sábado, 30 de septiembre de 2023

El Salmo 109 (Continuación) - El Sumo y Eterno Sacerdote - Padre Edgar Díaz

Melquisedec, sacerdote y rey de Jerusalén

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San Pablo, en la Epístola a los Hebreos, es el gran intérprete del Salmo 109 y especialmente de este pasaje: “Yahvé lo juró y no se arrepentirá: ‘Tú eres Sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec’” (Salmo 109 [110], 4), al que dedica casi íntegramente seis capítulos, citándolo constantemente para armonizarlo con el versículo 1: “Salmo de David. Oráculo de Yahvé a mi Señor: ‘Siéntate a mi diestra, hasta que Yo haga de tus enemigos el escabel de tus pies’” (Salmo 109 [110], 1).

Y también para armonizarlo con el Salmo 2, 7: “‘¡Yo promulgaré ese decreto de Yahvé!’ Él me ha dicho: ‘Tú eres mi Hijo, Yo mismo te he engendrado en este día’” (Salmo 2, 7) (cf. Hebreos V, 5 s.), lo que muestra una vez más la correlación de las profecías contenidas en ambos salmos (el 109 y el 2).

Revela así el Salmo 109 maravillosamente el celestial sacerdocio de Cristo, que no se arrogó Él, sino que esperó a que el Padre se lo diera: “Y nadie se toma este honor sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. Así Cristo no se exaltó a Sí mismo en hacerse Sumo Sacerdote, sino Aquel que le dijo: ‘Mi Hijo eres Tú, hoy te he engendrado’. Así como dice también en otro lugar: ‘Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec’” (Hebreos V, 4-6).

Y así “una vez perfeccionado (Jesús por su Pasión) vino a ser causa de sempiterna salud para todos los que le obedecen, siendo constituido por Dios Sumo Sacerdote a la manera de Melquisedec” (Hebreos V, 9 s.), es decir, con un sacerdocio para siempre porque su vida es indestructible (cf. Hebreos VII, 16), dado que Él, resucitado, ya no puede morir como morían los demás sacerdotes (Hebreos VII, 23). 

Él permanece para siempre (cf. Hebreos VII, 24; Romanos VI, 9; 1 Timoteo VI, 16): “No temas: Yo soy el primero y el último y el viviente; estuve muerto, y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo” (Apocalipsis I, 18). Yo soy “Aquel que es, y que era, y que viene … Ved viene con las nubes …” (Apocalipsis I, 5.7).

Y vive para interceder por nosotros (cf. Hebreos VII, 25; IX, 24), “sentado a la diestra del Padre” (Salmo 109 [110], 1 y 5; cf. Hebreos VIII, 1) como Ministro del Santuario celestial (cf. Hebreos VIII, 2; IX, 11 y 24).

Y Mediador del Testamento nuevo (cf. Hebreos VIII, 6-13; IX, 15; X, 15-18), lo cual exigía la previa muerte del testador (el que hace el testamento) (cf. Hebreos IX, 16 s.).

Y como el sacerdocio requiere víctima que ofrecer (cf. Hebreos VIII, 3), Él ofrece su Sangre (cf. Hebreos IX, 14), pues “como Sumo Sacerdote de los bienes venideros... por la virtud de su propia sangre entró una vez para siempre en el Santuario, después de haber obtenido redención eterna” (Hebreos IX, 11-12). 

Por lo cual “hemos sido santificados una vez para siempre por la oblación del Cuerpo de Jesucristo” (Hebreos X, 10), quien, “ofreciendo por los pecados un solo sacrificio” (Hebreos X, 12), a diferencia de los antiguos sacerdotes que sacrificaban víctimas cada día, “para siempre está sentado a la diestra de Dios aguardando lo que resta (la Parusía) para que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies” (Hebreos 10, 12-13).

San Pablo explica que la omnímoda potestad que pertenece a Jesús no se ejerce ahora plenamente: “Al presente, empero, no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas” (Hebreos II, 8). Es que Jesús anunció que la cizaña estaría mezclada con el trigo hasta el fin del siglo, no obstante hallarse Él desde ahora coronado de gloria a la diestra del Padre.

En fin, San Pablo muestra a los Hebreos cuán grande es la significación de este versículo 4 del Salmo 109 que él llama “juramento posterior a la Ley” (Hebreos VII, 28) y merced al cual tenemos “confiado acceso al Santuario celestial” (Hebreos X, 19) para recurrir al “gran Sacerdote establecido sobre la casa de Dios” (Hebreos X, 21), al cual, dice, “lleguémonos con corazón sincero, en plenitud de fe” (Hebreos X, 22) y caridad de unos con otros (Hebreos X, 24) y “confesión de nuestra esperanza” en su gloriosa venida (Hebreos X, 23 y 25).

San Pablo también muestra en la Epístola a los Hebreos la admirable figura de Cristo que fue Melquisedec, sacerdote y rey de Salem o Jerusalén, de paz y de justicia. Su sacerdocio fue distinto del de Aarón, no obstante las promesas hechas a éste y a sus descendientes, porque ellos murieron, en tanto que Melquisedec “vive” (Hebreos VII, 8) y “permanece sacerdote a perpetuidad” (Hebreos VII, 3).

Bien, todo lo dicho hasta aquí concierne a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y los sacerdotes que Él ha escogido como tal solo tenemos una participación de su eterno y sumo sacerdocio.

¿Por qué tan pocos responden hoy al llamado de Dios al sacerdocio? La respuesta la debemos encontrar en la descripción que hace San Pablo de los últimos tiempos y el estado calamitoso de la humanidad.

Y dice así: “Has de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán amadores de sí mismos y del dinero, jactanciosos, soberbios, maldicientes, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, inhumanos, desleales, calumniadores, incontinentes, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traidores, temerarios, hinchados, amadores de los placeres más que de Dios” (2 Timoteo III, 1-4). 

No serán capaces de conocer la verdad, ni tendrán las características que hacen apto a un joven para ser sacerdote. Éste estado de corrupción es debido a la influencia contagiosa del demonio que se propaga hoy de una manera alarmante. 

Con hambre y sed de espiritualismo los jóvenes corren inquietos sin encontrar la respuesta adecuada por no someterse humildemente ante Dios, que se nos revela por medio de la Iglesia. El mundo actual es totalmente víctima del demonio, y el llamado al sacerdocio no está exento de esta maligna influencia.

La vocación a ser sacerdote es un llamado de Dios, pero depende de nuestra respuesta. Dios quiere ver qué respuesta le da el joven y, por eso, le deja oscuro sin tener muy en claro si tiene vocación al sacerdocio o no. Lamentablemente, muchos de los que son actualmente llamados no aceptan esa gracia, y, por eso, terminan siendo desgraciados y tristes.

Un ejemplo que puede ilustrar la decadencia humana es lo que San Gregorio dice de la higuera infructuosa (cf. San Mateo, XXI, 18-22).

Jesús, después de haber estado tres años entre sus discípulos, “todavía tuvo que quejarse de no encontrar fruto en la higuera, por causa de algunas mentes degradadas, que la voz innata de la ley natural no controla, que los mandamientos no enseñan y que las maravillas de la Encarnación misma no convierten”.

Nos sorprendió sobremanera esta última expresión. Aun presentándoles las maravillas de la Encarnación no se convierten. Tal es el lamentoso estado de la humanidad hoy. 

Sin embargo, Hasta que Nuestro Señor venga seguirá habiendo llamado al sacerdocio por parte de Dios: “Porque cuantas veces comáis este pan y bebáis el cáliz (la Santa Misa), anunciad la muerte del Señor hasta que Él venga” (1 Corintios XI, 26). 

Se concluye, junto con Fillion, que la Santa Misa (y, por ende, el sacerdocio) subsistirá hasta la segunda venida de Cristo, porque entonces habrá “nuevos cielos y nueva tierra” (2 Pedro III, 13).

Luego, la Parusía marca un antes y un después, y el hecho más importante de los momentos inmediatamente previos es que la atención de Dios se volverá una vez más hacia el pueblo hebreo. Antes de la Parusía algunos judíos se convertirán gracias a la labor de Elías, quien, por lógica conclusión, deberá ser ordenado sacerdote.

El profeta Elías volverá al fin para convencer a los judíos de pecado (cf. Malaquías IV, 6), y, según los Santos Padres, la segunda venida del gran profeta no solamente convertirá a los judíos, sino que hará florecer también en la Iglesia la antigua piedad. Se acabará, entonces, el estado de corrupción en el que se encuentra.

Al respecto, el Sirácida dice: “Tú (Elías) estás escrito (determinado en las Santas Escrituras) en los decretos de los tiempos (la Parusía), para aplacar el enojo del Señor, reconciliar el corazón de los padres con los hijos, y restablecer las tribus de Jacob. Dichosos los que te vieron y fueron honrados con tu amistad” (Sirácida 48, 10-11).

El tiempo de los gentiles va a cumplirse (a acabarse): “Jerusalén será pisoteada por gentiles hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido” (San Lucas XXI, 24), esto es, va a terminar con la conversión de Israel, y el advenimiento del Supremo Juez. Los judíos habrán hecho penitencia y reconocido a Jesús como el Mesías y se convertirán. 

La conversión de los judíos está profetizada por San Pablo, y, entonces, comenzará una nueva era para la humanidad: “Porque si vosotros (los gentiles) fuisteis cortado de lo que por naturaleza era oleastro (olivo de baja calidad), y contra naturaleza injertado en el olivo bueno, ¿cuánto más ellos, que son las ramas naturales, serán injertados (la conversión de los judíos) en el propio olivo?” (Romanos XI, 24). 

Por eso, “Dios ha bajado y el hombre ha subido; el Verbo (la palabra) se hizo carne para levantar al hombre y llevarlo a la diestra de Dios”, comenta San Ambrosio, y “para que sepáis que tiene poder el Hijo del hombre, sobre la tierra, de perdonar pecados” (San Mateo IX, 6).

Es la labor suprema del sacerdocio eterno de Nuestro Señor Jesucristo: “En todo habéis sido enriquecidos en Él, en toda palabra y en todo conocimiento … Por tanto no quedáis inferiores en ningún carisma” (1 Corintios I, 5.7). 

Mientras tanto “aguardáis la revelación de Nuestro Señor Jesucristo (su Parusía); el cual os hará firmes hasta el fin e irreprensibles en el día de Nuestro Señor Jesucristo (su Parusía)” (1 Corintios I, 7-8), nos dice San Pablo en la Epístola de hoy.

Nuestro Señor disfruta ya como Sacerdote para siempre a su derecha esperando que el Padre le ponga sus enemigos a sus pies en la Parusía. 

Y el sacerdote es quien disfruta junto con Jesús el esperar que Dios le ponga todos sus enemigos bajo sus pies. Amén.

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Dom XVIII post Pent – 2023-10-01 – 1 Corintios I, 4-8 – San Mateo IX, 1-8 – Padre Edgar Díaz – El Salmo 109 (Continuación – El Sumo y Eterno Sacerdote).