En el día de la Ascensión de Nuestro Señor a los cielos, los Apóstoles aún esperaban que fuera a reinar a partir de ese momento: “Señor, ¿es éste el tiempo en que restableces el reino para Israel?” (Hechos de los Apóstoles I, 6). Lo están viendo irse y, sin embargo, le preguntan si el reino iba a ser restablecido en ese momento. Aquellos que glorificaron al Señor en el día de su entrada triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos también se cuestionaban si reinaría de inmediato (cf. San Mateo XXI, 1-11; San Marcos XI, 1-11; San Lucas XIX, 28-44; San Juan XII, 12-19).
La gran mayoría no esperaba su muerte. Al menos, la madre de los Zebedeo pensaba que el reino sería inmediatamente restablecido después de la resurrección: “La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Él … para hacerle una petición … ‘Ordena que estos dos hijos míos se sienten, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu reino’”(San Mateo XX, 20-21).
Se pregunta San Jerónimo: “¿De dónde le vino a la madre de los hijos del Zebedeo—Santiago y San Juan Evangelista—que el reinado de Nuestro Señor iba a ser inminente, si el Señor les acababa de hablar a los despavoridos discípulos sobre las atrocidades que le esperaban en su Pasión?” Y se responde: “Pienso que es porque Nuestro Señor les había dicho: ‘Y al tercer día (el Mesías) resucitará’ (San Mateo XVII, 23; San Lucas IX, 22)”.
Cristo no les da a los Apóstoles una contestación directa en cuanto al tiempo de su reinado sino que los remite a los secretos que el Padre tiene reservados, el misterio de la Iglesia, previsto de toda eternidad, pero oculto hasta entonces en el plan divino, y sin el cual no podrían cumplirse las promesas de los profetas: “Mas en cuanto a aquel día y la hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo, sino el Padre solo” (San Mateo XXIV, 36; San Marcos XIII, 32).
Concluye San Jerónimo: “Supuso esta mujer que su reino sería inmediatamente establecido, y que lo que había sido prometido para su segunda venida se cumpliría en su primera venida”. Quien tradujo toda la Sagrada Escritura al Latín, la versión oficial de la Santa Iglesia Católica, la Vulgata, no podía menos que saber que su reinado sería establecido después de su segunda venida.
Que el Mesías fuera a morir les desconcertaba. En sus mentes tenía que efectivamente reinar inmediatamente, idea que el espíritu farisaico mantenía sobre el Mesías, un reino político que salvaría a Israel del yugo extranjero. Y una idea distorsionada es una falsa doctrina, que proviene del mismo espíritu de la antigua serpiente que tentó a Adán y Eva.
Con respecto al verdadero reinado de Nuestro Señor Jesucristo persiste aún hoy en los hombres de la Iglesia Tradicional la falsa doctrina que dice que comenzó a reinar a partir de su primera venida, así como pensaban que ocurriría la madre de los Zebedeo, los Apóstoles, y los que le aclamaron en el Domingo de Ramos. Una concepción farisaica que lamentablemente se introdujo en la verdadera doctrina católica distorsionándola. Es otra religión.
Este veneno fue inoculado para desprestigio de Jesucristo y su Iglesia. La doctrina católica sostiene que Nuestro Señor “subió al Cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar (reinar) a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin”, dice el Credo Niceno-Constantinopolitano. La Salmodia de la Misa de hoy nos asegura que “el Señor reinará sobre todas las naciones; está sentado en su santo trono, a donde ascendió, y volverá a nosotros y nuestro corazón se regocijará”. La Doctrina de la Iglesia, enseñada por los verdaderos Papas es siempre infalible. El Señor vendrá y reinará sobre todas las naciones con justicia dura y firme. Todavía está en su Trono, pero volverá para que nos regocijemos. Lo dice la Iglesia, en su Liturgia.
Hoy quien domina el mundo es el Príncipe de este mundo, Satanás, a través del engaño. Reina la Sinagoga (de Satanás) de nuevo, después de haber matado a Jesucristo. ¿Cómo conciliar el hecho de que Cristo esté ya reinando juntamente a la par del Príncipe de este mundo, Padre de la mentira? ¡Imposible! El Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad que procederá del Padre, dará testimonio de Jesucristo (cf. San Juan XV, 26) y su venida en gloria para hacer cielo nuevo y tierra nueva (cf. Apocalipsis XXI, 1), montado en su caballo blanco, y en su manto y sobre su muslo tendrá la inscripción: “Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis XIX, 16).
El engaño perpetrado por el Vaticano II consistió en desprestigiar a la Iglesia, a través de la tergiversación de los Dogmas de la Santísima Trinidad y de la Divinidad de Jesucristo. El propósito era desterrar de la fe de los fieles la verdad de que Jesucristo es Dios, fe que un verdadero católico tiene por haber nacido de Dios que vence al mundo: “Todo lo que nace de Dios, vence al mundo” (1 Juan V, 4) con todas sus cosas absurdas y delirantes. Y, “Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan V, 5).
Este exilio de Jesucristo de la fe de los fieles se realiza igualando la religión católica, eclipsada por el Vaticano, a todas las religiones. Ya no es Jesucristo el centro, sino el hombre, capaz de gobernarse por sí mismo, sin necesidad de Cristo Rey. El mundo no soporta la verdad de que Jesucristo es Dios. Por eso, a los detractores les conviene decir que Cristo ya reinó, y el resultado de este reinado es desastroso y está a la vista y desprestigia la Iglesia.
Muy probablemente piensen—porque no lo dicen—que su segunda venida es tan solo algo simbólico. Pero es real, y allí Cristo y la Iglesia triunfarán. El triunfo de la Iglesia no será otro que la segunda venida de Nuestro Señor: “Éste, empero, después de ofrecer un solo sacrificio por los pecados, para siempre ‘se sentó a la diestra de Dios’, aguardando lo que resta ‘hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies’” (Hebreos X, 12-13).
¿Cómo podría Nuestro Señor Jesucristo haber reinado en su primera venida si aún se encuentra sentado a la diestra del Padre esperando a que todos sus enemigos le sean puestos bajo sus pies? Servirá a este propósito el testimonio que los verdaderos católicos tendrán que dar de nuevo (cf. San Juan XV, 27), lo dice el Evangelio hoy, junto a algunos judíos convertidos, lo que indica que la acción se desarrollará en los últimos tiempos, porque, otra vez decimos, ya reina nuevamente la Sinagoga (de Satanás), de la cual nos van a echar (cf. San Juan XVI, 2), por ser considerados apóstatas de su religión, excomulgados, y personas a las que hay que repeler, y “vendrá tiempo en que cualquiera que nos quite la vida creerá estar haciendo un obsequio a Dios” (San Juan XVI, 2). Jesucristo “nos ha dicho estas cosas para que cuando el tiempo venga nos acordemos que ya nos las había dicho” (San Juan XVI, 4).
Pero estos claros razonamientos deducidos de las Sagradas Escrituras no son suficientes para los equivocados hombres de la Iglesia Tradicional, vueltos ciegos judaizantes por haber adquirido el mismo espíritu de los judíos. Tampoco son suficientes para la gran mayoría de la humanidad adherida a la iniquidad y al mal.
¿Cómo podemos tener mutua caridad (cf. 1 Pedro IV, 8), como dice San Pedro, si los mismos que dicen ser hombres de la Iglesia Tradicional están en comunión con los herejes? ¡Hipócritas! ¿Cómo estos pueden glorificar a Dios (cf. 1 Pedro IV, 11) cuando beben de la copa de los demonios, son anticristos, no quieren la venida en carne de Nuestro Señor y su reino, y rechazan la verdadera doctrina sobre la infalibilidad? ¡Un Papa puede estar en el infierno, es cierto, pero jamás por haber dicho una herejía! San Pedro jamás dijo una herejía. Si pecó al negar a Cristo tres veces, esto fue por debilidad, y con anterioridad a ser constituido Papa por Nuestro Señor, y no como Papa.
Los esfuerzos de los hombres de la Iglesia Tradicional por seguir remando contra corriente son ineficaces, pues hoy la mayoría de la gente no tiene interés por el Evangelio. Éste ha sido desprestigiado y presentado como que ha sido superado por la religión del hombre. Por eso esos esfuerzos ineficaces yerran al intentar la conversión de los pueblos. En los últimos tiempos, solamente un milagro de Dios podrá abrir los ojos de quien Él desee.
¿Qué israelita aceptaría hoy el Evangelio? Solo se convertirán por la predicación de los Dos Testigos (cf. Apocalipsis XI), que les hablarán con autoridad. De lo contrario, no habrá conversión. Creemos que se acabaron o se están por acabar los tiempos: “Jerusalén será pisoteada por gentiles hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido” (San Lucas XXI, 24). ¿A quién le interesa hoy que se hable de Dios? Por eso, y como milagro de la misericordia de Dios, San Juan tendrá que volver a predicar de nuevo (cf. Apocalipsis X, 11).
“Conoced el Espíritu de Dios en esto: todo espíritu que confiesa que Jesucristo es venido en carne, es de Dios (la acción ‘venido’ es un infinitivo perfecto activo, que indica duración en el tiempo); y todo espíritu que no confiesa (o disuelve) a Jesús, no es de Dios, sino que es el espíritu del Anticristo. Habéis oído que viene ese espíritu, y ahora está ya en el mundo” (1 Juan IV, 1-3).
Espíritu que maneja la usura y robo de las finanzas de la elite; y la corrupción e injusticia del sistema político; la inmoralidad de la sodomía y demás pecados carnales; la mutilación que los tatuajes hacen al cuerpo, templo del Espíritu Santo; la insistencia depravada en el error y la mentira, la abominación de la idolatría … Son espíritus diabólicos encarnados en personas que quieren pecar, pues permiten y aplauden estos comportamientos, que abiertamente se oponen a Jesucristo.
Es necesario tener este concepto bien en claro. “Roma” hoy es una cloaca, un circo, un prostíbulo. Es la Copa y la Mesa de los Demonios (cf. 1 Corintios X, 21), de que habla San Pablo. En el Vaticano ya han entronizado a Satanás. Y en la Tradición se quiere volver al Vaticano. Jamás deberíamos identificar a la Santa Iglesia Católica como romana. No es esto lo que dice el Credo Niceno-Constantinopolitano: “Creo en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica”. No dice que sea romana.
La Iglesia no puede caer, pero Roma sí; porque Roma no es la Iglesia. ¿Qué tiene Roma hoy de católico cuando está toda la doctrina profanada y es todo sacrílego? Roma hoy representa a toda la cristiandad apóstata. De Roma no va a quedar piedra sobre piedra, según la profecía de la caída de la Babilonia, así como le pasó a Jerusalén.
Siete veces menciona el Apocalipsis la caída de Babilonia: “Ha caído, ha caído Babilonia la grande, y ha venido a ser albergue de demonios y refugio de todo espíritu inmundo … sus pecados se han acumulado hasta el Cielo” (Apocalipsis XVIII, 2.5). Del cielo va a caer fuego sobre toda la inmundicia que hay en la cristiandad, apóstatas y traidores (cf. 2 Pedro III, 7). La caída es inminente, y manifestará quiénes son los aprobados por Dios (cf. 1 Corintios XI,19): “No he venido a traer la paz sino la espada, y fuego, y qué quiero sino que arda” (San Lucas XII, 49). Que toda la cristiandad apóstata arda, es decir, que desaparezca totalmente.
El “lagar (será) pisado” (Apocalipsis XIV, 20), imagen de la venganza divina. Es figura sangrienta: “y del lagar salió sangre que llegó hasta los frenos de los caballos, por espacio de mil seiscientos estadios” (Apocalipsis XIV, 20). Un estadio equivale a 185 metros, lo que nos da una superficie de sangre humana de trescientos kilómetros de largo. ¡Millones morirán; apóstatas e idólatras! ¡Que Dios nos libre! ¡Si no nos mantiene Dios cualquiera puede caer! “¡Si Dios no acortara los tiempos, nadie se salvaría…!” (San Mateo XXIV, 22). La conversión y la salvación vienen solo por un milagro de Dios.
San Juan fue arrebatado al Cielo y vio estas cosas para advertírnoslas. Allí se le dio de comer el librito: “Fui, pues, al ángel y le dije que me diera el librito. Y él me respondió: ‘Toma y cómelo; amargará tus entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel’” (Apocalipsis X, 9). “Tomé el librito de la mano del ángel y lo comí” (Apocalipsis X, 10). Y así San Juan se enteró por completo de todo su contenido. “Era en mi boca dulce como la miel, mas habiéndolo comido quedaron mis entrañas llenas de amargura” (Apocalipsis X, 10). La dulzura de la Palabra de Dios contrastada por la amargura del horror de los abismos de la apostasía y sus castigos.
Le dolieron las entrañas: ¿Qué cosas habrá visto? San Juan vio todo: el satanismo con sus sacrificios humanos, los rituales de niños, la sodomía, el desprecio por Jesucristo, y otras cosas repugnantes. ¿Cómo no le iba a doler el estómago? Y habrá visto otras cosas más que nosotros no sabemos: “Y cuando hubieron hablado los siete truenos, iba yo a escribir; mas oí una voz del cielo que decía: ‘Sella lo que dijeron los siete truenos y no lo escribas’” (Apocalipsis X, 4). ¿Qué cosas terribles hará el Anticristo? Por su misericordia, Dios no quiso que San Juan escribiera lo que dijeron los siete truenos.
La última oportunidad que le queda al Diablo de ganarle a Dios, ante quien había expresado su rebeldía: “No te serviré” (Jeremías II, 20), es la condenación de la mayor cantidad posible de almas. Cuando se enteró que Dios se iba a hacer Hombre se rebeló y arrastró consigo a un tercio de los ángeles. Esa fue su primera aparente victoria; la última será quitarle la mayor cantidad de almas en los últimos tiempos, por envidia.
Luego, presentar la Doctrina de la Parusía, que es el plan de Dios, es ayudar a despertar a la gracia los corazones aletargados y es revivir el espíritu de los fieles. Pero los hombres de la Iglesia Tradicional parecen no querer este despertar y revivir. Callar la verdad es condenarse a uno mismo. El fiel que escucha y comprende la verdad se despierta y se pregunta: ¿Por qué están sucediendo tantas cosas malas? ¿Quién va a restaurar todo esto? Todo va de mal en peor agigantadamente, de una semana a la otra.
Quien comienza a considerar seriamente la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo Dios le da una nueva gracia, si es fiel y humilde en aceptar la doctrina verdadera. Se empieza a amar la venida de Nuestro Señor Jesucristo cuando se la empieza a conocer. No se ama lo que no se conoce. Hay que por lo menos comenzar a conocer esta gran verdad para amarla.
Dios le irá dando a esa alma fiel el progreso en ese amor, cada vez lo irá deseando más y más porque desear es amar. La única solución de todo es la venida de Nuestro Señor Jesucristo. Dios sabe que este milagro finalmente le dará el reconocimiento que le es debido. Más apostasía, más triunfo. Más dolor, más gozo.
“La mujer, en el momento de dar a luz, tiene tristeza, porque su hora ha llegado; pero, cuando su hijo ha nacido, no se acuerda más de su dolor, por el gozo de que ha nacido un hombre al mundo” (San Juan XVI, 21). Ese Hombre es Jesucristo. Los dolores de parto son por su venida. Sin duda, San Bernardo sostiene que “muchos se tienen que despertar a esta verdad, para que más almas juntas pidan su venida …”
Por eso la Iglesia puso en el común de Doctores el texto de San Pablo en el que él desea que la “corona de justicia que le está reservada, que el Señor le dará en aquel día (la Parusía) le sea dada también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo IV, 8), porque todos los Doctores amaron su venida.
San Juan Crisóstomo, San Juan Damasceno, San Roberto Belarmino (cuya fiesta es mañana), Santo Tomás de Aquino, San León Magno, San Gregorio Magno, San Alberto Magno, San Pedro Canisio, San Antonio de Padua, San Cirilo de Alejandría, San Cirilo de Jerusalén, San Pedro Crisólogo, San Atanasio … Todos ellos pedían la venida de Cristo.
Y este amor por su venida debe ser proclamado y extendido hasta los últimos confines de la tierra. Debe ser universal, que es lo que palabra “católico” significa. Por milagro el mundo entero será católico después de que haya visto venir de los Cielos al mismo que en la Ascensión subió a los Cielos.
“¡Salid de Babilonia …! Anunciadlo con voz de júbilo, publicad esta nueva, hacedla llegar hasta los confines de la tierra. Decid: ‘Yahvé ha rescatado a su siervo Jacob (a Israel, su pueblo; y, como tal, demuestra que es el verdadero Dios)” (Isaías 48, 20). San Juan repite la idea: “Salid de ella, pueblo mío para no ser solidario de sus pecados y no participar en sus plagas” (Apocalipsis XVIII, 4). En la historia Isaías exhortó a los israelitas cautivos en Babilonia a salir de esa ciudad. Esto es imagen de la salida del cautiverio de la Roma Apóstata, del falso cristianismo, y de los equivocados hombres de la Iglesia Tradicional. Dios no quiere que participemos de su suerte.
Vemos, pues, la perfecta coincidencia entre San Juan e Isaías, el gran profeta, que “consoló a los que lloraban en Sión y anunció las cosas que han de suceder en los últimos tiempos” (Eclesiástico—Sirácida— 48, 27).
Nos preguntan: ¿dónde encontrar un sacerdote fiel a la verdad? Pues, no solo hay escasez de sacerdotes verdaderos, sino también de aquellos que se juegan por la verdad. Por eso, la respuesta es que es muy difícil encontrar uno. Pero se puede salir de la Apostasía, detestando y condenando el error y la cobardía, y sobre todo conociendo y amando la verdad. Luego Dios mostrará el camino.
“Salid de ella, pueblo mío” (Apocalipsis XVIII, 4). En medio de la ciudad corrompida y de los adoradores de la bestia (Anticristo) viven los marcados con el sello del Cordero. A ellos se dirige esta voz del cielo que es sin duda la voz de Jesús. La inminencia de su ruina, y los ejecutores de la venganza divina están preparados para castigarla duramente, a causa de sus crímenes y de su orgullo, y porque sus pecados han llegado hasta el cielo.
Prepararse, salir del letargo y del engaño: “¡Ay! porque grande es aquel día, no hay otro que le sea igual. Es el tiempo de angustia …” (Jeremías XXX, 7). La caída de Babilonia está literalmente a las puertas, y decir la verdad es caridad: “El fin de todas las cosas está cerca” (1 Pedro IV, 7), dice San Pedro. “Sed, pues, prudentes y sobrios para poder dedicaros a la oración” (1 Pedro IV, 7).
Decir la verdad y no engañar. “Si alguno habla, sea conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro IV, 11). ¡Que nuestras palabras sean conforme a las palabras de Dios! Porque tremendo es su juicio. Si hay que retractarse nos retractamos. ¡Bendito sea Dios!
“A fin de que el glorificado en todo sea Dios por Jesucristo, a quien es la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro IV, 11).
¡Ven, Señor Jesucristo, ya no tardes!
*
Domingo después de la Ascensión – 2024-05-12 – 1 Pedro IV, 7-11 – San Juan XV, 26-27; XVI, 1-4 – Padre Edgar Díaz