El beso de Judas |
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El Salmista llama “parábola” y “cosa recóndita” a la historia del pueblo israelita: “Voy a abrir mi boca en un poema, y evocaré escondidas lecciones del pasado” (Salmo 77 [78], 2).
Los llama así porque los acontecimientos históricos de Israel nos muestran los misterios del Corazón de Dios, manifestados por su Providencia, y encierran enseñanzas profundas para las generaciones venideras.
El texto del Salmista tuvo su cumplimiento en las parábolas de Jesús: “El Reino de los Cielos es como un grano de mostaza …” y “es semejante a la levadura …” (San Mateo XIII, 31.33). Son las parábolas que hemos escuchado hoy.
“Todo esto lo decía Jesús a las multitudes en parábolas, y nada les hablaba sin parábolas … Para que se cumpliese lo que había sido dicho por medio del profeta: ‘Abriré mis labios en parábolas; narraré cosas escondidas desde la fundación del mundo’” (San Mateo XIII, 34-35).
Las cosas escondidas desde la fundación del mundo son un misterio para todos, puesto que en la historia de este pueblo ingrato está prefigurada la de todos los pueblos, todos los hombres, toda la humanidad. Es aprender la lección por experiencia propia y ajena.
Más de una vez en esa historia se le recordaba al pueblo que debían relatar “lo que habían oído y aprendido, lo que les habían contado sus padres” (Salmo 77 [78], 3). Los israelitas no debían olvidar estas cosas y por eso tenían que “relatar a la generación venidera las glorias de Yahvé y su poderío, y las maravillas que Él hizo” (Salmo 77 [78], 4).
Esto es un mandato de Dios: Él “lo mandó” (Salmo 77 [78], 5). Su Corazón Paternal de Dios y su Providencia hizo que a los israelitas les mandara transmitir a sus hijos lo que Él hace como Padre.
Y era para “que pongan en Dios su confianza, no olvidando los beneficios de Yahvé, y observando sus mandamientos” (Salmo 77 [78], 7), y para que “no vengan a ser como sus padres, una raza indócil y contumaz; generación que no tuvo el corazón sencillo ni el espíritu fiel a Dios” (Salmo 77 [78], 8). Así como en el pasado se olvidaron del Padre Celestial, así hoy también.
Esta semana, esta “raza indócil y contumaz” ha sorprendido al mundo y le ha hecho conmoverse de dolor e indignación ante el asalto militar a un hospital en Gaza. A raíz de esto, muchos han denunciado a Israel como un “estado terrorista”, y a sus gobernantes y militares como “criminales de guerra”.
Ante esto, ¿cuál es la actitud católica? ¿Estamos denunciando estas atrocidades? ¿Estamos tomando conciencia de todo lo que estos acontecimientos significan? ¿No corremos también nosotros el peligro de volvernos indóciles y contumaces? ¿Estamos rezando para no caer nosotros también?
Una perspectiva realista de los Sionistas está manifestada en que si hubiera habido un ataque militar a un hospital israelí, éste habría sido denunciado grandemente por el mundo entero, y se habría gritado a voz en cuello que los responsables agresores fueran arrestados. Pero eso no ocurriría.
Así, el peligro del Sionismo está en nuestras narices, y es peor de lo que cualquiera imaginaba o decía. Esta “raza indócil y contumaz; generación que no tuvo el corazón sencillo ni el espíritu fiel a Dios” humilla sin descaro las glorias de Yahvé y su poderío, y las maravillas que Él hizo en medio de Israel. Se niegan a cumplir con el designio de Dios para con ellos.
Los hospitales no son campo de batalla. Pero porque a los judíos le parece bien atacar un hospital, ahora sí lo son. De esta manera, imponen nuevas normas y abiertamente demuestran ser los amos del mundo. Por esta acción, llegaron hasta pedir que se despidiera de su cargo a un miembro de las Naciones Unidas que se atrevió a denunciarlos.
Rodearon el hospital con franco tiradores que disparaban a cualquiera que saliera del hospital: padres, hijos, médicos, etc. No les importa nada; ni la edad de las víctimas. Dispararon a cualquiera, a adultos, y a sus niños.
En el mundo ha predominado largamente el adoctrinamiento de la propaganda judía o sionista. Esta propaganda hace creer que los palestinos no son humanos, y los llaman “brutos”, sin sentimientos, pensamientos, porque no viven como humanos (como ellos) sino como animales y nacieron terroristas.
Un reducido número de palestinos son cristianos, y como tales, descendientes de los primeros cristianos nativos de la Palestina en tiempos de Jesucristo. La Iglesia recién comenzaba a alcanzar también a los gentiles.
Cuando Nuestro Señor predicó en Palestina, Israel ya no existía como gobierno propio. Había terminado de existir como nación siglos antes de que Jesucristo naciera en Belén. Luego, en cuanto a su nación, Jesús era un judío palestino. Judío, por raza; Palestino, por la geografía en donde nació. Nació en Palestina.
El Reino Davídico había terminado siglos antes de que Cristo naciera. Toda la controversia de los judíos en torno a Jesús era: ¿Eres el Mesías? (cf. San Lucas VII, 20; San Marcos XIV, 61). ¿Vas a restaurar el Reino de Israel? (cf. Hechos de los Apóstoles I, 6).
¿Vas a reivindicar a Israel? ¿Vamos a reclamar la tierra? ¿Vamos a perseguir y echar a los romanos (gentiles)? ¿Vamos a volver a tener control de nuestra propia tierra? Ésta era la idea que predominaba en el tiempo, y observemos, es la predominante entre los judíos hoy.
Muy especialmente esta idea estaba fija en la mente de Judas, el traidor. Judas era un Zelote Sionista y traicionó a Jesús cuando se dio cuenta de que no llevaría a cabo una revolución violenta para derrocar al gobierno romano y devolver Palestina a los judíos.
Judas es el hombre que quiso cambiar a Dios. Cuando Jesús rechazó el homenaje de la gente de hacerlo Rey, Judas se dio cuenta de que el triunfo tan ardientemente deseado, el ideal que anhelaba, no llegaría.
Se le hizo difícil entrar por los nuevos caminos que sugería Jesús. Pretendía imponerle sus criterios demasiado humanos, contra el camino del “Siervo Sufriente” de Dios. Es entonces cuando resuelve entregarlo.
Al ver que no se decidía a establecer el reino del que tanto hablaba quiso obligarlo a actuar. Pensó que Jesús haría un magnífico milagro, acabaría con la ocupación extranjera e instauraría por fin el reino del que muchas veces había oído predicar.
Pero se equivocaba, y comprendió, aunque tarde, que Jesús nunca había pensado en aniquilar violentamente a sus enemigos. Judas antagonizaba con los planes de Dios; pensó saber más que Dios.
Pues bien, esta actitud sigue en vigencia entre los judíos, y en su desatino por conquistar toda la tierra para ellos, no dudan en aniquilar a toda una población, y cometer estas atrocidades, por causa de su idolatría: “No guardaron sus mandamientos. Apostataron y fueron traidores … lo movieron a ira con sus lugares altos (la idolatría de los falsos dioses)” (Salmo 77 [78], 56-58).
En contra partida, San Pablo habla de la fe de los primeros cristianos, a saber, la de los Tesalonicenses: “la fe vuestra, que es para con Dios …” (1 Tesalonicenses I, 8). Vuestra fe, la que se dirige hacia Dios, y que tiene como fin a Dios. Es decir, fe en Dios, y no en los hombres, como la que censura San Pablo: “‘Yo soy de Pablo’, ‘yo de Apolo’, ‘yo de Cefas’, ‘yo de Cristo’” (1 Corintios I, 12).
Los Tesalonicenses se volvieron “de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tesalonicenses I, 9). Es la conversión al Catolicismo, que Israel deberá también observar.
La conversión al Catolicismo es resumida en tres puntos concretos: el abandono del culto de los ídolos (el culto al hombre), la adhesión al Dios único, que es llamado vivo y verdadero por oposición a las divinidades sin vida y sin realidad del paganismo y del judaísmo, y la espera de la segunda venida de Jesucristo, juez futuro de los vivos y de los muertos.
“Y esperar de los cielos a su Hijo, a quien Él resucitó de entre los muertos: Jesús, el que nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses I, 10). “Pues ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de gloria delante de nuestro Señor Jesucristo en su Parusía? ¿No lo sois vosotros?” (1 Tesalonicenses II, 19).
Si entonces había que superar la dificultad de una religión completamente nueva y repugnante a la mentalidad pagana o judaica, amén de la hostilidad del poder político que divinizaba al César y condenaba a muerte a quien se negaba a adorarlo, como pretendieron hacer con Jesús, hoy, después de veinte siglos de catolicismo, los obstáculos a vencer no son menores.
Los católicos nos encontramos con esta dificultad: la idolatría práctica es mucho más peligrosa que la idolatría teórica y es más difícil hacer católico a quien intenta renegar de su fe (sobre todo si es un sacerdote verdadero y tradicional) que convertir a un pagano o a un judío de buena fe.
Muchas veces en la historia de este pueblo, la ira de Dios se encendió contra la desconfianza de su pueblo, esta “raza indócil y contumaz”, y su pretensión de saber mejor que Él lo que les convenía, como en el caso de Judas.
¿No fue acaso semejante el pecado de Adán y el de Babel? ¿No fue igualmente torpe y desconfiada la actitud de los hombres, incluso de los discípulos, cuando Jesús les anunció que su Cuerpo es comida y su Sangre es bebida? (cf. San Juan VI, 53.61). Por lo demás, la necesidad de castigo sigue siendo patente:
“Sin embargo, pecaron de nuevo, y no dieron crédito a sus milagros” (Salmo 77 [78], 32); “Y no cesaban de tentar a Dios, de afligir al Santo de Israel” (Salmo 77 [78], 41).
Ante el poderío de Dios, prefieren sus raquíticas fuerzas, y ante la gloria y el honor de Dios, las atrocidades del exterminio de un pueblo. Mientras tanto el plan de Dios se lleva a cabo ...
Temerán las naciones tu nombre, oh, Señor, y todos los reyes de la tierra tu gloria. Porque edificó el Señor a Sión, y allí será visto en su majestad. El Señor reina ya: regocíjese la tierra, llénense de júbilo todas las islas. Es el Gradual y el Aleluya de la Santa Misa de hoy.
Amén.
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Dom VI post Epiph – 1 Tesalonicenses I, 2-10 – San Mateo XIII, 31-35 – 2023-11-19 – Padre Edgar Díaz