sábado, 21 de octubre de 2023

Ismael - Padre Edgar Díaz

Hagar e Ismael en el desierto

*

Sorprendente y muy atinada es la Epístola de hoy para ilustrar los acontecimientos mundiales actuales. San Pablo usa imágenes bélicas para instruirnos sobre el combate espiritual en contra de los poderes de las tinieblas: armadura, ataques, lucha, coraza, escudo, dardos encendidos, yelmo, y espada.

Es que el Apóstol tenía presentes estas imágenes porque escribía desde la prisión, puesto ante un soldado. A las armas de los romanos las toma como un símbolo de las espirituales que el cristiano ha de usar en su lucha contra el diablo y el pecado.

Así, una antífona del oficio de la Fiesta de San Lucas dice: “Se valiente en la batalla, lucha en contra de la antigua serpiente, y acepta el reino eterno”. De ahí San Pablo nos exhorta: “Tomad, por eso, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo cumplido todo, estar en pie” (Efesios VI, 13).

Resistir es ser fieles a la filiación a la que hemos sido destinados: a ser hijos verdaderos, tal como lo es Jesús mismo, y no sólo adoptivos. Pero esto sólo tiene lugar por Cristo, y en Él (cf. San Juan XIV, 3). 

No hay sino un solo Hijo de Dios, y nosotros somos hijos de Dios por una inserción vital en Jesús. De ahí que el Padre ve en nosotros al mismo Jesús, porque no tenemos filiación propia sino que estamos sumergidos en la plenitud de filiación de Jesús. Éste es el sublime misterio que estaba figurado en la bendición que Isaac impartiera sobre su hijo Jacob, el menor de los dos, como si fuera Esaú, el mayor (cf. Génesis XXVII, 19). 

Prescindiendo de lo humano, todo este episodio de la bendición de Isaac es una sublime figura del misterio de la Redención, en virtud de la cual nosotros, sin derecho alguno, nos vestimos con los méritos de Jesús, nuestro hermano mayor, así como Jacob se vistió de Esaú, y nos apropiamos de las bendiciones del Padre Celestial, así como Jacob se apropió de la bendición de su padre Isaac.

El día malo se avecina y será terrible, en clara referencia al juicio de las naciones. Nuestra condición de filiación en Jesús nos exige estar de pie “en el día malo” (Efesios VI, 13). Es haber cumplido todo como hijo. 

Después de Adán y Eva, a medida que se multiplicaba la población humana se multiplicaba también el pecado y la transgresión, como sucede hoy, por lo que Jesús nos dice: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre …” (San Mateo XXIV, 37).

La humanidad llegó a una etapa en que la iniquidad estaba tan difundida que aún “los hijos de Dios se llegaron a las hijas de los hombres” (Génesis VI, 4) en el pecado.

Entonces se pronunció juicio sobre toda la humanidad y la creación excepto Noé y su esposa y sus hijos con sus esposas, en todo ocho familiares, porque Noé era un hombre justo que caminaba junto a Dios. 

Después del diluvio que arrasó con la humanidad entera, el Mesías, Jesús, fue prometido a Sem, uno de los hijos de Noé: “Bendito sea Yahvé, el Dios de Sem; y sea Canaán su esclavo. Agrande Dios a Jafet, y que more en las tiendas de Sem; y sea Canaán su esclavo” (Génesis IX, 26-27). 

De este texto se deduce que la promesa estaba dirigida a Sem. Tanto Cam como Jafet, los otros hijos de Noé, estarían subordinados a Sem, como claramente se indica: Jafet moraría en las tiendas de Sem, y Cam sería su esclavo (cf. Génesis IX, 18-29). 

De los descendientes de Sem Dios eligió a Abraham, a quien le dijo: “Sal de tu tierra … y de la casa de tu padre, al país que Yo te mostraré. Pues de ti haré una nación grande y te bendeciré … Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan; y en ti serán benditas todos los pueblos de la tierra” (Génesis XII, 1-3).

Abraham tuvo dos hijos: Ismael, hijo de la esclava, e Isaac, hijo de la libre, Sara, su esposa. De su hijo Isaac y su nieto Jacob evolucionó la nación judía, y de su hijo Ismael, el esclavo, la numerosísima nación árabe.

Aunque Ismael era lógicamente el heredero natural de Abraham, por ser el mayor, Dios escogió a Isaac, el menor, para continuar el linaje mesiánico de Jesús, y se lo hizo saber a Abraham: “En tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra” (Génesis XXII, 18), refiriéndose al Mesías, Jesús, que vendría a partir de Isaac, según nos dice la Escritura: “Por Isaac será llamada tu descendencia” (Génesis XXI, 12).

Mientras tanto Abraham, preocupado por la suerte de su hijo Ismael, quien junto con su madre, la esclava Hagar, habían sido expulsados de su presencia, le hizo una petición a Dios: “¡Viva al menos delante de Ti Ismael!” (Génesis XVII, 18).

A lo que Dios le respondió: “De cierto que Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Isaac; y Yo estableceré mi pacto con él como pacto eterno, y con su posteridad después de él (Jesús)... (Génesis XVII, 19). 

Y continuó Dios hablando: “En cuanto a Ismael, he otorgado tu petición. He aquí que le he bendecido; le multiplicaré y le haré crecer sobremanera … le haré padre de un gran pueblo” (Génesis XVII, 18-20).

A raíz de esto Dios le dijo a la esclava Hagar, quien había huido al desierto con su hijo Ismael: “Levántate, alza al niño, y tómalo de la mano, porque haré de él un gran pueblo” (Génesis XXI, 18). 

De Ismael, hijo de Abraham, nacieron muchas tribus árabes, como ya dijimos. Por eso veneran los árabes a Abraham como progenitor de su raza y le dan el nombre de Chalil, esto es, Amigo de Dios. 

La Biblia se ocupa de los hijos de Ismael en muchas profecías: “Multiplicaré de tal manera su descendencia, que por su gran multitud no podrá contarse” (Génesis XVI, 10).

Dios no desprotegió a Ismael: “Yahvé ha oído su aflicción (la de Hagar, madre de Ismael) ... (Génesis XVI, 11).

Mas por designio de Dios “será (Ismael) hombre (fiero) como el asno montés. Su mano será contra todos, y la mano de todos contra él” (Génesis XVI, 12).

Aun cuando Ismael se convertiría en una numerosísima nación, su gente viviría en conflicto con todos, de lo que hoy somos testigos. Su mano estaría en contra de todo el mundo, y todo el mundo estaría en contra de ellos. Incluso habría hostilidad entre ellos mismos, por ser idólatras y no aceptar a Jesucristo.

Los hijos de Ismael han estado muy particularmente en contra los judíos por miles de años. El odio nacido entre ambos pueblos es patente en el pleito actual palestinense. 

En cuanto a los antecedentes bíblicos de este pleito podemos señalar la siguiente profecía: “Pero mi pacto lo estableceré con Isaac, que Sara te dará a luz” (Génesis XVII, 21).

La explicación que de este hecho da San Pablo es: “Ni por el hecho de ser del linaje de Abrahán, son todos hijos; sino que ‘en Isaac será llamada tu descendencia’” (Romanos IX, 7).

Es decir, por la filiación a través de Jesucristo, que tanto judíos como árabes, unos por no haber aceptado a Jesús como el Mesías, los otros por no aceptar tampoco la salvación de Jesús y haberse desviado a otros dioses, por ser musulmanes, no tienen. Ésta es la cruda realidad.

¿Quién se puede oponer a la elección de Dios? Dios no es injusto, sino soberano. Y a cada uno le corresponde en el mundo el papel que se le haya sido asignado. A los judíos, ser el pueblo del que se serviría Dios para salvar a la humanidad. A los árabes, ser el pueblo que debería someterse a esta decisión de Dios. En ambos casos, los dos pueblos hermanos deberían haber aceptado a Nuestro Señor Jesucristo como Salvador.

Pero ninguno cumplió con el designio de Dios y el mundo entero, por no respetar este designio, se encuentran en la lamentable situación en la que están.

Por apartarse detrás de otros dioses viene la condena: “A todos los reyes de Arabia, y a todos los reyes de la mezcla de gente que habita en el desierto …  a cada uno según su turno; en fin a todos los reyes del mundo que hay sobre la faz de la tierra …” (Jeremías XXV, 24-26). 

A cada uno según su turno: primero a los árabes; después a los demás idólatras de la tierra. A ellos, así les dice Dios: “¡Bebed, emborrachaos y vomitad, y caed para no levantaros más ante la espada que Yo enviaré entre vosotros! … beberéis (la copa) sin remedio …”

Copa que será el juicio a las naciones: “¿acaso vosotros podréis pasar por inocentes? No pasaréis por inocentes, porque Yo llamo la espada contra todos los habitantes de la tierra, dice Yahvé de los ejércitos” (Jeremías XXV, 27-29). 

En conclusión, el odio combinado con la venganza entre judíos y árabes se remonta a tiempos de la expulsión de Ismael y la elección de Isaac como heredero de la promesa de Cristo. Envidia, rencor, odio, venganza … entre hermanos nos llevan a los conflictos que están sucediendo hoy en la tierra de Palestina. 

Por no perdonarse uno al otro Dios los entregó a las fuerzas del mal: “Encolerizado su Señor, los entregó a los verdugos hasta que hubiesen pagado toda su deuda. Esto hará con vosotros mi Padre celestial—dice Jesús—si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano” (San Mateo XVIII, 34-35).

En 1925 el Cardenal chileno Caro y Rodríguez publicó en su libro sobre la masonería una carta de 1871 de un miembro de la judeo-masonería de alto grado a otro en donde se describe los preparativos y direcciones dadas por ellos para la creación de tres futuras guerras mundiales para establecer el Nuevo Orden Mundial. Resumimos en líneas generales el propósito de cada guerra. 

En la primera, derrocar el poder de los zares rusos para garantizar que ese país se convierta en un bastión del comunismo ateo, tal como sucedió con la revolución bolchevique en 1917. Al final de la guerra, el comunismo sería utilizado para destruir los gobiernos y debilitar las religiones en el mundo entero.

En la segunda, lograr que Israel sea un estado soberano en las tierras de los Palestinos. Esto se logró en 1948 cuando el Mandato Británico de Palestina les cedió estos territorios. Se logró, además, en todos lados, fortalecer el comunismo para contrarrestar el cristianismo.

En la tercera guerra mundial, que hoy estamos viviendo, ésta sirve para librarse (o en contra del) del mundo musulmán, de tal manera que el Islam (mundo árabe-musulmán) actúe como elemento manipulado para la división y destrucción.

Además, es objetivo manifiesto lograr un formidable cataclismo social en el mundo cuyo horror mostrará claramente las consecuencias del ateísmo absoluto (la negación absoluta del Dios verdadero).

Muchos individuos, al no encontrar respuesta, se verán decepcionados por el cristianismo, para los que ya no habrá timón (como vemos que sucede con la falsa Iglesia post Vaticano II). 

Los fieles engañados no sabrán hacia dónde dirigir su culto. Buscarán la Religión Católica para salvarse pero ésta, en práctica, será muy difícil de encontrar. Tal es la tiniebla sobre la cual reinan los demonios.

Precisamente, las últimas noticias que tenemos del conflicto en Palestina es que Israel bombardeó un hospital cristiano matando a más de 500 personas (y aunque Israel acusa a los Palestinos de haber hecho este ataque hay pruebas de que fue Israel); arrasó 25 edificios de departamentos, a cuyos habitantes solo le dieron media hora de anticipo para que evacuaran el lugar; y destruyó también la Iglesia “Ortodoxa” Griega del lugar, que databa del 1600, matando tanto a cristianos como musulmanes.

El “padre” párroco de la única Iglesia en la franja de Gaza que en otros tiempos fuera Católica y que hoy es de la Iglesia post Conciliar Vaticano II, nos habla de la pequeña comunidad cristiana de tan solo 1017 personas, de los cuales la mayoría son de la Iglesia “Ortodoxa” Griega.

Pide paz, urgentemente. Hay una paz falsa, y una paz verdadera. Sin conversión a la Iglesia Católica no hay paz posible. No hay paz verdadera donde hay herejía. Y éste es el más grave problema que los pocos cristianos de la franja de Gaza tienen hoy que enfrentar.

Así lo señala San Pablo: “Teneos, pues, firmes, ceñidos lo lomos con la verdad y vestidos con la coraza de la justicia, y calzados los pies con la prontitud del Evangelio de la paz” (Efesios VI, 14-15). Ni el Talmud, ni el Corán dan la paz, porque no son verdad y justicia. Solo el Evangelio.

Relata también el “padre” párroco que para estos pocos cristianos el lugar más seguro que tienen es quedarse junto a Jesús en la Eucaristía. Pero Jesús no está presente en la Iglesia post Conciliar del Vaticano II.

Es una herejía llamar, como él lo hace, a los sagrados misterios de la Santa Misa, “la muerte y resurrección de Nuestro Señor”, porque la Santa Misa es la renovación del Sacrificio de Nuestro Señor en la Cruz. No es la Resurrección.

Finaliza este “padre” agradeciendo al “Santo Padre” (es decir, al hereje Bergoglio), por sus llamadas telefónicas, su preocupación por ellos, y por su caridad. 

¿Dónde está la caridad de Bergoglio? Quizá se haya hecho oídos sordos a todas sus herejías, en especial, la última en el Sínodo, en donde se explica que “un corazón misericordioso es un corazón ardiente que ama a toda la creación, la humanidad, los pájaros, los animales y … (agárrense para no caerse) … los demonios”. Sí, leyeron bien.

¿Cómo vamos a amar los demonios, si esto ya ha sido condenado por la Iglesia Católica? “Porque para nosotros la lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial” (Efesios VI, 12). 

Nos hacemos solidarios con los cristianos en Gaza, y a ellos les decimos con el Evangelio: “No temáis a los que matan el cuerpo, y que no pueden matar el alma; mas temed a aquel que puede perder alma y cuerpo en la gehena” (San Mateo X, 28). Esto vale tanto para la Iglesia “Ortodoxa” Griega, como para los “Bautistas y Anglicanos”, como para la Iglesia falsa post Vaticano II.

No temáis los misiles; temed más bien llegar a perder vuestras almas por no profesar la verdadera y completa fe católica. 

Esta realidad, y no los misiles israelíes, son los verdaderos dardos del maligno: “Con el escudo de la fe podréis apagar todos los dardos encendidos del Maligno … (y con) el yelmo de la salud, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Efesios VI, 16-17). Lo que el mundo no entiende es que ésta es una guerra espiritual luchada en el reino físico.

Haceos eco de las palabras de San Pablo, para que alcancéis la salvación y el gran premio de ver a Nuestro Señor Jesucristo: “Todo lo tengo por pérdida por causa del preeminente conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo perdí todo; y todo lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo ... (Filipenses III, 8).

Sabiendo que todos vamos a resucitar, ¿por qué dice San Pablo: “por si puedo alcanzar la resurrección, la que es de entre los muertos” (Filipenses III, 11)? Pues porque lo que San Pablo quiere para él, y desea para todos, es la primera resurrección, la de los santos, que ocurrirá con la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo.

Y más aún, añade San Pablo otro premio a alcanzar en la Parusía: “No es que lo haya conseguido ya, o que ya esté yo perfecto (es decir, la santidad necesaria para resucitar en la primera resurrección), antes bien sigo por si logro asir aquello para lo que yo fui destinado por Cristo” (Filipenses III, 12).

¿Qué es aquello por lo que San Pablo sigue para lograr asir? Ser llevado en los aires junto a Jesucristo y los Santos.

Es el arrebato de los que amaron su venida, a quienes Nuestro Señor viene a buscar.

San Pablo sabe que él resucitará en algún momento, pero quiere alcanzar aquello que es solo reservado para algunas almas. Amén.

*

Dom XXI post Pent – 2023-10-22 – Efesios VI, 10-17; San Mateo XVIII, 23-35 – Padre Edgar Díaz