sábado, 3 de febrero de 2024

Un precipicio junto al desfiladero - p. Edgar Díaz

Gustavo Doré - El Paraíso Perdido

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Dios no detiene todo el mal. Atrocidades, genocidio, volatilidad, el mundo está por explotar. ¿Por qué tanto sufrimiento, Señor? ¿Dónde estamos parados? Dios está poniendo un límite a la maldad del pecado original, la idolatría, y la rebeldía. Y nos señala el camino del arrepentimiento y la penitencia.

Pero nosotros nos excusamos más que nos acusamos. Del pecado damos explicaciones más que culpas; justificaciones más que remordimientos. ¡El mundo está en llamas y todavía queremos seguir pecando! No hay voluntad suficiente para cortar por lo sano con la ocasión de pecado. ¡Seguimos mintiéndonos a nosotros mismos! 

Por el contrario, San Pablo decía de sí mismo: “Dios … sabe que no miento” (2 Corintios XI, 31), y así, “por una ventana fue descolgado del muro (de la ciudad) en un canasto, y escapó de (las manos del Rey de Damasco)” (2 Corintios XI, 33), para no perder, en una estéril muerte, la vida que servía solo para glorificar a Dios.

Por esto enfrentó lo indecible: “No temáis lo que vas a padecer por causa del diablo” (Apocalipsis II, 10): cárcel, tribulaciones. Es para ser probado: “Se fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis II, 10).

¡San Pablo vio esta corona! Dice: “Conozco a un hombre en Cristo … que fue arrebatado hasta el tercer cielo” (2 Corintios XII, 2), sin mérito propio alguno, por supuesto. “Fue arrebatado al Paraíso, y oyó palabras inefables que no es dado al hombre expresar” (2 Corintios XII, 4). Y quiso esta corona tanto para él como para todos aquellos que aman su venida.

Se abstuvo de gloriarse para que nadie le considerara superior: “A fin de que por la grandeza de las revelaciones (que he recibido), no me levante sobre lo que soy …” (2 Corintios XII, 7). Y Dios le dio un aguijón en la carne, “un ángel de Satanás para que le abofetee, para que no se engría” (2 Corintios XII, 7).

Rogó para que este demonio le dejara en paz: “tres veces le rogué al Señor para que este aguijón se apartase de mí” (2 Corintios XII, 8). Mas Dios se lo dejó por toda la vida, porque le quería pequeño.

Fue su flaqueza: “Me gloriaré en mis flaquezas, para que la fuerza de Cristo habite en mí” (2 Corintios XII, 9). Con mucho gusto San Pablo se negó a sí mismo y a sus pretensiones para ser llenado totalmente de la fuerza de Dios esencialmente poderoso y activo.

Dios da a los pequeños lo que niega a los grandes y fuertes (o que se consideran tales): para no morir una muerte estéril; para glorificar a Dios con una vida santa; para asomarse a las grandezas de las revelaciones de Dios.

Esta grandeza es la venida de Nuestro Señor, a reinar. Ya no habrá más tiempo para poderes humanos seducidos por el diablo, sino solo el Gobierno de Dios.

Que la guerra que se está llevando a cabo en Medio Oriente sea el cumplimiento de las profecías que marcan la pronta venida de Nuestro Señor no lo podemos asegurar absolutamente. En caso de que no lo sea, nos anticipamos a retractarnos y disculparnos.

Pero, si esta guerra no es la guerra profetizada para los tiempos finales, entonces, ¿qué? ¿Deberíamos esperar otra tanto o más cruel que ésta? Si los tiempos no son los de la gran apostasía, entonces ¿qué? Deberíamos esperar tiempos peores y más catastróficos aún, cuando ya todo el mundo le da la espalda a Dios?

Nos gustaría que Dios detuviera todo el mal. Pero, ¿por qué no lo detiene? A Dios no se le escapa nada de sus manos, incluso los perversos planes de Satanás en sus últimas horas. Éste quiere la destrucción total de la humanidad, y seduce para lograr este objetivo.

En la tremenda confusión que hay al tratar de descifrar los motivos que llevan a unos y a otros a enfrentarse en la guerra, no es de extrañar que descubramos que ambos bandos están bajo las órdenes de un mismo capitán. 

Los Israelíes bajo la Sinagoga de Satanás, como los calificó Nuestro Señor, que dicen ser judíos pero mienten, el Sionismo, que gobierna y quiere la destrucción del mundo, comenzando por los Países Árabes e Israel; y los Musulmanes, que religiosamente siguen al demonio Allah.  Ambos grupos trabajan para el mismo amo, Satanás.

Los pueblos árabes atacan para destruir la población de Israel; Israel ataca para perpetuar el genocidio de los pueblos árabes. En ambos casos el objetivo es la desaparición total del pueblo opositor, y, en última instancia de la humanidad entera. Nadie esperaría que ambos grupos sirvan al mismo jefe sin aparentemente ellos saberlo. Esto causa gran confusión.

La mayor parte del mundo se ha plegado a favor de los Palestinos, por las atrocidades que los Israelíes están cometiendo contra civiles e inocentes, e incluso han acusado a Israel de genocidio. Algunos pocos están a favor de Israel. Pero protestar, acusar, ¿es éste el camino acertado? 

En el Antiguo Testamento, ante la angustia sufrida por el pueblo, Israel solía hacerle a Dios la siguiente plegaria: “No permanezcas mudo; no estés sordo, ni pasivo” (Salmo 82 [83], 2).

Los acontecimientos bélicos actuales parecen indicar el cumplimiento de la profecía de este Salmo, que nos habla de una coalición de pueblos limítrofes a Israel que se unen para atacarlo: “Mira el tumulto que hacen tus enemigos” (Salmo 82 [83], 3). 

El demonio Allah y los pueblos árabes son enemigos de Dios: “Y (mira) cómo yerguen su cabeza los que te odian” (Salmo 82 [83], 3). Odian a Dios y a todo lo relacionado con Él: “A tu pueblo le traman asechanzas; se confabulan contra los que Tú proteges” (Salmo 82 [83], 4).

Es odio visceral: “Borremos (a Israel); que ya no sean pueblo” (Salmo 82 [83], 5). Satanás quiere la eliminación total de Israel, por ser el pueblo elegido de Dios, y usa tanto al Sionismo como a los Musulmanes para lograrlo: “Que no quede ni memoria del nombre de Israel” (Salmo 82 [83], 5).

En la revisión de la historia no se ha encontrado una guerra que se ajuste a la descripción dada por esta profecía, es decir, que Israel sea un pueblo, y que todos sus vecinos le ataquen a la vez en una coalición.

En primer lugar, recién en 1948 Israel volvió a aparecer en el orden internacional como “pueblo o nación”, después de 2000 años de dispersión. El deseo enemigo de que desaparezca como pueblo no podría haberse materializado hasta tanto llegada esa fecha.

Calmet sostiene: “La dificultad de este Salmo consiste en fijar la época de esta guerra y señalarla en la historia, pues no es de ninguna manera probable que evento tan célebre haya sido omitido en los libros de los Reyes y de los Paralipómenos (o de las Crónicas)”.

En segundo lugar, que todos sus vecinos ataquen a Israel al mismo tiempo en una coalición (más religiosa que política) es un hecho que no se ha cumplido en el pasado. Así lo testimonia el exégeta Knabenbauer: “En ninguna parte se lee que estas naciones de los vv. 7-9 del Salmo 82 [83] hayan atacado todas juntas a Israel”.

Esta profecía puede muy bien estar cumpliéndose en estos momentos.

En efecto, las naciones mencionadas en el Salmo 82 [83] buscan todas conjuntas destruir a Israel: “Así conspiran todos a una y forma liga contra Ti” (Salmo 82 [83], 6), aunque sería importante destacar que todavía no se ha visto que ataquen todas a la vez.

Mencionaremos las naciones que forman esta liga, dando primero el nombre bíblico, así como figuran en el Salmo, y luego, el correspondiente actual. 

El versículo 7 nombra a las tiendas de Edom. Los edomitas o idumeos son los descendientes de Esaú (cf. Génesis XXXVI, 1.8), hermano de Jacob, e hijo de Isaac. Que en el Salmo se diga una particularidad tal como “las tiendas de Edom” hace pensar en los que hoy viven en tiendas por causa de la guerra, los refugiados palestinos. 

Menciona también el versículo 7 a los Ismaelitas, obviamente, descendientes de Ismael, primer hijo de Abraham. Lo más seguro es que los Ismaelitas estén hoy desparramados por el norte de África y el Medio Oriente. Son los llamados “países árabes”. 

Luego se menciona a Moab y a los Agarenos. Moab era hijo del incesto entre Lot con una de sus hijas. Es la actual Jordania, al este de Israel. 

Los Agarenos, por su parte, son identificados por la mayoría de los autores con los descendientes de Agar, mujer de Abraham, la cual era egipcia. Luego, muy probablemente se refiera a los Egipcios. 

El versículo 8 menciona a Gebal. Straubinger sostiene que se identifica con una ciudad del Líbano, la antigua Fenicia, al norte de Israel, que comerciaba con papiros.

Y menciona también el Salmo a Amón. Otro hijo nacido de Lot pero esta vez con otra de sus hijas. Amón, junto con su primo hermano y, a la vez, medio hermano, Moab, conforman lo que es actualmente Jordania, cuya capital precisamente se llama Amán. 

Y se menciona a Amalec, que en general es identificado con la actual Arabia.

También a Filistea. De los filisteos se destaca precisamente su desprecio, crueldad, y odio: “Los filisteos han tomado venganza … cruelmente, con desprecio en el alma, para exterminarlo (todo) a causa del odio perpetuo...” (Ezequiel XXV, 15). 

El pasado 7 de Octubre los palestinos de la Franja de Gaza mostraron su venganza, crueldad, desprecio y odio perpetuo, aunque muy probablemente el Sionismo les haya abierto las puertas para entrar a atacar a Israel. 

También los palestinos de la Cisjordania presentan las características de los de la Franja de Gaza, de quienes la Escritura dice: “habitantes de la montaña de Seir (actual Cisjordania) ... tienes odio perpetuo, y entregaste los hijos de Israel a la espada...” (Ezequiel XXXV, 3-5).

Luego el versículo 8 menciona a los habitantes de Tiro, que es el sur del Líbano (los Fenicios), desde donde actúa Hezbollah. En concreto, el Salmo menciona tanto a Hamas como a Hezbollah.

Finalmente, el versículo 9 nombra a Asiria, que “se les ha unido (a la liga) … (y son los) auxiliares de los hijos de Lot” (Salmo 82 [83], 9). Es la actual Siria-Irak, que ayuda a “los hijos de Lot”, es decir, a Jordania.

Recapitulando, el Salmo 82 [83] habla de una conspiración de todos los vecinos en contra de Israel: Cisjordania y Franja de Gaza, Líbano, Egipto, Jordania, Arabia, Siria e Irak.

Estos países están representados en el Salmo no por sus gobiernos y nombres oficiales actuales, reconocidos en el catálogo sionista de la ONU—Sinagoga de Satanás—sino por sus primitivos pueblos radicalizados por el odio a Israel, desde que Dios le diera a Abraham la tierra prometida. 

Recordemos que se trata de una guerra de Satanás en contra de la humanidad, en donde está en juego la salvación de las almas, y que, por lo tanto, es una guerra espiritual más que geopolítica.

Se cumple así lo profetizado por Ezequiel: “Cuando Yo congregare la casa de Israel de entre los pueblos entre los cuales han sido dispersados (1948), entonces manifestaré mi santidad … a la vista de los gentiles, y habitarán en su tierra … en paz, y … en seguridad, cuando Yo haga justicia con todos aquellos que los desprecian … y conocerán que Yo, Yahvé, soy su Dios” (Ezequiel XXVIII, 24-26).

Según esta profecía Israel saldrá vencedor de los ataques de los vecinos, y después de una corta paz y seguridad, Gog atacará a Israel (profecía de Ezequiel 38-39), en donde Dios intervendrá directamente. Se trata de un nuevo ataque, aunque esta vez de potencias alejadas de Israel, como Rusia, motivado por el castigo infligido a los países vecinos.

Hay una diferencia fundamental entre las dos guerras. En la del Salmo, o círculo vecino, Israel vence a los enemigos sin intervención directa de Dios. En la de Gog, o círculo alejado, es Dios quien interviene directamente con muchos prodigios. 

Esta intervención va a ser tan milagrosa y patente, que Israel va a convertirse al Dios verdadero, es decir, a la Iglesia Católica, tras esa guerra. El final de esa guerra es el comienzo del período de 7 años de la última semana de Daniel en la que aparecen los Dos Testigos.

Los que impugnan el milenio del Reino de Nuestro Señor Jesucristo después de su Parusía, como Mons. Zubizarreta de Cuba, cuyos escritos en contra del milenarismo son estudiados en algún seminario de EE. UU., sostienen que el milenio ya pasó, y que fue el esplendor de la Iglesia a lo largo de sus 2000 años de existencia.

Si esto es así, entonces hay que mantener que el demonio ya ha sido encadenado y arrojado al abismo para que no seduzca más a los hombres (cf. Apocalipsis XX, 2-3). Pero los hechos muestran otra cosa.

Lamentablemente la Iglesia no ha convertido a los judíos a Nuestro Señor, y esto es evidente. La conversión de los judíos es todavía futura, y ocurrirá solo por intervención milagrosa de Dios, según las profecías.

Los pasajes que hablan del futuro Israel son difíciles de ver como figurativos de la Iglesia. Recordemos que el Santo Padre Pío XII nos pide que recurramos primero al sentido literal. 

El texto clásico de San Pablo a los Romanos (cf. Romanos XI, 16-24) describe a Israel como distinto de la Iglesia: las “ramas naturales” son los judíos y las “ramas silvestres” son los gentiles.

El “olivo” es el pueblo de Dios, la Santa Iglesia Católica. Las “ramas naturales” (los judíos) son “cortadas” del árbol por la incredulidad, y las “ramas silvestres” (gentiles creyentes) son injertadas.

La conversión de los judíos es la aceptación de la fe en Cristo, y por ello serán “injertados” de donde fueron cortados, la Santa Iglesia Católica fundada por Nuestro Señor Jesucristo, y así recibirán la herencia prometida. Las “ramas naturales” seguirán siendo distintas de las “ramas silvestres”, de modo que el pacto de Dios con su pueblo Israel se cumplirá literalmente.

Esto no ha ocurrido todavía. Será cuando venga Nuestro Señor Jesucristo y el milenio: “y todo Israel será salvo” (Romanos XI, 26), puesto que “son amados por causa de sus padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos XI, 28-29).

Luego, si la característica más sorprendente del milenio es la conversión de los judíos—su inserción en la Iglesia Católica—y esto aún no ha ocurrido, sino recién después de las guerras mencionadas y la prédica de los Dos Testigos, entonces el milenio tampoco ha ocurrido.

Precisamente, Satanás “saca afuera del corazón la palabra para que no crean y se salven” (San Lucas VIII, 12), nos dice el Evangelio hoy.

No cree y no se salva quien no conoce la Palabra de Dios y las profecías son Palabra de Dios. Por eso, la guerra que hace Satanás de inducir a que sean interpretarlas alegóricamente y no literalmente es para que no sean conocidos los planes de Dios.

Y a los católicos flojos les seduce con el amor propio: “al oír la palabra la reciben con gozo, pero carecen de raíz: creen por un tiempo, y a la hora de la prueba apostatan” (San Lucas VIII, 13). Es la Gran Apostasía. La que piensa que el hombre puede por sí solo; la que pretende intentos humanos en vez de divinos.

Y a los católicos mundanos les “sofoca con los afanes de riqueza y los placeres de la vida y no llegan a madurar” (San Lucas VIII, 14). Dios queda relegado a los intereses mundanos y estos católicos hoy ni siquiera rezan.

Se les habla en “parábolas, para que ‘mirando, no vean; y oyendo, no entiendan’” (San Lucas VIII, 10). Pero a los que son fieles a Nuestro Señor Jesucristo “se les ha dado a conocer los misterios del reino de Dios” (San Lucas VIII, 10).

Estos son “aquellos que oyen con el corazón recto y bien dispuesto y guardan consigo la palabra y dan fruto en la perseverancia” (San Lucas VIII, 15).

Dios está poniendo un límite a la maldad. Quien todavía tiene ilusiones humanas, tanto políticas como religiosas, no ama la venida de Nuestro Señor. Mientras más se apuesta a intentos humanos, menos se ama su venida.

Atenerse a las profecías con corazón recto y bien dispuesto a sufrir es salvación. O Satanás vendrá y “sacará afuera del corazón la palabra para que no crean y se salven” (San Lucas VIII, 12) y esto es un precipicio junto al desfiladero. Amén.

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Domingo de Sexagésima – 2024-02-04 – 2 Corintios XI, 19-33-XII, 1-9 – San Lucas VIII, 4-15 – Padre Edgar Díaz