Persecución de los Primeros Cristianos - Konstantin Flavitsky (1830-1866) - St. Petersburg |
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La Epístola de San Pedro que hoy nos presenta la Santa Misa comienza con una exhortación a ser prudentes y sabios para poder dedicarse a la oración. Es curioso que esta exhortación no haya sido presentada en todo su contexto, dado que el versículo completo da como razón de la exhortación el hecho de que el fin de todas las cosas está cerca:
“El fin de todas las cosas está cerca; sed, pues, prudentes y sobrios para poder dedicaros a la oración” (1 Pedro IV, 7).
Respetando la decisión de la Iglesia de no presentar la primera parte de este versículo en esta Santa Misa, esto, sin embargo, no nos impide tratar el tema en el contexto en el que lo situó San Pedro, el cual es, la aproximación de la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo.
“Con estas palabras—dice San Hilario—da a entender (San Pedro) que pasa como un soplo el tiempo de nuestra vida, y que aún el espacio que mediará entre la primera y la segunda venida del Señor es brevísimo si se compara con los días eternos que le han de suceder: “el tiempo es limitado” (I Corintios VII, 29); “El Señor está cerca” (Filipenses IV, 5); “Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la Parusía del Señor… porque la Parusía del Señor está cerca” (Santiago V, 7 ss.).
“Y por esto nos exhorta (San Pedro) a que no seamos necios dejando pasar inútilmente este brevísimo lapso que se nos concede para ganar la felicidad eterna, y a que estemos siempre alerta y en vela, para emplear bien todos los momentos de la vida presente”.
El fin... está cerca, pues, como dice San Pablo, nos hallamos ya al fin de los siglos: “Todo esto les sucedió a ellos en figura, y fue escrito para amonestación de nosotros para quienes ha venido el fin de las edades” (I Corintios X, 11).
Lo mismo señala San Ignacio Mártir en su carta a los Efesios: “Ya estamos en los últimos tiempos”.
“Porque todavía un brevísimo tiempo, y el que ha de venir vendrá y no tardará” (Hebreos X, 37); “¿Cuál no debe ser la santidad de vuestra conducta y piedad para esperar y apresurar la Parusía del día de Dios …?” (II Pedro III, 12).
El fin de todas las cosas está cerca, dice San Pedro; y esto significa que habrá un cambio importantísimo cuando venga Nuestro Señor. Mientras tanto, los que estamos a su espera muy probablemente tendremos que sufrir persecución y tal vez también pasar por el martirio.
“Muchos se han hecho anticristos, por donde conocemos que es la última hora” (I Juan 2, 18). Es decir, podemos decir que estamos en la última hora por la magnitud de la cantidad de anticristos existentes. Es la realidad. Son los que defienden sus intereses a costa de la verdad.
Si los “papas” posteriores a Pío XII –es decir, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco– son verdaderos Papas, entonces la roca –San Pedro– ha fallado, lo cual es imposible porque iría en contra del Dogma de la Infalibilidad Papal.
Y así sabemos, con la mayor certeza posible, que la Secta Modernista del Vaticano II no es la Iglesia Católica de nuestro Señor Jesucristo, y que sus líderes no son verdaderos Papas.
Más bien, la iglesia falsa en Roma es en realidad la “operación de error” que comenzó a manifestarse en 1958, cuando “el que ahora retiene” (el catejón de San Pablo) fue “quitado de en medio” para que la gente “creyera la mentira: para que todos puedan ser juzgados, los que no creyeron a la verdad, sino que consintieron en la iniquidad” (2 Tesalonicenses II, 7, 10-11).
La persecución viene a veces de dónde menos podía esperarse. Se llegará a cometer los más grandes males creyendo obrar bien, por falta de conocimiento de la verdad revelada que nos hace libres (cf. San Juan VIII, 32), y por estar en los lazos del padre de la mentira (cf. San Juan VIII, 44).
Por eso dijo Jesús, porque no han conocido al Padre ni a Mí, esto es, no los conocían aunque presuntuosamente creían conocerlos para no inquietarse por su indiferencia (cf. Apocalipsis III, 15 s.).
Debido a la “operación del error” (de que habla con tan tremenda elocuencia San Pablo en II Tesalonicenses II, 9 ss.), a la cual Dios abandona por no haber recibido con amor la verdad que está en su Palabra (cf. San Juan XVII, 17), y deja que “creamos a la mentira”, Caifás condenó a Jesús, diciendo piadosamente que estaba escandalizado de oírlo blasfemar, y todos estuvieron de acuerdo con Caifás y lo escupieron a Jesús por blasfemo (cf. San Mateo XXVI, 65 ss.). Jesús nos anuncia que así sucederá también con sus discípulos (véase San Juan XV, 20 ss.).
Les dijo no solo que darían testimonio de su divinidad, sino que les anunció que darían testimonio del martirio:
“Os excluirán de las sinagogas”, es decir, persecuciones, aunque sin llegar a la muerte.
Y les quitarán la vida: “vendrá un tiempo en que cualquiera que os quite la vida…” (San Juan XVI, 2)
Esto que Jesús predijo se cumplió literalmente en sus discípulos: de la sinagoga fueron expulsados Pedro, Juan, Esteban y Pablo. Y martirizados fueron todos los demás discípulos, confesando que Jesucristo era Hijo de Dios.
Y seguirá sucediendo a los apóstoles hodiernos, adherentes a la verdad y al catolicismo. ¿Cuáles son las características del mártir?
Santo Tomás precisa las cuatro virtudes que resplandecen en el martirio:
Virtud elicitiva (que surge de) principal de la voluntad: la fortaleza. Es decir, la virtud que acomete los grandes peligros.
Elicitiva y secundaria: la paciencia, virtud que soporta los males, para defender el bien de nuestra razón.
Principalísima y la causa verdadera: la caridad, el amor a Jesucristo.
Final, la fe: el confesar ese amor a Jesucristo.
El argumento supremo del mártir es el del hombre fuerte y pacientísimo que todo lo tolera y todo lo soporta por confesar a Jesucristo (y su doctrina) al que ama sobre todas las cosas.
El martirio es tan propio del católico que se puede decir que todos los santos lo han deseado: fue el caso de San Francisco de Asís, de Santa Teresa de Jesús, Santo Domingo y otros.
Pero en el plan de la Providencia divina otro es el martirio que el Señor exige. El martirio de la propia voluntad. El martirio del propio yo.
Es el ir adaptando a cada caso “el muero todos los días” (1 Corintios XV, 31) de San Pablo. Es el martirio de todos los días, de todas las horas. La mortificación constante por amor a Dios.
Así fue la vida de Santa Teresita del Niño Jesús, ejemplo de este morir, una mortificación, un martirio continuados.
En el día del juicio los malos se llevarán un grande y doloroso desengaño, cuando vean que los buenos, a quienes en vida tuvieron ellos por ilusos y desgraciados, gozan de las delicias del Cielo, mientras ellos son eternamente atormentados en el infierno.
Así lo expresa la Palabra de Dios en el libro de la Sabiduría:
“Entonces los justos se presentarán con gran valor, contra aquellos que los angustiaron y les robaron sus fatigas.
“A cuyo aspecto se apoderará de éstos la turbación, y un temor horrendo; y han de asombrarse de la repentina salvación de ellos, que no esperaban.
“Arrepentidos, y arrojando gemidos de su angustiado corazón, dirán dentro de sí: Estos son los que en otro tiempo fueron el blanco de nuestros escarnios y el objeto de oprobio.
“¡Insensatos de nosotros! Su vida nos parecía una necedad, y su muerte una ignominia. Mirad cómo son contados en el número de los hijos de Dios, y cómo su suerte es estar con los santos” (Sabiduría 5:1-5).
Hijos de Dios: esto es, justos, santos, los que obran impulsados por el Espíritu de Dios. Muchos se presentarán en el día del juicio por haber sufrido la persecución, y el martirio.
Fortaleza, paciencia, verdadero amor a Jesucristo y a su doctrina (la verdad), y la fe, confesar ese amor a Jesucristo. Son las gracias que pedimos en esta Santa Misa para todo aquel de buena voluntad.
Amén.
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Domingo después de la Ascensión – 2023-05-21 – 1 Pedro IV, 7-11 – San Juan XV, 26-27; XVI, 1-4 – Padre Edgar Díaz