Cristo Rey |
Las Sagradas Escrituras parecen indicar que Cristo no reina en la tierra. Pilato le dijo a Jesús: “Tu nación y los pontífices te han entregado” (San Juan XVIII, 35). Un Rey entregado. Los judíos no le dejaban reinar.
Es que ellos esperaban un reino político y mundano, con soldados y armas, pero no es de esta clase el Reino de Cristo. Jesús les dice que su Reino “no es de este mundo” (San Juan XVIII, 36), como bien lo explica la Encíclica Quas primas, del Papa Pío XI, del 11 de Diciembre de 1925.
El mundo no está pronto aun para “el Reino de Cristo”. Mi reino—dice Jesús—“ahora no es de este mundo” (San Juan XVIII, 36), pero un día lo será; un día vendré de vuelta al mundo y reinaré.
Varias traducciones de la Biblia no incluyen la palabra “ahora” en este versículo. El texto original griego, y la Vulgata latina, en cambio, dejan bien en claro que el “el Reino de Cristo no es de este mundo ahora” (San Juan XVIII, 36), y ésta es la correcta lectura.
No habrá regido Él sobre las naciones sino solo hasta entonces, es lo que debemos entender. Por ahora, quien reina en este mundo, sigue siendo un reino político y mundano, con soldados y armas.
Desde el siglo IV anda rondando una herejía que dice que el Reino de Nuestro Señor en este mundo ya tuvo lugar, es decir, que Cristo ya reinó sobre la tierra. Es la herejía del donatista Tyconius. Según él, Nuestro Señor reinó en la tierra desde la Ascensión hasta el Anticristo.
Esto acota al Reino, que es sempiterno. Hay numerosísimas citas que hablan de su eternidad. Solo citamos aquí: “Su reino es un reino eterno, y su dominio de generación en generación” (Daniel IV, 3).
Y agrega que los fieles cristianos reinan sobre la tierra, porque servir a Dios es reinar. Pero la mayoría de los cristianos parecen estar sometidos al pesadísimo yugo de la esclavitud mundana, y es al mundo a quien sirven.
Por más que se les insista en demostrarles que las Sagradas Escrituras hablan del Reino de Paz y Justicia de Nuestro Señor, parecen estar empeñados en no quererlo. No quieren que Cristo reine.
Y es que hay un misterio muy profundo aquí. El mal no quiere estar bien; no quiere superarse. Si le preguntáramos al Diablo si le gustaría volver a su lugar junto a Dios, él diría que no. ¡Él querría ser Dios!
Igualmente, si a mucha gente le preguntáramos si no les gustaría estar mejor, dirían que no. Bergoglio diría que no; es evidente que él prefiere vivir en el mal. Esto es un misterio insalvable. Luego, los fieles cristianos no reinan sobre la tierra.
Y la herejía de Tyconius también dice que lo cristianos reinan en el cielo porque los muertos tienen allí la gloria eterna, y son llamados “resucitados”, porque ya experimentaron la primera resurrección, que según la herejía, es recuperar y mantener la gracia de Dios perdida.
Pero no es eso de lo que está hablando San Pablo cuando se refiere a la resurrección primera. No se trata de recuperar la gracia perdida, sino el cuerpo, y, para los santos que están en el cielo, esto no ha ocurrido todavía, sino que ocurrirá en la Parusía.
Solo por analogía se puede hablar de la “resurrección” del alma, pero el significado principal de la palabra “resurrección”, que solemos dejar de lado, es la del cuerpo. En su Parusía, los muertos en Cristo resucitarán primero (cf. 1 Corintios XV, 23).
La herejía dice además que como el Reino de Cristo ya tuvo lugar en este mundo el demonio fue echado al abismo, y que, por eso, no engaña más a la gente. ¡Lejos de la realidad! ¡Todo lo contrario!
Lamentablemente, ésta es también la segunda interpretación que San Agustín hace del capítulo XX del Apocalipsis, aunque advirtió, que “no sabe si es la buena, o no”. Esta declaración lo salvó de caer en la herejía.
Lo cierto es que por la autoridad y el peso que tiene San Agustín su segunda interpretación se impuso en la Iglesia, por sobre la primera interpretación que había hecho de este capítulo, es decir, en favor del Reino de Cristo en la tierra.
Y a quienes no gustan de la segunda interpretación de San Agustín, afín a la de Tyconius, se les califica de heréticos, ridículos, judaizantes, exagerados, groseros, y perturbadores.
De ahí la beligerancia desde el siglo IV entre el Reino de Cristo “ya presente en este mundo desde la Ascensión hasta el Anticristo” de Tyconius, y el reino que “por ahora, no es de este mundo” (San Juan XVIII, 36), de Nuestro Señor a Pilato.
Toda la Tradición en masa, en los cuatro primeros siglos de la Iglesia, entendió que al retorno de Cristo y al refulgir de su Parusía habrá un largo período de paz y prosperidad, que el mal resiste, no quiere que venga.
¿Por qué, entonces, ese desaforado furor—que los fieles ignoran generalmente—hacia los que prefieren el sencillo y natural entendimiento del texto de los capítulos XIX y XX del Apocalipsis?
Así lo entendió el Gran San Ireneo y otros “innumerables santos y mártires”—como confiesa San Jerónimo.
¿Por qué esta ira y estos clamores si toda la profecía del Apocalipsis de San Juan confluye en el futuro Reino de Cristo en este mundo?
¿Por qué no se le acepta, ni se ama, ni se pide, su venida como Rey?
¿Por qué se opusieron los judíos a que este hombre fuera su Rey? “Hemos hallado a este hombre decir que es el Cristo Rey” (San Lucas XXIII, 2), acusación “sin tregua” (San Lucas XXIII, 10) de los judíos. “Sus compatriotas lo odiaban ... No queremos que éste reine sobre nosotros” (San Lucas XIX, 14).
No quieren que reine porque “pervierte a la nación, impide que se le dé tributo al César” (San Lucas XXIII, 2) y “subleva al pueblo con sus enseñanzas” (San Lucas XXIII, 5).
La verdad es que si Dios se hizo hombre en la persona de Jesús de Nazareth, no cabe asustarse de que vuelva a Reinar en este mundo. Es cosa grande y extraordinaria, y esta verdad se encuentra realmente en las Sagradas Escrituras.
Hay una Gran Guerra que precede a la Parusía: “Al lagar de agrio vino, de la furiosa ira de Dios el Todopoderoso, es Él quien lo pisa” (Apocalipsis XIX, 15).
La furiosa ira de Dios se está ya manifestando en la gran guerra del Nuevo Orden Mundial, donde parte de la humanidad muerta por beligerancia nuclear precederá a la instalación del Anticristo.
Nuestra época es descrita en el Apocalipsis en la carta a la Iglesia de Filadelfia (cf. Apocalipsis III, 7-12).
Ésta es la Iglesia de los tiempos finales, con misiles nucleares y alta tecnología, a quien le tocará ver la Parusía. Es la Iglesia de la Gran Hora “que ha de venir sobre todo el mundo, para probar a los que habitan sobre la tierra” (Apocalipsis III, 10), nos dice San Juan.
El profeta Daniel nos había hablado de una cuarta bestia que “tiene diez cuernos” (Daniel VII, 7). En la Biblia “cuerno” significa el poder político y militar. En esa profecía, Dios nos ha hecho saber cómo sería el poder en el mundo que nos sometería a prueba:
“La cuarta bestia es un cuarto reino que habrá en la tierra … que devorará toda la tierra … y la desmenuzará” (Daniel VII, 23). Y: “de los diez cuernos de este reino surgirán diez reyes” (Daniel VII, 24).
Los diez cuernos o reyes de esta maquiavélica bestia son una confederación mundial de diez centros de poder, grupos secretos que manejan el mundo, y trabajan juntos, o alineados, aunque exteriormente muestren lo contrario.
Tienen un mismo objetivo que se manifiesta en un régimen totalmente anti-Dios, anti-Cristo, y, por consiguiente, anti-Iglesia Católica, y esto, en todos los ámbitos: política, ideas, periodismo, radio, televisión, internet, educación… y ya está en su etapa final, su máxima explicitación.
Son los promotores de las ideologías, la falsa moral, las falsas religiones, las logias, la masonería, el comunismo, y los que gobiernan a los gobiernos particulares de todos los países del mundo, y, en especial, al Vaticano de Bergoglio.
Estos diez centros se pueden señalar con facilidad: el mundo anglosajón a la cabeza, con Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá; el Viejo Mundo, Europa, con Alemania y Francia siguiéndoles por detrás; Rusia, China, Japón y las Coreas; Irán y el Mundo Árabe, Líbano, Gaza y Yemen; India; e Israel.
Todos estos están confederados y fueron profetizados por Daniel como la cuarta bestia de diez cuernos, “espantosa y terrible y extraordinariamente fuerte, que tenía grandes dientes de hierro. Devoraba y desmenuzaba, y lo que sobraba lo hollaba con los pies …” (Daniel VII, 7; cf. Daniel VII, 19); “La cuarta bestia (de diez cuernos) es un cuarto reino que habrá en la tierra … que la devorará toda, la hollará y la desmenuzará” (Daniel VII, 23).
Esta confederación de diez cuernos se conoce como el Nuevo Orden Mundial. Son todos de la misma tribu, y son los que introducirán al Anticristo. Toda esta maquinaria infernal milita y trabaja para destruir la obra de Cristo, su Reino en la tierra, su Santa Iglesia Católica, y la humanidad entera.
Las cruelísimas guerras entre ellos es solo apariencia de rivalidad: Rusia-Ucrania; Israel-Mundo Árabe (Irán); Turquía-Siria; China-Taiwan; Corea del Norte-Corea del Sur … perfecta descripción de cómo los malos se pelean entre sí, por ambición, poder, dinero, etc.
Estas guerras casi seguramente son el cumplimiento de la profecía de la Sexta Trompeta del Apocalipsis (cf. Apocalipsis IX), “La Tercera Guerra Mundial”, la muerte por conflagración nuclear de un tercio de la humanidad, unos 2.500 millones de seres humanos, que el Nuevo Orden Mundial considera como gente innecesaria de la que hay que deshacerse.
Un experto del Foro Económico Mundial, Harari, sostiene que “hoy los seres humanos somos obsoletos …”; y se pregunta: “¿Para qué necesitamos a los humanos? O, ¿para qué necesitamos tanta gente inútil?” Solo Cristo nos salvará de esta tragedia.
Además de las guerras nucleares próximas, un instrumento peligrosísimo de destrucción es también la inteligencia artificial, la sabiduría del diablo.
Al respecto, Harari dice que “hoy el trabajo que anteriormente hacíamos los humanos lo hacen mucho mejor las computadoras. Éste es el fin de la historia de la humanidad ... de la historia dominada por la humanidad. La historia continuará, pero no será escrita por seres humanos”.
Una realidad espeluznante de la inteligencia artificial es la provocación al suicidio. Se interactúa con un robot a través de una conversación virtual, y se establece una especie de sentimentalismo no correspondido que provoca grandes trastornos psicológicos.
Advertimos negarse a usar la inteligencia artificial. ¡Solo Cristo!
De la farmacéutica Pfizer, Miguel Yeadon nos advierte que la “Identificación Digital” y la “Moneda Digital del Banco Central” forman los componentes del “matadero humano”.
Sin la identificación digital mundial no se podrá comprar alimentos, por ejemplo, o no se podrá tener acceso a la salud, y quien controla esto podrá obligar a las personas a cumplir con un cierto requisito, como el de arremangarse el brazo con el objetivo de matarlas.
Advertimos también no aceptar la identificación digital. ¡A esto solo lo soluciona Nuestro Señor!
Y esta maquinaria infernal del orden civil, político y moral es apoyada, a su vez, por el orden religioso. Principalmente, el Nuevo Orden Mundial está usando a la secta Vaticano II, la falsa iglesia católica, como su brazo auxiliar para llevar a cabo sus planes.
La iglesia falsa de Bergoglio es encarga de unificar todas las religiones del mundo—a través del falso ecumenismo del Vaticano II—para establecer, a partir de ellas, la única religión del Anticristo.
Advertimos urgentemente salir de la secta perniciosa del Vaticano II en Roma con Bergoglio, que no es la Iglesia Católica. Estar o asociarse a esta secta, condena. ¡Solo la verdadera Iglesia de Cristo salva!
Posteriormente al Nuevo Orden Mundial, vendrá el gobierno personal del Anticristo, como máximo líder mundial, el “Señor del Mundo”.
La aparición en escena del Anticristo es descrita por la profecía de Daniel. Un cuerno pequeño sale de entre los diez antes mencionados: “un cuerno pequeño despuntaba de entre ellos … (con) ojos como de hombre y una boca que profería cosas horribles” (Daniel VII, 8; cf. Daniel VII, 20).
Un poder relativamente pequeño, al comienzo, sucederá y suplantará a estos diez poderes grandes, es decir, al Nuevo Orden Mundial.
Tres de esos perversos grandes poderes serán destruidos por el cuerno pequeño, el Anticristo, y los siete restantes se le someterán: “Y a la bestia le fueron arrancados tres de los primeros cuernos” (Daniel VII, 8; cf. Daniel VII, 20).
Resulta así que el cuerno pequeño, no es tan pequeño, porque se vuelve el Jefe: “será diferente a los anteriores y derribará a tres reyes, proferirá palabras contra el Altísimo … y oprimirá a los santos ...” (Daniel VII, 24-25).
Es el Anticristo. Así lo entienden y lo enseñan, entre los más importantes, San Jerónimo, San Ireneo, A Lapide, Maldonado, Calmet.
Además, “pretenderá cambiar los tiempos y la Ley” (Daniel VII, 25). Monseñor Straubinger dice que este cambio significa diferentes tiempos sagrados, fiestas, y formas de culto.
Esto ya lo vemos. Es lo que ya ha logrado la falsa iglesia del Vaticano II, la máxima falsificación del Catolicismo, con sus nuevas fiestas de falsos santos, y su nuevo falso culto, la nueva misa de Montini, que es un viejo servicio protestante.
Y con respecto al cambio de los tiempos es de notar cómo el misterio de la iniquidad ha logrado hacer prevalecer la idea de que el reinado de Cristo en el mundo no es en tiempo futuro, sino pasado.
Cambiar esta mentalidad fue algo estratégico del demonio. Ha logrado hacer que el Reino de Cristo pierda exteriormente su trascendencia y que quede solo como algo inmanente en el cristiano.
Según el enfoque que se tenga, si el Reino de Cristo es visto como ya consumado en los corazones de los cristianos (ya pasado), o por consumarse en el mundo (en el futuro), un obispo y un sacerdote plantearán su trabajo apostólico correspondientemente a la posición que se tome.
Una cosa es recordar lo pasado, y quejarse de haberlo perdido, y otra muy distinta, levantar la vista para ver un maravilloso futuro. Luego, es vital y crucial que se entienda que el Reino de Cristo consumado en la tierra es todavía algo futuro.
Advertimos esto también; no caer en la herejía de decir que el Reino de Cristo ya fue consumado en la tierra. ¡Cristo viene, y viene pronto a reinar en este mundo!
Noé gritaba que se venía un gran diluvio, pero la gente no le creyó porque sus corazones estaban embotados. ¡Será una lluvia más, como todas las otras que hemos visto! Pero no fue así. Pereció toda la humanidad, salvo la familia de Noé.
La crisis que estamos viviendo hoy es vista como una crisis más. ¡Ya hemos tenido dos grandes guerras mundiales! Y el mundo sigue andando, como si nada hubiera pasado. Pero, ¿será así después de esta tercera guerra mundial? ¿No será necesario gritar como Noé?
El enfoque sobre el Reino de Cristo como solamente interior y espiritual puede llegar a desvirtuar la realidad futura y externa del Reino, y producir graves consecuencias.
Si ya hemos visto su reino en la tierra, ¿Qué es lo que nos depara el futuro? ¿Su derrota por el advenimiento del Anticristo? No tiene sentido. Si Cristo ya reinó sobre la tierra, solo queda que reine el Anticristo, y la historia acabará así, una derrota triste y amarga.
Pero la Profecía de Daniel termina bien, con el triunfo de Dios.
En la Iglesia de Filadelfia, nuestros tiempos finales, las llaves de la Iglesia han vuelto a Cristo.
Pío XII, el último Papa, se las devolvió por ahora, hasta que venga un Papa verdadero: “Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cierra, el que cierra y nadie abre” (Apocalipsis III, 7).
Desde la muerte de Pío XII ya no se encuentran las llaves de Pedro en la tierra. Nuestro Señor las tiene ahora: son las llaves de David, que indican que Él es el Señor de las Profecías, que es lo que significa tener las llaves de David. Todas las profecías terminan en Él y su Reino.
Y es Señor también con poder discriminatorio: las llaves de Pedro han vuelto a sus manos, dice el padre Castellani.
La Sede está vacante y esto es muy significativo. Solo una intervención especial de Dios hará que Cristo devuelva las llaves de Pedro a un verdadero Papa, que en la Parusía será uno de sus Santos que viene a reinar sobre este mundo.
Y esto es así porque Daniel nos lo dijo: “Vino el Anciano de días (Dios Padre) y el juicio (el gobierno) fue dado a los santos del Altísimo (entre ellos, San Juan), y llegó el tiempo en que los santos (entre ellos San Juan) tomaron posesión del reino” (Daniel VII, 22). “Se sentará el tribunal, y entonces se le quitará (al Anticristo) su dominio, a fin de destruirlo y aniquilarlo para siempre” (Daniel VII, 26).
La destrucción del Anticristo y el triunfo de Dios Nuestro Señor Jesucristo y su Reino y sus Santos consumado en este mundo: “Y he aquí que vino sobre las nubes del cielo Uno parecido a un hijo de hombre” (Daniel VII, 13). Es Nuestro Señor Jesucristo en su Parusía.
“Y le fue dado el señorío, la gloria y el reino, y todos los pueblos y naciones y lenguas le servirán. Su señorío es un señorío eterno que jamás acabará, y su reino nunca será destruido” (Daniel VII,14).
Y junto a Él, “los santos de Dios Altísimo (entre ellos San Juan) recibirán el Reino, y poseerán el Reino hasta la eternidad y por los siglos de los siglos” (Daniel VII, 18). Creemos que este texto es el fundamento para decir que San Juan podría ser el Papa de la Parusía.
Daniel termina su importante capítulo VII diciendo: “Aquí terminaron sus palabras (las del Ángel). Yo, Daniel, quedé muy conturbado por mis pensamientos y mudé de color; pero guardé estas cosas en mi corazón” (Daniel VII, 28).
Nuestro Señor no necesitará para vencer al Anticristo de los ejércitos del cielo: lo derribará y lo reducirá a la impotencia “con un soplo de su boca”, dice San Pablo, “y con el mero refulgir de su llegada” (2 Tesalonicenses II, 8), cuando regrese en todo su esplendor.
Estamos presenciando la resolución definitiva de la lucha entre el Bien y el mal en este mundo; lucha de espíritu, pero que se halla representada por batallas carnales, como que de ella derivan en realidad todas las batallas carnales de la historia, y adquieren significación histórica por referencia a ella.
Los hombres se obsequian la muerte corporal unos a otros, en las guerras; la muerte del espíritu, la muerte segunda que envía al Infierno, es la que procede de la boca de Cristo, la sentencia del Juez eterno.
Al final de la epístola que San Juan le envía a la Iglesia de Filadelfia se halla la frase típica: “Vengo pronto” (Apocalipsis III, 11), y la mención de la “Nueva Jerusalén” (Apocalipsis III, 12), que es el final del Apocalipsis (cf. Apocalipsis XXI, 9-27).
¡Cristo Rey! “Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis XIX, 16). Por su excelencia sobresale de los demás.
¡Cristo Rey! “Y en su cabeza … un nombre escrito que nadie conoce sino Él mismo” (Apocalipsis XIX, 12). ¡Dios mismo!
Su poderío es un poderío inconmensurable (cf. Apocalipsis XIX, 11-21), porque su nombre en su frente es su Deidad.
Y de los nombres de Él que podemos saber derivan de su Deidad: “Y su Nombre es: ‘El Verbo de Dios’” (Apocalipsis XIX, 13). “Y el Verbo se hizo carne …” (San Juan I, 14).
¡Es Hombre! Y Hombre que estuvo colgado en la Cruz. Sus vestidos están “empapados de su propia sangre” (Apocalipsis XIX, 13).
Y “la espada aguda que sale de su boca” corta “hasta la división del alma del espíritu” (Hebreos IV, 12), “para herir con ella a las naciones” (Apocalipsis XIX, 15). “Las regirá con vara de hierro” (Apocalipsis XIX, 15), con toda justicia.
Mi reino—dice Jesús—“ahora no es de este mundo” (San Juan XVIII, 36), pero un día lo será; un día vendré de vuelta al mundo y reinaré.
¡Viva Cristo Rey! ¡Ven Pronto!
“Señor, si estoy en gracia mantenme en tu gracia; si no estoy en gracia llévame a tu gracia” (Santa Juana de Arco).
¡Que nos encuentre en gracia! ¡Solo Cristo soluciona todo esto!
Si nos equivocamos nos retractamos, porque “siervos inútiles somos ... que solo hemos hecho lo que teníamos obligación de hacer” (San Lucas XVII, 10).
“Dios abrió la boca de la burra (y la burra habló)” (Números XXII, 27).
¡Ven Cristo Rey! ¡Ven pronto, junto a tu Madre, la Reina!
Amén.