Biblioteca de Alejandría - Siglo IV antes de Cristo |
En la lucha más despiadada en contra del error y la herejía honramos hoy a San Efrén, llamado la “Cítara del Espíritu Santo”, que fue entre los sirios el campeón de la fe contra todos los herejes, especialmente los arrianos.
Sus escritos compuestos para servir de conjuro y contraveneno a las herejías están llenos de dulce poesía. Fue declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Benedicto XV.
Desde el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo la Iglesia ha sufrido persecución. Una de las más despiadadas es la que se da en el campo de las Sagradas Escrituras, para desprestigiar y evadir la doctrina de Nuestro Señor, y a la vez, justificarse por no seguirla.
En el año 331 a. C., Alejandro Magno fundó la ciudad de Alejandría en Egipto. Posteriormente le sucedió el Rey Ptolomeo II Filadelfo que mandó construir la biblioteca de Alejandría para que tuviera los libros más actualizados del mundo.
Esto favoreció el nacimiento de la Septuaginta o Versión de los LXX, siendo la Biblia utilizada por los primeros cristianos y rechazada posteriormente a la muerte de Nuestro Señor por los judíos para diferenciarse de los cristianos.
El Antiguo Testamento de la Biblia Católica tiene 46 libros, y 27 el Nuevo Testamento. El total es de 73 libros, siendo los del Antiguo Testamento basados en la Septuaginta.
En el Antiguo Testamento de la Biblia Católica hay un conjunto de libros y suplementos que recibe el nombre de Deuterocanónicos, por haber ingresado al elenco de los libros aprobados por la autoridad de la Iglesia, en una segunda instancia.
Estos libros son: Tobit, Judit, suplemento al Libro de Ester, Sabiduría (de Salomón), Eclesiástico (o Sabiduría del Sirácida), Baruc, Carta de Jeremías, adiciones griegas al Libro de Daniel, y Primer y Segundo Libros de los Macabeos.
La primera Biblia protestante en español de Casiodoro de Reina de 1569 (llamada Biblia del Oso) cuenta también con un total de 73 libros, como la Católica.
En 1602 Valera dejó en la Biblia Protestante estos 7 libros pero cambiándole el nombre al grupo al que pertenecen por libros apócrifos, que significa que se parecen a los libros revelados por Dios pero—según ellos—no fueron revelados por Dios (por conveniencia protestante).
La versión actual de la Biblia Reina-Valera que data de 1960 no tiene estos 7 libros y es, por lo tanto, una Biblia mutilada.
El libro protestante “Fundamentos de la Teología Pentecostal”, de Guy P. Duffield y Nathaniel M. Van Cleave, nos da la respuesta de porqué los protestantes sacaron esos 7 libros.
Una cita textual de ese libro dice (página 14): “los reformadores protestantes fueron en gran medida responsables de la eliminación de los libros apócrifos (que nosotros llamamos deuterocanónicos) de la Biblia”.
¿Por qué? “Porque contienen cosas—continúa la cita—que son incongruentes con la doctrina protestante”. Esos libros que ellos llaman libros apócrifos no encajan con la doctrina protestante.
Esos libros, pues, encajan con la doctrina de la Iglesia primitiva, pero no con la protestante. No interesa si encajan o no con la Verdad, sino con la doctrina protestante.
Una de esas doctrinas es la de la oración por los muertos y la intercesión de los santos, que los protestantes no aceptan. Alguien podría argüir que la doctrina de orar por los difuntos y pedir la intercesión de los santos no estaba presente en la Iglesia primitiva.
De otro libro protestante se puede demostrar que esta doctrina sí es una doctrina de la Iglesia primitiva. En la “Breve Enciclopedia del Cristianismo”, del metodista Geoffrey Parrinder, en la página 116, aparece la palabra “difuntos”.
Esta cita dice que “los cristianos rezaban por sus difuntos. Las catacumbas cristianas contienen muchas inscripciones con esas plegarias, y los Padres de la Iglesia primitiva mencionan esa clase de oraciones”.
Es entonces por eso que nosotros los católicos sabemos que la doctrina de orar por los difuntos e intercesión de los santos es una doctrina que viene desde la Iglesia Cristiana primitiva. Nos lo dicen los mismos académicos protestantes.
Incluso los judíos siguen orando por los difuntos. Es una doctrina que practicaba el judaísmo, siguió practicando el cristianismo de la Iglesia primitiva, y sigue practicando la Iglesia Católica hasta el día de hoy. Pero esta doctrina no encajaba con la doctrina protestante y por eso había que eliminar esos libros.
Esos libros fueron eliminados a partir del año 1825. El libro “El Canon de la Escritura”, del historiador protestante F. F. Bruce, de la página 113 extraemos la siguiente cita: “las sociedades bíblicas adoptaron en 1826 la política de no distribuir Biblias que contuvieran (lo que ellos llaman apócrifos), ni permitir que otros lo hicieran”.
O sea que desde la Biblia de Martín Lutero de 1534 hasta 1826, casi trescientos años, el protestantismo tuvo en sus Biblias los libros deuterocanónicos.
Las Biblias de reformadores protestantes como la de Martín Lutero de 1534, la Biblia de Geneva de 1560, la Biblia Reina-Valera de Cipriano de Casiodoro de Reina, la Biblia del Cántaro de Cipriano de Valera, la Biblia de Wycliffe, la Biblia King James del año 1611. Si todas las Biblias de los reformadores protestantes tenían los libros deuterocanónicos, ¿por qué recién en 1826 decidieron sacarlos? Por conveniencia cada vez acrecentada en contra de la Santa Iglesia Católica.
Desde el origen de la reforma protestante Lutero rechazó el canon de la Septuaginta, y aceptó solamente el canon de la Biblia Hebrea, que es conocida como el canon Palestinense, el cual no acepta los libros deuterocanónicos.
Hay muchas pruebas para demostrar que los cristianos iniciales utilizaron la Septuaginta y no la Biblia Hebrea—Canon Palestinense, ya que esta Biblia ni siquiera existía como canon en tiempos inmediatamente posteriores a Nuestro Señor Jesucristo.
Canon quiere decir que esa Biblia tiene todos los libros aprobados por la autoridad de la Iglesia, por razón de que están inspirados por Dios. En el caso del canon de la Biblia Hebrea—Canon Palestinense éste aún no estaba fijado después de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. En cambio el de la Biblia Septuaginta sí estaba completo dos siglos antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
Los cristianos primeros escribieron el Nuevo Testamento en griego. ¿Por qué escribieron en griego los Evangelios, los Hechos, las Cartas de San Pablo, y demás libros del Nuevo Testamento? Por la sencilla razón de que se basaron en la Septuaginta, que estaba en griego, para introducir en sus escritos citas del Antiguo Testamento. Para poder citar los textos del Antiguo Testamento no usaron la Biblia Hebrea—Canon Palestinense, sino la Septuaginta, y por eso escribieron en griego.
la Carta de Aristeas, del siglo III a. C., citada y parafraseada por el historiador judío Flavio Josefo, habla del origen de la Septuaginta.
En tiempos del rey Ptolomeo II Filadelfo unos sabios tradujeron del hebreo al griego los libros sagrados de los judíos en la ciudad de Alejandría, Egipto. La posterior Biblia Hebrea—Canon Palestinense presenta muchas diferencias con respecto a la Septuaginta.
Por ejemplo, la división en grupos de los libros es distinta en una y otra. La Hebrea divide los libros en Torah (Pentateuco o la Ley), Neebim (Profetas) y Ketubim (Escritos-Sapienciales). De las tres iniciales se forma el nombre de “TaNaK”.
Otra diferencia la vemos en los títulos de los libros. Los nombres de los libros en la Biblia Hebrea están escritos en hebreo y corresponden a la primera palabra del libro. El primer libro (el Génesis) se llama en hebreo “Bereshit”, que significa el comienzo, el inicio, el origen.
En cambio, en las Biblias actuales llamamos a los libros con sus nombres en griego, porque así los llamó la Septuaginta. Así el primer libro recibe el nombre de “Génesis”, que es vocablo griego.
Otra diferencia es el número de los libros que tiene cada una. Nosotros los católicos heredamos el canon de los 46 libros del Antiguo Testamento de la Septuaginta, y los protestantes optaron a partir de 1825 por los 39 de la Biblia Hebrea—Canon Palestinense.
La Septuaginta entonces es la traducción del hebreo al griego de todos los libros que figuran en la Biblia Hebrea—Canon Palestinense, y de los libros que ésta última rechaza, los deuterocanónicos o apócrifos según los protestantes.
Unos de estos libros deuterocanónicos fueron traducidos del hebreo o del arameo, y otros compuestos originalmente en griego, tal como Sabiduría, los libros de los Macabeos, o transmitidos fundamentalmente en griego como Judit, Tobit, Eclesiástico, Baruc y las cartas de Jeremías.
La división de libros en la Septuaginta es de la siguiente forma: Pentateuco, Libros Históricos, Libros Poéticos-Sapienciales, y Libros Proféticos.
Se puede dimensionar el alcance cultural de la Septuaginta. Se trata de un fenómeno en buena parte sin precedentes en la antigüedad. Constituye el mayor logro de escritos traducidos al griego y es el primer texto en donde se explica la sabiduría de Israel en una lengua universal.
Es decir, de una lengua semítica, muy poco hablada y conocida, a una lengua indoeuropea universal en el momento. Por primera vez la sabiduría de los hebreos se da a conocer al mundo gracias a la Septuaginta.
La Septuaginta fue adoptada como la Biblia Oficial por el cristianismo naciente. La Biblia Oficial del catolicismo es la Septuaginta y no la Biblia Hebrea—Canon Palestinense.
El influjo de la Septuaginta (y de toda la cultura griega) se extendió hasta los confines del Imperio Romano, luego de la muerte de Alejandro Magno, el fundador de la ciudad de Alejandría en Egipto.
El rey Egipcio Ptolomeo I sucesor de Alejandro Magno durante 323-285 a. C. decidió construir una biblioteca capaz de contener todos los saberes del mundo. Fue la biblioteca más famosa del mundo antiguo.
Los judíos en Alejandría eran una comunidad importante, que fue el factor determinante de la traducción. En ese contexto había un equipo de intelectuales bilingües que añadían a su formación de escribas en las escuelas judías los conocimientos notables de la lengua y cultura griega.
El rey Egipcio Ptolomeo II comisiona a su bibliotecario que reúna todos los escritos sagrados judíos, muy expresamente la Ley judía, realmente un ambicioso proyecto.
El bibliotecario Demetrio de Faleron viajó a Jerusalén para hablar con Eleazar el Sumo Sacerdote de Israel. Se le pidió a Eleazar que designara un grupo de traductores competentes para tal empresa. Eleazar elige a 6 judíos por cada una de las tribus, lo cual nos da un total de 72 sabios quienes tradujeron la Biblia del hebreo al griego.
Según la tradición encontrada en la carta de Aristeas el rey Ptolomeo II envió a estos 72 sabios a la isla de Faros, con todo provisto para que pudieran trabajar en la traducción.
Una vez terminado milagrosamente el proyecto el texto de la Septuaginta fue leído a la comunidad. La comunidad judía de Alejandría la recibió con gran entusiasmo.
El resultado final de la Septuaginta es una obra literal con valor propio, un monumento del judaísmo helenístico, que suplantó a la Biblia Hebrea—que aún no tenía canon definitivo—y que los judíos en Alejandría poco conocían.
Esta obra también abrió acceso a la Biblia a la mayoría del mundo habitado entonces y es la apertura de la Biblia a otras naciones.
Es un hermoso legado de la Providencia de Dios para llevar adelante su obra de evangelización a través de la Santa Iglesia Católica.
Tenemos una enorme riqueza de la cultura judía que se dio a conocer por todo el mundo en idioma griego.
Los descubrimientos de Qumram (rollos o papiros del Mar Muerto) en el año 1948, al cotejarlos con la Septuaginta, y, a la vez, con la Biblia Hebrea—Canon Palestinense, demostraron que los textos de Samuel y Jeremías se aproximaban más al Canon Alejandrino (Septuaginta) que al Palestinense (Biblia Hebrea-Canon Palestinense).
A partir de la Septuaginta en el judaísmo helenístico de Alejandría se comenzaron a revisar estos textos para a un nuevo texto hebreo que el judaísmo rabínico de corte farisaico terminó por imponer a finales del siglo I d. C.
Esto nos indica que a finales del siglo I d. D. los rabinos usaban la Septuaginta para poder realizar su traducción esta vez del griego al hebreo, porque ya los hebreos habían perdido contacto con sus manuscritos más antiguos, y ahora dependían de la Septuaginta para poder entenderlos.
Pero posteriormente los judíos abandonan la Septuaginta debido a que esta Biblia es eminentemente cristiana, la Biblia de los Seguidores de Jesús o Nazarenos que de ningún modo aceptarían.
Por esa razón hicieron su canon a finales del siglo I d. C. para diferenciarse de los cristianos. Y de ahí viene la separación. Es el canon que adopta el protestantismo a partir del año 1825 en contra de la Iglesia Católica.
Es bien providencial que la historia de la Biblia haya sucedido de esta manera pues hoy estas diferencias con los protestantes nos permiten reafirmar más aún la doctrina católica. ¡Maravillas de Dios!
Pedimos a Dios perdón por nuestros pecados por tan poca delicadeza para con Él: “Perdónanos, Señor, nuestros pecados, para que no digan las gentes: ¿dónde está tu Dios? Ayúdanos, oh, Dios, nuestro Salvador; y líbranos, Señor, por la honra de tu nombre” (Gradual).
“Sacando las barcas” del borrascoso mar, y llevándolas “a tierra” (San Lucas V, 11) segura, no debemos temer. Los sacerdotes verdaderos que están en la verdad, los fieles de sus capillitas y oratorios, están en tierra segura, salvados, como las barcas de Pedro, y por eso no deben temer.
Ya las barcas de la Iglesia fueron sacadas a tierra firme. No van más por los peces, ya no más temor a que las redes se rompan, sino que prepara a los hombres que han recogido para la venida triunfante de Nuestro Señor Jesucristo. No solo en tierra firme, sino también vacías de peces, como en los últimos tiempos, pronta a cargar con los suyos, la conversión de Israel.
La venida de Nuestro Señor Jesucristo es renunciar a todo lo del mundo, especialmente a la perspectiva de creer que se podrá contra lo que viene, la caída de Babilonia, y todo el demás desenvolvimiento de las profecías del Apocalipsis. Con las solas fuerzas nadie escapará al engaño.
Luego de pescar hombres sacó Pedro sus barcas poniéndolas en tierra segura, dejando todo, y siguiendo a Cristo en su venida, sin temor, pues “Dios alumbra los ojos para que no se duerman jamás en el sueño de la muerte (de no reconocer su venida); no sea que el enemigo diga que ha podido más que Él” (Ofertorio).
“¡Oh, Dios, que estás sentado sobre el trono, y que juzgas con rectitud; sé refugio de los pobres en la tribulación!” (Aleluya), que se encamina hacia tu reino.
“¡Oh, Dios, reduce suavemente a tu obediencia nuestras rebeldes voluntades de no querer desear con vehemente deseo tu venida!” (Secreta).
¡Ven pronto Señor Jesús a reinar!
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Crédito a Manuel Troncoso - Youtube - Canal Coleccionista de Biblias Católicas.
Crédito a Mainor Elías Díaz Orellana - Youtube.
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Domingo IV después de Pentecostés – 2024-06-16 – Romanos VIII, 18-23 – San Lucas V, 1-11 – Padre Edgar Díaz