domingo, 18 de febrero de 2024

¡No peques más! - P. Edgar Díaz

¡No peques más!

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Puede obrar prodigios, pero no milagros; puede citar la Sagrada Escritura, pero no para el bien, sino para el mal. 

En el desierto, la verdad de la Sagrada Escritura fue empañada por los dardos que Satanás le arrojó a Nuestro Señor Jesucristo. En las tentaciones en el desierto enfrentó a Jesús con sus textos no para instruir sino para engañar al mismo Autor de la Sagrada Escritura, el Verbo de Dios.

“Si Tú eres el Hijo de Dios … que estas piedras se vuelvan panes” (San Mateo IV, 3). “Si Tú eres el Hijo de Dios, échate abajo … Él dará órdenes a sus ángeles … para que no tropiece tu pie con alguna piedra” (San Mateo IV, 6). Y “Yo te daré todo esto si postrándote me adoras” (San Mateo IV, 9).

Desafortunadamente usando de la Sagrada Escritura se convierte en ángel de luz para hacer creer que sus prodigios son verdaderos milagros. Son los engaños de Satanás para inducir a los justos a caer en sus trampas, señala San Ambrosio.

Sin embargo, Satanás interpreta mal la Sagrada Escritura, dice San Jerónimo. La tentación a Nuestro Señor en el desierto “Él dará órdenes a sus ángeles … para que no tropiece tu pie con alguna piedra” (San Mateo IV, 6) no es una profecía de Cristo, sino una promesa al hombre justo que contiene la consoladora noticia de los Ángeles de la Guardia, es decir, el ángel dado a cada hombre para que lo custodie en su vida.

Luego, dependiendo de la ocasión, Satanás usa desfachatadamente de la Sagrada Escritura para su conveniencia. Nuestro Señor, en cambio, solo según su significado apropiado.

Dice San Agustín que la verdadera doctrina manda no tentar al Señor Dios. “No tentarás al Señor tu Dios” (San Mateo IV, 7). Tentar a Dios es caer en el culto de los ídolos, siendo que está mandado que “adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás” (San Mateo IV, 10).

En consecuencia, solo se debe vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (San Mateo IV, 4), es decir, la Sagrada Escritura, pues es el infalible medio que Dios nos ha dado para conocer la verdad.

¿De dónde proviene esa sed insaciable de lo aparentemente sobrenatural, que le hace un serio agravio a Dios, pues al no estar seguros de su autenticidad, nos lleva a tentar a Dios? 

Entre los católicos prolifera el gran peligro del posible engaño de las apariciones y mensajes y alocuciones privadas, muy particularmente atribuidas a la Santísima Virgen María. Se está constantemente pendiente de qué va a decir tal día. 

A menos que la Iglesia no considere su autenticidad, como fue el caso de La Salette, Lourdes, y Fátima, las demás pueden ser muy bien una decepción de Satanás.

Si la dependencia de las profecías privadas lleva a un detrimento de la dependencia de la primacía de la Sagrada Escritura y sus profecías (Profecías de la Revelación Pública), luego no es buena señal.

Exponerse conscientemente a un posible engaño de Satanás es tentar a Dios. Depender de las revelaciones privadas que no hayan sido aprobadas por la Iglesia es un ataque contra la fe. Las Sagradas Escrituras deberían bastarnos para conocer a Dios y la verdad.

El sacerdote místico San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia por la sublimidad de sus enseñanzas, en su libro más renombrado, la Subida al Monte Carmelo, nos enseña:

“(A algunos) se les suele representar figuras de la otra vida (como la Santísima Virgen) … y oír palabras extraordinarias … sienten olores suavísimos … Totalmente han de huir de ellas, sin querer examinar si son buenas o malas. Porque así, cuanto más exteriores y corporales (sean estas cosas), menos ciertas son de Dios…”

“En gran peligro se pone (quien se aferra a estas cosas) de ser engañado … porque por ser cosas corporales (es decir, que pasan a través de nuestros sentidos corporales) no tienen proporción con las espirituales y siempre se han de tener por más cierto ser del demonio que de Dios…”

“Estas cosas son ocasionadas para crear error, presunción y vanidad y el alma se va tras ello desamparando la fe y perdiéndola como camino (camino seguro que lleva a Dios), cuanto más se hace (o se depende) de esas (revelaciones privadas)”.

“El diablo muchas veces pone esas (imágenes) en los sentidos para engolosinar e inducir (al alma) a muchos males… Por tanto, siempre se han de desechar … porque dado el caso que sean de Dios no se le hace agravio a Dios ni se deja de recibir el efecto y fruto que Dios quiere por ellas hacer al alma…”

“Quererlas admitir abre la puerta al demonio para que lo engañe … pues sabe él muy bien disimular y disfrazar de manera que se parezcan a las buenas… multiplicando las del demonio y cesando las de Dios … le gusta mucho al demonio el alma inclinada a las revelaciones porque tiene él muchas ocasiones para meter mano y derogar la fe…” Hasta aquí San Juan de la Cruz.

La Catena Aurea de Santo Tomás de Aquino observa que las apariciones del diablo a Jesús en el desierto fueron hechas a través de los sentidos, y parece probable que se haya aparecido con forma humana.

Igualmente, las revelaciones privadas son hechas a través de los sentidos, y con forma y sonidos humanos, y citan a granel la Sagrada Escritura.

¿Acaso la Santísima Virgen María podría indicarnos, como lo hace en Akita, Japón, y en Medjugorje, asistir a la misa bastarda del novus ordo, siendo que no es la Iglesia Católica? ¿Acaso no sabe la Santísima Virgen que esa no es la verdadera misa? ¿Cómo podría engañarnos así?

Al igual que Satanás, los fariseos (la Sinagoga de Satanás) usaban mal de la Sagrada Escritura para procurar el mal. La costumbre era creer en la autoridad moral de estos. Al paralítico de la piscina de Betsaida se atrevieron a decirle: “Es sábado; no te es lícito llevar tu camilla” (San Juan V, 10). 

Porque Jesús lo había curado en sábado le atacaban: “Por este motivo atacaban los judíos a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado” (San Juan V, 16).

Los judíos admitían que Dios Creador y Conservador de todo sigue hasta el presente obrando. Lo que rechazaban era que la obra de Jesús perteneciese a la categoría de acción divina. No querían profesar que Jesús es Dios. La respuesta “Mi Padre continúa obrando, y Yo obro también” (San Juan V, 17) era perfectamente lógica.

Si Jesús hacía una acción de Dios, luego era igual a Dios. “Con lo cual los judíos buscaban todavía más hacerlo morir, no solamente porque no observaba el sábado, sino porque llamaba a Dios su padre, haciéndose igual a Dios” (San Juan V, 18).

Después de esto, Jesús encontró nuevamente al paralítico en el Templo. “Mira que ya estás sano; no peques más, para que no te suceda algo peor” (San Juan V, 14). 

Dice San Juan Crisóstomo que el paralítico, después de haber sido curado, no se fue al mercado, o al placer y la vanagloria. Se fue al Templo, lo cual era una muy buena señal de su religiosidad.

Una vez conocido Jesucristo no se puede sino ir al Templo; demás estaría decir que no se puede volver a la obstinación en el pecado. Es más, debemos alejarnos de la compañía de los malos porque recibido el perdón de nuestros pecados hemos dejado de ser el templo del demonio, para volver a ser Templo del Espíritu Santo. 

Nuestras enfermedades—corporales y espirituales—a veces Dios las permite como castigo por nuestros pecados—sostiene San Juan Crisóstomo. “No peques más, no sea que te suceda algo peor” (San Juan V, 14). ¿Qué cosa peor le podría ocurrir a quien se obstina en el mal y vuelve a cometer el pecado? Sabemos que el Infierno existe y que es eterno. 

Después de haber tenido que soportar por muchos años su parálisis—un pesado castigo por sus pecados ciertamente—si hubiera recaído en ellos, se habría hecho justamente merecedor de otro castigo más pesado aún, porque quien haya experimentado el castigo y no haya mejorado, demuestra la dureza de su corazón y el desprecio de Dios por su bondad, y, como tal, merece más grandes tormentos aún.

Si después de haber tentado a Dios seguimos tentando a Dios, tremendo juicio y castigo nos vendrá. Quien conscientemente se expone a la seducción de las falacias de Satanás, se hace cómplice del mal, y por eso, juicio y castigo. 

Particularmente, los ministros (los sacerdotes) de los que habla San Pablo, a quienes exhorta a no dar “ninguna ocasión de escándalo, para que no sea vituperado el ministerio” (2 Corintios VI, 3). Lamentablemente, el mal se impone a través de quienes tendrían que hacer el bien.

Promover una posibilidad de error tal como una supuesta aparición de la Virgen es un gran crimen, por el desprecio que se le hace a la Sagrada Escritura, así como el desprecio que le hicieron Satanás y los fariseos. 

Satanás en el desierto, y los fariseos luego, en la vida pública de Jesús, desafiaron desvergonzadamente la soberanía de Dios sobre la creación y la fe. “Que estas piedras se vuelvan panes” (San Mateo IV, 3). “Échate abajo …” (San Mateo IV, 6). “Adórame” (San Mateo IV, 9). “Es sábado …” (San Juan V, 10). 

Como una sucia atmósfera, la banda de Satanás impregna toda la sociedad. El modo de obrar es el engaño, y el ocultamiento. Son los más entusiastas propagadores de la mentira y se llega a penalizar a quien se le oponga. No son puros conceptos ni seres fantásticos, sino verdaderos y palpables individuos que se consolidan en el mal.

Triste señal es cuando la infección de esta atmósfera no es percibida por la fuerza de la costumbre de la mayor parte de los que la respiran. Al mundo hoy le resulta casi imposible discernir la mentira de la verdad. Es más, ya ni siquiera le importa esto, como tampoco le importa su responsabilidad ante la verdad y ante Dios. Siguen tentado a Dios. ¡No peques más, no sea que te suceda algo peor!

Llama la atención que aún en Cuaresma la Iglesia no deja de proclamar la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo. En vez del Aleluya, se canta el “Alabado sea el Señor, Rey de Eterna Gloria”.

El Introito, la Salmodia, el Ofertorio y la Comunión de la Santa Misa nos ofrecen el bellísimo Salmo 90 [91], que desafortunadamente Satanás usó para tentar a Nuestro Señor. Este Salmo es para el justo, que sigue fielmente a Dios, y se empeña en agradarle.

“Tú que te abrigas en el retiro del Altísimo, y descansas a la sombra del Omnipotente, di a Yahvé: “¡Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío!” 

Porque Él te librará del lazo de los cazadores y de la peste mortífera. Con sus plumas te cubrirá, y tendrás refugio bajo sus alas; su fidelidad es escudo y protección. 

No temerás los terrores de la noche, ni las saetas disparadas de día, ni la pestilencia que vaga en las tinieblas, ni el estrago que en pleno día devasta.

Aunque mil caigan junto a ti y diez mil a tu diestra, tú no serás alcanzado. Antes bien, con tus propios ojos contemplarás, y verás la retribución de los pecadores. Pues dijiste a Yahvé: “Tú eres mi refugio”, hiciste del Altísimo tu defensa. 

No te llegará el mal ni plaga alguna se aproximará a tu tienda. Pues Él te ha encomendado a sus ángeles, para que te guarden en todos tus caminos. Ellos te llevarán en sus manos, no sea que lastimes tu pie contra una piedra.

Caminarás sobre el áspid y el basilisco; hollarás al león y al dragón. “Por cuanto él se entregó a Mí, Yo lo preservaré; lo pondré en alto porque conoció mi Nombre. Me invocará, y le escucharé; estaré con él en la tribulación, lo sacaré y lo honraré. Lo saciaré de larga vida, y le haré ver mi salvación” (Salmo 90 [91],1-16).

Es el Himno Triunfal de los que tienen su confianza puesta en Dios. Todos los Domingos lo rezamos en las Completas. 

La lealtad de Dios, indefectible y protectora, nos defiende como un escudo, tanto de nosotros mismos, cuanto de Satanás y del mundo, contra las tremendas seducciones del error.

A quien confía en Dios, Dios le da como un verdadero privilegio, de esos que Él se complace en prodigar a sus amigos íntimos, sin que nadie pueda pedirle cuenta de sus preferencias.

En la gran tribulación será protegido. “Aunque caigan mil junto a ti, y diez mil a tu diestra, tú no serás alcanzado” (Salmo 90 [91],7). 

El acto de confianza en Dios es la única condición para tantos beneficios. La confianza en Dios (y su conocimiento, del cual proviene esa confianza) es lo que nos asegura estos privilegios. 

Conocer a Dios es conocer sus pensamientos, para lo cual Él nos ha dado su Palabra, donde nos muestra su Corazón, su Espíritu, su Voluntad, su Amor, sus Hechos, sus Promesas.

“Cuando te sientas atribulado, dice San Agustín, no temas, ni quieras pensar que Dios no está contigo. Ten fe, y Dios estará contigo en aquella hora de prueba… Si Él parece dormido para ti, es que en tu pecho la fe está dormida; porque Cristo vive en ti por la fe”.

Amén.

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Primer Domingo de Cuaresma – 2024-02-18 – 2 Corintios VI, 1-10 – San Mateo IV, 1-11 – Padre Edgar Díaz