San Pío X |
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Los errores filosóficos de los modernistas, así como fueron explicados por San Pío X en su Encíclica “Pascendi”, no se entenderían del todo si no dijéramos que fueron introducidos en la Iglesia por la judeo-masonería, judíos que no van a dejar de insistir en su maldad y en su continuo ataque a la Iglesia, desde todos los puntos, pero principalmente desde su interior.
Lo que verdaderamente persiguen es la destrucción de la Iglesia, hasta llegar a matar a los Dos Testigos, y a San Juan, cuando aparezca y se muestre realmente el Anticristo que ya reina sobre el mundo. Pero sabemos muy bien que después de esto ocurrirá la conversión de los judíos quienes, junto con nosotros, contemplarán la Venida de Nuestro Señor Jesucristo.
En realidad, el “modernismo” es el último intento de la judeo-masonería en contra de la Iglesia Católica, y, esto es, porque estamos en los últimos tiempos, y ya no quedan más cartas que jugar.
El primer intento de daño a la Iglesia está basado en la acusación que concierne al primer papa, San Pedro mismo. ¿No fue San Pedro amonestado por San Pablo por haber puesto en peligro la sana doctrina? (Gálatas II, 11), dice el modernismo.
Desde el comienzo del cristianismo, ciertos falsos hermanos intentaron judaizar la Iglesia. “Falsos hermanos se habían introducido por sorpresa (en la Iglesia), y se habían deslizado furtivamente entre nosotros, para observar la libertad que tenemos en Jesucristo, y para reducirnos a servidumbre”, sujetándonos de nuevo al yugo de las prescripciones legales judaicas (Gálatas II, 4). Estos falsos hermanos exigieron a los paganos convertidos al cristianismo que observaran también las prescripciones de la ley del Antiguo Testamento.
En el concilio de Jerusalén, San Pedro dijo que no era necesario obligar a los paganos a esta observancia: Los participantes del concilio se ajustaron a la opinión del primer papa (Hechos de los apóstoles XV, 1 – 29; Gálatas II, 1 – 6).
San Pedro deja Jerusalén para ir a Antioquía. Él no observaba más las prescripciones legales del judaísmo. Pero un tiempo después, arribaron a Antioquía cristianos de origen judío que venían de Jerusalén, que practicaban todavía la ley antigua. De resultas, San Pedro come con ellos a la manera judía, para no ofenderlos. Esto le valió una censura de parte de San Pablo.
San Pablo mismo relata en su epístola a los Gálatas, cómo se desarrolla el incidente de Antioquía. Citamos esta epístola agregando entre paréntesis algunas explicaciones.
“Cuando Kephas (San Pedro) vino a Antioquía”, cuenta San Pablo, “yo le resistí en cara, porque él era reprensible. Pues, antes que algunas gentes (= cristianos de origen judío que practicaban todavía las prescripciones judaicas) del entorno de Santiago (obispo de Jerusalén) hubieran arribado, él comía (indiferentemente toda suerte de viandas) con los gentiles (convertidos); pero después de su arribo, él se retira y se separa (de los gentiles); temiendo (escandalizar) a los circuncisos, (a los cuales este uso de comidas prohibidas por la ley parecía un gran crimen). Y los otros judíos lo imitaron en su disimulación, al punto de arrastrar a Bernabé mismo a disimular con ellos.
Pero cuando vi—dice San Pablo—que ellos no marchaban derecho según la verdad del Evangelio (que era ofendido por esta fingida observación de las ceremonias de la ley), dije a Kephas delante de todo el mundo: “Si tú, siendo que eres judío vives como los gentiles y no según la ley judía, ¿cómo puedes (por tu ejemplo) llevar a los gentiles a judaizar? (…) El hombre no se justifica por las obras de la ley (antigua), sino solamente por la fe en Jesucristo” (Gálatas II, 11 – 16).
Destacamos en principio que San Pedro no enseña que haya que judaizar, sino que tuvo simplemente un comportamiento en ese sentido (San Pablo dice: “no marchaba” según el Evangelio; no dice que “no enseñaba” según el Evangelio).
Esto lo subrayaba ya en el siglo III el escritor eclesiástico Tertuliano (De la prescripción contra los herejes, cap. 23): San Pedro cometió allí “un error de procedimiento y no de doctrina”. Por otra parte, fue por miedo de escandalizar a los cristianos de origen judío que él actuó así, como lo prueba la expresión “por temor”. La palabra “disimulación” indica que él no mostraba su verdadera convicción, que era ortodoxo.
Hoy el modernismo se sirve de este episodio para desprestigiar a San Pedro, diciendo que cayó en herejía, y usándolo como ejemplo para justificar el daño que están haciendo a la Iglesia.
En realidad, lo de San Pedro, solo fue un error de procedimiento, y no de herejía, es decir, de falsa doctrina. Hay en el modernismo un mal espíritu que a toda costa quiere hacer creer que un Papa puede caer en herejía para justificar precisamente al Vaticano II. De esta manera se va en contra del Dogma de la Infalibilidad, como así también cuando no obedecemos al Santo Padre (en particular Pío XII), y recurrimos a la epiqueya para refugiar en ella nuestros gustos.
Dice San Pio X: “Cuando se ama al Papa, no se entablan discusiones en torno a lo que él dispone o exige, o hasta donde debe llegar la obediencia y en qué cosas se debe obedecer; cuando se ama al Papa, no se dice que no ha hablado bastante claro, como si estuviera obligado a repetir al oído de cada uno la voluntad claramente expresada tantas veces no sólo de palabra, sino con cartas y otros documentos públicos; ¿no se ponen en tela de juicio sus órdenes aduciendo el fácil pretexto de quien no quiere obedecer: que no es el Papa el que manda, sino los que le rodean; no se limita el campo en que puede y debe ejercer la autoridad; no se antepone a la autoridad del Papa la de otras personas aún doctas que disienten del Papa, las cuales, si son doctas, no son santas, porque el que es santo no puede disentir del Papa?” Extracto de un discurso del Papa San Pío X a los sacerdotes de la Unión apostólica (18-XI-1912). (AAS 4 (1912), p. 693-695).
El segundo intento de la judeo-masonería en contra de la Iglesia es borrar de la mente del cristiano la verdad de que Jesús vendrá en carne a Reinar sobre la tierra en su Parusía: “Porque han salido al mundo muchos impostores, que no confiesan que Jesucristo viene en carne. En esto se conoce al seductor y al Anticristo” (2 Juan I, 7).
Ya nadie se convierte por buscar la verdad, y los que se convierten es por pura gracia de Dios. Se acabó ya el tiempo de los gentiles y solo queda amar la venida de Nuestro Señor, y los que no la aman, porque no la esperan y no la predican, no están con el Señor.
Los sacerdotes de los últimos tiempos debemos dedicarnos a predicar sobre su Venida en Carne, para que todos aquellos de buena voluntad se inclinen a esperarlo: “Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, que en aquel día me dará el Señor, el juez justo; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo IV, 8). San Nicolás de Tolentino dijo que la tarea más difícil para un predicador es preparar a las almas para enfrentar los últimos tiempos.
Luego, el “modernismo” es el último ataque, el camuflaje, el arma secreta con la que se entró en la Iglesia para atacar como fin último estos dos puntos críticos de nuestra fe: la Infalibilidad del Papa, y la Venida en carne de Nuestro Señor Jesucristo.
Los hijos del diablo, la Sinagoga de Satanás, quiere borrar con su mal espíritu estas dos enseñanzas cruciales de nuestra verdadera fe, y este ataque viene del interno de la Iglesia: es el caso de los sacerdotes de la Fraternidad de Pío X, y otros sacerdotes de la tradición.
El dilema de los modernistas es: ¿Agradar a Dios o agradar a los hombres?
Lo único que puede mantener vivas a las almas en este tiempo es el mensaje del Apocalipsis, el fin último del libro del Apocalipsis, y sus últimas palabras: ¡Ven, Señor, no tardes!
No nos cansaremos de repetir esta verdad.