Moisés rompe las tablas de la Ley - Rembrandt |
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Extraño que un doctor de la Ley no supiera qué hacer para entrar en la vida eterna. Pone en evidencia su maldad cuando le pregunta a Jesús para “enredarlo”: “Se levantó entonces un doctor de la Ley y, para enredarlo le dijo: ‘Maestro, ¿qué he de hacer para lograr la herencia de la vida eterna?’” (San Lucas X, 25).
Debes hacer lo que está escrito en la Ley: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo” (San Lucas X, 27), lo cual el doctor bien conocía.
Jesús asintiendo le dice: “Has respondido justamente. Haz esto y vivirás” (San Lucas X, 28). El primer mandamiento del Decálogo es fundamento de toda la vida espiritual y eterna.
En él se nos manda adorar al solo Dios verdadero, y se prohíbe dar culto a falsos dioses: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de la servidumbre. No tendrás otros dioses delante de Mí” (Éxodo XX, 2-3).
Dice el Catecismo Romano: Este precepto es el primero de todos, no sólo por su orden, sino por su misma naturaleza y dignidad. En efecto, la primera obligación de la criatura es amar y reverenciar al Creador, que le dio la vida, lo sostiene en la existencia y le sigue concediendo todo cuanto necesita.
Las palabras “Yo soy el Señor tu Dios” (Éxodo XX, 2) nos enseñan que nuestro Legislador no es otro que nuestro Creador, por quien fueron hechas todas las cosas y se conservan, y para que en verdad se diga de Él: “Él es el Señor nuestro Dios, y nosotros somos el pueblo que Él alimenta y las ovejas que Él cuida. Ojalá oyerais hoy aquella voz suya” (Salmo 94 [95], 7).
Si consideramos el significado de la salvación de toda la raza humana, las palabras “que te he sacado del país de Egipto, de la casa de la servidumbre” (Éxodo XX, 2), parecen relacionarse únicamente con los Judíos cuando fueron liberados de la esclavitud de Egipto.
Sin embargo, son aún más aplicables a los cristianos, que son liberados no de la servidumbre de Egipto, sino de la esclavitud del pecado y “de los poderes de las tinieblas, y son trasladados al Reino de su amado Hijo” (Colosenses I, 13).
El primer mandamiento tiene una parte afirmativa, la parte obligatoria, donde está expresado lo que se manda, y otra parte negativa, en la que se prohíbe tener otros dioses.
En cuanto a la parte afirmativa, lo mandado y obligatorio, es la que contiene el precepto de la fe, de la esperanza y de la caridad: la fe, por la que sometemos a Dios nuestra inteligencia creyendo lo que Él nos revela; la esperanza, por la que esperamos de Él todo cuanto necesitamos; y la caridad, por la que lo amamos sobre todas las cosas.
Porque reconociendo a Dios como inamovible, inmutable y siempre igual, con razón confesamos que Él es fiel y absolutamente justo. Por lo tanto, al asentir a sus juicios y preceptos, necesariamente nos sometemos a Él con toda creencia y obediencia.
¿Quién puede contemplar su omnipresencia, su omnipotencia, su clemencia, su benevolencia, y, a la vez, no poner en Él todas sus esperanzas?
Finalmente, ¿quién puede contemplar las riquezas de su bondad y amor, que Él nos prodiga, y no amarlo? De ahí el exordio y la conclusión usada por Dios en las Escrituras al dar sus mandamientos: “Yo, el Señor…”
Así, pecan contra este mandamiento los que no tienen fe: ateos, herejes y supersticiosos; los que no tienen esperanza de salvarse ni confían en la Bondad de Dios; y quienes ponen su esperanza en otra cosa fuera de Dios: en las riquezas, en las fuerzas propias, etc.; los que no tienen caridad, y aman a las criaturas más que a Dios.
En cuanto a la parte negativa, lo prohibido, ésta dice explícitamente: “No tendrás otros dioses delante de Mí” (Éxodo XX, 3), lo que es equivalente a decir: “Me adorarás solo a Mí, el Dios verdadero; y no adorarás a dioses ajenos”.
Esta prohibición no está añadida por no estar claramente expresada la parte afirmativa del precepto, que quiere decir: adórame a mí, el único Dios, porque si Él es Dios, Él es el único Dios; sino por causa de la ceguera de muchos que en la antigüedad (y aún hoy) profesaban adorar al Dios verdadero y, sin embargo, adoraban a una multitud de dioses.
De estos falsos dioses había muchos aun entre los hebreos, a quienes Elías les reprochó diciéndoles: “¿Hasta cuándo estaréis claudicando hacia dos lados? Si Yahvé es Dios, seguidle; y si lo es Baal, id tras de él” (1 Reyes XVIII, 21), y también a los samaritanos, que adoraban al Dios de Israel y a los dioses de las naciones: “Temían a Yahvé, y al mismo tiempo servían a sus propios dioses…” (2 Reyes XVII, 33).
Dios terminantemente les prohibió no tener dioses extraños, no caer en la idolatría, para que no se desvíen del verdadero camino de la salvación.
Con ocasión de introducir en el Calendario Romano la especial fiesta de la Santísima Trinidad, recién en el siglo XIV el Papa Juan XXII pone en claro que la Santísima Iglesia Católica es la única religión monoteísta. Todas las demás que dicen adorar a un único dios en realidad son monólatras. Tal es el caso de los musulmanes y de los judíos.
Solo es monoteísta quien adora a la Santísima Trinidad, porque la Unidad de Dios (un solo Dios) es inseparable de la Trinidad de Personas. Luego, es falso decir que los Judíos (y también los musulmanes) son monoteístas, porque no adoran al único Dios verdadero que es Uno y Trino, porque rechazaron la revelación de la Santísima Trinidad. Mejor sería llamarlos monólatras, o sea, adoran a un solo ídolo que ellos consideran supremo.
Al respecto, por dejar de adorar al verdadero Dios Uno y Trino, aunque no lo supiesen, para inclinarse ante un ser inexistente o imaginario, y, por lo tanto, un ídolo, un gravísimo problema se les presentará muy pronto que les hará desviarse del verdadero camino, si es que Dios no interviene antes, tanto al pueblo elegido, como al resto del mundo, cuando aparezca el Anticristo.
El Anticristo se hará pasar por el Mesías aún esperado por Israel, y se hará adorar por toda la humanidad como Dios. Será una figura muy importante. Será muy alabado, no será cuestionado, todos le abrirán las puertas; será intachable para que todos pongan su esperanza en él como salvador del mundo.
Se hará pasar por una persona buena; se hará adorar como Dios, las masas lo van a seguir, van a querer tocarlo, y estar presente a donde él vaya, porque va a venir a dar paz al mundo, una falsa paz, ciertamente.
Cuando haga un par de prodigios; cuando haga alguna predicción, y ésta se verifique… quedarán alucinados, así como la gente se alucina ante algunos deportistas prodigiosos y famosos. Va a confundir a todo el mundo.
“No tendrás dioses extraños ante Mí”; “No adorarás a otros dioses”. La adoración al Anticristo encaja perfectamente con esta prohibición del primer mandamiento, pues éste se va a hacer adorar como Dios. Es actualmente la idolatría que adora el pueblo Judío.
Esta conclusión es evidente cuando se piensa que los Judíos aún esperan al Mesías, el Salvador, pues no creen que Jesucristo lo haya sido. Dicen que Cristo no nos redimió, porque, según ellos, el Mesías no podría haber muerto de ninguna manera.
Es que en la mentalidad judía se produce una disociación entre la figura del Siervo Sufriente del Profeta Isaías (Capítulos 52 y 53) y el Mesías triunfante. Según ellos son dos personas distintas. Ellos solo esperan a un Mesías Rey de Israel, triunfante, que les hará dominar al mundo entero, y jamás reconocerían al Mesías en alguien que murió.
¿Cómo es posible que Jesús sea el Mesías si escrito está que el colgado de un madero es objeto de maldición? (cf. Deuteronomio XXI, 22-23). San Pablo explica que “Cristo nos redimió de la maldición de la Ley haciéndose por nosotros maldición, porque escrito está ‘Maldito sea todo el que pende del madero’” (Gálatas III, 13). Luego, los Judíos no creen que Jesús sea el Mesías por haber muerto colgado de un madero.
Entonces, si Jesús no es el Mesías, niegan también que haya sido enviado por Dios. Si Jesús no es el Hijo de Dios, niegan la Santísima Trinidad, y, de este modo, el Dios verdadero, Uno y Trino, y su dios es un dios extraño ante Yahvé.
La aparición del Anticristo como el Mesías esperado será grandemente celebrada por los Judíos. Éste reunirá las características que ellos dicen debe tener el Mesías según la disociación antes mencionada y que es la que actualmente tienen en mente. Deberá ser un Judío, y del linaje de David, y se sentará en el Templo como Dios.
Atacará muy especialmente a lo que quede de la Iglesia Católica, objeto privilegiado del odio de Satanás. Como los Dos Testigos del Apocalipsis y San Juan predicarán sobre Jesús a Israel, por lo cual muchos Judíos se convertirán al Catolicismo, el Anticristo se pondrá furioso, porque se pensaba que ya la Iglesia del Nazareno (la Santa Iglesia Católica) había sido totalmente liquidada.
Por eso, matará a los Dos Testigos y a los Judíos que se convirtieron al Catolicismo, los entregarán a las Sinagogas y estos hablarán por inspiración del Espíritu Santo. Muchos Judíos darán testimonio, serán muertos mártires por el Anticristo. Serán entregados por sus propios familiares, padres, hijos, hermanos… Luego de esto el Anticristo tomará el poder y reinará por tres años y medio.
Por su parte, la Iglesia será resguardada en el desierto junto con San Juan. Al cabo del tiempo concedido al Anticristo vendrá Nuestro Señor Jesucristo en su Parusía, y ocurrirá la muerte del Anticristo y el arrebato de la Iglesia.
Por todo esto, Dios nos manda a no caer en la idolatría. Solo no serán engañados por el Anticristo aquellos que Dios quiera, como consideración por haberse mantenido vírgenes, vírgenes de doctrina, es decir, por haber mantenido la fe verdadera sin contaminación alguna con la herejía.
Son los que siempre siguieron al Cordero a todos lados, dondequiera que Él fuera, incluso en la Cruz. Dios quiera que podamos ser contados entre ellos. Sobre estos el Anticristo no tendrá poder de hacerles algún daño, mas el resto de la humanidad serán todos engañados y caerán en idolatría que lleva a la perdición.
Si Dios no acortara los tiempos incluso los que siempre han seguido al Cordero dondequiera que vaya caerían en idolatría. Por eso, Dios va a acortar los tiempos, y hará que la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo se adelante. Porque Dios en su misericordia va a acortar los tiempos los santos no van a ser engañados por el Anticristo.
Por eso, es aconsejable practicar más que nunca la virtud de la esperanza. Dios Padre Todopoderoso va a cuidar y preservar a los suyos de caer en la idolatría del Anticristo y de recibir la marca de la bestia. Sería una tontería poner nuestras esperanzas en alguna solución humana a los problemas del mundo, en algún presidente o entidad mundial que vaya a cambiar el mundo. Esto no sucederá ya más.
Todos los mandatarios del mundo trabajan para un mismo amo. Son todos zánganos; y tendríamos una falsa esperanza si la pusiéramos en ellos. Sin embargo no dejan de ser un signo del cielo que nos da la verdadera esperanza pues por ellos sabemos que estamos en los últimos tiempos y que pronto vendrá Nuestro Señor en su Parusía a reinar.
Todos los conflictos que ya vemos sucediendo en el mundo, rumores de guerra y guerras, pestes y hambrunas, grandes catástrofes climáticas, harán que el número de habitantes del mundo sea reducido a la mitad, según las profecías del Apocalipsis.
Esto explica por qué el poder global del mundo, que le prepara el terreno al Anticristo, se empeña en hacer sufrir y matar a la humanidad. Después de esto, sucederá la caída de Babilonia, es decir, la caída del imperio económico mundial que hoy devasta a naciones enteras.
O estamos con Cristo, o estamos en contra de Cristo. Para Cristo no existe el tibio. El mundo no va a saber qué hacer cuando vean que se cae en pedazos. ¿De qué lado está la gente en el mundo? ¿Quién cumple fielmente el primer mandamiento?
Los justos, los que tengan la fe intacta. Dice el Cura de Ars, basándose en Santa Filomena, que en el cielo vamos a conocer a todos los santos que siendo simples hombres, y que no habiendo hecho grandes penitencias ni milagros, son santos por solo amar a Dios sobre todas las cosas.
Amando más a Dios se es más santo. La santidad se mide por el amor a Dios, por el amor que le pongamos a nuestras obras por Dios. No hay más caridad que el amor puro y simple a Dios verdadero.
Al Dios Todopoderoso, Uno y Trino, es el Único Dios que debemos adorar. El Libro de la Sabiduría se pregunta: “¿Quién de los hombres podrá saber los consejos de Dios? ¿O quién podrá averiguar qué es lo que Dios quiere?” (Sabiduría IX, 13).
¿Quién Podrá?
En el himno que San Pablo le dedica a la sabiduría de Dios, cita al Profeta Isaías, cuyo pasaje es de una encantadora belleza y muestra a la vez el grandioso poder del Creador, Dios y Señor de todos: “Quién ha dirigido el Espíritu de Yahvé, y quién fue su consejero para instruirle?” (Isaías XL, 13).
Y San Pablo se pregunta: “‘¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor para darle instrucciones?’ Nosotros, en cambio, tenemos el sentido de Cristo” (1 Corintios II, 16).
Nosotros, es decir, los hombres espirituales, por gracia y misericordia de Dios, tenemos el instinto sobrenatural que hace entender las cosas de Dios, porque el Espíritu Santo nos las muestra. No así los hombres carnales.
Esta permanencia en nosotros del Espíritu Santo, que nos da el sentido de Cristo, es pues, un punto de suma importancia, y está fundada en la Palabra de Jesús que nos lo prometió para “que quede siempre con vosotros el Espíritu de verdad” (San Juan XIV, 16).
Ésta ha de ser en el cristiano una situación permanente y, puesto que ya se nos ha dado (cf. Romanos V, 5), está cumplida la promesa, y hemos de creer en la ayuda del Espíritu Santo y que en esa fe ha de estar el íntimo resorte de nuestra rectitud, pues, sabiendo que a Dios no podríamos engañarlo, el aceptar esta situación creyendo ingenuamente a la promesa, lejos de ser presunción (como sería si creyésemos tener alguna capacidad propia), nos obliga a mantener nuestra alma bien desnuda en la presencia de Dios.
Continúa el Libro de la Sabiduría: Y “¿quién podrá conocer tu voluntad, si Tú no le das la sabiduría y no envías desde lo más alto tu santo Espíritu; con que sean enderezados los caminos de los moradores de la tierra, y aprendan los hombres lo que te place? Visto que por la sabiduría fueron salvados, oh, Señor, cuantos desde el principio te fueron aceptos” (Sabiduría IX, 17-19).
El doctor de la Ley del Evangelio de hoy, queriendo disculparse ante Jesús por no observar preceptos tan sublimes, porque no encontraba quien fuera digno de ser su prójimo, le preguntó a Jesús: “Y, ¿quién es mi prójimo?” (San Lucas X, 29). “Y Jesús le dijo: ‘¿Cuál de estos tres te parece haber sido el prójimo de aquel que cayó en manos de los bandoleros?’ Respondió: ‘El que se apiadó de él’. Entonces, ‘Ve, y haz tú lo mismo’” (San Lucas X, 36-37).
Nuestro prójimo es aquel que se apiada de nosotros, y nosotros somos prójimo de quienes tenemos misericordia de ellos, y un acto de suprema misericordia para con ellos es proclamarles la verdad, nuestro anhelo de hacerlo por amor a Dios. Ese es el “sentido de Cristo”.
Mientras la primera parte del Decálogo contiene nuestros deberes hacia Dios (los primeros tres mandamientos); la segunda parte (los mandamientos restantes), nuestros deberes hacia el prójimo.
La razón (de este orden) es que el servicio que prestamos a nuestro prójimo debemos hacerlo por el bien de Dios; porque sólo entonces amamos a nuestro prójimo como Dios manda, cuando lo amamos por el amor de Dios, que son los mandamientos que respecto a Dios estaban inscritos en la primera tabla de la Ley.
Este gran mandamiento de amor al prójimo no pudo imponerse en el pueblo Israelita porque los Judíos entendían por prójimos, no a todos los hombres, y de ninguna manera a los enemigos, sino solamente a los de su nación y los extranjeros que vivían entre ellos. Y así continúa siendo hasta el día de hoy.
Por su ceguera no reconocieron a Jesús, quien abiertamente les dijo que Él era Hombre verdadero (Hijo de David) y Dios verdadero (Señor de David), mas ellos no le aceptaron: “Jesús les propuso esta cuestión: ‘¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?’ Le dijeron: ‘de David’. Él les replicó: ‘¿Cómo, entonces, David (inspirado), por el Espíritu, lo llama ‘Señor’, cuando dice: ‘El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies? Si David lo llama ‘Señor’, ¿cómo es su hijo?’ Y nadie pudo responderle nada, y desde ese día nadie osó más proponerle cuestiones” (San Mateo XXII, 41-46).
El Señor Jesús ya probó ante los Judíos la divinidad de su Persona, y sus derechos como Mesías Rey, que Israel desconoció cuando Él vino como Siervo Sufriente. Mas los Judíos no entendieron que Cristo es Hijo de Dios y Señor de David, y por eso permanecen en la idolatría hasta el día de hoy.
Estos derechos Jesús los ejercerá cuando el Padre “le ponga a todos sus enemigos bajo sus pies para reunirlo todo en Cristo, las cosas del cielo y las de la tierra” (Efesios I, 10) y someterlo todo a Él, en el día de su glorificación final, porque “al presente no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas” (Hebreos II, 8; X, 12-13).
Esto es, hasta que llegue la hora en que el Padre se disponga a decretar el triunfo definitivo de su Divino Hijo que en su primera venida fue humillado. Esto equivale al artículo del Credo, según el cual desde la diestra del Padre “vendrá otra vez con gloria a juzgar a vivos y a muertos y su reino no tendrá fin”.
Amén.
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Dom XII post Pent – 2023-08-20 – 2 Corintios III, 4-9 – San Lucas X, 23-37 – Padre Edgar Díaz