sábado, 6 de abril de 2024

El Precursor de la Segunda Venida - p. Edgar Díaz


La Iglesia no condena a sus fieles por los pecados que han cometido. Antes, busca siempre su arrepentimiento. Pero sí condena a aquellos de la Iglesia, sobre todo a los obispos y sacerdotes, que adulteran la doctrina. Esto es la mayor fuente de peligro para las almas.

Los fieles caen por debilidad, y pueden convertirse. En cambio, quienes persisten en las falsas doctrinas, mueren en su error. Morir en el error es gravísimo. 

¡Ay de los obispos y sacerdotes que niegan o tergiversan dogmas de la Iglesia, y de los que son cómplices de los herejes al estar en comunión con ellos, particularmente al nombrarlos en el Canon de la Santa Misa! ¡Se acabará el tiempo! 

¿Cómo resguardarse de tremendo peligro? Nuestra salvación está siempre en riesgo. Defendernos es primordial. Una defensa esencial es ésta: “Conoced el Espíritu de Dios en esto…” (1 Juan IV, 2). Podemos confundirnos, por eso: “No creáis a todo espíritu…” (1 Juan IV, 1).

En materia espiritual es necesario saber distinguir lo que es auténtico de lo que es adulterado: “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tesalonicenses V, 21). No todo lo que parece bueno es bueno.

Todo debe ser cribado a la luz de la fe, buscando siempre el consejo del prudente. “Escudriñad cada día las Escrituras (para ver) si esto es así” (Hechos XVII,11). Y Jesús dice de Sí mismo: “Investigad las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de Mí” (San Juan V, 39). 

En esta materia tan grave, la indiferencia que se nota es esa falta de amor a la verdad, por el orgullo de querer prevalecer, que es lo que hace caer en las poderosas seducciones de la mentira, según revela San Pablo al hablar del Anticristo (cf. 2 Tesalonicenses II, 10 ss.). Son dardos que nos tira Satanás, a través de sus falsos profetas y apóstoles.

Pero Jesús nos habilita para reconocer la falsedad. San Juan nos da un método muy sencillo para conocer y discernir los espíritus. Dice el Apóstol predilecto: “Conoced el Espíritu de Dios en esto…” (1 Juan IV, 2). 

“Todo espíritu que profesa la fe en Jesucristo venido en carne, es de Dios, y todo espíritu que rompe (o desata o disuelve) la unidad de Jesús (Dios-Hombre o niega o tergiversa su Doctrina), no es de Dios, sino que es el espíritu del Anticristo, ese espíritu que habéis oído que viene, y ya está en el mundo” (1 Juan IV, 2-3).

El espíritu del Anticristo ya está aquí y alude a toda una ola de malas doctrinas y costumbres. El que niega que vendrá en carne es un anticristo.

La afirmación de fe “venido en carne” no se dirige directamente al hecho de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo, sino a la Persona de Jesucristo (que vino en carne mortal), y que con su misma carne resucitó, y que con su misma carne vendrá al final de los tiempos. 

Todo lo que redunda en honor de Jesucristo y contribuye a la glorificación de su obra redentora, viene del buen espíritu. Mas todo lo que disminuye la eficacia de la obra de Cristo o lo desplaza de su lugar céntrico, procede del espíritu maligno.

El mal espíritu mueve a la Fraternidad, y a muchos sacerdotes salidos de ella: “Ellos son del mundo y hablan según el espíritu del mundo y el mundo los escucha” (1 Juan IV, 5), aunque se presenten disfrazados como ángel de luz y obren señales y prodigios. 

San Juan nos da preciosas reglas para reconocerlos: “nosotros (refiriéndose a los Apóstoles) somos de Dios; el que conoce a Dios nos escucha, el que no es de Dios no nos escucha. A partir de eso reconoceremos el espíritu de la verdad y el espíritu del error” (1 Juan IV, 6).

El que es de Dios escucha a sus Heraldos, es decir, sigue fielmente la doctrina de Jesucristo: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz (y la voz de sus enviados)” (San Juan XVIII, 37), dijo Jesús a Pilato. Los discípulos del Anticristo, en cambio, no quieren oír las palabras de los Apóstoles, o seguir con fidelidad su doctrina.

Precisamente, previamente a la Parusía Dios enviará tres Heraldos a predicar, para poner estas cosas en orden antes de la Llegada de Jesús. Según el sentir de muchos autores estos Heraldos serán grandes predicadores en los últimos tiempos.

Dos de ellos son los Testigos. Elías—así lo atestigua San Agustín como hecho inseparable de los preludios de la Parusía—y Enoc, o probablemente Moisés. El tercer Heraldo es San Juan.

A San Pedro, el Primer Papa, Jesús le anunció que moriría crucificado (cf. San Juan XXI, 18-19). Pero con respecto a Juan, Jesús le respondió a Pedro con entereza lo siguiente: “Si quiero que se quede hasta que Yo venga, ¿qué te importa a ti? Tú sígueme” (San Juan XXI, 22).

El texto continúa diciendo que esto fue entendido por los discípulos como que San Juan no moriría y se convirtió en rumor: “Y se propagó entre los hermanos el rumor de que este discípulo no moriría…” (San Juan XXI, 23). 

La Iglesia celebra, además del 27 de diciembre, como fiesta de este gran Santo y modelo de suma perfección cristiana, el 6 de mayo como fecha del martirio en que San Juan, sumergido en una caldera de aceite hirviente, salvó milagrosamente su vida.

El padre José Fuchs, del Instituto Teológico de Córdoba, Argentina, nos da un interesante resumen sobre la posición de los santos acerca de la muerte del Evangelista San Juan. ¿Volverá San Juan Evangelista con Elías y Enoc?

Del examen del texto “si quiero que éste se quede hasta que Yo venga…” parece deducirse que San Juan ha de permanecer hasta la segunda venida o Parusía del Señor; pero como luego se dice que: “no dijo Jesús que Juan no morirá”, se ha tratado de conciliar ambos textos diciendo que si bien Juan murió, debe haber resucitado en seguida, o resucitará cuando venga la Parusía del Señor.

Esta creencia se apoya en las palabras que le dicen a San Juan: “Es menester que profetices de nuevo sobre muchos pueblos y naciones lenguas y reyes” (Apocalipsis X, 11). 

Este volver a profetizar mira a las naciones y a Israel mismo, que deben sufrir un juicio divino (juicio a las naciones) antes de cumplirse el misterioso regreso de Nuestro Señor. Aunque es verdad que el Hijo del hombre no vino a juzgar (cf. San Juan XII, 47), sino a salvar y a dar su vida en redención por muchos (cf. San Mateo XX, 28), también es verdad que quien no cree en Él, a sí mismo se juzga y se condena (cf. San Juan III, 18).

Las diversas sentencias de los Padres que encontramos en el estudio del padre Fuchs son las resumidas por Maldonado en dos: 

Primero, San Juan Evangelista no murió; y vendrá con Enoc y Elías para predicar contra el Anticristo. Y segundo, San Juan murió, pero resucitó de inmediato y fue trasladado con su cuerpo a un lugar desde donde vendrá para predicar con Elías y Enoc.

Primero, San Juan Evangelista no murió; y vendrá con Enoc y Elías para predicar contra el Anticristo.

San Efrén de Antioquía dice que Juan no murió y que vendrá con Elías y Enoc.

San Gregorio de Tours (538-594 - Obispo de Tours) asegura que Juan se tendió en el sepulcro y que en él permanecerá hasta el tiempo de su nueva aparición. (Joannes vivus descendens in tumulum, operiri se humu praccepit).

San Juan Damasceno afirma que en sus tiempos muchos creían que Juan no había muerto y que vendría con Elías y Enoc. Así San Hipólito y San Beda.

San Hilario y San Epifanio dicen que San Juan está reservado para predicar al final de los tiempos.

San Gregorio Nacianceno llama a Juan Evangelista un precursor de Jesús en su segunda venida.

Baronio refiere palabras de Nicéforo: Juan se fue a una colina de Éfeso, donde solía predicar: mandó preparar su túmulo y se tendió en él. Pero Dios cambió su cuerpo terreno y corruptible en uno inmortal e incorruptible y fue trasladado al paraíso. Al día siguiente se encontró el sepulcro vacío y solo estaba su ropa.

El Martirologio de Rabano recuerda la Dormitio et Assumptio Joannis y el de Notker, que Juan se tendió en el sepulcro, libre de dolor y de la corrupción del sepulcro.

San Hilario de Poitiers escribe: Habla Juan permaneciendo así hasta la Parusía del Señor; el Anticristo saldrá del abismo para pelear contra Elías, Enoc y Juan que darán testimonio de Cristo sobre la tierra.

Alápide afirma que muchos pensaron que Juan no estaba muerto, sino que vendría con Elías y Enoc para pelear contra el Anticristo. Afirma Alápide que son de esta opinión San Hipólito, Dorote, Metafrastes, San Juan Damasceno, San Ambrosio, Jorge de Trebizonda, Catarino, Teofilacto, Salmerón, Barradio y Eutimio.

San Pedro Damián se pregunta cómo es que conservándose el cuerpo de todos los apóstoles, sólo el de San Juan no se venera en Iglesia alguna.

Y segundo, veamos la posición de que San Juan murió, pero resucitó de inmediato y fue trasladado con su cuerpo a un lugar desde donde vendrá para predicar con Elías y Enoc.

San Ambrosio (dice que murió, pues) no aprueba a los que en su tiempo decían que Juan no había muerto, pero afirma que Juan predicará con Enoc y Elías contra el Anticristo.

En tiempos de San Agustín se decía que Juan había muerto, pero que luego resucitado fue trasladado, y que volverá a predicar contra el Anticristo.

San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, San Vicente Ferrer, Santo Tomás de Villanueva afirman que después de su muerte volvió a la vida para la predicación de los últimos tiempos. La Iglesia griega recibió esta tradición en su Breviario.

Escribe San Pedro Damián. Comúnmente dicen los Padres: Cuando se hizo cavar la tumba, descendió a ella, extendió sus manos y después de prolija oración, murió y una luz admirable lo circundó de tal manera que nadie podía resistir tanto esplendor.

Como puede deducirse, todos estos testimonios coinciden en que San Juan vendrá a predicar en la Parusía; y son muchos más los Santos Padres que piensan que no murió que los que sostienen que murió.

Y éste es el mensaje que los tres Heraldos predicarán:

“Y vi a otro ángel volando por medio del cielo, que tenía que anunciar un Evangelio eterno para evangelizar a los que tienen asiento en la tierra: a toda nación y tribu y lengua y pueblo” (Apocalipsis XIV, 6). El Evangelio eterno se halla contenido en las siguientes palabras del ángel, que es temer y adorar a Dios, huyendo de la idolatría. 

Ésta será la norma del juicio de Dios sobre las naciones todas, a quienes se dio a conocer por sus obras, pero no le quisieron reconocer como su Creador y Señor, adorando, en cambio, a las criaturas (cf. Romanos I, 18 ss.): 

“Y decía a gran voz: ‘Temed a Dios y dadle gloria a Él, porque ha llegado la hora de su juicio … (Apocalipsis XIV, 7). No es el juicio universal, sino el particular, el juicio de las naciones paganas y de los perseguidores de Jesucristo y de santos.

“Le siguió un segundo ángel que decía: ‘Ha caído, ha caído Babilonia, la grande; la cual abrevó a todas las naciones con el vino de su enardecida fornicación’” (Apocalipsis XIV, 8). 

Es la inminente ruina de todo el mundo anticristiano y falso cristiano: el Judaísmo-Zionista, con el Comunismo y la Masonería; el Islamismo, con su adoración al demonio Allah; y el Paganismo, con su idolatría.

Y mucho más importante aún es la caída del Falso Cristianismo, que tanta confusión produce. Los mal llamados ortodoxos; la negación de la divinidad de Cristo de los Protestantes; las herejías de la Nueva Iglesia de Bergoglio, o secta Vaticano II; la comunión y complicidad de los falsos tradicionalistas con las herejías. 

Todas estas formas de idolatría y herejías tienen que desaparecer. Tiene que haber una purificación de la fe. Es un aliento para los que aman la verdad a sufrir la persecución con la esperanza del triunfo.

“Y un tercer ángel los siguió diciendo a gran voz: ‘Si alguno adora a la bestia (al Anticristo) y a su estatua y recibe su marca en la frente o en la mano …” (Apocalipsis XIV, 9). Hace referencia a que el Anticristo hará imponer una marca sin la cual no podremos comprar ni vender para sobrevivir (cf. Apocalipsis capítulo XIII).

“…Él (el que adora a la bestia y a su estatua y se pone la marca) también beberá del vino del furor de Dios, vino puro, mezclado en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre, en la presencia de los santos ángeles y ante el Cordero. 

“Y el humo de su suplicio subirá por siglos de siglos; y no tendrán descanso día ni noche los que adoran a la bestia y a su estatua y cuantos aceptan la marca de su nombre’” (Apocalipsis XIV, 10-11). 

Sería fatal caer en las trampas que el Anticristo nos tenderá: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis XIV, 12), quienes la mantendrán intacta a pesar de estar sufriendo la Gran Persecución del Anticristo.

La sabiduría de los santos está en entender quién es uno y quién es otro, por eso recurrimos a la discreción de espíritus enseñada por San Juan, y su paciencia en ser fieles a los dictados de esta sabiduría. 

“Y oí una voz del cielo que decía: ‘Escribe: ¡Bienaventurados desde ahora los muertos que mueren en el Señor! Sí, dice el Espíritu, que descansen de sus trabajos, pues sus obras siguen con ellos’” (Apocalipsis XIV,13). Lo que importa es morir en el Señor, unidos a Él por la fe y la fiel observancia de sus preceptos.

Ésta será la predicación de los tres Heraldos del Apocalipsis, siendo uno de ellos San Juan, el que Jesús quiere que se quede hasta que venga, para profetizar de nuevo.

Si murió o no murió es relativo a la principal cuestión de que verdaderamente estará con nosotros en los últimos tiempos.

Jesús dio seguridad a los Apóstoles de no dejarlos nunca, de que su presencia íntima y eficaz en medio de ellos será continua y se prolongará “hasta la consumación de los siglos”, el fin del mundo.

Quiere Jesús que caigan todas las barreras ante la predicación evangélica, que se extienda “a toda la creación” (San Marcos XVI, 15), a todo el linaje humano para que alcance la salvación. Los que no quisiesen creer incurrirán en condenación eterna.

“Nosotros (los Apóstoles) somos de Dios—dice San Juan—y ya los habéis vencido—a los anticristos; porque mayor es el que en nosotros está que el que está en el mundo” (1 Juan IV, 4).

Ésta es la razón de todas las victorias del espíritu cristiano, la presencia y omnipotencia de Dios. 

El Apóstol Tomás se postró, lo adoró, y creyó en Jesús, porque lo vio y lo tocó. Mas nosotros creemos en Él, lo adoramos sin haberlo visto ni tocado, y vamos más allá todavía: pedimos su venida, como en el Padre Nuestro, y en el Credo.

Pedimos la gracia de amar la venida de Nuestro Señor, y de estar preparados para hacer su voluntad, y la gracia de la eterna bienaventuranza, como dice la Oración Secreta de hoy.

Amén.

Domingo in Albis – 2024-04-07 – 1 Juan V, 4-10 – San Juan XX, 19-31 – Padre Edgar Díaz