martes, 1 de noviembre de 2022

El Purgatorio - Padre Edgar Díaz

La Santísima Virgen María rescatando un alma del Purgatorio


Mientras los Santos gozan de la Visión de Dios con sus cuerpos gloriosos, porque Dios habita entre ellos y el Cordero les conduce a las verdes praderas y aguas de la vida, quienes no hayan alcanzado la santidad al momento de su muerte irán a una etapa intermedia que la Iglesia llama “Purgatorio”.

De unas notas para sermones del Cardenal Newman extraemos las siguientes nociones:

No sorprende que Dios, que podría habernos salvado sin la Pasión de Cristo, nos haya salvado con la Pasión de Cristo.

No sorprende que aunque podría habernos salvado sin dolor, nos haya salvado con dolor.

De aquí se desprende que “es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el Reino de Dios” (Hechos de los Apóstoles XIV, 22).

En esta vida ya tenemos tribulaciones; el Purgatorio es el lugar apropiado para las tribulaciones de la otra vida.

Cristo sufrió sin cometer pecado, y nosotros sufrimos por cometer pecado, los propios, y los que compartimos con la humanidad.

El sufrimiento en la siguiente vida es el Purgatorio.

De Jesucristo decimos en el Credo que “descendió a los infiernos”. 

¿Qué se entiende por infierno?

Claramente—asevera Newman—el lugar donde van las almas. Así como Su Cuerpo fue a la sepultura, así Su Alma fue al infierno. 

Así lo expresa el Salmista: “Tú no dejarás a mi alma en el sepulcro (esto es, en el infierno) …” (Salmo XV-XVI, 10).

Pero infierno no puede significar aquí el lugar donde se encuentra el demonio. 

Por lo tanto, significa algo menos que el infierno de los condenados, aunque en el Credo se lo llame “infierno”.

Es notable que el Credo lo llame “infierno”, y debe haber alguna razón para llamarlo así. Un lugar de gozo no sería llamado “infierno”.

Evidentemente el Purgatorio se encuentra cerca del infierno. O, se podría decir, es un lugar, en algún sentido, como el infierno, que absorbe como un torbellino.

Así es el Purgatorio, y no es sorprendente que deba ser un lugar de gran castigo.

De aquí es que, estando cerca del infierno, los Santos Padres digan que las llamas son llamas infernales, como el ser chamuscado por una casa en llamas.

Al menos el Purgatorio no puede ser un lugar feliz, porque no es el cielo.

De un célebre pasaje de San Cipriano el Cardenal Newman profundiza sobre la noción de Purgatorio, donde claramente se puede ver que no se va allí por ser malo, sino por ser insuficiente.

Una cosa es obtener el perdón—dice San Cipriano—otra es llegar a la gloria.

Una cosa es recibir el galardón de la fe y la virtud, otra es ser puesto en la cárcel y no salir de ella hasta que no se pague el último centavo que se debe.

Una cosa es ser atormentado con gran dolor por los pecados y ser así limpiado y purgado mucho tiempo mediante el fuego, otra ser lavado de todo pecado por el martirio.

Una cosa es esperar un breve tiempo por la sentencia del Señor en el día del Juicio, y otra ser coronado de una vez por Él.

Hasta aquí San Cipriano. Y Continúa el Cardenal relatando:

Las Actas de las Santas Mártires Perpetua y Felicidad, que son anteriores a San Cipriano, confirman la Doctrina del Purgatorio.

En el curso de la narración, Santa Perpetua reza por su hermano Dinócrates, que había muerto a la edad de siete años.

Tuvo la Santa una visión de un lugar oscuro, en donde había un estanque de agua, que su hermano no podía alcanzar por su corta estatura.

Prosigue rezando, y en una segunda visión, el agua del estanque había bajado hasta su hermano, de modo que fue capaz de beber, y se marchó a jugar como suelen hacer los niños.

“Entonces supe—dice Santa Perpetua—que mi hermano había salido del lugar de castigo”.

Sigue reflexionando el Cardenal Newman:

Muchísimos seres humanos, por lo que podemos captar, están demasiado poco formados en lo que respecta a su comportamiento religioso, tanto para el cielo, como para el infierno (esto es, no les alcanza para entrar en el cielo, pero tampoco están en el infierno); 

Sin embargo, cuando Cristo viene a juzgar (entiéndase, el Juicio Final), no hay un estado intermedio (de las almas que se presentarán al Juicio).

Por consiguiente, era obvio (para la Iglesia tener que) recurrir (a mantener la existencia de) un intervalo anterior a su venida como un tiempo durante el cual este estado incompleto (del alma que aún no ha alcanzado la santidad para poder ser admitida ante la presencia de Dios) pudiera remediarse.

Se trata de un período no para cambiar la tendencia y carácter espirituales—cualesquiera sean—del alma que ha pasado a la otra vida, pues la probación termina con la vida mortal, sino para desarrollarlos hasta llegar a una forma más determinada (y adecuada), sea de bien, sea de mal (se debe entender, para perfección del bien; y para purgación del mal).

Y continúa el Cardenal Newman:

Aquellos que si bien no carecían de fe auténtica cometieron grandes pecados…

Los que se descarriaron en su juventud cuando aún no habían decidido su vida…

Los que murieron después de una vida estéril pero no inmoral ni escandalosa…

Se entiende, entonces, el Purgatorio como el medio por el cual las almas “puedan recibir la corrección que les prepare para el cielo y vuelva coherente con la justicia de Dios admitirlos finalmente allí.

Por otra parte—continúa Newman—la desigualdad de los sufrimientos de los cristianos en esta vida, comparados entre sí, inclinaría más bien hacia las mismas conjeturas a la mente desprevenida;

El sufrimiento intenso, por ejemplo, que acompaña a algunos en su lecho de muerte, parece como si fuera algo que en su caso (el Purgatorio) se ha anticipado, y que les llegará después de la muerte a otros que, sin mayores derechos sobre la paciencia de Dios, vivieron sin sufrir corrección, y mueren sin dificultades especiales.

Entonces, para algunos, el Purgatorio se les anticipa en esta tierra…

En esta tierra, algunos logran apoyarse en las creaturas, amigos, parientes… otros no tienen esto.

Algunos gozan de comodidades… otros no.

Algunos pasan por esta vida con el alma alicaída, miserable, triste, hambrienta, con constante sentimiento de hundimiento y desmayo…

Así es el Purgatorio… pero peor es el fuego, y la siempre desolación.

Sin embargo, paradójicamente, es también el Purgatorio un lugar de consuelo.

El primero de ellos es que el alma ya no puede pecar. No hay lugar en él para ceños fruncidos ni impaciencias. El alma es ya santa.

Odian su pecado—dice Newman—tanto que tienen más placer en sufrir que en no sufrir…

No hay impaciencia; quieren sufrir, porque es el querer de Dios. Por eso, hay toda consolación, y plena resignación.

Un alma santa sumergida en el lugar donde ella misma se envió; mejor que sentir las penas del infierno...

El segundo consuelo—continúa Newman—es la resignación en la tormenta. El cansancio del pecado ha llegado a su fin. Ahora gozan de la seguridad de la salvación, al saber que cada hora que pasa les lleva más cerca del fin, que es ver a Dios cara a cara.

A propósito—continúa Newman—San Francisco de Sales describe el estado trascendental del Purgatorio como “no sola felicidad y sola pena; no mezcladas como en esta vida, sino juntas, puras y antagónicas…”

Y finalmente, concluye el Cardenal con esta bellísima representación de la resignación que las almas gozan en el Purgatorio:

Muy diferentes son los sentimientos con que el alma enamorada (de Dios), al separarse del cuerpo, comparece en la presencia de su Redentor.

Conoce su gran deuda de expiación con Dios, aunque lleva muchos años reconciliada con Él. Sabe que le espera el Purgatorio y que ser enviada allí es una gracia excelente.

¡Contemplar el rostro de Cristo, aunque sea por un instante, escuchar su voz, oírle hablar, aunque sea para infligir una pena!

Vengo a Ti, que eres mi vida y mi todo, el ser en cuyo pensamiento he vivido mi entera existencia. A Ti me entregué cuando hube de tomar parte en los asuntos del mundo. Te busqué como mi bien principal, pues me enseñaste pronto que nada merece la pena fuera de Ti.

¿A quién tengo en el cielo sino a Ti? ¿A quién he deseado y tenido en la tierra sino a Ti? ¿A quién tendré ahora, cuando estoy entre llamas purificadoras, sino a Ti?

Aunque me dispongo a descender a una tierra desierta y sin agua, no tendré miedo porque Tú me acompañas. Te he visto hoy cara a cara, y esto me basta. He visto tu faz, y tu mirada compensa un siglo de dolor en una prisión oscura.

Viviré con el recuerdo de tu visión, aunque no te vea, hasta el momento de contemplarte de nuevo y no separarme más de Ti.

Tus ojos serán luz y consuelo para mi alma cansada; tu voz será música continua a mis oídos. Nada puede causarme daño; soportaré valiente y dulcemente mi tiempo señalado, hasta que llegue el final.

*

Mientras los Santos gozan ya de Dios, las almas en el Purgatorio sufren y satisfacen al mismo tiempo, hasta que se cumpla la voluntad de Dios para ellas, y llegue ese momento tan deseado de poder acceder a la felicidad sin límites…

Amén.

*

Todos los Fieles Difuntos – 22-11-02 – Padre Edgar Díaz