la fuerza que tiene que poner para combatir la herejía, o doctrinas en contra del Dogma.

Un Dogma es una verdad enseñada por Dios. Hay Dogmas que tienen una definición solemne y hay otros que no. Los dos últimos Dogmas dados como definición solemne son la Inmaculada Concepción y la Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos.

Pero la tarea de los Papas no se limita a las definiciones solemnes. Éstas, en realidad, son muy ocasionales en la Iglesia. Son algo excepcional. 

La tarea del Papa no puede limitarse a algo excepcional, y, por lo tanto, básicamente consiste en decir qué es dogma, en contra de la herejía; qué es la verdad, en contra del error; qué es lo bueno, en contra de lo malo, y la forma más habitual a través de la cual ejerce el magisterio ordinario es la Carta “Encíclica”. 

Las doctrinas en contra del Dogma Católico hay que atacarlas, porque son, como en la expresión que acabamos de citar: “monstruos de herejías”. Mantener tan solo uno de estos monstruos es dejar de ser católico.

El sacerdote, por lo tanto, debe destruir, manifestar, y advertir a los fieles todo lo que sea una herejía, porque la herejía destruye la fe católica.

Por lo tanto, la pertenencia al Catolicismo está condicionada por la fe, la aceptación de todas las verdades que hay que creer, llamadas Dogma. Aceptar una herejía daña la fe, aún cuando sea tan solo una.

En la historia de la Iglesia una de las primeras herejías que surgieron allá por el Siglo III fue la de los Arrianos, que negaban la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, controversia que duró más de tres siglos.

En el 2022 nos enfrentamos nuevamente al mismo problema, que por ahora se va manifestando poco a poco, pero que cuando esté establecido el gobierno del nuevo orden mundial del anticristo se hará explícito: negar que Jesucristo es Dios.

Para lograr que el catolicismo sea presentando como una opción entre tantas otras en el espectro religioso que presentarán a la humanidad, ciertamente deberán quitar la piedra que les resulta de escándalo, el estorbo absoluto que se les presenta, que Jesucristo es Dios. Por eso van a tratar de quitar de escena esta verdad diciendo que tan solo es hombre. 

Sin quitar del medio la Verdad Absoluta que Jesucristo es Dios no podrán formar la religión de la humanidad del anticristo que surgirá de la mezcla de todas las religiones falsas. Esta Verdad Absoluta les destruye por completo esa quimérica amalgama de credos en donde el hombre es endiosado.

Otra herejía que resurge en nuestros tiempos es la del Nestorianismo, que fue condenada por el Concilio de Éfeso. La herejía dice que Jesús tiene dos personas, una divina, y otra humana, lo cual es una barbaridad. Jesús tiene solo Una Persona Divina.

El mantener esta herejía derivaba en que la Santísima Virgen María no podía ser Madre de Dios, sino tan solo la Madre del hombre Jesús. Los herejes decían entonces que no se podía decir que la Virgen era Madre de Dios.

El de Madre de Dios es el Título más sublime de la Santísima Virgen María, del cual dependen todos los otros privilegios de la Santísima Virgen. Si la Santísima Virgen María es la Inmaculada Concepción, es porque es la Madre de Dios. 

Y hoy Bergoglio se empeña en negar el Dogma de la Inmaculada Concepción, con lo cual está implícitamente negando el Dogma de María Madre de Dios, y, de esa manera, dando lugar a la herejía nestoriana de las dos personas de Jesús.

Además de estas, hoy también sufrimos el ataque de una de las principales herejías de los Protestantes, que coincide precisamente con la de la falsa iglesia moderna del Vaticano II. 

Lutero (y demás protestantes) sostiene que la Misa no es el Sacrificio de la Cruz, sino la Santa Cena. Esto mismo lo mantiene la falsa iglesia en el Vaticano con la nueva misa. La verdad es que la Santa Misa no es la Cena del Señor, sino el Sacrificio de la Cruz.

La falsa iglesia modernista, herética y sincretista, del Vaticano II, ha destruido el catolicismo, y es hoy el antecedente directo de la nueva religión mundial del anticristo. El católico debe, en consecuencia, proteger su fe de los mil intentos que se hacen por robarle a Jesucristo.

Por eso, una vez más insistimos, “cuando vuelva, ¿hallará fe sobre la tierra?” (San Lucas XVIII, 8).

Hace ya dos mil años vino, y viendo la fe de ellos, le dijo al paralítico, postrado en una camilla: “Hijo, ten confianza que perdonados te son tus pecados” (San Lucas IX, 2).

“Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra de perdonar los pecados, dijo entonces al paralítico: Levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa. Y se levantó, y se fue a su casa” (San Lucas IX, 6-7).

Con este milagro demostró Jesucristo, por una parte, su poder de Dios sobre el alma y el cuerpo, curando a ambos, y, por otra, la realidad de la eficacia del perdón de los pecados en el Sacramento de la Confesión. 

El Hijo del hombre es el Mesías: Nuestro Señor Jesucristo. En cuanto hombre ha recibido el poder de perdonar los pecados en la tierra; en cuanto Dios, lo tenía siempre en el cielo. 

La curación externa no fue más que la demostración de la curación interna, la manifestación visible, valga la redundancia, del poder invisible de que está dotado Nuestro Señor.

Él es Dios, Hijo Único del Padre. Tiene poder en cuanto hombre: “En Él habita corporalmente toda la plenitud de Dios” (Colosenses II, 9); “Él es el Unigénito del Padre—lleno de gracia y de verdad” (San Juan I, 14); “Dios le sobreensalzó y le dio el nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses II, 9); “Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra” (San Mateo XXVIII, 18).

Tiene poder como Redentor y Mediador entre Dios y los hombres: “Fuisteis redimidos… con la preciosa Sangre de Cristo” (1 Pedro I, 18-19); “Fue entregado a causa de nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación” (Romanos IV, 25); “Él es el Trono de la Gracia” (Hebreos IV, 16); “Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Hebreos VII, 17); “Yo, Yo borro tus transgresiones… y no me acordaré más de tus pecados” (Isaías XLIII, 25).

Nuestro Señor ejerció su poder personalmente mientras estuvo en la tierra. Una vez subido al cielo, lo ejerce por delegación en sus sacerdotes.

Se lo prometió a San Pedro, al anunciarle el poder de las llaves en Cesarea: “Lo que atares sobre la tierra, estará atado en los cielos; lo que desatares sobre la tierra, estará desatado en los cielos” (San Mateo XVI, 19). 

Se lo prometió también a los Apóstoles (cf. San Mateo XVIII, 18), y se los confirmó, finalmente, en la primera aparición después de resucitado: “Como mi Padre me envió, así Yo os envío” (San Juan XX, 21).

¡Qué grandeza de poder es conferido a los hombres! ¡Qué felicidad de obtener el perdón de Jesucristo a través de sus sacerdotes!

Las muchedumbres quedaron sobrecogidas de un temor reverencial y glorificaron a Dios por haber concedido a los hombres el poder de obrar milagros.

Nuestro Señor, entonces, es la fuente de toda riqueza: “Porque en Él habéis sido enriquecidos en todo” (1 Corintios I, 5), y nosotros hemos sido enriquecidos con esa Fuente. 

Aprendamos, pues, cómo la fe en Él es la que nos puede dar armas, no solo para creer con más firmeza, sino para defenderla y exponerla en caso necesario.

Cristo no falla a quienes esperan en Él y se le entregan: “Él nos confirmará plenamente para ser hallados irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios I, 8).

Es la gracia que siempre pedimos: la perseverancia final, y el ser hallados irreprensibles en su Parusía.

Amén.

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Dom XVIII post Pent – 2022-10-09 – 1 Corintios I, 4-8 – San Mateo IX, 1-8 – Padre Edgar Díaz