El hijo de la viuda de Nain - Wilhelm Kotarbinski (1848-1921) |
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La gente anhela la perfección en un mundo imperfecto y la vindicación de los justos en un mundo de injusticia. Éste es un ingrediente básico del corazón, la mente, y el espíritu humano. Todos los profetas del Antiguo Testamento estaban convencidos de este anhelo de perfección y de vindicación.
Eran vehementes en denunciar la perversión y la injusticia, mientras que esperaban el tiempo cuando, según el Profeta Isaías: “un rey reinará en justicia, y príncipes gobernarán con rectitud. Cada uno será como abrigo contra el viento, y como refugio contra la tempestad; como ríos de agua en tierra árida, y como sombra de una gran roca en tierra caliente” (Isaías XXXII, 1-2). Ese tiempo será el Reino de Dios en la tierra.
Pero los judíos del Antiguo Testamento no entendieron que este piadoso Rey profetizado por Isaías, que saciará el anhelo de perfección y vindicación de todo corazón humano, iba a tener dos venidas al mundo: una humilde, la otra gloriosa. Se negaban a aceptar que un Rey tuviera un origen humilde, y por eso, concluyeron que el Mesías-Rey enviado por Dios serían dos personas diferentes, lo que es una herejía.
No entendieron que este Rey no reinaría sobre el mundo en su Primera Venida sino recién a partir de su Segunda Venida, el Reino de Dios en la tierra, una era de admirable prosperidad, no solamente para Judá, sino también para el mundo entero.
Isaías divisó al Rey Jesús en lontananza, quien reunirá de nuevo a los hijos de Judá e Israel, nunca antes reunidos desde el cisma de Israel, para formar un solo Reino dentro de la Iglesia Católica. Esta reunificación no será sino a través de un gran acontecimiento de la historia de la humanidad: la conversión de los judíos y su integración a la Iglesia Católica.
Hasta que este evento no suceda no habrá perfección en el mundo, y no habrá vindicación de los justos, ya que la Sinagoga de Satanás, la judeo-masonería, es quien controla y es amo del mundo, un amo que quiere destruir al mundo.
La conversión del pueblo judío está profetizada en el libro del Apocalipsis: “Y Ella (la mujer que representa a Israel) dio a luz a un hijo varón (Jesús, la conversión de Israel a Jesús), el que apacentará todas las naciones con cetro de hierro; y el hijo fue arrebatado para Dios y para el trono suyo” (Apocalipsis XII, 5).
Los que ven en la mujer a Israel, como esposa repudiada y perdonada de Yahvé (cf. Isaías 54, 1 ss.), sostienen que ella dará a luz espiritualmente a Cristo el día de su conversión (cf. Apocalipsis XI, 13) después de haberlo dado a luz prematuramente, sin estar preparada para recibirlo, cuando “Él vino a su propia casa y los suyos no lo recibieron” (San Juan I, 11).
Fillion, basándose en Primasio, también explica que este dar a luz en el desierto es imagen de un nacimiento espiritual. Por lo cual, el recién nacido no es el Cristo en su humillación tal como apareció en Belén, sino el Mesías omnipotente y Rey del mundo entero, es decir, Cristo en su Segunda Venida.
El Evangelio de hoy, aunque en sentido acomodaticio, presenta una imagen de esta Segunda Venida. El joven muerto representa al pueblo judío muerto—por así decir—por la muerte de su fe en el Mesías, la Primera vez que vino: “he ahí que era llevado fuera un difunto” (San Lucas VII, 12).
Indica Fillon que Jesús tomó posesión del difunto, se lo arrebató a la muerte, y se lo dio a la Iglesia: “al verla, el Señor movido de misericordia hacia ella (Iglesia), le dijo: ‘No llores’ … Y el (que había estado) muerto, (el pueblo judío no convertido) se incorporó y se puso a hablar. Y lo devolvió a la madre (es decir, se convirtió y entró en la Iglesia)” (San Lucas VII, 13.15).
Luego, este Rey, será quien saque a Israel de la angustiosa apretura en que se halla, abatiendo con la ayuda de San Miguel al dragón rojo que le acosa (para que el pueblo judío no se convierta): “El dragón se colocó frente a la mujer (Israel) que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo (Jesús, quien le quitará de sus garras al pueblo judío) … (pero) Miguel y sus ángeles pelearon contra el dragón … (y el dragón y sus ángeles) no prevalecieron …” (Apocalipsis XII, 4-8).
Uno de los sucesos que ocurrirán en la Parusía de Nuestro Señor es la resurrección de los santos. La resurrección de muertos es una de las formas de milagros más elevada de Nuestro Señor: “los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, y los muertos resucitan” (San Mateo XI, 4-5; San Lucas VII, 12), pues resucitar muertos es la más extraordinaria manifestación de su poder.
Así como en los milagros de Nuestro Señor sucedió que las enfermedades, las malas voluntades humanas, la naturaleza o los demonios se vieron obligados a inclinarse ante su autoridad, la muerte misma también se verá obligada a abdicar y a devolver ante una orden suya lo que ella creía haber tomado para siempre. Es el mayor triunfo, nuestra esperanza. Tal es así porque Él es el “Príncipe de la vida” (Hechos de los Apóstoles III, 15).
En su Segunda Venida, a una sola orden de Jesús los muertos resucitarán. Pero en su Primera Venida, como todos los demás milagros, la resurrección de los muertos era destinada a mostrar que Él era el Enviado de Dios. A comienzos del segundo siglo de la Iglesia, aún se podían ver los resucitados por Jesús caminando por las calles, según nos relatan Quadrato, San Papías, San Justino y Orígenes.
Y así como con tan solo una Palabra Jesús somete a la muerte bajo su dominio y potestad, ordenando la resurrección de los muertos, así con tan solo un acto de su misericordia logrará la conversión de los judíos en su Segunda Venida, lo cual significa que tendrán que reconocer y manifestar que fueron ellos quienes lo crucificaron, punto doloroso que niegan actualmente.
Los rabinos en el Antiguo Testamento estaban conscientes de que los Profetas predecían que el Mesías sería tanto humillado como exaltado. Y sin embargo, los judíos de su tiempo no quisieron reconocerlo en su humillación, pues solo esperaban su exaltación.
Fallaron en reconocer que el Mesías habría de expiar los pecados del pueblo primero y luego volvería como el Exaltado para establecer su Reino. Este concepto, por supuesto, lleva inevitablemente a concluir que Jesús es el Mesías, y que vendría a la tierra dos veces, una verdad que se les escapó a los judíos tanto en el pasado como en el presente.
Un Mesías habría de venir en dos diferentes tiempos con dos propósitos diferentes. Habría de venir primero como el Salvador Sufriente para expiar los pecados del pueblo y traer paz a los que se arrepientan y reciban la expiación con fe. Y después como el Exaltado, comenzando una era de perfección y vindicación. Pero ellos prefirieron seguir su propio esquema de dos Mesías diferentes: uno sufriente, el otro exaltado.
De esta herejía judía—distinción de dos Mesías—se sirve la judeo-masonería para cubrirse de haber crucificado al Mesías en su Primera Venida, culpa que no quieren reconocer, y, por eso, infiltrados en la Iglesia a través del modernismo lograron hacer que ésta tome partido en esta posición.
Para ejemplificar, veamos las atrocidades del Vaticano II con el antipapa Juan XXIII, rindiendo pleitesía a la judeo-masonería. Justo antes de su muerte, Juan XXIII compuso la siguiente oración por los judíos. Esta oración fue confirmada por el Vaticano II como siendo la obra de Juan XXIII:
“Hoy nos damos cuenta cuán ciegos hemos sido a lo largo de los siglos y cómo no apreciamos la belleza del pueblo elegido o las características de nuestros hermanos favorecidos. Somos conscientes de la marca divina de Caín colocada en nuestra frente”.
“En el curso de los siglos, nuestro hermano Abel ha estado tendido sangrando y llorando sobre la tierra por nuestra culpa, porque nos habíamos olvidado de Tu amor. Perdona nuestra condena injustificada de los judíos. Perdónanos por crucificar a los que te crucificaron. Por segunda vez, perdónanos. No sabíamos lo que hacíamos”.
Juan XXIII dice que los judíos siguen siendo el pueblo escogido, lo que es herético. La frase “pérfidos judíos” era la expresión usada por los católicos en la liturgia del Viernes Santo hasta que Juan XXIII la eliminó en 1960. La palabra pérfido significa “infiel”.
El Viernes Santo de 1963, el cardenal que fue el celebrante en San Pedro dijo las antiguas palabras (pérfidos judíos) por fuerza de la costumbre. Juan XXIII sorprendió a los fieles cuando lo interrumpió diciéndole “dilo de la nueva manera”, todos somos hijos del mismo Dios, lo cual es blasfemia.
Otra de las aberraciones que dijo Juan XXIII es la siguiente: “Si yo hubiese nacido musulmán, creo que siempre habría seguido siendo un buen musulmán, fiel a mi religión, todos somos hijos del mismo Dios”, lo cual es una blasfemia.
Uno de los primeros actos de Juan XXIII fue recibir en audiencia al musulmán Sha de Irán. Cuando éste estaba por retirarse, Juan XXIII le dio su bendición, que había reformulado delicadamente para evitar ofender los principios religiosos mahometanos: “Que el más abundante favor de Dios todopoderoso sea contigo”.
El 18 de julio de 1959, suprimió la siguiente oración: “Se tú el Rey de todos aquellos que todavía están envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islam”. En su breve apostólico del 17 de octubre de 1925, el papa Pío XI había ordenado que esta oración sea recitada públicamente en la fiesta de Cristo Rey.
Juan XXIII quitó del calendario a una serie de santos, entre ellos, Santa Filomena. Bajo el papa Gregorio XVI, la Sagrada Congregación de los Ritos dio un fallo pleno y favorable a favor de la veneración de Santa Filomena; además, el papa Gregorio XVI otorgó a Santa Filomena el título de “Gran Taumaturga del siglo XIX” y “Patrona del Rosario viviente”. Ella fue canonizada por el mismo papa en 1837.
La canonización de un santo es “una declaración pública y oficial de las virtudes heroicas de una persona y la inclusión de su nombre en el canon (lista o registro) de los santos. Esta sentencia de la Iglesia es infalible e irreformable”.
¿De dónde la Iglesia tendría entonces que pedir perdón a los judíos por haber crucificado a Nuestro Señor? ¡Qué aberración!
Sacerdotes herejes, “codiciosos de vanagloria, (que se) provocan unos a otros, (y se) envidian recíprocamente” (Gálatas V, 26), que no caminan según el Espíritu: “caminemos según el Espíritu (Santo), porque por Él vivimos” (Gálatas V, 25).
A estos sacerdotes habría que decirles: “Cumplid la Ley de Cristo, y deponed de una vez por todas la ley antigua, porque la de Cristo es la Perfecta, es la Verdad”. En estos últimos tiempos más que nunca debemos denunciar a los malos espíritus del error, a los herejes, y a aquellos que estuvieron o están en comunión con los herejes, y que aun no se arrepintieron.
No debemos dejar pasar esto como un simple delito de vanagloria, que no remedian, no sea que “mirándote a ti mismo también caigas” (Gálatas VI, 1). San Pablo es bien claro en esto, porque “Dios no se deja burlar” (Gálatas VI, 7). “No nos cansemos, pues, de hacer el bien … mientras tengamos tiempo, hagamos bien a todos, y mayormente a aquellos que por la fe son de nuestra misma familia” (Gálatas VI, 9-10).
¿Por qué hace San Pablo referencia a la familia? Porque solo las familias verdaderamente católicas podrán amar la Venida de Nuestro Señor, y será el único espacio en donde Dios no permitirá que triunfe el anticristo.
Hoy ya no hay instituciones, congregaciones, ni sociedades en las cuales el modernismo no reine. Esto ya lo vio y lo condenó el gran Santo Papa Pío X en su Encíclica “Pascendi”. Solo él se atrevió a acusar los errores en contra de la verdadera doctrina, algo que les duele a los enemigos de Cristo y su Iglesia.
Nuevamente citamos este precioso texto que contra los falsos doctores escribió San Juan:
“Porque han salido al mundo muchos impostores, que no confiesan que Jesucristo viene en carne. En esto se conoce al seductor y al Anticristo … Todo el que va más adelante y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la doctrina, ése tiene al Padre, y también al Hijo. Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le saludéis. Porque quien le saluda participa en sus malas obras. Muchas cosas tendría que escribiros, mas no quiero hacerlo por medio de papel y tinta, porque espero ir a vosotros, y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido …” (2 Juan 7-13),
revelación más que sorprendente de que este gran profeta estará entre nosotros.
Sorprendente, como todos los que estaban allí presentes quedaron al ver la resurrección del joven, “poseídos de temor, y glorificaron a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta se ha levantado entre nosotros’, y: ‘Dios ha visitado a su pueblo’. Esta fama referente a su persona se difundió por toda la Judea y por toda la comarca circunvecina” (San Lucas VII, 16-17).
Si bien estas palabras se refieren literalmente a la Persona de Jesús, pero puesto que de manera acomodaticia son reflejo de lo que ocurrirá en su Parusía, su Segunda Venida, podemos igualmente aplicarlas al Profeta San Juan que visitará a su pueblo.
En efecto, la continuación del pasaje de San Lucas, que no se lee en la Misa de hoy, dice así: “Los discípulos de Juan (el Bautista) le informaron de todas estas cosas. Entonces, Juan llamando a dos de sus discípulos, los envió a decir al Señor: ‘¿Eres Tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?’ Y llegados a Él estos hombres, le dijeron: ‘Juan el Bautista nos envió a preguntarte: ‘¿Eres Tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?’” (San Lucas VII, 18-20).
Evidentemente, si están presentes delante de Jesús, la pregunta “¿Eres Tú el que ha de venir?” no puede referirse sino a su Segunda venida.
“¿O debemos esperar a otro?” ¡De ninguna manera! El mismo que estaba en su Primera Venida, ante los discípulos del Bautista, es “el que ha de venir” en su Segunda Venida.
No son dos Mesías distintos, sino el mismo con dos venidas distintas. “El que ha de venir” vendrá esta vez como el Rey Exaltado por Jerusalén para traer juicio sobre los injustos y establecer su Reino Mesiánico para siempre.
Si en su Primera Venida tuvo como precursor a San Juan el Bautista, en su Segunda tendrá como precursor, junto con Elías y Moisés, a San Juan Evangelista.
Por eso, y si nos equivocamos nos retractamos, las palabras “‘Un gran profeta se ha levantado entre nosotros” y: ‘Dios ha visitado a su pueblo’” (San Lucas VII, 16), podemos acomodarlas a San Juan Evangelista, quien en su venida representará a toda la Iglesia Católica ante el Mesías.
La Santa Misa de hoy, en su Aleluya, y en su Oración del Ofertorio, ratifica la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo como Rey: “Porque el Señor es Dios grande, y Rey grande sobre toda la tierra” (Salmo 94).
Y para los que aman su venida, “Con ansias aguardé al Señor, y volvió a mí su mirada y oyó mi ruego, y puso en mi boca un nuevo cántico, una canción en loor de nuestro Dios” (Salmo 39). Un nuevo cántico como nueva será la humanidad después de la Parusía.
Jesús reinará y “rociará a muchas naciones; y ante Él los reyes (de las naciones) cerrarán la boca, al ver lo que no les había sido contado, al contemplar lo que nunca habían oído” (Isaías 52, 15).
Ven pronto, Señor Jesús. Amén.
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Dom XV post Pent – 2023-09-10 – Gálatas V, 25-26; VI 1-10 – San Lucas VII, 11-16 – Padre Edgar Díaz