La Santa Misa de San Gregorio Magno - Maestro del Portillo |
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Los sacerdotes que Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, ha escogido solo tenemos una participación de su eterno y sumo sacerdocio. La vocación a ser sacerdote es un llamado de Dios, y, como tal, una participación del Sacerdocio de Jesucristo. Es, por tanto, una sublime vocación.
No se arrogó Nuestro Señor el celestial sacerdocio, sino que esperó a que el Padre se lo diera: “Y nadie se toma este honor sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. Así Cristo no se exaltó a Sí mismo en hacerse Sumo Sacerdote, sino Aquel que le dijo: … ‘Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec’” (Hebreos V, 4-6).
Pero ese llamado de Dios depende de nuestra respuesta. Dios quiere ver qué respuesta le da el joven a quien llama y, por eso, le deja oscuro sin tener muy en claro si tiene vocación o no. Lamentablemente, muchos de los que son actualmente llamados no aceptan esa gracia, y, por eso, terminan siendo desgraciados y tristes.
¿Por qué tan pocos hoy responden al llamado de Dios al sacerdocio? La respuesta tiene un doble aspecto.
Por un lado, un aspecto negativo, es el estado calamitoso de la humanidad en los últimos tiempos, según San Pablo describe. Por otro lado, un aspecto positivo, es la certeza de que Dios no nos dejará sin sacerdotes, aunque escasos, hasta la Parusía.
Comenzamos con el aspecto negativo. San Pablo describe los últimos tiempos así: “Has de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán amadores de sí mismos y del dinero, jactanciosos, soberbios, maldicientes, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, inhumanos, desleales, calumniadores, incontinentes, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traidores, temerarios, hinchados, amadores de los placeres más que de Dios” (2 Timoteo III, 1-4).
No serán capaces de conocer la verdad, ni tendrán las características que hacen apto a un joven para ser sacerdote. El mundo actual es totalmente víctima del demonio, y el llamado al sacerdocio no está exento de esta maligna influencia. Un ejemplo que puede ilustrar esta decadencia es lo que San Gregorio dice de la higuera infructuosa (cf. San Mateo, XXI, 18-22).
Jesús, después de haber estado tres años entre sus discípulos, “todavía tuvo que quejarse de no encontrar fruto en la higuera, por causa de algunas mentes degradadas, que la voz innata de la ley natural no controla, que los mandamientos no enseñan y que las maravillas de la Encarnación misma no convierten”.
Nos sorprendió sobremanera esta última expresión. Aun presentándoles las maravillas de la Encarnación no se convierten. Tal es el lamentoso estado de la humanidad hoy.
Ya convenimos que la vocación al sacerdocio es algo de Dios. Es su propia elección y llamado y no una elección o prerrogativa del hombre.
La mente moderna es muy individualista y el liberalismo la ha destruido aún más, al punto de hacer creer a un joven que es él quien decide ser sacerdote. El que decide es Dios y al joven le toca solamente tratar de ver si en su misericordia Dios lo ha llamado.
Somos todos miserables; nadie es digno de tocar las cosas santas. Los seres humanos somos demasiado poca cosa para estar en las cosas de Dios. Pero, a pesar de eso, Dios elige, porque nos necesita para salvar a los seres humanos, y así hacer valer el fruto de la redención.
Nos toca, entonces, tratar de descubrir si tal vez haya o no esa elección, o llamado, o vocación y tener la generosidad para seguirlo y hacerlo. Debe haber sí o sí generosidad en el joven para seguir a Nuestro Señor Jesucristo en el sacerdocio, y, si le falta esa generosidad, puede llegar a ser grave. Dios no quita la libertad humana, pero da su gracia, y espera el sí y la generosidad del joven.
Tres indicios nos indican que un joven es llamado por Dios.
El primero es una cierta inclinación hacia las cosas de Dios y un deseo de ser sacerdote avalado por la recta intención del joven.
Esto es, la razón por la cual quiere el joven ser sacerdote es para la gloria de Dios, y de nuestro Señor Jesucristo, de la Santísima Trinidad y la gloria de su Santa Iglesia Católica. Se debe querer aumentar la gloria de la Esposa Inmaculada de Jesucristo para la salvación y santificación de las almas y para la salvación y santificación de la propia alma. Estos son los rectos motivos.
Buscar el sacerdocio por cualquier otra razón es tristemente lamentable. Entre los numerosos ejemplos que podemos citar el más típico y pésimo es el de buscar el sacerdocio por el dinero.
Seguido de éste es desear el sacerdocio para obtener cargos y honores. Quien tiene estas perversas intenciones no tiene nada que ver con la verdadera actitud sacerdotal o recta intención.
El segundo indicio es el referente a las cualidades o condiciones necesarias para el sacerdocio. Teológicamente se las llama “idoneidad canónica o aptitud canónica” para ser sacerdote. Hay cualidades sobrenaturales y también hay cualidades naturales.
La primera de las cualidades sobrenaturales que un joven debe tener es estar en estado de estado de gracia. Un joven que comete un gran número de pecados mortales no podría llevar adelante su sacerdocio. Tiene que ser un joven que lleva en su alma a Dios, de lo contrario, habría contradicción.
La segunda cualidad sobrenatural es la piedad, debe ser un joven piadoso. La piedad es algo interior que se muestra al exterior. Si lo que se muestra al exterior parece ser piedad pero no coincide con el interior, porque en el interior no hay piedad, hay contradicción. El pietismo es puro aparato exterior, y hasta se puede ver en ello una cierta superstición.
La tercera cualidad sobrenatural es la obediencia. Un joven que entra en el seminario y hace lo que él quiere solamente es un absurdo. Debe ser una persona dócil, y que sepa recibir y cumplir órdenes. No se puede vivir en un ámbito de almas consagradas sin obediencia.
La cuarta cualidad sobrenatural es ser humilde. No ser soberbio o altanero, mas respetuoso. Si un joven fue un mal educado y un irrespetuoso con su papá y mamá, sus superiores directos durante la infancia y adolescencia, difícilmente será respetuoso con otros superiores.
La quinta virtud sobrenatural es la de tener un comportamiento digno en sus costumbres y accionar. Es muy importante considerar su pasado y su presente para proyectarlos hacia el futuro. Hay ciertos graves desórdenes y pecados que imposibilitan para el sacerdocio.
La Santa Iglesia Católica, a través de 2000 años, ha llegado a la conclusión de que cuando un joven ha hecho determinadas cosas graves no es para el sacerdocio.
¿Qué tipo de desórdenes y pecados imposibilitan para el sacerdocio? Lo que sigue es una lista tomada del Derecho Canónico. Solamente listamos.
Haber hecho un aborto. Haber intentado el suicidio. Haber sido poseído por el diablo. El alcoholismo y las drogas. Todas estas cosas gravísimas, si han sucedido en el pasado, es muy probable que sucedan en el futuro.
Un punto clave para la vocación sacerdotal es la virtud de la castidad, o pureza, y el consiguiente celibato.
El sacerdote renuncia a formar una familia, que es algo muy sublime, pero por algo muy superior. El joven con vocación tiene que valorar mucho lo que es una familia, pero, a la vez, estar dispuesto a dejar de lado eso por algo superior.
Si el pecado en contra de la castidad o pureza es gravísimo en un laico, mucho más grave es en un alma consagrada. Los pecados de impureza solo con su propio cuerpo son gravísimos. También lo son el ver pornografía y el pecado con una mujer.
La homosexualidad no tiene nada que ver con el sacerdocio. El incesto tampoco. La pederastia es aberrante. Jamás se debe aceptar gente así. El estupro (abuso), la violación, el lenocinio (el tratar con prostitución), el proxenetismo (el ofrecer mediación), el bestialismo, son también impedimentos.
También debe presentar el joven cualidades naturales necesarias para el sacerdocio, porque la gracia de Dios se apoya en la naturaleza y la eleva, la santifica, y la cura. La naturaleza humana está enferma por el pecado original y por los pecados que cada uno comete a diario.
Primero, ser suficientemente sano de cuerpo. Hay que trabajar mucho todo el tiempo. Que sea trabajador y nunca cómodo. Debe ser una persona colaboradora, que no está buscando la ley del menor esfuerzo.
En segundo lugar hay que tener suficiente salud de alma. La mente debe estar sana, es decir, tener buenas cualidades psicológicas, psiquiátricas, y neurológicas. No debe sufrir de depresión, esquizofrenias, ni enfermedades neurológicas, como por ejemplo, la epilepsia.
Tiene que ser muy equilibrado, porque va a estar guiando y aconsejando a otros. Tiene que ser luz de otros. Este equilibrio se ve en su estabilidad emocional, sentimental, y nerviosa. Debe ser un joven con un natural bueno y balanceado.
Además debe tener cualidades intelectuales. Hay que estudiar bastante y una vez sacerdote debe siempre estar estudiando. Hoy los jóvenes están mal acostumbrados, y son vagos e incumplidos para el estudio.
Finalmente, el tercer indicio es el llamado del obispo, lo cual significa ser admitido para el sacerdocio. Un joven no es admitido al sacerdocio apenas entrado en el seminario, sino el mismo día de la ordenación sacerdotal.
Ahí recién se verifica el llamado de Dios, cuando el obispo le da lo más importante y lo último en el mismo día de la ceremonia de ordenación.
En conclusión, si no se tienen las cualidades necesarias es señal de que no hay vocación, por puro sentido común.
Con respecto al aspecto positivo de porqué hoy pocos responden al llamado, sabemos positivamente, por las Escrituras, que Dios seguirá llamando al sacerdocio y al obispado hasta la Parusía de Nuestro Señor. Allí finalizará el tiempo de los gentiles (cf. San Lucas XXI, 24) y comenzará la conversión de los judíos, que es su ingreso a la Santa Iglesia Católica.
Este mensaje es crucial, porque, según San Pablo, la omnímoda potestad que pertenece a Jesús no se ejerce aun plenamente: “Al presente, empero, no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas” (Hebreos II, 8), por más sacerdotes que haya en el mundo.
Es que Jesús anunció que la cizaña estaría mezclada con el trigo hasta el fin del siglo, no obstante hallarse Él desde ahora coronado de gloria “sentado a la diestra del Padre” (Salmo 109 [110], 1) como Ministro del Santuario celestial (cf. Hebreos VIII, 2; IX, 11 y 24).
Y los sacerdotes seguiremos “aguardando la revelación de Nuestro Señor Jesucristo (su Parusía); el cual nos hará firmes hasta el fin e irreprensibles en el día de Nuestro Señor Jesucristo (su Parusía)” (1 Corintios I, 7-8).
Dado el aspecto escatológico que adquiere el sacerdocio de los últimos tiempos nos atrevemos a decir que el llamado será solo para algunos, y de ahí su escasez. Será para aquellos que aman la venida de Nuestro Señor Jesucristo (cf. 2 Timoteo IV, 8). Creemos que si un sacerdote no ama su venida, difícilmente llegará a predicar este mensaje de los últimos tiempos que es de extrema importancia.
Hasta que Nuestro Señor venga seguirá habiendo llamado al sacerdocio: “Porque cuantas veces comáis este pan y bebáis el cáliz (la Santa Misa), anunciad la muerte del Señor hasta que Él venga” (1 Corintios XI, 26). La Santa Misa (y, por ende, el sacerdocio) subsistirá hasta la segunda venida de Cristo, porque entonces habrá “nuevos cielos y nueva tierra” (2 Pedro III, 13).
Y como el sacerdocio requiere víctima que ofrecer (cf. Hebreos VIII, 3), Él seguirá ofreciendo su Sangre (cf. Hebreos IX, 14) hasta ese entonces, a través de sus sacerdotes que a su vez se ofrecerán también como víctimas, pues Nuestro Señor es el “Sumo Sacerdote de los bienes venideros... por la virtud de su propia sangre…” (Hebreos IX, 11-12).
Por esa razón, la trasmisión del mensaje de su venida será la labor suprema del sacerdocio eterno de Nuestro Señor Jesucristo, y de todo sacerdote, pues participa de Su Sacerdocio: “En todo habéis sido enriquecidos en Él, en toda palabra y en todo conocimiento … Por tanto no quedáis inferiores en ningún carisma” (1 Corintios I, 5.7).
Nuestro Señor disfruta ya como Sacerdote para siempre a su derecha esperando que el Padre le ponga sus enemigos a sus pies en la Parusía. Luego, habrá un tiempo en que todas las cosas le estarán sujetas.
Y el sacerdote es quien disfruta junto con Jesús la espera a que Dios le ponga todos sus enemigos bajo sus pies. Amén.
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Dom XVIII post Pent – 2023-10-01 – 1 Corintios I, 4-8 – San Mateo IX, 1-8 – Padre Edgar Díaz