El Profeta Daniel en la fosa de los leones - Pedro Pablo Rubens Testimonio de la Verdadera Fe en el Antiguo Testamento |
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El pasado 8 de Noviembre celebramos la fiesta de los “Cuatro Santos Coronados”. Con este título honra la Iglesia a los cuatro hermanos: Severo, Severino, Carpóforo y Victorino, que murieron mártires a fuerza de azotes el año 304.
Como al principio se ignoraban sus nombres, la Iglesia que les está dedicada en Roma lleva el nombre de los “Cuatro Santos Coronados”. En la oración colecta de esta fiesta se pide a Dios Padre experimentar ante su trono el poder de la piadosa intercesión en favor nuestro de estos mártires cuya fortaleza les ganó la gloria, por el trance de los tormentos que tuvieron que sufrir.
La Epístola de esta fiesta está tomada de la Carta a los Hebreos. En ella San Pablo hace un resumen de manifestaciones de fe que los hebreos conocían bien, y por la que muchos en el Antiguo Testamento alcanzaron también la palma del martirio de la fe, porque “el mundo (el enemigo de Dios) no era digno de ellos—extraviados por desiertos y montañas, en cuevas y cavernas de la tierra” (Hebreos XI, 38).
En el listado que San Pablo hace de las diversas situaciones por las que estos mártires de la fe tuvieron que pasar no da sus nombres sino solo indicios de ellos. Como estos sucesos son muy conocidos en la Biblia, se puede fácilmente deducir a quien San Pablo se refiere en cada caso particular.
Hay referencias al Profeta Daniel cerrando la boca de los leones (cf. Daniel VI, 22): “Por la fe subyugaron reinos, obraron justicia, alcanzaron promesas, obstruyeron la boca de leones …” (Hebreos XI, 33).
A Jeremías torturado (cf. Jeremías XX, 2): “Otros sufrieron escarnios y azotes, y también cadenas y cárceles …” (Hebreos XI, 36).
Se recuerdan a Elías resucitando al hijo de la viuda de Sarepta y a Eliseo resucitando al hijo de la Sunamita (cf. 3 Reyes XVII; 4 Reyes IV): “Mujeres hubo que recibieron resucitados a sus (hijos) muertos: y otros fueron estirados en el potro, rehusando la liberación para alcanzar una resurrección mejor …” (Hebreos XI, 35).
Hay referencia a Zacarías lapidado (cf. 2 Crónicas XXIV, 21): “Fueron apedreados, expuestos a prueba …” (Hebreos XI, 37); y también a Isaías, aserrado por medio (según una tradición judía) (cf. Hebreos XI, 37).
Concluye este resumen: “Todos estos que por la fe recibieron tales testimonios, no obtuvieron (la realización de la) promesa” (Hebreos XI, 39), “porque Dios tenía provisto para (ellos) (para los del Antiguo Testamento) algo mejor” (Hebreos XI, 40).
Según algunos, interpretan estas palabras como que Dios habría querido que los fieles del Antiguo Testamento esperasen para entrar en el cielo hasta que fuese abierto por la Ascensión de Jesús para que sus almas recibiesen con nosotros (los del Nuevo Testamento) esa eterna recompensa.
Pero “eso mejor” es una perfección o consumación definitiva, “a fin de perfeccionar a los santos … para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios IV, 12) y no del destino del alma solamente, así como la gran voz de los mártires lo testifica: “¿Hasta cuándo, oh, Señor, Santo y Veraz, tardas en juzgar y vengar nuestra sangre de los habitantes de la tierra?” (Apocalipsis VI, 10).
Ese momento de juicio, venganza y separación del trigo y la cizaña Dios no lo ha querido todavía, por temor a desarraigar también el trigo. Era necesario, por lo tanto, dejarlos crecer juntos hasta la siega: “Al momento de la siega (la Segunda Venida de Nuestro Señor) Dios dirá: ‘Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y al trigo juntadlo en mi granero” (San Mateo XIII, 30).
La cizaña es sembrada en el campo junto con el trigo, y “el campo es el reino de los cielos”, la Santa Madre Iglesia. Por “su enemigo” (v. 25)—el diablo—y por “algún enemigo” (v. 28)—discípulo del diablo, el mundo (cf. San Mateo XIII, 24-25.28), “mientras la gente dormía” (San Mateo XIII, 25), la tibieza de la Iglesia.
Se refiere la Parábola directamente a los herejes, discípulos del diablo, pues también ellos siembran sus perversas doctrinas. Estos vienen con el espíritu del enemigo precisamente a negar al que viene a recoger el trigo, Nuestro Señor Jesucristo (cf. San Mateo XIII, 30).
Los herejes son más numerosos que aquellos que son fieles a la verdadera fe y mucha más gente se adhiere a los errores que a la verdad. Es por ello por lo que están en comunión con sus crímenes; comulgan con “el sembrador de cizaña” (los herejes).
Santa Hildegarda (1098-1179) sostiene que al final “las herejías serán tales que los herejes podrán predicar abiertamente y en plena seguridad sus erróneas creencias. La duda y la incertidumbre de la fe católica en los cristianos aumentará tanto que las gentes dudarán a qué Dios dirigirse”.
Parece que así estaremos hasta el tiempo de la siega, la Segunda Venida. Los enemigos quedarán con el anticristo, y la Iglesia será llevada al desierto (cf. Apocalipsis XII).
San Juan Crisóstomo, San Agustín, Estio, y otros autores antiguos y modernos, reconocen esa perfección o consumación definitiva en la resurrección: “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán (resurrección)” (Daniel XII, 2), y “Te será retribuido en la resurrección de los justos” (San Lucas XIV, 14).
Es decir, se trata de la Primera Resurrección: “Unos para vida eterna (primera resurrección), otros para ignominia y vergüenza eterna” (Daniel XII, 2); “Cada uno por su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía …” (1 Corintios XV, 23); “En un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final; … (ésta) sonará y los muertos serán resucitados incorruptibles …” (1 Corintios XV, 51); “El mismo Señor, dada la señal, descenderá del cielo, a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses IV, 16).
Más claro imposible; para aquellos que no relacionan todas estas grandiosidades que los justos recibirán con la Parusía de Nuestro Señor.
Esta mejor provisión, a la que hace referencia San Pablo, podría consistir simplemente en esa espera de los antiguos, es decir, la resurrección primera, aunque algunos de ellos fueron ya resucitados inmediatamente después de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo (cf. San Mateo XXVII, 52).
Pero en realidad, se deduce de aquí que se trata de un destino superior para los cristianos que para los justos de la Antigua Alianza, considerando a estos como “amigos del Esposo”, y a la Iglesia como “Esposa del Cordero” (cf. Apocalipsis XIX, 6 ss.): “El que tiene la esposa (la Santa Iglesia Católica), es el esposo (Cristo). El amigo del esposo (los justos del Antiguo Testamento) … experimenta una gran alegría con la voz del esposo …” (San Juan III, 29).
Así, San Juan Bautista y los otros justos del Antiguo Testamento se llamaban a sí mismos “amigos del esposo” porque pertenecen al Antiguo Testamento y no eran todavía miembros de la Iglesia, “Esposa de Cristo”, no fundada aún en el momento en que San Juan Bautista pronunció estas palabras.
Con todo, vemos que los Patriarcas están llamados a la Jerusalén celestial: “Mas ahora anhelan otra (ciudad) mejor, es decir, la celestial. Por esto Dios no se avergüenza de ellos de llamarse su Dios, porque les tenía preparada una ciudad (mejor)” (Hebreos XI, 16).
Es la “Jerusalén Celestial” (Hebreos XII, 22), “la ciudad santa …, que bajará del cielo, desde Dios” (Apocalipsis XXI, 10). San Pablo exhorta: “no abandonando la común reunión” (Hebreos X, 25), la unión de todos en Cristo en el día de su venida, “sino antes animándoos, y tanto más, cuanto que veis acercarse el día” (Hebreo X, 25).
Esta reunión de los fieles es la Iglesia, en el día de la Segunda Venida de Jesucristo (cf. Apocalipsis XXI, 2.10), “porque aquí no tenemos ciudad permanente, sino que buscamos la futura” (Hebreo XIII, 14).
Todos estos puntos de escatología son muy difíciles de precisar. Y Dios parece haberlos dejado en el arcano hasta el momento propicio en que se han de entender, por “todos cuantos vivan según esta norma … el Israel de Dios” (Gálatas VI, 16), “las nuevas creaturas” (Gálatas VI, 15), según la fe que tuvo Abraham, los hijos de la promesa, por oposición al Israel según la carne (cf. 1 Corintios X, 18; Romanos IX, 6-8).
Y por los que por la fe en Jesús fueron hechos hijos de Dios (cf. San Juan I, 13), los cristianos “no judaizantes”, es decir, la parte fiel de los judíos que formó el núcleo primitivo de la Iglesia de Dios, el olivo en que se hizo el injerto de los gentiles (cf. Romanos XI, 17 ss.; Efesios III, 6).
El Israel según la carne son los “judaizantes”, que se concretiza en ser aquellos dignos del “mundo”—este “mundo perverso”, el enemigo de Dios. El Israel de la carne muere la dulce muerte de su delirio materializado en su amor por este “mundo perverso”, de “indecible felicidad”, del que Dios está harto.
En una entrevista a tres sobrevivientes del atentado del pasado 7 de Octubre al festival de música en Israel, uno de ellos describió lo siguiente: “Estábamos bailando; y en un segundo, de estar tan increíblemente feliz y seguros y de sentir todo el amor nos vimos envueltos por el terror”. ¿Qué los hacía increíblemente feliz, y seguros, y llenos de amor?
En el video del festival de música se muestran los segundos finales de esta “increíble felicidad”: la indecencia de las mujeres, los tatuajes, las orejas y narices perforadas, los gestos diabólicos, los extraños cortes y color de pelo, la música y los bailes obscenos, la homosexualidad … Esto los hacía “increíblemente felices, seguros y llenos de amor”.
Las consecuencias de este amor por el mundo enemigo de Dios son terribles. Uno de los sobrevivientes dice: “Me siento como si en cierto sentido ya hubiera muerto. Me siento como un espíritu errando… Es como estar muriendo una y otra vez y otra vez … (por causa del brutal ataque)”
Traumados; lejos de conocer la realidad mala y cínica de este mundo perverso, que les haría buscar al verdadero Dios; todo su ser quebrantado al ver a otros mundanamente reír y celebrar; una devastadora situación… hasta llegar a pensar que la única opción que queda es el exterminio del pueblo palestino, que de alguna manera lo están logrando. Este panorama es lo que ofrece “el mundo enemigo de Dios” a quienes le siguen.
Contra estos, dice el profeta Jeremías, “no cesará el ardor de la ira de Dios hasta realizar y cumplir los designios de su corazón. Al fin de los tiempos entenderéis esto” (Jeremías XXX, 24).
Cuando venga Jesús por segunda vez, en el fin del mundo actual y perverso, la experiencia misma y los hechos nos harán creer que es verdad cuanto Dios nos ha dicho por medio de las Escrituras, y penetraremos todo el sentido: “Tú, Daniel, encierra estas palabras, y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos buscarán y se acrecentará el conocimiento” (Daniel XII, 4).
Muchos buscarán apresuradamente la verdadera doctrina, la única que salva. Al fin de los tiempos se leerá, con interés el libro de Daniel, a fin de comprenderlo lo mejor posible y admirar la maravillosa coincidencia de los acontecimientos que estamos viviendo con las profecías.
Análoga idea expresa San Juan en el Apocalipsis, cuando dice: “No selles las palabras de la profecía de este libro, pues el tiempo está cerca—el justo se justifique más y más; y el santo más y más se santifique” (Apocalipsis XXII, 10-12), ¿cómo podríamos dejar de trabajar en nuestra santificación y en la de los demás? San Juan no ha de sellar el libro, porque los últimos tiempos están cerca; Daniel debía sellarlo para que se lo lea cuando el fin se acerque.
San Juan subraya la importancia de la lectura del Apocalipsis diciendo: “Bienaventurado aquel que lee y escucha las palabras de esta profecía y observa las cosas escritas en ella” (Apocalipsis I, 3). El mismo efecto tendrá sin duda la lectura y meditación de las profecías de Daniel: “El sabio indaga la sabiduría de todos los antiguos y hace estudio de los profetas” (Eclesiástico XXXIX, 1).
Dios se ha reservado los tiempos y momentos. Daniel no conseguía respuesta: “Anda, Daniel; pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin” (Daniel XII, 9). Como dijo Jesús a sus Apóstoles: “Velad, ya que no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (San Mateo XXIV, 42).
Entretanto, si el Cordero que subió a lo más alto de los cielos (cf. Efesios I, 20) será la lumbrera que ilumine la Jerusalén celestial (cf. Apocalipsis XXI, 23), los que estemos incorporados a Él (cf. San Juan XIV, 3) como su Cuerpo místico (cf. Efesios I, 23), asimilados “al cuerpo de su gloria” (Filipenses III, 20 s.), tendremos en Él una bendición superior a toda otra (cf. San Juan XVII, 24).
En definitiva, esta bendición superior será para quienes hayan vivido para Cristo, según nos indica la Epístola hoy:
“Vestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, longanimidad; sufriéndoos unos a otros, y perdonándoos mutuamente, si alguno tuviere queja contra otro. Como el Señor os ha perdonado, así perdonad también vosotros. Pero sobre todas estas cosas, (vestíos) del amor, que es el vínculo de la perfección. Y la paz de Cristo, a la cual habéis sido llamados en un solo cuerpo, prime en vuestros corazones. Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite en vosotros con opulencia, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando a Dios con gratitud en vuestros corazones, salmos, himnos y cánticos espirituales. Y todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando por medio de Él las gracias a Dios Padre” (Colosenses III, 12-17).
Amén.
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Dom XXIV post Pent (Dom V post Epiph) – Colosenses III, 12-17 – San Mateo XIII, 24-30 – 2023-11-12 – Padre Edgar Díaz