Rembrandt - Abraham en la mesa con la Santísima Trinidad |
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¡Cuánta soberbia hay en el hombre que se tiene por sabio! “No os tengáis por sabios” (Romanos XII, 16); San Pablo cita el Libro de los Proverbios: “No os hagáis sabios a vuestros propios ojos” (Proverbios III, 7). Toda la doctrina que sigue es de Santo Tomás de Aquino, de su tratado sobre la profecía, y los malos efectos de la soberbia en ésta.
Según San Pablo, en la Iglesia hay distintos carismas, y uno de ellos es la profecía. La profecía es el don de hablar bajo la acción del Espíritu Santo palabras de edificación, exhortación, consolación. Es el don de hablar para construir; para conferir el mensaje de la Voluntad de Dios a los hombres.
En la misma creación del alma del profeta, Dios la dispone a la profecía y le da la gracia de la profecía. El profeta resulta así un instrumento, aunque imperfecto, del Espíritu Santo. Para que sea profeta, no necesita Dios de algún sujeto en especial, o que sea de algún estrato social o cultural en particular. Incluso un ignorante podría serlo. Luego, el profeta es profeta desde que Dios lo ha creado, y a pesar de sus deficiencias, enseña Santo Tomás de Aquino.
Si bien San Pablo dice que la profecía podría existir sin la caridad (cf. 1 Corintios XIII, 1-2), la malicia de un hombre puede impedir la profecía en él, ya que para que ésta se dé se requiere una gran elevación de la mente a la contemplación de las cosas espirituales, lo cual es estorbado por la vehemencia de las pasiones y por un desordenado comportamiento.
De hecho, del Antiguo Testamento aprendemos que Dios escogía los profetas entre los hombres que no deshonrasen con su conducta el oficio profético y para ellos tal gracia era elemento de santificación.
Así como Dios, que todo lo sabe, hace de un hombre un profeta por la acción del Espíritu Santo, así también los demonios, en cuanto tienen inteligencia superior a la del hombre y pueden alcanzar por conocimiento natural cosas que no sean alcanzadas por el conocimiento humano, pueden revelar a los hombres tales cosas. La Escritura llama a quienes reciben revelación de los demonios falsos profetas o profetas de los ídolos.
Esta revelación de los demonios puede llamarse de algún modo profecía, pero no lo es. Propiamente hablando los demonios no pueden actuar sobre la inteligencia del hombre directamente, como lo hace el Espíritu Santo, sino que lo que manifiestan lo hacen a través de la imaginación, o por palabras sensible. Hacen que el hombre imagine tales cosas.
Por lo tanto, la de los demonios no es verdadera profecía, en cuanto que falta la iluminación de la inteligencia. Dice San Beda que “no hay doctrina tan falsa que no mezcle alguna verdad a la falsedad”. Esta mezcla confunde mucho.
Es imposible que haya algún conocimiento que sea totalmente falso, sin mezcla de verdad. En la enseñanza de los demonios a los falsos profetas, siempre se contiene alguna verdad que la hace que pueda ser más fácilmente aceptada, de modo que por la apariencia de la verdad la inteligencia sea conducida a lo falso. Es el más sutil engaño del demonio.
Nos encontramos así con lo que Nuestro Señor nos advirtió: “Guardaos de los falsos profetas” (San Mateo VII, 15). Para que sea un profeta de Dios es casi absolutamente necesario la santidad de vida, la sanidad de costumbres, lenguaje y comportamiento. Y su profecía debe venir de Dios, por acción del Espíritu Santo, y no de su espíritu propio a partir de su imaginación, pues ésta es la única puerta de acceso que el demonio tiene para influenciar sobre el hombre con su engaño.
En la fiesta de la Cátedra de San Pedro en Roma el pasado 18 de enero pudimos constatar cómo algunos hombres de la Iglesia propugnan por la restauración de Roma sin tener en cuenta los designios de Dios para con ésta.
Hoy parece importante abarcar un poco más ampliamente el tema, pues se relaciona, diciendo que entre estos propugnadores hay también quienes ponen otras trabas a la verdad, para lograr que muchos se descarrilen de la Iglesia en su camino al glorioso triunfo de la Parusía.
Estos son sabios a sus ojos y enemigos, y “si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; pues esto haciendo amontonarás tizones de fuego sobre su cabeza” (Romanos XII, 20), que son los motivos de venganza sobre él.
Pero no debemos vengarnos por nuestra cuenta sino más bien “dar lugar a la ira de Dios, puesto que escrito está: ‘Mía es la venganza; Yo haré justicia, dice el Señor’” (Romanos XII, 19). Es la ira de Dios que caerá sobre el que no se arrepiente pues Dios vengará y castigará al que ultraje la verdad.
La profecía es el conocimiento de cosas alejadas del conocimiento común, tal como la Parusía. Santo Tomás dice esto en base al texto bíblico que iguala el profeta al vidente: “Antiguamente los hombres de Israel cuando iban a consultar a Dios decían: ‘Venid, vamos al vidente’; pues al profeta le llamaban anteriormente vidente” (1 Samuel IX, 9).
Hoy la palabra “vidente” ha adquirido una connotación negativa relacionada con la superstición, pero ateniéndonos al sentido estricto de la palabra, “vidente” es aquel que puede ver a lo lejos. Santo Tomás lo llama “profeta”, y, en el Antiguo Testamento la gente acudía a él para recibir consejos y respuestas de Dios a sus consultas, tal como lo hacemos hoy con los sacerdotes.
Pero estos consejos y respuestas no podrían ser según la voluntad de Dios a menos que el profeta estuviera inspirado por el Espíritu Santo, el cual produce una elevación de la mente que percibe, y esto es revelación. La mente es iluminada por Dios y sin el entendimiento de lo visto no hay propiamente profecía.
Hay hábitos que perfeccionan al intelecto, ya que lo hacen capaz de un acto perfecto, que es el de alcanzar la verdad. La profecía es un conocimiento que alcanza la verdad, es un conocimiento perfecto, totalmente de acuerdo con la verdad, pues es el hábito de la sabiduría que mira a las verdades más altas.
Tal conocimiento profético no es una teoría abstracta, sino que mira a eventos concretos. Es un conocimiento que se aplica a algo muy concreto, explica Santo Tomás.
¿Cómo estar seguros, entonces, que los consejos y respuestas del sacerdote vienen de Dios, y no de un espíritu propio?
Algunas veces los profetas, al ser consultados, dicen cosas que provienen de su propio espíritu, y piensan que han hablado por espíritu de profecía. En la profecía propiamente dicha el profeta, por expresa revelación, concibe algo claramente en su mente. En este caso el profeta tiene certeza de que es Dios quien se lo ha revelado.
En cambio la mente que recibe el instinto profético no tiene certeza, y no puede discernir si alguna cosa la ha pensado movido por Dios o por espíritu propio.
Hay quienes están en las filas de la Iglesia, (en la “tradición”), pero su santidad de vida y la sanidad de sus costumbres, lenguaje y comportamiento, muestran que son detractores y destructores, y que confunden y dividen, porque no se mueven por Dios sino por espíritu propio. El odio visceral, la saña, el rencor, la envidia, el mal espíritu, lo vuelcan como vómito sobre todo lo que se les oponga en el camino.
Es muy probable que su actuación como “profeta” pueda fácilmente provenir del espíritu propio influenciado por el demonio. Los falsos profetas, por sus malas costumbres, no pueden alcanzar la verdad, y profieren el mal bajo la apariencia de bien. Imaginan que están pensando bien, y diciendo bien, y haciendo bien, pero esto es ilusión, pues, como ya dijimos, el demonio tiene fácil acceso a la imaginación.
Un error que se sigue usando hoy para confundir y que la Fraternidad de San Pío X viene acarreando desde siempre y algunos que pasaron por sus filas también, es el del mal entender el Dogma de la Infalibilidad. Se insiste en este error pues es conveniente para la restauración de Roma, y esto los pone en relación a lo que dijimos en la Fiesta de la Cátedra de San Pedro en Roma.
Las cuestiones que argumentan sobre el Dogma de la Infalibilidad ya fueron resueltas por la Iglesia en el Concilio Vaticano Primero. Nada se le escapa a Dios ni a su Iglesia, que siempre se adelanta a refutar los posibles errores futuros. Es un tema que ya está discutido y sellado, por eso, insistir sobre él es una pérdida de tiempo y distracción, que son las tácticas del demonio.
El problema que plantean proviene de decir que goza de infalibilidad solamente una declaración solemne del Papa, la cual designan con el término “ex cathedra”, como si “ex cathedra” no fuera una declaración ordinaria también.
“Ex cathedra” no significa solamente una declaración solemne sino también una ordinaria. El Papa habla siempre “ex cathedra”, es decir, “infaliblemente”, ya sea en una declaración solemne u ordinaria. Por lo tanto, se equivocan al decir que la Infalibilidad Papal es solamente para las declaraciones solemnes, y no para las ordinarias.
De esta postura se siguen consecuencias nefastas. Solo muy pocos Papas han hecho “declaraciones solemnes”. Por lógica, habría que concluir que la mayoría de los Papas no ha gozado de “infalibilidad” por no haber hecho una declaración solemne, y esto es una herejía, pues va en contra de la promesa de Nuestro Señor Jesucristo de la permanente asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia.
Esta aberración llevaría a concluir que un Papa, por no tener la asistencia de infalibilidad en su magisterio ordinario, podría entonces, en estas instancias, decir una herejía. Esta conclusión es ideal para justificar a los supuestos Papas post Conciliares Vaticano Segundo, pues ellos han sostenido y sostienen herejías, y si un Papa puede sostener una herejía en su magisterio ordinario, luego es verdadero Papa.
Y este argumento lleva a nutrir la esperanza de que se puede volver a Roma, a una restauración de la doctrina mutilada de Roma, algo no querido por Dios, que ya hemos tratado el pasado 18 de enero en la Fiesta de la Cátedra de San Pedro en Roma.
Cuando a estos individuos se les pregunta si los supuestos Papas post Conciliares son herejes, dicen que sí. Cuando se les hace ver entonces que si son herejes están fuera de la Iglesia Católica, dicen que no, que aún son la Iglesia Católica. ¡Tamaña contradicción!
La primera declaración solemne en la Iglesia fue el Dogma de María la Madre de Dios, en el Siglo V (Concilio de Éfeso, año 431). ¿Debemos, pues, concluir que, si la expresión “ex cathedra” (o infalible) significa solamente una declaración solemne, y que si hasta ese año del Siglo V ningún Papa (incluyendo a San Pedro) proclamó una doctrina “ex cathedra”, luego no gozaba de Infalibilidad Papal, prometida por Cristo a Pedro?
La profecía no está sujeta a error. Por lo tanto, una falsedad en la doctrina, o en el culto divino, no puede venir de la verdad inconmovible del conocimiento de Dios.
A propósito, otro ataque para desprestigiar al verdadero catolicismo es la defensa de la introducción del nombre de “San José” en el Canon de la Misa, por el hereje Juan XXIII.
Según la Bula “Quo primum tempore” del Papa San Pío V nadie puede añadir o quitar del Canon de la Misa. Al agregar el nombre de “San José” precisamente en la parte del canon donde se nombran únicamente a mártires hay algo en contra de la verdad: que San José no es mártir.
Luego, es manifiesta la intención de la Iglesia, según el designio de la inmutable verdad de Dios, que en esa parte del canon solo se mencionase a los santos mártires.
Siendo la mente del profeta un instrumento deficiente, aún los verdaderos profetas no conocen todo lo que intenta el Espíritu Santo conferir en sus visiones o locuciones o acciones. Y todo lo que el Espíritu Santo ha querido dar a conocer se denomina “Sentido Pleno”.
Cuando los profetas anunciaban cosas del Mesías (padecimientos, etc.), no sabían el sentido pleno de esas profecías. Tal sentido pleno está implícito, hasta que llegado el momento, Dios suscite otros profetas que lo hagan más explícito. Así, en el Antiguo Testamento estaba implícito lo que luego sería claro en el Nuevo Testamento.
Así también, las profecías que todavía aguardan su cumplimiento, serán cada vez más claras, a medida que por el tiempo u otros profetas se vayan haciendo más y más evidentes, tal como la explicitación que estamos viendo hoy de los Dolores de Parto antes de la Gran Tribulación del Anticristo, y las guerras contra Israel (como estamos viendo), profetizadas en el Salmo 83 y Ezequiel 38-39.
“¡No os tengáis por sabios, ni volváis a nadie mal por mal!” (Romanos XII, 16). ¡A Dios nada se le escapa! Humildad y arrepentimiento, nos pide: “Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme” (San Mateo VIII, 2), limpiarme de la lepra de mi soberbia. Pero “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo, mas solamente dilo con una palabra y quedará sano mi criado” (San Mateo VIII, 8).
“‘Quiero, queda limpio’, y al punto fue sanado de su lepra” (San Mateo VIII, 3), de la lepra de su soberbia.
“En ninguno en Israel he hallado tanta fe” (San Mateo VIII, 10). Por no hallar fe suficiente en Israel “los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allá será el llanto y el rechinar de dientes” (San Mateo VIII, 12), es decir, el infierno.
Y sus lugares serán ocupados por los “muchos (que) llegarán del Oriente y del Occidente y se reclinarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (San Mateo VIII, 11), aún cuando “mesa”, en sentido alegórico, no quiera decir “mesa”.
Amén.
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Domingo III post Epiph – Romanos XII, 16-21 – San Mateo VIII, 1-13 – 2024-01-21 – Padre Edgar Díaz