Comenzamos con la oración colecta de este Domingo V de Pascua: “Oh, Dios, de quien proceden todos los bienes: atiende nuestras súplicas, y haz que, por Ti inspirados pensemos siempre lo que es justo, y por Ti gobernados, lo pongamos por obra”.
Señala un deseo muy sincero de nuestro corazón. ¡Que nuestros pensamientos sean siempre justos; y que podamos realizarlos según el beneplácito de la Santísima Voluntad de Dios!
Hoy la Iglesia está en tribulación total, como las viudas y huérfanos de los que habla el Apóstol Santiago. Y si alguien cree ser religioso, mas no refrena su lengua, su religión es vana. Es decir, no practica “la religión pura e inmaculada ante Dios Padre” (Santiago I, 26-27). De estos hoy hay un montón.
El deber que le corresponde al verdadero Papa, indicado en el común de Sumos Pontífices creado por el Papa Pío XII, conforme al Introito de esa Misa, también le corresponde a los Obispos y Sacerdotes, si es que aman a Jesús: apacentar los corderos y las ovejas de Jesús (cf. San Juan XXI, 15-17), los cuales representan toda la Iglesia, Prelados y Fieles.
Reza el Decreto del común de Sumos Pontífices de Pío XII, dando la razón de su creación: “… para defender de los crueles ataques de los enemigos de la Iglesia contra sus supremos Pastores, y para honrar más la dignidad de origen divino que poseen los Sumos Pontífices y venerar con mayor culto a aquellos de entre ellos que se destacan por su santidad”.
Este decreto es una profecía. Se cumple solo en aquellos que son verdaderamente de la Iglesia, que poseen la dignidad de origen divino. El verdadero Pedro y sus verdaderos sucesores poseen esta dignidad de origen divino que los ponen por encima de las fuerzas del mal. Gozan de la Infalibilidad porque son verdaderos Papas. Ejercen la Primacía no para el error sino para la salvación de las almas.
Pero los falsos sucesores son sus enemigos. No aman, y por eso se oponen a su venida y a su reino, distorsionando el Dogma de la Infalibilidad. Estos son herejes: “Los hombres malos y embaucadores irán de mal en peor, engañando y engañándose” (2 Timoteo, III, 13). Y lo hacen de manera urgente y despiadada, porque al enemigo le queda poco tiempo.
A los inicuos y soberbios les es indiferente la verdad. Al enemigo se le acaba el tiempo y es mortal para él no luchar en contra de la verdad cuanto antes. Por eso, la silencia. Y Jesucristo, su Santísima Madre, y los Santos—dice San Bernardo—solo escuchan las peticiones hechas según la verdad, así como el Padre Celestial.
El enemigo quiere que todos se condenen. Si hay muchas almas piadosas que piden con amor y verdad, incesantemente, la venida de Nuestro Señor, entonces podríamos lograr que el Padre acorte los tiempos. La situación actual de la Iglesia y del mundo hoy pone en evidencia esta urgencia.
“En aquel día—el día de la Parusía—pediréis en mi nombre” (San Juan XVI, 26), les dijo Jesús a sus discípulos. “El Padre os ama Él mismo, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que Yo vine de Dios” (San Juan XVI, 27), y os concederá lo que pedís, por vuestro amor a Mí.
Antes de la venida de Nuestro Señor Jesucristo una serie de eventos debe ocurrir. En la Segunda Carta a los Tesalonicenses San Pablo indica un signo terrible y espeluznante que deberá preceder el retorno de Cristo.
Este signo tendrá diversas formas pero la más considerable de todas será la impresionante aparición del Anticristo que mediante su persona y sus obras hará una manifestación colosal del mal.
Urgentemente San Pablo insiste a los Tesalonicenses a considerar esta instrucción dogmática sobre la Parusía: “Pues esto os decimos con palabras del Señor: que nosotros, los vivientes que quedemos hasta la Parusía del Señor, no nos adelantaremos a los que durmieron” (1 Tesalonicenses IV, 15).
Si bien él se incluye entre aquellos que estarán vivos en la Parusía, no conoce, por supuesto, como tampoco nadie, solo Dios, el tiempo en que esto ocurrirá, y confiesa no saber. Su intención es solo manifestar el orden de los hechos precedentes que deben cumplirse.
Primero la apostasía. Es el primero de los dos hechos preliminares a la Parusía, como culminación del misterio de iniquidad, y clima favorable para la aparición del Anticristo. Son de este parecer Santo Tomás de Aquino, Estío, Cornelio a Lapide, San Roberto Belarmino, Suárez, etc.
Consistirá en un olvido sino en una negación de Dios tristemente notable. La deserción de un gran número de cristianos, que se separarán abiertamente de Jesucristo. Pero la apostasía por excelencia, el enemigo la aprendió. Ya no mártires como en los primeros siglos, sino solapadamente destruir el Papado. Con esto demostraría al mundo que la Iglesia Católica no es de Dios, ni que Jesucristo es Dios, y justificaría a los judíos el haberlo matado en la cruz, y volver a matarlo hoy negando su venida.
“En los últimos tiempos habrá quienes apostatarán de la fe, prestando oídos a espíritus de engaño y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo IV, 1), asegura San Pablo. Y, por su parte, San Pedro declara que “habrá falsos doctores, que introducirán furtivamente sectarismos perniciosos...” (2 Pedro II, 1).
Espíritus de engaño, doctrinas de demonios, sectarismos perniciosos. Que “nadie os seduzca en manera alguna …” (2 Tesalonicenses II, 3).
Espíritus de engaño … tal como el espíritu de esperar y soñar con la venida de un “Papa” benévolo que restaurará la Iglesia. ¡Hipócritas! Son aquellos que piensan que por unos hombres Roma nuevamente triunfará. ¿Dónde está la promesa de su venida? ¿Dónde está su justicia?
Hipócritas de aquellos que esperan una restauración de la Iglesia y no su Parusía y su Reino, como los “Restauracionistas” y/o “Conclavistas”, y los que sostienen la “Tesis Papa material-Papa formal”. Estos son los tibios del Apocalipsis, que rechazan su doctrina: “Porque eres tibio, ni hirviente ni frío, voy a vomitarte de mi boca” (Apocalipsis III, 16).
Doctrinas de demonios. “A los demonios inmolan (los herejes), y no a Dios, y no quiero que vosotros entréis en comunión con los demonios. No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (1 Corintios X, 20-21).
Quienes en la Santa Misa invocan comunión con los falsos Papas participan de la mesa de los herejes, que son demonios. Es el caso de la Fraternidad y de algunos sacerdotes que pasaron por la Fraternidad que siguen arrastrando el mismo error.
El sostener que un Papa puede caer en herejía; el mencionar a un falso Papa en la Santa Misa; el ofrecer un sacrificio adulterado como la Misa de Juan XXIII, es convertirse en un demonio. No celebran la verdadera Misa de San Pío V (hoy 5 de mayo es su Fiesta). ¡Atención!
Sectarismos perniciosos. Pues quien no piensa como ellos son automáticamente desvinculados de sus reuniones. Espíritu de secta al estilo masón. Todo en secreto, todo encubierto, todo despóticamente ordenado.
Todo lo mencionado hasta ahora apunta principalmente a la negación del Dogma de la Infalibilidad.
La creación de una “nueva iglesia” o “iglesia falsa”, que eclipsa a la Iglesia Católica, por el Vaticano II, se ha encargado de distorsionar el verdadero concepto de “Papado” y de “Papa”.
La Elite del mundo, el judaísmo sionista, las instituciones de los Foros de Economía de Davos y San Petersburgo, los grandes magnates son quienes manejan el mundo. El falso Papa es un dependiente a sueldo de ellos.
Solo en este sentido la figura de Papa podría ser aceptada hoy en la sociedad. Un Papa “aggiornato” al mundo, mas no un Papa que venga a imponer Dogmas y sana doctrina.
Los apóstatas están en gran parte en las filas de la Iglesia. No es un fenómeno nuevo; pero sí es nueva la intensidad con la que le manifiestan en los últimos tiempos:
“Hijitos, es hora final y, según habéis oído que viene el Anticristo, así ahora muchos se han hecho anticristos, por donde conocemos que es la última hora” (1 Juan II,18).
E infectan a otros. Los pobres fieles que participan de sus inmundicias, tal vez, sin culpa, son sus víctimas. “Inmundo es lo que me ofrecen en este lugar” (Ageo II, 15), dijo Dios al profeta Ageo. “Poca levadura pudre toda la masa” (Gálatas V, 9), enseña San Pablo.
Y esto viene aceptado por gran número de católicos e incluso por el ámbito de la jerarquía de la Iglesia, Obispos y Sacerdotes. “He aquí la apostasía—dice San Cirilo de Jerusalén—porque los hombres abandonan la verdadera fe”.
El segundo de los dos hechos preliminares a la Parusía consistirá en una manifestación terrible del mal, directamente opuesta a la manifestación de Cristo, de donde precisamente le viene el nombre de “Anticristo”.
Este enemigo de Dios y de los hombres recibe otros dos nombres característicos: “el hombre de iniquidad, el hijo de perdición” (2 Tesalonicenses II, 3).
El hombre de la iniquidad, el hijo de perdición. El promotor de todo mal y opuesto a todas las leyes divinas es condenado de antemano a la destrucción, a la ruina, consecuencia necesaria del pecado; consecuentemente, es el maldito por antonomasia.
Las circunstancias principales de su manifestación exterior y de su conducta pública están narradas en el v. 4, “El adversario, el que se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse él mismo en el templo de Dios, ostentándose como si fuera Dios” (2 Tesalonicenses II, 4).
Aparecerá primero como el opositor ya sea de Dios ya sea de Cristo a quien nunca dejará de oponerse de mil maneras. Actuará a través de una serie ininterrumpida de agentes del mal que se oponen y se opondrán a la doctrina y a la obra de Cristo: “Porque han salido al mundo muchos impostores, que no confiesan que Jesucristo viene en carne. En esto se conoce al seductor y al Anticristo” (2 Juan I, 7).
No confiesan que Jesucristo viene en carne. No confiesan la Parusía, y, por eso, San Juan los identifica como que tienen el espíritu de seducción del Anticristo. En el sentido más absoluto del término ese espíritu de seducción es el enemigo acérrimo de Dios y de Jesucristo.
Se ensalzará excesivamente contra Dios y Jesucristo, relieve sorprendente de la oposición, hasta llegar a querer ocupar el lugar de Dios mismo y ser adorado por los hombres.
Se pondrá sobre todo aquello que se llama Dios o es objeto de adoración. El hombre de iniquidad no sólo hará la guerra al verdadero Dios y a la verdadera religión, sino también a todos los cultos existentes; querrá ser adorado solo, como el impío príncipe de quien el profeta Daniel dibuja un vivo retrato del Anticristo:
“Hará lo que quiera … se engrandecerá sobre Dios. Hablará cosas espantosas contra Dios, y prosperará hasta que cumpla la ira; porque lo decretado debe cumplirse … No hará caso de ningún dios; pues sobre todos ellos se ensalzará” (Daniel XI, 36-37).
Por medio de prodigios diabólicos el Anticristo pretenderá demostrar que Él es Dios.
¿Qué es lo que detiene aún la manifestación del Anticristo?
Los Tesalonicenses lo sabían. El mismo Pablo se los había dicho: “Ahora ya sabéis qué es lo que (le) detiene para que su manifestación sea a su debido tiempo” (2 Tesalonicenses II, 5-6).
Mas cuando haya desaparecido “lo que le detiene” el hombre de pecado podrá entonces manifestarse libremente, en un tiempo que él considerará como propio, según permisión de Dios en sus designios providenciales.
La revuelta en contra de Dios y su ley San Pablo la llama “el misterio de iniquidad que ya está operando ciertamente” (2 Tesalonicenses II, 7). Entiende este fenómeno como un grado extraordinario de oposición a Dios, una suerte de concentración de la malicia humana.
Pues, esta malicia ya está operando, sobre todo en momentos de la humanidad en que las crisis han sido más violentas e intensas.
Pero el misterio de iniquidad consiste en que la mayoría de los hombres son incapaces, como todavía lo son hoy, de relacionar estos rasgos de iniquidad con el futuro advenimiento del Anticristo.
Esto atañe particularmente a los Obispos y Sacerdotes que no aman la venida de Nuestro Señor. Es no leer los signos de los tiempos, y, por eso, muchos de ellos son seductores y Anticristos, como los llama San Juan, pues no advierten a las ovejas de los peligros del inminente lobo.
Habrá persecuciones más graves todavía de la que la Iglesia haya sufrido desde siglos.
Es Satanás quien dirige la persecución; afortunadamente está la gracia de Jesucristo, que también actúa misteriosamente para salvar a los suyos.
Pero el Anticristo no hará su aparición sino hasta que el obstáculo que le impide aparecer (katejón) haya sido quitado del medio. Es bastante difícil de determinar que sea el “katejón”. Ha habido innumerables interpretaciones divergentes a lo largo de los siglos.
Dos veces menciona San Pablo este obstáculo.
La primera vez, en el v. 6, esta palabra está en “neutro”, y como tal designa un principio abstracto. La segunda vez, en el v. 7, está en “masculino”, y como tal representa un principio personal concreto.
Posiblemente San Pablo esté refiriéndose a una institución y a una persona que tal vez represente a esa institución, o, al menos, que tenga los mismos objetivos que la institución.
Pero lo que sí se puede afirmar es que las dos fuerzas en cuestión, “lo que detiene”, la institución, y “el que detiene”, la persona, tienen en el pensamiento de San Pablo un carácter benéfico, ya que de hecho impiden la aparición del “Anticristo”, es decir, del mal.
Como el hombre de pecado aún no ha aparecido ambas fuerzas están todavía presentes reteniendo su aparición.
Como representante de lo abstracto, la institución, este obstáculo podría ser muy bien la Iglesia Católica y su acertada influencia sobre el mundo. Podría también ser lo que retrasa la venida del Anticristo un decreto inmutable de Dios. Podría ser también el Papado, etc.
Como representante de lo concreto, la persona, este obstáculo podría ser muy bien el Papa, cabeza visible de la Iglesia.
Tanto la institución como la persona que podría representar esa institución deben poseer una fuerza superior a la fuerza del Anticristo, o sea, del mal, de lo contrario no podrían retenerlo. No pensamos entonces que esta fuerza provenga de naturaleza humana alguna.
Es por eso por lo que habría que rechazar la posición que dice que “lo que detiene” es el imperio romano, y “el que detiene”, es su emperador y sus sucesivos, porque tanto el imperio romano como cualquier otra institución humana es algo imperfecto y susceptible de hacer el mal.
Por más espléndido que el imperio romano haya sido para la humanidad, no pudo retener las fuerzas del mal. En realidad alentó el mal y aceleró su progreso en el mundo, indirectamente.
Esta creencia quedó desvirtuada por la experiencia histórica y no parece posible mantenerla, pues todos los Padres y autores están de acuerdo en que el katejón se trata de un hecho escatológico, es decir, para los últimos tiempos, puesto que el mismo Jesús anunció que cuando Él venga, no encontrará fe en la tierra (cf. San Lucas XVIII, 8).
Teodoreto y otros piensan que el obstáculo que detiene la aparición del Anticristo es un decreto divino: “¡Yo promulgaré ese decreto de Dios! Él me ha dicho: ‘Tú eres mi Hijo, Yo mismo te he engendrado en este día’” (Salmo II, 7). Es el día en que el Padre sienta a su diestra al Mesías resucitado.
Jesús publicará el Decreto del Padre, cuando le haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies. El Decreto del Padre entonces comporta esperar: “No es moroso el Señor en la promesa, antes bien—lo que algunos pretenden ser tardanza—tiene Él paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen al arrepentimiento” (2 Pedro III, 9).
Cuando el Padre resuelva poner a todos los enemigos bajo sus pies, entonces aparecerá el inicuo a quien destruirá después de su breve triunfo.
Si Dios ha querido dejar este lugar en la penumbra, ello es sin duda porque hay cosas que solo se entenderán a su hora. Y los hechos posiblemente estén ya indicando que esa hora se está ya mostrando a los ojos de quienes quieren interpretar los signos de los tiempos, sobre todo en el ataque al Dogma de la Infalibilidad.
A mayor descrédito de este Dogma, mayor descrédito de la Santa Iglesia Católica (la Iglesia vencida, que es lo que los judíos quieren). A mayor empeño en que este “katejón” sea removido, más libremente actuarán las fuerzas del mal.
Luego, como ambos, institución y persona, están investidas de carácter divino, como ya dijimos, por orden de Nuestro Señor Jesucristo, por ser el Papa la Cabeza Visible de la Iglesia, tienen una fuerza superior a las fuerzas del mal, capaz de retener la aparición al Anticristo. Se podría concluir perfectamente que el katejón del que habla San Pablo es el Papa y el Papado. Es de carácter divino, superior a las fuerzas del mal, y es tanto una institución (neutro) como una persona masculina.
Se comprende entonces el ataque feroz en contra del Dogma de la Infalibilidad. Todas las herejías dichas en contra de este Dogma tienden a hacer creer que hoy aún hay “Papa” válido (tesis material-formal; un hereje puede ser Papa; la posibilidad de elegir un Papa en un Cónclave).
Esto, a su vez, se relaciona con la Parusía, la cuál es también atacada y malinterpretada, pues no se ama la venida de Nuestro Señor Jesucristo.
La aparición del Anticristo significa su derrota total (todos los enemigos bajo sus pies) y el triunfo que la Iglesia finalmente tendrá gracias a la venida de Nuestro Señor Jesucristo.
¡Dios quiera que nuestros pensamientos sean siempre justos; según la verdad y no según el beneficio propio! ¡Si es necesario retractarse, nos retractaremos, según el beneplácito de la Santísima Voluntad de Dios, y en beneficio de la verdad! ¡Ven pronto, Señor Jesús!
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Dom V post Pascha – 2024-05-05 – Santiago I, 22-27 – San Juan XVI, 23-30 – Padre Edgar Díaz