sábado, 6 de mayo de 2023

Capítulo por Capítulo - Padre Edgar Díaz


Giotto - El Juicio Final

*

Es obra del Espíritu Santo, el querellar contra los pecadores, el mundo y Satanás:

“Por capítulo de pecado, porque no han creído en Mí; por capítulo de justicia, porque Yo me voy a mi Padre, y vosotros no me veréis más; por capítulo de juicio, porque el príncipe de este mundo está juzgado” (San Juan XVI, 8-11).

El Diccionario de la Real Academia Española define judicialmente la querella como “el acto por el que el fiscal o un particular ejercen ante un juez o un tribunal la acción penal contra quienes se estiman responsables de un delito”.

El pecado es un delito; merece una acción penal; y el Espíritu Santo actúa como Fiscal ante el tribunal de Dios.

¿A quiénes acusa el Espíritu Santo ante el tribunal de Dios? Explica San Cirilo de Alejandría. El Espíritu Santo obra en el interior de los que aman y son fieles a Cristo. Por el contrario, arguye a los necios. 

Necios son los que no quieren conocer la verdad. Acusa a aquellos pecadores que no se arrepienten sino que prefieren buscar salvación (solución) en el mismo pecado, en el mundo, o en Satanás. 

Arguye también a los infieles, por ser traidores a Dios, a Jesús y a su Espíritu, como los paganos, mahometanos, etc. 

Y también a los apegados a la voluptuosidad. Es decir, a los que viven para la sensualidad de la carne y los goces de este mundo, condenándoles a que mueran en sus pecados.

“Ira de hombre no obra justicia de Dios (solo el Espíritu Santo)”, nos dice la Epístola de Santiago hoy (Santiago I, 20).

A estos se merece decirles que solo Dios salva: 

“Maldito quien pone su confianza en el hombre… mientras su corazón se aleja de Dios” (Jeremías XVII, 5).

A quien se mantenga en pecado se le debe decir que éste no salva: 

“Porque el que quisiere salvar su alma, la perderá; y quien pierda su alma por mi causa, la hallará” (San Mateo XVI, 25).

Ya lo había adelantado Jesús cuando dijo: “Yo me voy y vosotros me buscaréis, mas moriréis en vuestro pecado” (San Juan VIII, 21).

Solo Dios “tiene el poder de salvar vuestras almas”, culmina Santiago (Santiago I, 21).

En un magnífico sermón sobre el aplazamiento de la conversión el Cura de Ars dice:

“¿Quién no temblará al oír a Jesucristo decir que un día el pecador le buscará, pero no le hallará, y morirá en su pecado? Gran miseria el vivir en pecado; mas el colmo de todas las desdichas es morir en él.

“Los pecadores dilatan su vuelta al Señor para un tiempo que no les será concedido, esperan tener una buena muerte, viviendo en pecado; pero se engañan, ya que su muerte será muy desgraciada a los ojos del Señor:

“Descarriados nos hemos ido del camino de la verdad; no nos ha alumbrado la luz de la justicia, ni para nosotros ha nacido el sol de la inteligencia. Nos hemos fatigado en seguir la carrera de la iniquidad y perdición; andando hemos por senderos fragosos, sin conocer el camino del Señor” (Sabiduría V, 6-7).

“Tal es, precisamente, la conducta de la mayor parte de los cristianos de nuestros días (de los días del Cura de Ars; peor aún los nuestros), los cuales, viviendo en pecado, esperan siempre tener una buena muerte, confiando en que dejarán el estado de culpa, que harán penitencia y que, antes de ser juzgados, repararán los pecados que cometieron. 

“Mas el demonio los engaña, y no saldrán del pecado más que para ser precipitados al infierno.

“Para comprender mejor la ceguera de los pecadores, hay que tener en cuenta que cuanto más retrasamos salir del pecado y volver a Dios, mayor es el peligro en que nos ponemos de perecer en la culpa, por la sencilla razón de que son más difíciles de vencer las malas costumbres adquiridas.

“Y que cada vez que despreciamos una gracia, el Señor se va apartando de nosotros, quedamos más débiles, y el demonio toma mayor ascendiente sobre nuestra persona. 

“De aquí se concluye que, cuanto más tiempo permanecemos en pecado, en mayor peligro nos ponemos de no convertirnos nunca.

Hasta aquí parte del Sermón del Cura de Ars, que es larguísimo.

Un particularísimo pecado en nuestros días es el estar en comunión con los herejes, situación en la que se encuentran culpablemente muchos católicos. 

La causa de la canonización de San Hermenegildo, Rey y Mártir, cuya fiesta celebramos el pasado 13 de abril fue precisamente el negarse a estar en comunión con los herejes.

Obligado a recibir la comunión de manos de un verdadero Obispo Católico—pero en comunión con los arrianos—se negó a esto y fue martirizado. Como consecuencia, su hermano y toda su nación abrazaron el catolicismo y dejaron la herejía.

Después de la defección de Lutero, verdaderos sacerdotes católicos que se adhirieron a él y sus posturas, siguieron celebrando, por un tiempo al menos, verdaderas misas, y los fieles recibiendo la comunión de sus manos, manos de herejes. ¡Qué desgracia!

Hoy ocurre lo mismo en círculos católicos. La historia se repite: Arrio, Lutero, Vaticano II. Y por culpa de ellos verdaderos católicos se encuentran desgraciadamente en comunión con herejes. 

El pecado es un delito; la comunión con un hereje es un pecado y merece una acción penal; y el Espíritu Santo actúa como Fiscal ante el tribunal de Dios. No se hacen dignos de Dios.

Dios, que no es aceptador de personas (no excluye a nadie), solo envía al Espíritu Santo inhabitador (que habita en el fiel), a los que se han hecho dignos de Él y confiesan a Dios autor y Señor del universo. 

El Espíritu Santo, por lo tanto, al venir a inhabitar y salvar solo a los justos, hará buenas aquellas palabras del Señor a los judíos: “Si no creéis que Yo soy (el Cristo), moriréis en vuestros pecados” (San Juan VIII, 24). 

El pecado de no creer en Jesús (y en toda su Doctrina, así como está conservada por la Santa Iglesia Católica como estamos obligados a hacerlo) es el pecado por antonomasia, la apostasía, porque pone a prueba la rectitud del corazón: “Porque no han creído en Mí” (San Juan XVI, 9). 

El desafío es lograr que nuestra fe permanezca intacta, sin contaminación con el error, incluso defendiéndola hasta morir antes que estar en comunión con herejes, como San Hermenegildo.

Y así se cumplirá el capítulo de justicia: “Capítulo de justicia, porque Yo me voy a mi Padre, y vosotros no me veréis más” (San Juan XVI, 10). Y desde el Cielo retornará para que:

“Se alégren y salten de gozo las naciones, viéndote gobernar los pueblos con justicia y regir en la tierra” (Salmo 66 [67], 5), ya que en la Sagrada Escritura gobernar, reinar y juzgar son una misma cosa. Allí, en su Reino, los humildes serán tratados con justicia. Dice Callan: “En tal reino no habrá lugar para el egoísmo ni el favoritismo”.

Y así se cumplirá también el capítulo contra Satanás, “por capítulo de juicio, porque el príncipe de este mundo está juzgado” (San Juan XVI, 11).

¡Qué condenación del mundo actual! Convenía que el Señor se fuera de este mundo, para poder así recibir al Intercesor, para presentar querella ante el mundo: 

“Os conviene que me vaya; porque, si Yo no me voy, el Intercesor no vendrá a vosotros… Y cuando Él venga, presentará querella al mundo” (San Juan XVI, 7-8).

“El Espíritu de verdad, Él os conducirá a toda la verdad” (San Juan XVI, 13). 

Amén.

*

Dom IV post Pascha – 2023-05-07 – Padre Edgar Díaz – Santiago I, 17-21 – San Juan XVI, 5-14