Giotto di Bondone |
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Aún los últimos recibirán el mismo salario que los primeros. Es que el Reino de los Cielos, a diferencia de los reinos del mundo y sus riquezas, no puede ser dividido, sino compartido.
Todo es de Dios. El Reino es suyo; la creación es suya; la distribución del mundo es suya; la elección de un pueblo, es suya; el ofrecimiento de la salvación a los gentiles, es suyo: “¿Acaso a Dios no le es permitido con lo suyo hacer lo que le place?” (San Mateo XX, 15).
¿Acaso Dios no puede disponer que “los últimos sean los primeros, y los primeros los últimos” (San Mateo XX, 16)? ¿Acaso Dios no puede pagar el jornal “comenzando por los últimos, hasta los primeros” (San Mateo XX, 8)? ¿Por qué pensar mal de Dios, al ver que Dios piensa distinto de nosotros?
Las disposiciones de Dios son dadas para nuestra felicidad, y como guía para nuestra seguridad. Quien sabe estar en la verdad frente a la apariencia, mentira y falsía que reina en este mundo tiranizado por Satanás, no cambiaría su posición por todo el poder y el oro de la tierra.
¿Acaso Dios no podía disponer que seamos los últimos y que tengamos que sufrir los terribles acontecimientos que se nos vienen encima, todo, por un denario?
Toda relación se funda en pensar bien del otro y la parábola de los obreros de la viña nos enseña a pensar bien de Dios. Esto es elemental para la fe. En consecuencia, podemos esperar tanto como los primeros.
Dice San Pablo, “en adelante me está reservada la corona de la justicia, que me dará el Señor, el Justo Juez, en aquel día, y no solo a mí, sino a todos los que hayan amado su venida” (2 Timoteo IV, 8).
Como habitantes de los últimos tiempos es nuestro deber estar enterados de los acontecimientos más importantes que están sucediendo y que vislumbran el futuro inmediato.
A decir verdad, todo parecería ir en contra de los que aman la venida del Señor, pero veamos qué es lo que nos dicen las profecías.
En el libro del profeta Daniel, tanto la profecía de la estatua (cf. Daniel cap. II) como la profecía de las cuatro bestias (cf. Daniel cap. VII) se armonizan una con otra.
En ambos relatos se insiste especialmente sobre el cuarto y último de los elementos (reino y bestia) y, según Fillion, hay un paralelismo entre ambas profecías y por eso contienen la misma revelación.
Esta revelación es que tanto el cuarto reino como la cuarta bestia preparan el terreno para la aparición del Anticristo, según está escrito: “Divisé otro cuerno pequeño … Y he aquí que había en este cuerno ojos como ojos de hombre y una boca que profería cosas horribles” (Daniel VII, 8).
Sobre el cuarto reino que es también la cuarta bestia Daniel apenas hallaba palabras para describirla, pues ésta no tiene nombre como las tres primeras, y es muy muy diferente de ellas.
Ninguna de las interpretaciones que se han dado acerca de la identidad de este cuarto reino que es también la cuarta bestia son suficientes. Pasarían miles de años para que un acontecimiento tal como el gobierno mundial que nos está tiranizando hoy se ajustara a la realidad descrita por ambas visiones.
La mayoría interpretó que la cuarta bestia era el Imperio Romano. Otros que era el renacimiento del Imperio Romano en los últimos tiempos. Otros el reino que se inició con las invasiones de los pueblos del norte, o los sucesores de Alejandro Magno, etc., pero ninguna de estas interpretaciones concluye en la aparición del Anticristo, y, por lo tanto, no son acertadas.
Precisamente, porque estas profecías aún no se han logrado esclarecer, el Papa Pío XII señala la necesidad de redoblar los esfuerzos de los estudiosos de las Sagradas Escrituras para seguir investigando sobre el real significado. Ésta es una notable libertad reclamada por el Santo Padre Pío XII por la cual podemos y debemos dedicarnos al estudio de estas profecías.
Y estos esfuerzos son una gracia de Dios porque “… hay un Dios en el cielo que revela los secretos—dijo el profeta Daniel al rey—(hay un Dios) que da a conocer … lo que ha de suceder al fin de los días” (Daniel II, 28).
Lo que ha de suceder al fin de los días, según el profeta Daniel, es el reino indestructible y eterno de Nuestro Señor Jesucristo (cf. Daniel II, 45).
El Reino de Nuestro Señor es lo que sucederá “después de estos tiempos … (pues) el que revela los secretos … hizo saber lo que ha de venir” (Daniel II, 29). No podría Dios dejar de darnos a conocer los importantísimos acontecimientos finales.
En el último período de la historia de las naciones Cristo retornará como Juez que viene de improviso, y sin mano de hombre, sino como una gran piedra, destruirá toda la estatua del poder mundano, condensado en el Anticristo: “Y la piedra era Cristo” (1 Corintios V, 4).
Esta Piedra, en su primera venida, no destruyó el poder del mundo, el cual estaba entonces en toda su fuerza; recién lo haría en su segunda venida.
En la visión de la estatua, Daniel ve un “cuarto reino fuerte como el hierro (el cual), del mismo modo que el hierro todo lo destroza, rompe y desmenuza, así (este reino) desmenuza y quebranta todo” (Daniel II, 40).
Este cuarto reino de la estatua de Daniel (y también la cuarta bestia) es el actual gobierno mundial que destroza el mundo entero.
Abiertamente Israel está tomando posesión del mundo, aunque no propiamente Israel, sino el Sionismo, a través de Israel, “la Sinagoga de Satanás, que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten” (Apocalipsis III, 9).
Esta Sinagoga de Satanás es la élite del mundo. Se reúnen en Davos, en el Foro Económico Mundial. Sus políticos estrechan relaciones con sus facilitadores mediáticos y aspirantes a estafadores, para ver qué pueden hacer para extraer aún más riquezas del mundo y ampliar sus monopolios y solidificar el control sobre los asuntos mundiales.
Estos acuerdos, que son la verdadera intención del evento, se producen a puerta cerrada, mientras que la cara pública que dan es un falso filantropismo en el que las mismas personas que crean muchos de los problemas del mundo, desde las guerras hasta el hambre y el genocidio, se dan la mano en complicidad para llevar a cabo estos mismos asuntos.
El cuarto reino de la estatua de Daniel “será dividido” (Daniel II, 41), a diferencia del Reino de los Cielos. En la descripción de la estatua se habla de una mezcla de hierro y barro: “Los dedos de los pies (de la estatua) eran en parte de hierro, y en parte de barro, (esto significa) que el reino será en parte fuerte, y en parte endeble” (Daniel II, 42), con lo cual se indica su pronta destrucción.
La división del cuarto reino de la estatua es puesta más de manifiesto en la visión de las cuatro bestias: “Vi una cuarta bestia ... que tenía grandes dientes de hierro … Era diferente de todas las bestias anteriores y tenía diez cuernos” (Daniel VII, 7).
Los grandes dientes de hierro son la fuerza maléfica con la que el gobierno mundial sionista—la Sinagoga de Satanás—devora y desmenuza al mundo.
Los diez cuernos significan “que de este reino surgirán diez reyes; y tras ellos se levantará otro que será diferente de los anteriores, y derribará a tres reyes” (Daniel VII, 24), el cual será el reino del Anticristo.
Esta división del poder del mundo en diez reinos es descrita también en el Apocalipsis: “Y los diez cuernos que viste—dice el Ángel a San Juan—son diez reyes que aún no han recibido el reino … (mas) recibirán potestad como reyes por espacio de una hora. Estos tienen un solo propósito: dar su poder y autoridad a la bestia” (Apocalipsis XVII, 12-13).
Todo es en vistas a la aparición del Anticristo (cf. Daniel VII, 8 y 2 Tesalonicenses II, 4). El mundo estará dividido en diez reinos manejados por el Sionismo—la Sinagoga de Satanás.
La potestad que estos diez reinos tendrán será solo por el espacio de una hora, una parodia ante la Realeza de Jesucristo: “Y Yo os confiero dignidad real como mi Padre me la ha conferido a Mí” (San Lucas XXII, 29).
La autoridad de San Juan, en los capítulos 13 y 17 del Apocalipsis, atribuye a la cuarta bestia que sube del mar, mencionada por Daniel (cf. Daniel VII, 3), las características de las tres primeras: león, oso y leopardo.
Esta bestia apocalíptica —dice San Juan—será “semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como de león” (Apocalipsis XIII, 2).
Es el poder mundial expresado en términos bélicos. Son las guerras fomentadas por el Sionismo para lograr su objetivo: hacerse del mundo entero, política y económicamente.
Por esto las batallas serán ganadas por Israel. Esto está profetizado en el Salmo 83, la guerra contra los países limítrofes, y en Ezequiel capítulos 38 y 39, la guerra contra las potencias del mundo, en particular Rusia.
Dios permitirá que Israel tome control de su tierra—la Palestina—para que puedan desarrollarse allí los acontecimientos de la Parusía.
Actualmente Israel, el Sionismo—la Sinagoga de Satanás—ya no oculta más sus intenciones. En el pasado este interés era siempre presentado como una sugerencia: “tal vez tendríamos que ir a la guerra”. Hoy lo dicen abiertamente.
Precisamente acaban de salir unas declaraciones de guerra contra Irán, al señalarlo como un objetivo militar legítimo. Israel ya no pretende dar a sus enemigos un golpe estratégico a su infraestructura sino un golpe mortal, arrasar con el país y su gobierno.
Por otras latitudes, el Sionismo en Gran Bretaña está preparando al pueblo para defender su patria de una invasión extranjera (Rusia, en concreto).
Dicen: “los soldados que tenemos no son suficientes y estamos en pie de guerra, por lo que los ciudadanos tendrán que aprender a luchar”. Enviarán al frente de batalla a gente común, niños y personas mayores, por falta de fuerza militar.
Así hicieron en Ucrania. La elite global del Sionismo logró matar a todos los jóvenes soldados ucranianos. Al quedarse sin soldados echaron mano a la gente de la calle (niños y personas mayores) para pelear en el frente de batalla.
Si no tienen suficientes soldados ni armamentos, ¿por qué tanto empeño en iniciar la guerra con Rusia? ¿Por qué provocar al oso? Si no tienen suficiente gente para terminar la guerra, ¿por qué empezarla? ¿Acaso no se ve patente otro objetivo, como el de la eliminación de la población?
A la élite del Gobierno Mundial del Sionismo no le importa el sufrimiento, ni las pérdidas humanas. Son tan codiciosos y ensimismados en su propio beneficio que no se preocupan por los demás.
Las guerras que están llevando adelante son y serán peor y más horripilantes de lo que cualquiera pueda imaginar. Estos monstruos están realizando la peor pesadilla que haya experimentado el mundo, más allá de nuestra comprensión. El genocidio es evidente. Soldados israelíes ejecutan a quemarropa a hombres, mujeres y niños en Gaza y Cisjordania.
Todo esto será esparcido por el mundo entero. Así lo dice la profecía. El cuarto reino, o la cuarta bestia, “devorará toda la tierra, la hollará, y la desmenuzará” (Daniel VII, 23-24). Toda la tierra. Es el sistema de la bestia que prepara el camino al Anticristo. Una brutal pesadilla para el mundo entero.
Pero “en los días de aquellos reyes el Dios del cielo suscitará un reino que nunca jamás será destruido, y que no pasará a otro pueblo; quebrantará y destruirá todos aquellos reinos, en tanto que él mismo subsistirá para siempre, conforme viste que de la montaña se desprendió una piedra—no por mano alguna—que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado … lo que ha de suceder en lo porvenir” (Daniel II, 44-45).
Un reino que nunca jamás será destruido; no puede ser sino el reino del Mesías. Ésta es una admirable profecía del reino eterno de Jesucristo.
La piedra desprendida de la montaña sin concurso humano y que se hace ella misma un monte es, según opinión unánime, Jesucristo, el Mesías y Salvador: “pero la piedra que hirió la estatua se hizo una gran montaña y llenó toda la tierra” (Daniel II, 35). Él fundará su reino sobre las ruinas de los poderes de los imperios del mundo.
Los imperios del mundo “guerrearán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes; y vencerán también los suyos, los llamados y escogidos y fieles” (Apocalipsis XVII, 14).
Pero, no obstante haber sido los israelitas tan favorecidos por Dios, en su paso por el desierto se mostraron ingratos y pecaron gravemente contra Él: “la mayor parte de ellos no agradó a Dios” (1 Corintios V, 5).
Por eso, únicamente dos merecieron entrar en la tan deseada tierra prometida: “Corren todos, pero uno solo recibe el premio” (1 Corintios IX, 24).
Lo mismo puede ocurrir a quienes no son observantes de los designios de Dios ni aman su venida. Verán el cielo de lejos, pero no entrarán en él.
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Domingo de Septuagésima – 1 Corintios IX, 24-27; X, 1-5 – San Mateo XX, 1-16 – 2024-01-28 – Padre Edgar Díaz