San Pío X |
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El Concilio Vaticano, el 18 de julio de 1870, invocó este pasaje al proclamar el universal primado de Pedro y al sentar así definitivamente en la Iglesia el dogma de la Infalibilidad Papal (Denzinger 1822): “Apacienta mis corderos … Pastorea mis ovejas … Apacienta mis ovejas” (San Juan XXI, 15-17).
San Pío X, cuya fiesta celebramos hoy, Patrono de esta Capilla en Bogotá, gobernó la Iglesia de 1903 a 1914, y llegó al Supremo Pontificado de Pedro por la escala de la pobreza, de la humildad y de la heroica perseverancia en el cumplimiento estricto y amoroso de su deber.Su lema “la restauración de todo en Cristo” fue el camino por él trazado para conseguir la universal restitución cristiana en el mundo. Para ello, como medios fundamentales y eficaces, San Pío X escribió sendos y muy notables documentos de mucha actualidad para nosotros, de los cuales solo mencionamos la Encíclica “Pascendi”, guerra sin cuartel contra los muy perniciosos errores del “modernismo”, suma de todas las herejías.
Esta Encíclica subraya esos errores que estaban presentes en la Iglesia ya a principios del Siglo XX debido a la lamentable defección en su seno interno. San Pío X lo vivió y sufrió en carne propia, y hoy vivimos y sufrimos en carne propia esas terribles consecuencias que explotaron con el Vaticano II y sus antipapas, fruto del largo intento de destrucción interna de la Iglesia.
¿Han sido los esfuerzos de los Papas por denunciar las herejías en vano? San Pablo nos consuela y llena de esperanzas “nuestra llegada a vosotros no ha sido en vano, sino que … nos llenamos de confianza en nuestro Dios, para anunciaros el Evangelio de Dios en medio de muchas contrariedades. Porque nuestra predicación no se inspira en el error …” (1 Tesalonicenses II:1-3).
Cita maravillosa, el anuncio del Evangelio se hace en medio de muchas contrariedades, y el magisterio del Papa no se inspira en el error. Esto da mucho aliento al cristiano y al sacerdocio verdadero de buena voluntad.
Esta confianza en Dios proclamada por San Pablo llevó al Santo Padre Pío X a atreverse a decir: “Rompamos sin dilación el silencio. Hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados; se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados”.
“Hablamos … de sacerdotes—continúa San Pío X—los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, impregnados por lo contrario hasta la médula de los huesos con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se presentan como restauradores de la Iglesia y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay más de sagrado en la obra de Jesucristo…” Estas palabras no son solo aplicables a la iglesia modernista: también lo es hoy a algunos de la tradición.
Porque “muchos se han hecho anticristos—dice San Juan en su Primera Carta—por donde conocemos que es la última hora. De entre nosotros han salidos, mas no eran de los nuestros, pues si de los nuestros fueran, habrían permanecido con nosotros. Pero es para que se vea claro que no todos son de los nuestros” (1 Juan II, 18-19).
San Pío X los denuncia porque no permanecen en la verdad, y prefirieron sus posturas y maquinaciones: “Amadores de sí mismos y del dinero” (2 Timoteo III, 2), dice San Pablo. “Soberbios … y traidores” (2 Timoteo III, 2-4), indicio “de los últimos días … de tiempos difíciles” (2 Timoteo III, 1), “hombres de entendimiento corrompido, réprobos en la fe” (2 Timoteo III, 8).
Son los herejes infiltrados en la Iglesia, aquellos que Nuestro Señor Jesucristo menciona en su promesa a Pedro como “las puertas del infierno” (San Mateo XVI, 18). El Papa Vigilio, en el Segundo Concilio de Constantinopla en el año 553, ha dicho que por estas puertas debemos entender “las lenguas mortales de los herejes”.
Así la Iglesia está infectada de herejes: “Son seguramente enemigos de la Iglesia—reafirma San Pío X … ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, … traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas …”
“Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper”—concluye Pío X.
Sería muy extenso comentar toda la “Pascendi” en una breve homilía. Damos tan solo detalles de los principios filosóficos de los modernistas, que son la base de la corrupción de sus doctrinas.
“Los modernistas establecen—dice el Santo—como base de su filosofía religiosa, la doctrina comúnmente llamada agnosticismo (el agnosticismo—del griego antiguo α- [a-], ‘sin’; y γνώσις [gnōsis], ‘conocimiento’—es la postura que considera que la veracidad de ciertas afirmaciones—especialmente las referidas a la existencia o inexistencia de Dios … es desconocida o inherentemente incognoscible)”.
“La razón humana, encerrada rigurosamente en el círculo de los fenómenos, es decir, de las cosas que aparecen, y tales ni más ni menos como aparecen, no posee facultad ni derecho de franquear los límites de aquellas (cosas). Por lo tanto, es incapaz de elevarse hasta Dios, ni aun para conocer su existencia, de algún modo, por medio de las criaturas: tal es su doctrina”.
Al respecto, San Pablo enseña lo contrario: “Porque lo invisible de Él, su eterno poder y su divinidad, se hacen notorios desde la creación del mundo, siendo percibidos por sus obras, de manera que no tienen excusa; por cuanto conocieron a Dios y no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su insensato corazón fue oscurecido” (Romanos I, 20-21).
De mantener que Dios es incognoscible “infieren dos cosas—dice San Pío X—que Dios no puede ser objeto directo de la ciencia (de nuestro conocimiento científico); y, por lo que a la historia pertenece, que Dios de ningún modo puede ser sujeto de la historia (es decir, que no interfiere en la historia humana)”.
“Después de esto —se pregunta el Santo Padre— ¿qué será de la teología natural (la capacidad de ver desde la creación la existencia de un Ser Supremo, así como Aristóteles con su sola inteligencia llegó a conocer la existencia de un Motor Primero), de los motivos de credibilidad (los milagros de Nuestro Señor Jesucristo y de su Santa Iglesia), de la revelación externa (las Sagradas Escrituras)? No es difícil comprenderlo. Suprimen pura y simplemente todo esto para reservarlo al intelectualismo…”
“El concilio Vaticano decretó: ‘Si alguno dijere que la luz natural de la razón humana es incapaz de conocer con certeza, por medio de las cosas creadas, el único y verdadero Dios, nuestro Creador y Señor, sea excomulgado’”.
“Igualmente: ‘Si alguno dijere no ser posible o conveniente que el hombre sea instruido, mediante la revelación divina (las Sagradas Escrituras), sobre Dios y sobre el culto a Él debido, sea excomulgado’”.
“Y por último: ‘Si alguno dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble por signos exteriores (los milagros), y que, en consecuencia, sólo por la experiencia individual o por una inspiración privada deben ser movidos los hombres a la fe, sea excomulgado’”. Terribles son entonces las consecuencias del modernismo cuya base filosófica es el agnosticismo.
“Ahora … los modernistas pasan del agnosticismo, que no es sino ignorancia, al ateísmo científico e histórico, cuyo carácter total, por lo contrario, es la negación (de Dios) … ignorar (a) Dios …”.
“Y es indudable que los modernistas tienen como ya establecida y fija una cosa, a saber: que la ciencia debe ser atea (independiente de Dios), y lo mismo la historia; en la esfera de una y otra no admiten sino fenómenos (la experiencia subjetiva de cada individuo ante las cosas como se aparecen): Dios y lo divino quedan desterrados (por ser invisibles)”.
Mientras que el Agnosticismo es el aspecto negativo de la doctrina de los modernistas; el positivo está constituido por la llamada inmanencia vital (es decir, algo que es inherente al hombre o va unido de un modo inseparable a su esencia, aunque racionalmente pueda distinguirse de ella).
Continúa la Encíclica: “Una vez repudiada la teología natural (incapacidad del hombre de conocer a Dios a través de la creación) y cerrado, en consecuencia, todo acceso a la revelación (las Sagradas Escrituras que, según ellos, son una ficción literaria), al desechar los motivos de credibilidad (los milagros son fábulas); más aún, abolida por completo toda revelación externa (de Dios), resulta claro que no puede buscarse fuera del hombre la explicación apetecida (¿qué es la religión?), y debe hallarse (ésta) en el interior del hombre …”
Es decir, el sentimiento de Dios debe tener su objeto dentro de la vida misma del hombre (inmanencia vital). Se construye así un Dios personal, que suele ser el hombre mismo, y se excluye al Verdadero Dios, incognoscible por ser exterior a él, incapaz de satisfacer su necesidad de Dios.
“Por tal procedimiento se llega a establecer … que la fe, principio y fundamento de toda religión, reside en un sentimiento íntimo engendrado por la indigencia de lo divino (por la falta o carencia de Dios, incognoscible para el hombre)”.
“Por otra parte—continúa Pío X— … esa indigencia de lo divino … no puede pertenecer de suyo a la esfera de la conciencia (porque es imposible buscar a Dios fuera del hombre); al principio (la falta de Dios) yace sepultada bajo la conciencia, o, para emplear un vocablo tomado de la filosofía moderna, en la subconsciencia, donde también su raíz permanece escondida e inaccesible”.
Luego, para el hombre, Dios es incognoscible tanto en cuanto es externo a él, como cuanto interno, ya que permanece en su subconsciente, al cual tampoco tiene acceso.
Así, la Encíclica continúa diciendo: “Frente ya a este incognoscible … la indigencia de lo divino … suscita en el alma, naturalmente inclinada a la religión, cierto sentimiento especial, que tiene por distintivo el envolver en sí mismo la propia realidad de Dios, bajo el doble concepto de objeto y de causa íntima del sentimiento, y el unir en cierta manera al hombre con Dios”.
¡Escuchamos bien! “La propia realidad de Dios” dentro del hombre mismo; es decir, cada hombre tiene una propia realidad de Dios y Dios es como cada uno lo imagina o lo construye, ciertamente distinto de Dios Verdadero, y distinto del Dios de los demás.
“A este sentimiento llaman fe los modernistas—concluye San Pío X—tal es para ellos el principio de la religión”.
Terrible monstruosidad. Necios que guían a otros necios. San Pablo enseña, al contrario, que nuestra religión no es “como quien busca agradar a hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones” (1 Tesalonicenses II, 4).
Continúa la Encíclica: “Pero no se detiene aquí … el delirio modernista. Pues en ese sentimiento (ellos) … no sólo encuentran la fe, sino que con la fe y en la misma fe, según ellos la entienden, afirman que se verifica la revelación (de Dios) …”
Luego, la revelación de Dios es una revelación a título personal y el entendimiento de esa revelación depende también de una interpretación personal. Así, Dios se puede revelar tanto a un Católico, como a un Protestante, a un Budista como a un Musulmán. Lo que importa es que cada hombre tenga una experiencia propia de Dios.
“De aquí, venerables hermanos … la indistinta significación de conciencia y revelación (son la misma cosa, se concluye). De aquí, por fin, la ley que erige a la conciencia religiosa en regla universal, totalmente igual a la revelación, y a la que todos deben someterse, hasta la autoridad suprema de la Iglesia, ya la doctrinal, ya la preceptiva en lo sagrado y en lo disciplinar”.
¡Esto es terrible! Las consciencias individuales hacen de autoridad suprema de la Iglesia, y la Iglesia está obligada a obedecer a una especie de democracia de consciencias individuales en la que cada una puede y debe hacer valer sus derechos emanados de la experiencia de la propia revelación de Dios.
Continúa San Pío X: “Tenemos así explicado el origen de toda religión, aun de la sobrenatural: no son sino aquel puro desarrollo del sentimiento religioso. Y nadie piense que la católica quedará exceptuada: queda al nivel de las demás en todo. Tuvo su origen en la conciencia de Cristo, varón de privilegiadísima naturaleza, cual jamás hubo ni habrá, en virtud del desarrollo de la inmanencia vital, y no de otra manera”.
“¡Estupor causa oír—dice San Pío X—tan gran atrevimiento en hacer tales afirmaciones, tamaña blasfemia! ¡Y, … católicos hay, más aún, muchos entre los sacerdotes, que claramente publican tales cosas y con tales delirios presumen restaurar la Iglesia!”
“No se trata ya del antiguo error que ponía en la naturaleza humana cierto derecho al orden sobrenatural. Se ha ido mucho más adelante, a saber: hasta afirmar que nuestra santísima religión, lo mismo en Cristo que en nosotros, es un fruto propio y espontáneo de la naturaleza. Nada, en verdad, más propio para destruir todo el orden sobrenatural”. Es decir, la religión, y Dios, quedan atrapados en la esfera de nuestra propia naturaleza corrompida.
“Por lo tanto, el concilio Vaticano, con perfecto derecho, decretó: ‘Si alguno dijere que el hombre no puede ser elevado por Dios a un conocimiento y perfección que supere a la naturaleza, sino que puede y debe finalmente llegar por sí mismo, mediante un continuo progreso, a la posesión de toda verdad y de todo bien, sea excomulgado’”.
Y así, el dogma, es decir aquellas verdades que la Iglesia nos manda creer, para el modernista, no encierran una verdad absoluta, sino relativa a sí mismo, el resultado de sus propias creencias individuales, y, en consecuencia, puede ser adaptado (o cambiado) según su conciencia.
“No sólo puede desenvolverse y cambiar el dogma (según cada creyente lo adapte a su sentimiento), sino que debe (cambiar); tal es la tesis fundamental de los modernistas, que … fluye de sus principios”.
“… Y cuando, por cualquier motivo, cese esta adaptación, (por la que los dogmas) pierden su contenido primitivo … no habrá otro remedio (más) que cambiarlos”. Se trata, luego, de una clara manipulación del dogma.
Así, como ejemplo, el Dogma de la Infalibilidad Papal es cambiado convenientemente si a alguien le interesa justificar a los “Papas” del Vaticano II. Para justificarlos dicen que un “Papa” puede caer en herejía, o que un “Papa” puede serlo “materialmente”, aun cuando no lo sea “formalmente”.
Aberraciones como éstas son desenmascaradas por el correcto entendimiento del dogma de la Infalibilidad Papal, cuya inferencia dice precisamente que un Papa no puede caer en la herejía, o ser considerado solamente “materialmente”, por estar protegido por el Espíritu Santo.
O las aberraciones de Bergoglio, tal como que la Santísima Virgen no fue concebida sin pecado original, sino que se hizo santa, como otro santo.
“¡Cúmulo … infinito de sofismas, con que se resquebraja y se destruye toda la religión!”, concluye San Pío X.
“Ciegos, ciertamente, y conductores de ciegos, que, inflados con el soberbio nombre de ciencia, llevan su locura hasta pervertir el eterno concepto de la verdad, a la par que la genuina naturaleza del sentimiento religioso: para ello han fabricado un sistema ‘en el cual, bajo el impulso de un amor audaz y desenfrenado de novedades, no buscan dónde ciertamente se halla la verdad y, despreciando las santas y apostólicas tradiciones, abrazan otras doctrinas vanas, fútiles, inciertas y no aprobadas por la Iglesia, sobre las cuales —hombres vanísimos— pretenden fundar y afirmar la misma verdad (Gregorio XVI, enc. Singulari Nos, 25 junio 1834)”, palabras que concuerdan con San Pablo:
“Porque vendrá el tiempo en que no soportarán más la sana doctrina, antes bien con prurito de oír se amontonarán maestros con arreglo a sus concupiscencias. Apartarán de la verdad el oído, pero se volverán a sus fábulas” (2 Timoteo IV, 3-4).
“Tal es, venerables hermanos, el modernista como filósofo”. Herejes, enemigos de Cristo. Y ¿Qué hará Jesús con ellos “cuando venga” (San Lucas XII, 40)? “En el día que menos esperan, y en la hora que nadie sabe, vendrá y los partirá en dos, (porque) no creyeron” (San Lucas XII, 46).
El estallido de la guerra mundial del año 1914 hirió de muerte el paternal corazón de San Pío X, y su alma voló al premio celestial el 20 de agosto de ese mismo año. La fama de sus virtudes y milagros le valió la canonización bajo el Papa Pío XII.
Como San Pablo, San Pío X “(nunca) buscó el elogio de los hombres … y se complació en darnos no solamente el Evangelio de Dios, sino también su propia vida, por cuanto le éramos muy queridos” (1 Tesalonicenses II, 6.8).
Por este amor para con su grey, no guardó silencio ante el dañoso morbo de los tiempos, la defección y alejamiento de Dios (apostasía), y, como San Pedro, le dijo a Jesús: “‘Señor … Tú sabes que te quiero’ … Y le contestó: “Apacienta mis ovejas’” (San Juan XXI, 17).
La humildad de San Pío X previó que la humanidad inexorablemente iría a la apostasía: “Pues he aquí que cuantos de Ti se apartan perecerán; Tú destruyes a todos los que se prostituyen, alejándose de Ti” (Salmo 73, 27).
Fue su deber hablar, y proponer que “todo sea instaurado en Cristo”, y fue fiel a su lema hasta la muerte. Amén.
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San Pío X (Patrono de la Capilla en Bogotá Colombia) – 2023-09-03 – 1 Tesalonicenses II, 2-8 – San Juan XXI, 15-17 – Conmemoración del Domingo XIV post Pent – Gálatas V, 16-24 – San Mateo VI, 24-33 – Padre Edgar Díaz