sábado, 18 de mayo de 2024

Pentecostés - P. Edgar Díaz


Dios tiene un reloj, el verdadero Israel, y los vaivenes del mundo solo se comprenden a partir de lo que la Divina Providencia ha determinado para la salvación de este pueblo. Hoy, Pentecostés, repasaremos uno de los siete dones del Espíritu Santo, el de Sabiduría.

El alma que está movida por la Sabiduría alcanza una visión teológica de la historia que le permite percibir cómo Dios gobierna el mundo y detectar inmediatamente la acción de los enemigos de Jesucristo, el Diablo y el Anticristo, y sus secuaces aquí en la tierra.

En el verdadero Israel hay entrometidos judíos que dicen ser judíos pero no lo son, porque mienten, los de la Sinagoga de Satanás (cf. Apocalipsis III, 9).

Estos embaucadores engañan tanto a los mismos israelitas como a los musulmanes, quienes son tan circuncidados como aquellos, que vienen de la esclava Agar, y cuyas cabezas son judías, pues son una creación judía. Estos fueron judaizados por sus cabezas para matar judíos de buena voluntad y a todo infiel al Islamismo, en particular, el cristianismo.

Los embaucadores no se detienen nunca en el mal, sino que progresan constantemente, en detrimento de sus víctimas. San Pablo los intimida: “Los hombres malos y los embaucadores irán de mal en peor, engañando y engañándose” (2 Timoteo III, 13). 

Solo en el día del Juicio habrá justicia para los justos que estarán de pie: “Entonces los justos se presentarán con gran valor, contra aquellos (los de la Sinagoga de Satanás) que los angustiaron y les robaron sus fatigas” (Sabiduría V, 1). 

Más, para los pérfidos habrá “… turbación, y un temor horrendo se apoderará de ellos; y han de asombrarse de la repentina salvación de (los justos), que no esperaban” (Sabiduría V, 2).

“… arrepentidos, y arrojando gemidos de su angustiado corazón, dirán dentro de sí: ‘Estos son los que en otro tiempo fueron el blanco de nuestros escarnios y el objeto de oprobio. ¡Insensatos de nosotros! Su vida nos parecía una necedad, y su muerte una ignominia. Mirad cómo son contados en el número de los hijos de Dios, y cómo su suerte es estar con los santos’” (Sabiduría V, 3-5).

Los libros sagrados de los israelitas (que son los del Antiguo Testamento) fueron siempre la guía para el humilde y verdadero israelita. Después de la destrucción del Templo de Jerusalén, estos hijos de la serpiente adulteraron el elenco de los libros del Antiguo Testamento, creando así un nuevo elenco que se conoce como el Tanaj.

Se sabe de la existencia de la asamblea que fue propuesta por primera vez por Heinrich Graetz en 1871 para confirmar estos engaños y adulterios de la secta diabólica.

Esta asamblea de 1871 sostiene que los libros listados por el Tanaj fueron el producto de un concilio judío que nunca existió: el de Jamnia, el cual viene a ser un invento moderno para justificar una nueva doctrina en contra de la verdad revelada.

En concreto, este inventado concilio de Jamnia quitó 7 libros para detrimento del israelita de buena voluntad que busca sinceramente a Dios y su conversión.

Especialmente quitaron del original elenco el libro de la Sabiduría, porque les describe perfectamente y delata además sus malas acciones que estos astutos embaucadores llevan a cabo en contra de Nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia.

Sabiendo el demonio que la verdadera y única doctrina que salva es la católica, usaron del mismo método de quitar libros para dividir la cristiandad. En particular, lo hicieron a través del Protestantismo, que tiene en su Antiguo Testamento el mismo número de libros que los hijos de la antigua serpiente.

También son creación de ellos otras falsas religiones como los mal llamados Ortodoxos y las sectas de los Testigos de Jehová, los Mormones, los Cuáqueros, los Evangelistas, y demás. Todos estos son financiados por los falsos judíos de la Sinagoga de Satanás.

Quien tiene bien en claro esto lo cree por tener a su favor el testimonio de Dios, que es la Verdad, así como por tantos siglos los israelitas de buena voluntad y los santos del catolicismo lo creyeron. Los libros revelados por Dios son 73, y a esto lo creemos por fe. San Pablo debatía con los judíos con la lista completa de libros del Antiguo Testamento según la versión de los LXX, como sostiene San Isidoro de Sevilla.

Bajo una máscara de cristiandad estas falsas religiones y sectas llevan a cabo con sus tretas un proceso de desnaturalización o de demonización del catolicismo conocido como “judaizante”. El objetivo es obvio: perder la mayor cantidad posible de almas.

Claramente, “judaizar” es dar prioridad al Antiguo Testamento (mutilado) por sobre el Nuevo; a la bandera de Israel y del Sionismo—la Sinagoga de Satanás, de donde todo mal procede, misterio de iniquidad—por sobre la de Cristo.

Los hombres que llegaron dentro de la Iglesia para “judaizar”—que llevó a la Iglesia Católica a ser eclipsada por una nueva religión, la del Conciliábulo Vaticano II— sabía muy bien que quien no adora a la Santísima Trinidad, Tres Personas y Un solo Dios, adora al demonio. 

Mas la verdadera Iglesia, la de Cristo, la Israel de Dios, es divina y, como tal, intocable, nunca puede caer. La crisis por la que está pasando es tan solo producto de los hombres que dicen ser de la Iglesia Católica pero no lo son. Estos defeccionan de la doctrina católica para hacer creer que la Iglesia está derrotada.

“¡Ay de los que están en comunión con los herejes!”—dice San Gregorio Magno, y pone como ejemplo a San Hermenegildo Mártir, quien rechazó recibir la comunión de manos de un obispo hereje, y así ganó un triunfo para Dios y su Iglesia.

En materia de fe y de costumbres el Papa no puede caer, porque goza de infalibilidad, por la misma razón de ser la Cabeza Visible de la Iglesia que no puede caer. 

Es verdad que Pedro negó a Nuestro Señor Jesucristo; pero esto ocurrió antes de habérsele conferido la dignidad papal, la infalibilidad, pues aún no se había establecido la Iglesia. Su negación fue antes de Pentecostés.

El catolicismo se funda en el Misterio de la Santísima Trinidad, el verdadero Dios. El proceso “judaizante” o “demonizante” lo ataca negando la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y, a la vez, la permanente acción santificadora del Espíritu Santo desde los comienzos del mundo.

Es raro escuchar en la Tradición que se defienda o se predique sobre el ataque que sufre la Santísima Trinidad, el verdadero Dios. Consciente o inconscientemente, indirectamente se niega el Dogma de la Santísima Trinidad.

Exactamente los dos primeros versículos del Génesis abren la Biblia con una magnífica alusión a la Santísima Trinidad: “Al principio Dios creó … el cielo y la tierra ... (y) el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas” (Génesis I, 1-2).

Desde antiguo se ha observado la semejanza de este pasaje con este de San Juan: “En el principio era el Verbo … y el Verbo era Dios” (San Juan I, 1). La Biblia comienza con Dios Padre Creador, y el Hijo, por quien todo fue creado (cf. San Juan I, 3).

San Pablo llama a Cristo “el Principio” (Colosenses I, 18) y dice que “por Él fueron hechas todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra … todas las cosas fueron creadas por medio de Él y para Él” (Colosenses I, 16).

También el Apocalipsis llama a Jesucristo el Principio: “Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios” (Apocalipsis III, 14). “Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin” (Apocalipsis XXII, 13). 

Y a los judíos que le preguntaron “Pues, ¿quién eres?, les respondió Jesús: ‘Eso mismo que os digo desde el principio’” (San Juan VIII, 25).

Sobre el Espíritu Santo dice el comienzo del Génesis: “Y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas” (Génesis I, 2). Los Santos Padres explican que este Espíritu que se mueve sobre las aguas es el Espíritu Santo, y la Liturgia del Sábado Santo sigue la misma interpretación.

Revoloteaba sobre las aguas, a la manera de las aves, por lo cual es simbolizado por la paloma en el Nuevo Testamento (cf. San Mateo III, 16).

El Espíritu Santo es el artífice que sacó del caos un mundo bien ordenado. Es, pues, un error creer que el Espíritu Santo solamente se manifiesta desde su venida en el día de Pentecostés, como si hubiera estado inactivo desde los comienzos de la Creación.

El Espíritu Santo es la presencia benigna del Espíritu de Dios que todo lo vivifica, siempre moviéndose sobre el caos del mundo y formando el Reino de Dios sobre la tierra.

Se insinúa en estos dos primeros versículos de la Biblia—dice San Buenaventura—la Trinidad entera: el Padre con el nombre de Dios Creador, el Hijo con el nombre de Principio, y el Espíritu Santo con el nombre de Espíritu de Dios.

Vislumbramos, entonces, en los primeros versículos de la Biblia el misterio de la Santísima Trinidad y la eterna preocupación de Dios Trino por nuestra salvación.

Son de admirar estas luces que Dios nos hace ver desde el Antiguo Testamento sobre el misterio de los misterios. El plural mayestático: “Hagamos al hombre a nuestra semejanza” (Génesis I, 26), es otra referencia en el Antiguo Testamento a la Santísima Trinidad. 

Igualmente, el cuadro de Abraham ante la presencia de los tres jóvenes: “Se le apareció Yahvé (a Abraham) … y he aquí que estaban parados delante de él tres varones (ángeles) ... y postrándose en tierra dijo: ‘Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego no pases de largo junto a tu siervo’” (Génesis XVIII, 2-3). 

Abraham reconoció a la Santísima Trinidad a quien llamó: “Señor mío”, en singular. Dice San Agustín: “Abraham vio a Tres, y adoró al Dios Uno”. 

Los Apóstoles dieron a entender que los verdaderos israelitas conocían muy bien esta verdad: “Ahora sí nos hablas claramente y sin parábolas. Ahora sabemos que conoces todo … y por esto creemos que has venido de Dios”, puesto que Cristo les había dicho: “Salí del Padre, y vine al mundo; otra vez dejo el mundo, y retorno al Padre” (San Juan XVI, 28-30).

Pero otros israelitas no conocían la verdad sobre la Santísima Trinidad. A algunos discípulos San Pablo les preguntó: “‘¿Habéis recibido el Espíritu Santo …?’ Ellos les contestaron: ‘Ni siquiera hemos oído hablar de que haya Espíritu Santo’” (Hechos de los Apóstoles XIX, 2).

Dios se reserva la revelación de sus misterios para algunos, los que son humildes como niños. Dios Padre hace comprender a los pequeñuelos, mientras esconde sus secretos, como dijo Jesús, a muchos tenidos por sabios y prudentes.

La Sabiduría oye siempre la voz de la verdad (cfr. San Juan XVIII, 37). Es una suerte de instinto espiritual que permite a quien es fiel a Dios captar inmediatamente las verdades de la fe y distinguirlo del error. 

Por eso los soberbios enemigos y el demonio que está constantemente al acecho y se sirve de ellos ponen siempre mil trabas a la Sabiduría para que no se conozca la verdad.

“Porque para nosotros la lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial” (Efesios VI, 12).

Ésta es la lucha más cruel y terrible, la de los espíritus malignos. Un religioso enclaustrado, después de vencer la carne y el mundo, solo le queda la lucha más tenaz aún que es aquella en contra de los malos espíritus del error.

A quien no es fiel, y no tiene buena voluntad y disposición para con la verdad, Dios lo castiga. Dios los castiga “a fin de que crean la mentira por no haber amado la verdad” (2 Tesalonicenses II, 10-11). Hay hombres de la Iglesia Tradicional que no tienen esta buena voluntad y disposición; “dicen, pero no hacen” (San Mateo XXIII, 3); 

Por este castigo de Dios se convierten en incapaces de distinguir la verdad del error: “El que no es de Dios no nos escucha (no escucha a los Apóstoles). En esto conocemos el Espíritu de la verdad y el espíritu del error” (1 Juan IV, 6).

Se ha escuchado decir a un hombre de la Iglesia Tradicional: “No todo el pueblo judío es culpable”. Pero esto no está de acuerdo con la Sagrada Escritura. 

En el relato de la Pasión los soberbios judíos dijeron: “¡La sangre de Él, sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” (San Mateo XXVI, 25). Estos “hijos” son los que hoy están a cargo de Israel, la Sinagoga de Satanás.

La culpabilidad es colectiva, se pasa de generación en generación. Los judíos de hoy son tan deicidas como los de entonces. Esto está escrito, y no se puede borrar, y así lo cree la Tradición. 

No podríamos dividir: aquellos fueron quienes colgaron a Nuestro Señor en la Cruz, estos no. El deicidio es hereditario y todo judío debería asumir su responsabilidad en la muerte de Jesucristo.

Creer en la mentira es un tremendo castigo de Dios porque es una directa oposición a la Sabiduría de Dios, Uno y Trino. Sabiduría, Verdad y Caridad; la Santísima Trinidad. La Sabiduría es Dios Padre; la Verdad es Jesucristo; y la Caridad es el Espíritu Santo. 

Muchos piden a Dios Sabiduría para el mejor pasar en esta tierra, pero no para conocer la Verdad que salva. Mas el justo dice: “Por esto deseé yo la inteligencia, y me fue concedida; rogué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría” (Sabiduría VII, 7). 

La Sabiduría es “un tesoro infinito para los hombres, que a cuantos se han valido de la Sabiduría, ha hecho partícipes de la amistad de Dios, y recomendables por los dones de la doctrina” (Sabiduría VII, 14). Conocer y decir la Verdad es la verdadera Caridad y Sabiduría.

Mas quienes no se valieron de la Sabiduría sino que la aborrecieron, mataron al Justo, Nuestro Señor Jesucristo: “Pongamos lazos al justo, visto que él no es de provecho para nosotros, y que es contrario a nuestras obras. Nos echa en cara los pecados contra la ley; y nos desacredita, divulgando nuestra conducta” (Sabiduría II, 12).

Los esfuerzos y los trabajos de los impíos son de una inutilidad completa: “los impíos serán castigados según la iniquidad de sus pensamientos. Los que apostataron del Señor por desechar la sabiduría son desdichados…” (Sabiduría III, 10-11). 

Y son castigados en aquello que más duele: “son estúpidas sus mujeres y sus hijos son perversos” (Sabiduría III, 12). El castigo de tener que convivir con personas estúpidas y perversas.

Las palabras exactas y la fineza de la redacción del libro de la Sabiduría muestran ser verdaderamente de Dios. Por aborrecer este libro los de la Sinagoga de Satanás lo removieron del elenco del Antiguo Testamento. Como ya dijimos, a esto lo creemos por la fe en Dios que no miente.

Pero vamos más allá aún, pues amamos la venida de Nuestro Señor Jesucristo, así como cualquier israelita de buena voluntad la amaría si creyera que Jesucristo es el Mesías que ya vino. Luego, estos malignos progresivamente fueron también eliminando de la Iglesia la esperanza de la Parusía.

En los primeros siglos, esa impresión de que Jesucristo volvería en cualquier momento es lo que hacía la fuerza de la Iglesia. Los discípulos vivían con los ojos puestos en el cielo, embelesados, velando por no ser sorprendidos por la llegada del Señor, y regulando su conducta ante el temor de su juicio... 

Y de esa intensidad de su esperanza vino su heroísmo en la santidad, su generosidad en el sacrificio, su celo en difundir por doquier la vida del Evangelio. 

En su carta, el Apóstol Santiago revive en nosotros esa esperanza: “Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la Parusía del Señor. Mirad al labrador que espera el precioso fruto de la tierra aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia de otoño y de primavera. También vosotros tened paciencia: confirmad vuestros corazones, porque la Parusía del Señor está cerca” (Santiago V, 7-8). Jesús se fue al Padre, y prometió volver, no sin antes encomendarnos al Espíritu Santo. 

Solo un milagro de los últimos tiempos nos salvará: a los verdaderos israelitas, para que se conviertan y puedan salir del engaño y llegar a la verdad, Dios les enviará a los Dos Testigos, y a San Juan, que será el camino para entrar en la Iglesia. 

Y a los católicos de buena voluntad un milagro de salvación, como nos dice el ofertorio de hoy: “Confirma, oh, Dios, lo que has obrado en nosotros desde tu templo, que está en Jerusalén; los reyes te ofrecerán dones”.

Dios Espíritu Santo obrará a través de los Testigos y de San Juan, desde el templo construido en Jerusalén, cuando los reyes convertidos que aman y esperan su venida, ofrezcan sus dones a Dios por el verdadero sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo. 

¿Va a ser más fácil salvarse en estos últimos tiempos de lo que fue para los santos en el pasado? Pasar las cosas que pasaron los santos, encarcelamiento, vejámenes, hambre y sed, puestos junto a impíos y gente inmoral ... 

¡No! No va a ser más fácil. No es tan fácil ganarse el cielo y la realidad que los santos tuvieron que vivir se transmite de generación en generación. 

Cuando estaba la verdadera Fe en todas las Iglesias Católicas dondequiera que uno fuera, en todo el mundo, se podía encontrar en ellas el Verdadero Sacrificio de la Santa Misa, el verdadero sacramento de la Confesión y Comunión. 

Pero no es así ahora. En la Tradición no se encuentra la misma Misa. Los más celebran la misa del hereje Juan XXIII, no la verdadera Misa Católica de San Pío V. 

¡No tienen la Fe Católica! Están en comunión con la herejía, y ésta es la cruz que los católicos tenemos que cargar hoy. 

“Lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni entró en pensamiento humano, esto tiene Dios preparado para los que le aman. Mas a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu, pues el Espíritu escudriña todas las cosas, aun las profundidades de Dios” (1 Corintios II, 9-10).

Pedimos todos los días a Dios que nos muestre la verdad. Que si estamos en error, o equivocados, nos arrepintamos y nos retractemos, de buena voluntad.

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Pentecostés – 2024-05-19 – Hechos de los Apóstoles II, 1-11 – San Juan XIV, 23-31 – Padre Edgar Díaz