sábado, 28 de octubre de 2023

Fiesta de Cristo Rey - Padre Edgar Díaz


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Se van acercando los tiempos en que vendrá Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, y Dios se ha dignado a enviarnos un obispo apocalíptico. ¿En qué se diferencia de los demás obispos?

En que, según nuestro conocimiento, sería el primer obispo que no mantiene la postura de una restauración de la Iglesia, postura aferrada a este mundo, sino que cree en la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso, la ama, la espera y la proclama.

La consagración de un obispo apocalíptico es, por tanto, un signo providencial. Es adelantar la Venida de Nuestro Señor Jesucristo a la tierra como Rey. 

A medida que se aproxima su Venida su proclamación se vuelve más y más gloriosa: “Es bello ocultar el secreto del rey, pero es glorioso descubrir las obras de Dios” (Tobías XII, 7), dijo el Arcángel San Rafael, uno de los Siete Arcángeles que están delante del Trono de Dios (cf. Tobías XII, 15; Apocalipsis VIII, 2).

Por un tiempo los secretos del Rey fueron inaccesibles. En efecto, hablando de los últimos tiempos, Dios le dijo a Daniel: “Pero tú, oh, Daniel, ten guardadas estas palabras, y sella el libro hasta el tiempo determinado” (Daniel XII, 4). Debía mantener el secreto.

Pero, ahora, por el contrario, las palabras misteriosas de la Profecía del Apocalipsis se hacen cada vez más claras a todos: “Bienaventurado el que lee y oye las palabras de esta profecía y conserva lo que en ella está escrito; porque el tiempo está cerca” (Apocalipsis I, 3).

Tal afirmación, “el tiempo está cerca”, está repetida varias veces en la Profecía del Apocalipsis, y es dada como la razón de ser de la misma: “No selles (es decir, no ocultes) las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca” (Apocalipsis XXII, 10). 

El cotejo de ambos textos impone la conclusión de que si entonces, en tiempo de Daniel, algunas profecías habían de estar selladas, hoy es necesario, al revés, que sean conocidas, y de ahí la responsabilidad de la jerarquía de la Iglesia de proclamarlas. 

Si el esplendor de las maravillas de bondad y grandeza de la Venida de Nuestro Señor Jesucristo a la tierra como Rey fuese conocido por todos los cristianos; si ellos se enterasen de que San Pablo ha revelado misterios escondidos de Dios que ignoraban los mismos ángeles (cf. Efesios III, 9-10), ¡cómo aumentaría nuestro interés y amor por esta Venida!

Entre estos misterios escondidos, el que más nos interesa es el que San Pablo llama “la bienaventurada esperanza” (Tito II, 13). Todos sabemos que hay una felicidad eterna que anhelamos. Pero aquí se trata de una cosa en que muy pocos piensan y que en general no es objeto de nuestras plegarias.

¿Qué es, pues, la “bienaventurada esperanza” con lo que San Pablo consuela a su discípulo Tito? Es la manifestación de la Gloria de Jesucristo en su segundo advenimiento como Rey y Señor del Universo.

Esta dichosa esperanza es el compendio de ambos Testamentos, la suprema culminación del Plan de Dios, el público y definitivo triunfo de Su Hijo, nuestro divino Rey. Tal es el deseo, el suspiro de la Iglesia, con que termina toda la Biblia y que puede cumplirse cuando menos pensamos: “¡Ven pronto Señor Jesús!” (Apocalipsis XXII, 20).

La Segunda Venida de Cristo tiene en el Nuevo Testamento el nombre de “Parusía”, palabra griega que originariamente significa “presencia”. No podemos enseñar con seguridad que esta presencia de Nuestro Señor Jesucristo vaya a ser “visible”, pero tampoco se la excluye.

El término “Parusía” se usaba en la época helenística para anunciar la visita del Emperador a una ciudad. De ahí que los hagiógrafos lo emplearan para denominar la venida del gran Rey Jesucristo.

No hay duda de que los primeros cristianos esperaban ese gran acontecimiento para un tiempo muy temprano; tan temprano que en Tesalónica algunos ya no se dedicaban a trabajar y otros estaban muy preocupados por la suerte de los muertos, que tal vez no pudiesen ver la vuelta de Cristo.

San Pablo se ve obligado a consolarlos, diciendo que “los vivientes que quedamos hasta la Parusía del Señor, no nos adelantaremos a los que murieron..., porque los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses IV, 15-16).

También San Pedro consuela a los que se cansaban de esperar y decían: “¿Dónde está la promesa de su Parusía?” (2 Pedro III, 4). Les explica que “para el Señor un día es como mil años y mil años son como un día” (2 Pedro III, 8) y que por lo tanto la palabra “pronto” que Jesús usó en el anuncio de Su Segundo Advenimiento (San Juan XVI, 16), ha de tomarse en sentido lato.

En lo cual se ve cómo también San Pedro insiste sobre la “bienaventurada esperanza” de la Parusía, lo mismo que San Pablo. A éste le da el Príncipe de los Apóstoles el título de “nuestro amado hermano Pablo” y confirma que escribió sobre nuestro tema en todas sus cartas.

De veras, la espera es larga. Han pasado ya en verdad dos mil años y la profecía no se ha cumplido aún.

Entretanto hemos tomado gusto en las cosas del mundo, de tal manera que para muchos la “dichosa esperanza” ha perdido su primitivo fervor. Hasta las antiguas “anáforas” (oración que se reza en el Canon de la Misa inmediatamente después de la Consagración) mencionaban la Parusía; costumbre que se ha mantenido en las Iglesias Orientales.

También en los escritos de los Padres Apostólicos brilla la fe en la Segunda Venida de Cristo como fundamento de la piedad, y los Padres posteriores son igualmente testigos de esa fe y esperanza. Fe en la Parusía como fundamento de la vida espiritual del cristiano.

La fe en la Segunda Venida fue la fuente inagotable de energía de los primeros cristianos en medio de las persecuciones. También debería serlo para los cristianos de los últimos tiempos.

Si presentáramos el misterio de la Iglesia lleno del espíritu de espera del fin, desterraríamos el peligro enorme en el que, a menudo, va a parar nuestro pensamiento sobre la Iglesia, contrarios a los planes revelados por Dios, tal como que debería haber una restauración de la misma.

San Pedro advertía a los fieles sobre la indecible paciencia de Dios. Esto lo hace cuando habla de aquellos que tienen “por retardo” (2 Pedro III, 9) su aparente demora, y cuando habla de los que comienzan a burlarse de la espera cristiana, “porque todo vuelve a ser como era desde el principio de la Creación” (2 Pedro III, 4). Luego, jamás ha sido la Iglesia un cómodo instalarse sobre la tierra. 

¿Cuándo aparecerá Cristo de nuevo? No sabemos el día ni la hora. Nadie puede calcular el día de Su Retorno; al contrario, todos los cálculos fallarán, porque Él mismo dice: “A la hora que no pensáis vendrá el Hijo del Hombre” (San Mateo XXIV, 44). 

En muchos otros pasajes de la Sagrada Escritura se nos enseña que Cristo vendrá tan sorprendentemente como un ladrón. San Pablo inculca aún más este punto, diciendo: “Cuando todos digan que hay paz y seguridad” (1 Tesalonicenses V, 3); y en el mismo capítulo nos advierte gravemente: “No despreciéis las profecías” (1 Tesalonicenses V, 20).

Se ha tentado de referir la muerte de cada uno lo que el Nuevo Testamento dice de la Parusía, especialmente lo que predice Jesús: “En aquella noche (de Su Venida) dos hombres estarán sentados a una misma mesa; el uno será tomado, el otro dejado. Dos mujeres estarán moliendo juntas; la una será tomada, la otra dejada. Estarán dos en el campo; el uno será tomado, el otro dejado” (San Lucas XVII, 34 ss.).

Tal identificación de la muerte con la Venida de Cristo no es propia ni del Evangelio ni de las Cartas de los Apóstoles. Por lo tanto, no deberíamos quitar a los Misterios su contenido, ni confundir a Cristo con un verdugo o un simple sepulturero.

Los que no creen en la posibilidad de una pronta Venida de Cristo, se excusan diciendo que no se han cumplido todavía todas las profecías que han de cumplirse antes de Su Advenimiento: la predicación del Evangelio en todo el mundo, la Apostasía de las masas, la aparición del Anticristo, la conversión de los Judíos, las guerras y terremotos, etc.

Es interesante que las primeras generaciones cristianas, que conocían muy bien esas profecías, las consideraban como cumplidas ya en aquel tiempo y esperaban ansiosamente la Parusía del Señor. 

¿No dice el mismo San Pablo que ya en su época el Evangelio fue predicado a toda la creación debajo del Cielo? (cf. Colosenses I, 23). La Fiesta de los Apóstoles Simón y Judas nos dice que “sus voces han resonado en toda la tierra, y sus palabras en los confines del mundo”.

El Apóstol San Juan nos revela que los Anticristos siempre están entre nosotros (cf. 1 Juan II, 18), y la Apostasía de las masas es tan conocida que no necesitamos describirla. Todos conocemos muy bien la apostasía del Vaticano II.

No tan visible es la conversión de Israel, pero también para ella la Providencia ha preparado los caminos, y es muy posible que se realice a partir de la venida de los Dos Testigos. ¿Quién sabe si no hay profecías que tan sólo se cumplirán en el día de la Parusía? 

Nuestra actitud debe ser la que recomienda el mismo Señor (cf. Mt. XXIV, 44; XXV, 13; Mc. XIII, 33-36): “Velad”, para que aquel gran Día no os sorprenda como un ladrón. Y más aún, debemos amar la Venida de Cristo, como nos exhorta San Pablo en la segunda Carta a Timoteo (IV, 8).

“¿Con que Tú eres Rey?” (San Juan XVIII, 37), le preguntó Pilato. Con respecto a su primera venida Jesús le contestó: “Mi reino no es de este mundo” (San Juan XVIII, 36). Su reino no es de este mundo porque no corresponde con su enseñanzas.

El que reina por ahora en este mundo es Moloch: “No darás ningún hijo tuyo para consagrarlo al (dios-rey) Moloch; no profanarás así el nombre de tu Dios” (Levítico XVIII, 21). 

En algunos momentos, el pueblo hebreo tomó a Moloch como un dios, y probablemente lo denominó “el rey”, por un juego de palabras entre molek y melek (rey en hebreo). Irónicamente le llamaban “el rey” (melek).

Hasta el día de hoy, Moloch siempre demanda cada vez más y más víctimas, y la máquina de mutua violencia continúa operando.

Las fuerzas del mal practican sacrificios humanos, o sacrificios sangrientos, y necesitan más sangre. Hay una insaciable sed de sangre en la guerra. Definitivamente éste no es el reino querido por Jesús.

De ahí que subió a los cielos, y de los cielos vendrá nuevamente a la tierra a reinar: “El que bajó es el mismo que también subió … a los cielos, para complementarlo todo” (Efesios IV, 10).

Para “que todos lleguemos a la unidad de la fe y del (pleno) conocimiento del Hijo de Dios … alcanzando la estatura propia de Cristo total, para que ya no seamos … llevados a la deriva por … el antojo de la humana malicia, (y) de la astucia que conduce engañosamente al error, sino que, andando en la verdad por el amor, en todo crezcamos … (en) Aquel que es la cabeza, Cristo” (Efesios IV, 13-15).

Por eso, con respecto a su segunda venida, a Pilato le contestó nuevamente: “Por ahora mi reino no es de aquí” (San Juan XVIII, 36). Mas vendrá un tiempo en que se establecerá en la tierra.

Mientras tanto, nosotros todavía seguimos demasiado arraigados en esta realidad, no podemos dejar de soñar con su futuro mundano, y esto es prueba de que no amamos lo suficiente la venida de Nuestro Señor. 

Esta actitud proviene de una falta de fe, que lleva a no desear suficientemente la venida de Cristo; es separarse del camino trazado por Dios; es no estar unidos a Jesús.

¡Que la plenitud del Reino de Nuestro Señor Jesucristo venga a la tierra, para que le aplaste la cabeza y destrone el príncipe de este mundo!

¿Nos parece acaso extraño amar y anhelar la llegada de nuestro Rey y Señor? He aquí la piedra de toque de nuestro amor a Cristo. 

No desear Su Venida es propio de aquellos que le tienen miedo, porque no aprecian lo que significa Su Parusía para nuestra alma y nuestro cuerpo. Pues en aquel día no sólo aparecerá la Gloria de Cristo, sino también la nuestra.

Unidos a Él, asemejados a Él, entraremos con Él en la Jerusalén Celestial donde Él mismo será la lumbrera. 

Y para que no olvidemos tan consoladora Profecía, nos la recuerda Cristo en Mateo: “Mirad que os lo he predicho” (San Mateo XXIV, 25). Amén.

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Cristo Rey – 2023-10-29 – Colosenses I, 12-20 – San Juan XVIII, 33-37 – Padre Edgar Díaz