viernes, 18 de octubre de 2024

La Infalibilidad Triunfo de la Iglesia - p. Edgar Díaz

La Flagelación de Cristo - Caravaggio

San Leonardo de Puerto Mauricio exclamó: “¡Oh, mundo ciego e insensato! ¿Cuándo abrirás los ojos para comprender verdades tan importantes? Y habrá todavía quien tenga el valor de decir: ‘Una Misa más, o una Misa menos, ¿qué importa?’ ¡Qué ceguera tan deplorable!”

Es devastador ver que un sacerdote no celebre una Misa, y que un fiel pudiendo ir se pierda una Misa. Es devastador ver caer a la gente en las garras de Satanás. Una Misa que se pierde jamás se recuperará. ¡Una Misa más, o una Misa menos, sí importa!

La exhortación que hoy nos da San Pablo es hacer gran caridad y misericordia. Dar más y más luz e inteligencia: “¡Que vuestra caridad abunde más y más en luz e inteligencia …!” (Filipenses I, 9-10).

La Santa Misa Católica es el Santo Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, Establecida por el Concilio de Trento y a Perpetuidad por San Pío V, y puede ser celebrada solo por verdaderos sacerdotes católicos. 

La misa inválida del Novus Ordo de Montini-Pablo VI, o misa nueva de la secta Vaticano, no es misa ciertamente, sino un servicio protestante. De todos modos, para los que están en la secta, y también para el mundo, es la nueva misa católica.

Según rumores hace ya dos años y medio que Bergoglio no celebra esa misa. Con esa actitud, muestra aún más su oposición y repugnancia a los valores católicos tradicionales, como la Misa diaria de un sacerdote, y la sana doctrina de Nuestro Señor Jesucristo.

Y, a la vez, da así una nueva imagen de Papa, que se permite no celebrar más la misa y constantemente decir herejías. Y los del Novus Ordo, o secta Vaticano II, no quieren reconocer que ese engendro no es la Iglesia Católica.

No hay la menor razón para suponer que bajo la fuerte negación que le dirigieron los Doctores de la Ley a Jesús se haya lanzado un vil ataque contra Él y su Santa Madre: “Nosotros no hemos nacido del adulterio” (San Juan VIII, 41).

“Los Doctores de la Ley”—dijo Bergoglio en uno de sus discursos—“sabían cómo María había quedado embarazada”. Un grosero insulto que da vergüenza ajena mencionarlo y que tantas veces fue repetido por los judíos y, hoy, por Bergoglio.

¡Sí! ¡Ciertamente! El más grande acto de caridad y misericordia es advertir a las víctimas que están en la secta Vaticano II del peligro de condenación eterna. Y también, por qué no, al cada vez más acotado fiel rebaño que, si bien rechaza el Vaticano II, se empeña en estar en comunión con la herejía gracias a las mentiras de los mismos pastores de la Tradición Católica.

Por eso, mayor y mayor luz e inteligencia es necesaria para poder “… discernir lo mejor y ser sinceros e intachables …” (Filipenses I, 10)—dice San Pablo.

En la vida pública de Jesús, los judíos se ufanaron de ser hijos de Abraham. Pero Jesús les recriminó: “Si fuerais hijos de Abraham, harías las obras de Abraham. Sin embargo, ahora tratáis de matarme a Mí … No es eso lo que hizo Abraham” (San Juan VIII, 39-40).

Lo mismo trata hacer Bergoglio. Un judío vestido de Papa, como los judíos de entonces, nuevamente trata de matar a Jesús, crucificando a su Iglesia. Su verdadero padre es, de hecho, el demonio: “vosotros hacéis lo que habéis aprendido de vuestro padre (el demonio)” (San Juan VIII, 38).

Ante esta tajante afirmación, los Doctores de la Ley comenzaron a usar lenguaje figurado y ya no sólo reclamaban a Abraham como padre, sino también a Dios mismo. Pero definitivamente no son hijos de Abraham, ni de Dios Padre, sino del diablo.

Naturalmente, Jesús vinculó el comportamiento de los judíos con su origen, el diablo, y este vínculo es mejor demostración de la realidad que las palabras que les dirigió. Así, por su comportamiento y sus palabras, Bergoglio no deja dudas de ser también él hijo del demonio.

“Vosotros sois hijos del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre” (San Juan VIII, 44), a saber, el odio, el homicidio, y el Deicidio. Y actúan y le imitan con pleno contento y consentimiento: sus funestos ejemplos tienen toda su simpatía. 

Desde la aparición del hombre en la tierra, tan pronto como fue posible el homicidio, el demonio es homicida: “Él era homicida desde el principio” (San Juan VIII, 44). El verbo en imperfecto señala explícitamente una acción en continuidad. El ser homicida ha sido, es, y será siempre la naturaleza moral de Satanás. 

Y como un padre no puede engendrar un hijo de distinta naturaleza que la de él, no es sorprendente que el hijo tenga también los mismos deseos asesinos de su padre.

Mas hay otro rasgo característico del diablo: no se mantuvo firme en el ámbito de la verdad. 

Las siguientes palabras contienen una evidente alusión a la caída de Satanás del cielo: “los ángeles que no guardaron su principado, sino que abandonaron la propia morada” (Judas I, 6). En términos más enfáticos: “Porque no permaneció en la verdad” (San Juan VIII, 44). 

No permanecer en la verdad, sino en el error; contaminar la doctrina con herejía, no puede venir de otra fuente más que del diablo, “porque no hay nada de verdad en él” (San Juan VIII, 44).

En un ser que salió de la verdad no existe verdad alguna. Y porque no hay en él verdad alguna, miente perpetuamente. Su naturaleza es también enteramente mentirosa: “Cuando profiere la mentira, habla de lo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira” (San Juan VIII, 44).

Jesús repite lo que acababa de decir: “vosotros hacéis las obras de vuestro padre” (San Juan VIII, 41), y hay algo de sorprendente en esta repetición …

***

Un hombre de la Iglesia Católica es un faro de luz en el borrascoso mar de la mentira. Sin embargo, algo navegando por los mares de la Tradición lo hace hijo del demonio, y como tal, anda inculcando una nueva mentira entre sus fieles.

Se acusa de excomulgados por ilicitud a los sacerdotes de la línea de Monseñor Lefebvre que fueron ordenados después que Wojtyla-Juan Pablo II excomulgara a Lefebvre. Pero si la mentira no tiene consistencia, ésta lo tiene menos aún. 

La Sede de Pedro está vacante desde Roncalli-Juan XXIII hasta el actual Bergoglio. Ninguno de estos impostores es verdadero Papa, por ser herejes. Por esa razón, se concluye que no fueron elegidos por la Iglesia Católica, sino por la secta Vaticano II. Jamás el Espíritu Santo podría haberse equivocado al elegir a un hereje.

Luego, ¿Quién es el excomulgado, Lefebvre, o el impostor Wojtyla? En honor a la verdad, es Wojtyla-Juan Pablo II quien está excomulgado de la Iglesia Católica. ¿Cuándo esta realidad será aprendida de una vez, que Juan Pablo II es un hereje, un no-católico?

Ninguno de sus actos de gobierno tiene efecto sobre los católicos, simplemente porque no es Papa. Un no-católico no puede ser Papa. Luego, Monseñor Lefebvre no estuvo ni estará jamás excomulgado por la Iglesia Católica. Quien está fuera de la Iglesia Católica—excomulgado—es Wojtyla, y no Lefebvre. 

¿Se atreve un excomulgado a excomulgar a un miembro de la Iglesia Católica? ¿Por qué insisten con esta mentira? ¿Nos están bromeando?

Quienes insisten en que Lefebvre está excomulgado sostienen que los sacerdotes que él ordenó antes de la excomunión son válidos pero los que ordenó después de la excomunión están excomulgados como él.

De ser así, a la muerte del último sacerdote ordenado directamente por Lefebvre antes de la excomunión, se acabarían los sacerdotes y los obispos en la Iglesia Católica. Pero eso, lisa y llanamente, no es así, pues Lefebvre no está excomulgado.

***

Esta cuestión va en conformidad con la perversa herejía de los “solos en casa”, que mantienen que ya no hay obispos ni sacerdotes válidos que continúen la sucesión apostólica, y, por eso, no acuden a ellos y se quedan “solos en casa”. Según ellos, hoy ya la Iglesia no tiene sacerdotes ni sacramentos.

En una marcadísima guerra en contra de la verdadera Iglesia Católica los “solos en casa” se refugian en algunos documentos de la Iglesia que mal interpretan, con análisis muy eruditos, pero faltos de verdadero Espíritu, incapaces de discernir una cuestión de disciplina de una cuestión de doctrina.

El Catecismo Mayor de San Pío X, en su numeral 823, se pregunta si el sacerdocio católico faltará alguna vez en el mundo.

El Santo Padre responde que “el sacerdocio católico, no obstante la guerra que mueve contra él el infierno, durará hasta el fin de los siglos, porque Jesucristo ha prometido que las potestades del infierno no prevalecerán jamás contra su Iglesia”.

Siempre, hasta la segunda venida de Cristo, por una misma y perpetua jerarquía, tendremos sacerdotes y obispos en la Iglesia, y sacramentos a los que debemos acudir.

San Pío X lo expresa haciendo eco de las verdades de la Iglesia según las palabras confirmadas de Cristo. Esto es dogmático, es decir, es ley divina inmutable.

En cambio, la Constitución Apostólica Vacantis Apostolicæ Sedis, de su Santidad Pío XII, del 8 de Diciembre de 1945, de la que se sirven los “solos en casa” para justificar su posición, no es un documento dogmático sino disciplinar, es decir, una ley eclesiástica, mutable y circunstancial.

Este documento establece la normativa a seguir en tiempo de interregno, es decir, el espacio de tiempo vacante entre un Papa y su Sucesor. Pero hoy no hay posibilidad de que esta normativa se cumpla, por las circunstancias anormales que la Iglesia está pasando, y de eso se agarran los “solos en casa” para decir que ya no hay sacerdocio válido. 

Pero no se puede hacer de un documento disciplinar una ley dogmática, porque son de distinto orden, y éste es el error de los “solos en casa”. 

Un mandato de carácter disciplinar para el bien de la Iglesia en un determinado momento deja de tener efecto en otro momento de circunstancias anormales. La Ley de la Caridad siempre prima por sobre la ley disciplinar. Y la situación actual de la Santa Iglesia Católica es una situación de anormalidad. Ya lleva 66 años de interregno. 

Y como la Iglesia no puede defeccionar ni quedarse sin verdadera jerarquía ni verdaderos sacramentos, la aplicación de este documento disciplinar, que son leyes mutables y circunstanciales, no tiene efecto, porque la ley Suprema de Caridad para con las almas va por delante de cualquier cuestión disciplinar.

En consecuencia, son válida y lícitamente ordenados los obispos y sacerdotes durante este tiempo en que no hay Papa, para poder administrar válidamente y lícitamente los sacramentos, para el bien de las almas.

Dios no puede dejar sin verdadera jerarquía a la Iglesia. La jurisdicción o gobierno de estos verdaderos obispos y sacerdotes es dada por Dios como jurisdicción supletoria de la Iglesia. Ciertamente, no es jurisdicción ordinaria, sino extraordinaria, suplida por Dios, a través de la Iglesia, ante la ausencia del Romano Pontífice.

No hay inconveniente alguno en aplicar la epiqueya a una ley disciplinaria, en tiempos en los que no se puede acudir a la autoridad del Papa. Pero jamás se podría aplicar la epiqueya a una ley dogmática inmutable.

La epiqueya es el principio por el cual se puede interpretar benignamente la mente del legislador o autoridad en su ausencia. Nos permite colegir que la autoridad se inclinaría en favor de la Ley Suprema de Caridad de la Salvación de las Almas en caso de ser impedida por alguna ley meramente disciplinar. En la situación anómala de la Iglesia hoy, los obispos y sacerdotes estamos constantemente aplicando el principio de la epiqueya por el bien de las almas. 

Como ejemplo, la Iglesia prohíbe celebrar la Santa Misa fuera de un Templo Consagrado; hoy, sin embargo, esto es imposible, y no queda otra posibilidad más que celebrarla en una casa. De algún modo, la Iglesia nos autoriza a celebrarla en una casa, aunque haya una ley disciplinar que lo prohíba.

Como ejemplo de Nuestro Señor, en el Antiguo Testamento se prohibía hacer esfuerzo (o trabajar) en el día de sábado: “¿Quién de vosotros teniendo una sola oveja, si ésta cae en un pozo el día de sábado, no irá a tomarla y levantarla? Ahora bien, ¡Cuánto más vale el hombre que una oveja!” (San Mateo XII, 11-12).

¿Cuánto más vale la salvación de un alma que una ley disciplinaria? 

¿Quién, en tiempos de apremios, como una guerra, respetaría las leyes de tránsito ante una urgencia? 

“Por consiguiente—dice Jesús—es lícito hacer bien el día de sábado” (San Mateo XII, 12).

Por consiguiente, es lícito no cumplir con un mandato disciplinar por un bien mayor.

Por consiguiente, es lícito y válido ordenar sacerdote y consagrar obispo en el oscuro sábado del larguísimo interregno de la Gran Apostasía en que hoy se encuentra la verdadera Iglesia.

***

“No se debe ceder donde no se necesita ceder... Se debe combatir, no con medias palabras, sino con valentía; no ocultos, sino en público; no a puertas cerradas, sino a cielo abierto”—dice San Pío X.

¡Jamás ceder ante el error! ¡Es fatal! Y para hacerle frente es necesario discernir: “para que sepáis discernir qué es lo mejor …” (Filipenses I, 9-10), dice San Pablo. Y para poder discernir bien es necesaria una especial gracia de Dios que se debe pedir constantemente, como constante debe ser la súplica por la pronta venida de Nuestro Señor Jesucristo.

La cuestión de los “solos en casa” es una cuestión de los fieles, que buscan justificar su no asistencia a los sacramentos, pudiendo ir. Sería tal vez prudente que consultaran a la Iglesia si están haciendo bien o no. Algunos fieles se determinan voluntariamente a quedarse solos en casa.

Es importante discernir que solo a los Apóstoles corresponden las decisiones de la Iglesia, por efecto de su intimidad o proximidad con Jesucristo y el Espíritu Santo; para los fieles, esto sería una carga.

Dios no impone a los fieles la pesada carga de tomar decisiones en la Iglesia: “Ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros (los Apóstoles) no imponeros otras obligaciones fueran de las necesarias” (Hechos de los Apóstoles XV, 28). Por eso, los sucesores de los Apóstoles, los obispos, gozan de una autoridad especial.

Monseñor Lefebvre aparentemente desobedeció una prohibición de Wojtyla-Juan Pablo II. Visto desde la verdad de las cosas, fue en realidad una desobediencia a una autoridad inexistente. Por lo tanto, no fue una desobediencia.

Y Lefebvre, como defensor de la verdadera doctrina y gozando de verdadera autoridad, asumió la responsabilidad de consagrar obispos verdaderos por el bien de la Iglesia. Aplicó la epiqueya.

¡Mucho cuidado, fieles, de cómo se juzgan las cosas! Estos acontecimientos del pasado pueden ser vistos hoy con claridad gracias a la luz que hoy tenemos de la realidad.

En la prohibición de Juan Pablo II se ponía en juego el Dogma de la Infalibilidad, que garantiza la indefectibilidad de la Iglesia. Lefebvre sabía que sin esas consagraciones de verdaderos obispos se habría interrumpido la sucesión apostólica, habría fallado la continuidad de la verdadera doctrina de Jesucristo, y Dios no lo permitió.

Por eso es Triunfo de la Iglesia Católica la proclamación del Dogma de la Infalibilidad en el Concilio Vaticano Primero: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos” (San Mateo XXVIII, 20). 

Y, “quien a vosotros escucha, a Mí me escucha; y quien a vosotros rechaza, a Mí me rechaza; quien me rechaza a Mí, rechaza a Aquel que me envió” (San Lucas X, 16).

A los Apóstoles, y a los obispos sucesores, fueron dirigidas estas declaraciones de Jesucristo, y no a los fieles discípulos. No hay factor humano que pueda superar el vínculo de intimidad entre los Apóstoles y Nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo.

Por lo cual, si los Apóstoles y sus sucesores los obispos se equivocaran en doctrina, aun mínimamente, esto implicaría que el poder y la voluntad de Cristo y del Espíritu Santo estarían limitados, incluso detenidos, por el error humano, y esto es ciertamente una herejía.

Cristo no exige perfección a ningún hombre, ni siquiera al Papa. Y esto es obvio. Nuestro Señor admite de antemano que ningún hombre, ni siquiera un Papa, puede tomar decisiones perfectas. Lo único perfecto que puede hacer es reafirmar lo que contienen las Sagradas Escrituras.

Aquí es donde es infalible: cuando “define la doctrina de la fe o de la moral” (Concilio Vaticano Primero), cuando extrae sus propias palabras de las Sagradas Escrituras, algo que el Papa, y los obispos en comunión con él, están siempre haciendo. 

Es el Magisterio de la Iglesia. Una vez que éste reafirma lo que contienen las Sagradas Escrituras, ¡es imposible equivocarse! No hay Papa que haya caído en el error, en contra de todos los que mantienen lo contrario: “En la Sede Apostólica se guardó siempre sin mácula la Religión Católica, y fue celebrada la santa doctrina” (cf. Denzinger 1833). 

Y “no fue prometido a San Pedro ni a sus sucesores el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación trasmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe”. 

Y, “esta Sede de San Pedro permanece siempre intacta de todo error, según la promesa de nuestro divino Salvador: ‘Yo he rogado por ti, a fin de que no desfallezca tu fe; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos’” (cf. San Lucas XXII, 32).

“Así, pues, este carisma de la verdad y de la fe nunca deficiente, fue divinamente conferido a Pedro y a sus sucesores en esta cátedra” (cf. Denzinger 1836).

Porque a partir del Vaticano II se presentó una nueva doctrina; porque no se custodia ni se expone la fe transmitida por los Apóstoles; porque es su doctrina llena de error; decimos que la iglesia que hoy está en Roma no es la Iglesia Católica, sino una secta. Y sus usurpadores se hacen pasar por Papas de la Iglesia Católica.

Y porque hay muchos en la Tradición que no les importa ensuciarse con el error, decimos: 

¡Atención a los “solos en casa”; a los “lefebvristas y grupos RR” que quieren la comunión con el hereje de Roma; y atención también a los que están con la “Tesis Papa Material-Formal”, por voluntad propia y a sabiendas!

Porque están ayudando a propagar la herejía, o están comunicando en los ritos sagrados con los herejes, son sospechosos de herejía; le están escupiendo en la cara a Nuestro Señor Jesucristo. 

De hecho, esto lo dice el Código: “Una persona que por su propia voluntad y a sabiendas ayuda de cualquier forma a propagar la herejía, o que se comunica en los ritos sagrados con los herejes … es sospechoso de herejía” (Canon 2316).

¡Cuidado con propagar la herejía! ¡Cuidado con comulgar con los herejes que pisotean a Jesús! ¿Hasta cuándo van a seguir engañando? ¿Hasta cuándo van a seguir mofándose de la verdad? “Mejor le fuera si le hubieran atado al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y lo hubieran echado al mar” (San Marcos IX, 42).

Termina San Pablo diciendo: “¡Sed sinceros e intachables hasta el día de Cristo!” (Filipenses I, 10). 

Es decir, hasta la Parusía. Porque “a causa de vuestra participación en el Evangelio, desde el primer día hasta ahora, tengo la firme confianza de Aquel que en vosotros comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses I, 5-6).

Y continúa San Pablo: “Y es justo que yo piense así de todos vosotros, por cuanto os llevo en el corazón; pues tanto en mis prisiones como en la defensa y confirmación del Evangelio todos vosotros sois partícipes de mi gracia” (Filipenses I, 7). 

¿Cuál es la gracia de San Pablo? ¡Estar presente en el día de la Parusía! Para los que estemos vivos será el arrebato. “¡Porque testigo me es Dios de mi anhelo por todos vosotros en las entrañas de Cristo Jesús!” (Filipenses I, 8).

“Señor, si estoy en gracia mantenme en tu gracia; si no estoy en gracia llévame a tu gracia” (Santa Juana de Arco).

Si nos equivocamos nos retractamos, porque “siervos inútiles somos ... que solo hemos hecho lo que teníamos obligación de hacer” (San Lucas XVII, 10).

Dios se podría haber servido de otra bestia, como en el caso de Balaam: “Dios abrió la boca de la burra (y la burra habló)” (Números XXII, 27). ¡El mulo no deja de ser apestoso animal por estar cargado de perfumes de príncipes!

¡Ven Señor Jesús! ¡Ven pronto! ¡Junto a tu Madre, la Reina!

Amén.

Dom XXII post Pent – 2024-10-20 – Filipenses I, 6-11 – San Mateo XXII, 15-21 – Padre Edgar Díaz