sábado, 27 de mayo de 2023

Pentecostés - Padre Edgar Díaz

El Descenso del Espíritu Santo - Titian - 1546

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Una de las fiestas más importantes de todo el año litúrgico es la Fiesta de Pentecostés, pues cierra el ciclo de la Redención, de todos los misterios de Dios para nuestra salvación. La venida del Espíritu Santo completa la obra redentora de Jesucristo con la expansión de la Iglesia a través de los Apóstoles.

Tan importante es esta Fiesta que junto con Pascua es la única que tiene Octava, es decir, la prolongación del gozo y la celebración por ocho días.

El Espíritu Santo es el Amor entre el Padre y el Hijo. El amor es el motor indispensable de la vida sobrenatural: todo aquel que ama, vive según el Evangelio; el que no ama no puede cumplir los preceptos de Cristo, que son la Verdad, ni siquiera conoce a Dios, puesto que Dios es Amor (cf. 1 Juan IV, 8). Quien no ama a Dios no observa sus mandamientos.

Pero parece también perfectamente lógico añadir para quien no ama: “Y mi Padre y Yo no vendremos a él”. La inhabitación de la Santísima Trinidad exige en nosotros la reciprocidad del amor y de las obras en una vida íntima, misteriosa e intercomunicada: “Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Juan IV, 15). Es a la par unión de voluntades y unión de vida.

El Papa León XIII, en su Encíclica Divinum illud munus, de 1897, basándose en San Cirilo de Jerusalén, nos enseña que el mismo día de Pentecostés comenzó el Espíritu Santo a derramar sus beneficios sobre el Cuerpo Místico de Cristo, la Santa Iglesia Católica, cumpliéndose así la palabra del Señor al distribuir la verdad a los Apóstoles y a la Iglesia. Selló Nuestro Señor, con la inspiración del Espíritu Santo, el depósito de la Doctrina Revelada:

“Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora; pero cuando viniere aquel Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa” (San Juan XVI, 12).

Sigue comentando el Papa León XIII: “Éste, pues, que es Espíritu de verdad, como procedente a un tiempo del Padre, que es la verdad eterna, y del Hijo, que es la verdad sustancial, recibe de uno y de otro, juntamente con la esencia, todo cuanto hay de verdad. La cual verdad reparte y distribuye a la Iglesia, cuidando, con su constante auxilio y perseverancia, que jamás esté expuesta a error”.

¡Que jamás esté expuesta al error…! ¡Escuchemos bien! La Iglesia jamás está expuesta al error, porque está protegida por el Espíritu Santo; y éstas son palabras de un Papa, León XIII, Cabeza visible de la Iglesia, que tampoco puede estar expuesto al error ni enseñarlo, porque siendo la Cabeza visible de la Iglesia goza de la misma protección, ya que una cosa lleva a la otra. Habría contradicción si no gozara de la misma protección de que goza la Iglesia. Esto es la base del Dogma de la Infalibilidad Papal.

Negar esta verdad equivaldría a decir que el Espíritu Santo, el espíritu de verdad, no guía a la Iglesia de Cristo, y que todo lo que Ella dice a través de su Magisterio, podría ponerse en duda, lo cual es un absurdo. Incluso tendríamos que dudar de las proclamaciones de los Santos, pues es el Papa quien asevera la santidad de tales personas. Celebrar la Fiesta de Pentecostés sería algo totalmente incoherente.

Y continúa León XIII: “[la Iglesia] recibe, en consecuencia, del Espíritu Santo una perenne vida y virtud, que conserva y aumenta la Iglesia…”

Por eso, podemos decir, que la mayor manifestación del Espíritu Santo es la de su permanencia en la Iglesia de la que es alma. Así lo afirma San Agustín: “lo que es en nuestro cuerpo el alma, eso es El Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia”.

Sigue León XIII: “[Esta permanencia del Espíritu Santo] en la Iglesia es máxima y permanecerá cuanto ella permanezca, esto es, hasta que, abandonado el estado de milicia, sea conducida a la alegría de los que triunfan en la sociedad celestial”.

Concluye León XIII: “En nuestros tiempos se peca mucho contra la verdad. Siendo el Espíritu Santo el Espíritu de la verdad, si alguno falta por enfermedad o ignorancia, tal vez tenga alguna excusa ante Dios; mas el que por malicia se opone a la verdad o se separa de ella, peca gravísimamente contra el Espíritu Santo”.

“Lo cual de tal modo acontece en nuestra época—decía León XIII—que parecen llegados los tiempos que anunció San Pablo en los cuales, obcecados los hombres por justos juicios de Dios, reputan las cosas falsas como verdaderas y el príncipe de este mundo, que es mentiroso y padre de la mentira, le creen cómo a maestro de la verdad”.

“Dios les envía un poder engañoso para que crean en la mentira (cf. 2 Tesalonicenses II, 11) en los últimos tiempos apostatarán algunos de la fe, dando oídos al espíritu del error y a las enseñanzas de los demonios (cf. 1 Timoteo IV, 3)”.

Entonces, quien haya conocido la verdad alguna vez, y después haya dado un paso atrás volviéndose al engaño, peca contra el Espíritu Santo.

Quien niega las promesas de Cristo es un anticristo. Es quien pone en duda que Cristo haya afirmado a Pedro: “He rogado por ti para que tu fe no desfallezca” (San Lucas XXII, 32), conociendo que dicha promesa a la autoridad papal se basa en la permanencia y guía constante del Espíritu Santo. Los hombres de poca fe que no aman la verdad no tienen, por tanto, al Espíritu Santo en sus corazones.

Por eso Dios los abandona:

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad” (Romanos I, 18).

Estos tienen doble culpa, por no amar la verdad, y por impedir que otros la conozcan:

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque ni entran al reino de los cielos ni dejan entrar a nadie!” (San Mateo XXIII, 13) … “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, pues son como sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero dentro están llenos de huesos de muertos y podredumbre!” (San Mateo XXIII, 27).

Esto que Jesús dijo de los escribas y fariseos corresponde decir también de los herejes, pues es obra de iniquidad la de los herejes, mientras que la obra de la verdad es la del Espíritu Santo.

Así como el Hijo ha sido enviado por el Padre, el Hijo envía en Pentecostés al Espíritu Santo, para revelarlo, para que explique su misión, sus propósitos y sus consecuencias. 

La obra del Espíritu habrá de desenvolverse dentro de este límite. Todo sueño de nuevas economías suyas, fuera de la revelación y de la doctrina de Cristo no pasará de ser imaginación herética. Jamás el Espíritu Santo elegiría a alguien como Papa quien luego terminaría siendo un hereje.

Defender el error es el adulterio de que nos habla San Pablo y enseñar y defender a los herejes es estar en complicidad con ellos. El Vaticano II introdujo la idea de que un Papa puede caer en la herejía, y eso es falso, la prueba fehaciente de que el Conciliábulo no estaba siendo guiado por el Espíritu Santo sino por apóstatas.

El Señor se marcha a los Cielos pero nos deja su Palabra, su Verdad, y nos envía al Espíritu Santo para que nos las aclare. Ésta es su herencia. 

“El intercesor, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que Yo os he dicho” (San Juan XIV, 26).

La más estupenda de las revelaciones y promesas de Jesús. El mismo Espíritu divino, que Él nos conquistó con sus méritos infinitos, se hará el inspirador de nuestra alma y el motor de nuestros actos, habitando en nosotros: “Yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Intercesor, que quede siempre con vosotros, el Espíritu de verdad… Él mora en vosotros y estará en vosotros” (San Juan XIV, 16-17).

Para poder soportar la persecución por adherir a la verdad debemos pedir a Dios fortaleza para resistir. Al mismo tiempo, pedimos también a Dios perdón para los perseguidores, para que puedan salir de su engaño, por no amar la verdad, el Espíritu Santo.

Estos son los que no “confiesan que Jesús es el Hijo de Dios” (1 Juan IV, 15), sino su conveniencia, sus propios intereses, su orgullo. Por eso Dios no permanece en ellos; y el Espíritu Santo no los “guiará hacia la verdad completa” (San Juan XVI, 12), y quedarán así abandonados. Y lo que es peor aún, no pedirán la gracia de estar en la verdad. 

¡Que María la Madre de Dios y Madre nuestra, martillo de los herejes, nunca nos desampare!

Amén.

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Pentecostés – 2023-05-28 – Hechos de los Apóstoles II, 1-11 – San Juan XIV, 23-31 – Padre Edgar Díaz