La fiesta en honor de la Bienaventurada Siempre Virgen María Reina comienza así: “Mi corazón exhala un bello cántico: al Rey dedico mi canción” (Salmo 45, 2) (Introito).
En la Parusía Cristo Rey se presentará para reinar en gloria y majestad: “Oh, Poderoso, ciñe a tu flanco tu espada en tu gloria y majestad; cabalga victorioso, por la verdad y la justicia” (Salmo 45, 4-5).
La tradición cristiana es unánime en reconocer en este “Poderoso y Victorioso” personaje a Cristo como Rey triunfante en el día de su segundo advenimiento, que—como dice San Agustín—solo por ignorancia crasa se podría desconocer.
Junto a Cristo Rey se presenta la Reina, María Santísima Siempre Virgen, en toda su hermosura, porque allí donde está el Rey debe estar también la Reina: “A la diestra (de Jesucristo Rey) está en pie la Reina” (Salmo 45, 10).
San Bernardo se complace en ver aquí no a la Iglesia como Esposa de Nuestro Señor Jesucristo sino a la Santísima Virgen María, a quien la Liturgia aplica a menudo, por acomodación, pasajes de las Escrituras.
El sentido espiritual de esas aplicaciones acomodaticias nos recuerda que María es quien aprovechó más plenamente las enseñanzas de la Sabiduría divina, Nuestro Señor Jesucristo, que había de encarnarse en Ella, y de quien nacería la Santa Iglesia Católica.
“La Virgo Sapientísima”, lejos de atribuirse a sí misma el ser la Sabiduría, nos dice al contrario que es la esclava del Señor (cf. San Lucas I, 38); que Él es su Salvador y puso los ojos en la nada de su sierva (cf. San Lucas I, 48) y que, si todas las generaciones la llamarán dichosa, es porque en Ella hizo grandes cosas el único que posee en propiedad el Poder, la Santidad y la Misericordia (cf. San Lucas I, 49 ss.) y que elige a los humildes para exaltarlos y a los hambrientos para saciarlos.
Escuchemos la descripción del sublime regreso a la tierra de Nuestro Señor Jesucristo Rey junto a la Reina, la Santísima Virgen María:
“Y oí una voz …: ¡Aleluya! porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado (de Jesucristo)” (Apocalipsis XIX, 6).
“Y he aquí un caballo blanco, y el que montaba es el que se llama Fiel y Veraz, que juzga y pelea con justicia …” (Apocalipsis XIX, 11).
“Le siguen los ejércitos del cielo en caballos blancos, y vestidos de finísimo lino blanco y puro” (Apocalipsis XIX,14).
Sería inconcebible pensar que si Jesucristo regresa con todos los santos, no lo hiciera también con su Madre. Por ello, Primera en los ejércitos está la Santísima Virgen María, montada en su caballo blanco, y vestida con finísimo lino blanco y puro.
“Es la Reina”—dice el Gradual de la Santa Misa de la Fiesta de María Reina, instituida por el Papa Pío XII, en el año 1954, tres años después de la solemne proclamación del dogma de la gloriosa Asunción de la Santísima Siempre Virgen María a los cielos.
Seguidamente, la Reina “es ensalzada en medio de su pueblo, y admirada en la congregación de los santos” (Eclesiástico -Sirácida- XXIV, 3).
Los santos y los escogidos son el pueblo de Israel, y, en sentido profético, la Santa Iglesia Católica, Esposa del Cordero (cf. Apocalipsis XIX, 6-9).
Los judíos convertidos entran a formar parte de la Iglesia, junto con los gentiles, y desde la Iglesia exaltan juntos a la Bienaventurada Virgen María.
“Volverán a Yahvé todos los confines de la tierra; y todas las naciones de los gentiles se postrarán ante su faz. Porque de Yahvé es el reino, y Él mismo gobernará a las naciones … Anunciará su justicia a un pueblo que ha de nacer” (Salmo 22, 28-32), la Santa Iglesia Católica en la Parusía.
Es su triunfo universal sobre la tierra, con la conversión de Israel, y también de todas las naciones, previa la derrota del Anticristo, y el encierro de Satanás, tal como pedimos cada día al fin de la Misa al rogar “por la libertad y la exaltación” de la Santa Iglesia y para que el Arcángel San Miguel reduzca al abismo “a Satanás y los otros espíritus malignos que andan por el mundo”.
Ésta es la época en que habrá—dice Santo Tomás de Aquino—doble motivo de gozo, y que todas las creaturas esperan—según San Pablo—como con dolores de parto.
“Porque Dios salvará a Sión, y reedificará las ciudades de Judá; y habitarán allí, y tomarán posesión de ella. La heredarán los descendientes de sus siervos, y morarán en ella los que aman su Nombre” (Salmo 69, 36-37).
Para esta gloriosa gesta la Reina “(salió) de la boca del Altísimo, engendrada antes de toda creatura” (Eclesiástico -Sirácida- XXIV, 5).
“Y en los altísimos cielos puso (su) morada, y (su) trono sobre una columna de nubes” (Eclesiástico -Sirácida- XXIV, 7).
Llegado el día “puso (sus) pies en todas las partes de la tierra, y en todos los pueblos, y en toda nación tuvo el supremo dominio… Buscó dónde posar, y en la heredad del Señor fijó (su) morada” (Eclesiástico -Sirácida- XXIV, 9-11).
“Entonces dio Él (Dios) sus órdenes, y (le) habló el Creador de todas las cosas; y El que a (Ella le) dio el ser, (reposó) fijó su tabernáculo (o morada) (en Israel)” (Eclesiástico -Sirácida- XXIV, 12).
Explica Mons. Straubinger que las palabras “reposó en mi tabernáculo”, que se leen en algunas fiestas de la Virgen, no son una profecía de la gestación de Jesús en el seno de la Virgen, pues el texto griego no dice “reposó en mi tabernáculo”, sino “fijó mi tabernáculo”, esto es, lo fijó en Israel.
Lo expresan claramente los versículos que siguen: “Habita en Jacob, y sea Israel tu herencia, y arráigate en medio de mis escogidos’” (Eclesiástico -Sirácida- XXIV, 13).
“Y así fijé mi estancia en Sión—continúa la Santísima Virgen—y fue el lugar de mi reposo la Ciudad Santa; en Jerusalén está el trono mío” (Eclesiástico -Sirácida- XXIV, 15).
“Y el que me escucha, jamás tendrá de qué avergonzarse (jamás será confundido); y los que se guían por mí (los que obran inspirados por mí), no pecarán. Los que me esclarecen (los que predican de mí), obtendrán la vida eterna” (Eclesiástico -Sirácida- XXIV, 30-31).
Los que me dan a conocer a los demás, especialmente a los pequeñuelos, y a los hambrientos que piden el pan de la divina palabra, obtendrán la vida eterna.
Para una judía como María familiarizada con las profecías del Antiguo Testamento, las palabras que le dirigió el ángel Gabriel eran tan claras como el día, porque contenían una descripción popular del Mesías, un resumen de las profecías mesiánicas más conocidas.
“Será grande y será llamado el Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su reinado no tendrá fin” (San Lucas I, 32-33).
El Niño que el ángel prometió a María debía tener todos los títulos, y cumplir todos los ministerios atribuidos por Dios al Salvador impacientemente esperado.
La verdadera naturaleza de Nuestro Señor Jesucristo será reconocida y admitida por todos los hombres. En el Reino “será llamado Hijo del Altísimo”. El Hijo de María será realmente el Hijo de Dios, porque será engendrado por Dios mismo.
Dotado de dos naturalezas, una divina y otra humana, Jesús tendrá como dos padres distintos, uno en el cielo, el otro aquí abajo, David, de quien María era descendiente.
Por tanto, heredará el trono de su padre terrenal, y, siendo el Reino teocrático, es el Señor mismo quien lo instalará en este trono.
La “casa de Jacob” es ante todo la nación judía, descendiente de este gran patriarca según la carne, y heredera directa de las promesas.
Pero es también, como lo probará la vida de Nuestro Señor Jesucristo, el verdadero Israel de Dios, la posteridad espiritual compuesta, sin distinción de raza, de todos los que creerán en el Mesías Nuestro Señor Jesucristo, en una palabra, la Santa Iglesia Católica.
Ahora entendemos que el Reino de Jesús debe durar para siempre, ya que la Iglesia Católica tiene promesas de vida eterna, y que no dejará de existir en la tierra ni en su gloriosa consumación en el cielo.
“Concédenos, te lo rogamos, oh, Señor, que cuantos celebramos la solemnidad de la Bienaventurada Virgen María, Reina nuestra, defendidos por su protección merezcamos conseguir la paz en la vida presente y la gloria en la venidera”.
“Alegrémonos todos en el Señor celebrando esta fiesta en honor de la Bienaventurada Virgen María Reina, por cuya solemnidad se llenan de gozo los ángeles y alaban al Hijo de Dios”.
¡Santa María Reina, ven pronto! ¡Ven pronto, Señor Jesús a reinar! Amén.
*
Santa María Reina – 2024-05-31 – Eclesiástico (Sirácida) XXIV, 5.7.9-11.30-31 – San Lucas I, 26-33 – Padre Edgar Díaz