sábado, 27 de julio de 2024

Solos en casa - p. Edgar Díaz

El fariseo y el publicano

Lamentablemente entre los católicos hay algunos que no están guiados por el Espíritu Santo sino por un espíritu “pagano” que “maldice a Jesús” y no confiesa que “Jesús es el Señor”.

El carácter divino o diabólico de un proceder tal se colige de lo que se afirma o se niega de Jesucristo. Como los protestantes, que parecen hablar bien de Jesús, lo hacen de un Jesús que ellos se forjan a su manera, y no del Hijo de Dios.

“Nadie que hable en el Espíritu de Dios, dice: ‘anatema sea Jesús’; y ninguno puede exclamar: ‘Jesús es el Señor’, si no es en el Espíritu Santo” (1 Corintios XII, 3). A quien sinceramente no le interesa Jesús no tiene el Espíritu Santo; quien lo reconoce como Señor, tiene el Espíritu Santo.

Ha aparecido entre nosotros una nueva herejía que no lo “confiesa como Señor” sino que “maldice de Jesús”: la herejía de aquellos que se quedan “solos en casa”.

En vez de contentarse con su suerte de tener acceso a un sacerdote, y así bendecir a Dios y trabajar por Dios, y por la edificación de su Iglesia, poniendo a disposición de los demás miembros de la Iglesia todas sus capacidades “que el mismo y único Espíritu les ha repartido a cada uno según le place” (1 Corintios XII, 11), se quedan “solos en casa”. 

No acuden a los sacramentos, argumentando que en la Iglesia Católica ya no hay obispos ni sacerdotes válidos que continúen la sucesión apostólica, dando a entender con ello que la Iglesia ha defeccionado, y que Jesús ha fracasado.

No es de extrañar que como toda otra herejía esta nueva herejía sea acuñada por los mismos judíos de siempre.

En su tiempo, los escribas y los fariseos arremetieron contra Nuestro Señor Jesucristo para quitarlo del medio. Las cosas no han cambiado con los siglos.

Hoy se quita a Nuestro Señor del medio con la no recepción de los verdaderos sacramentos en vistas a la destrucción de la Iglesia Católica. Es el objetivo que persigue la judeo-masonería.

Comparten este objetivo los protestantes, patrocinados por el mismo sionismo judío. Específicamente los protestantes odian la verdadera Santa Misa y los verdaderos sacramentos.

Comparte también este objetivo la iglesia falsa surgida en Roma a partir del Conciliábulo Vaticano II. Se trata de una iglesia que se hace pasar por la verdadera Iglesia Católica, producto de la judeo-masonería, y guiada hoy por ellos desde su interior.

Esta falsa iglesia, que introdujo y sigue introduciendo herejías, haciéndolas pasar por verdadera y fidedigna doctrina de la Santa Iglesia Católica, está hoy en manos del apóstata Bergoglio.

Junto a la adulteración de la Misa de siempre, llevada a cabo por Juan XXIII, al introducir en el Canon la mención de San José, y a la bastarda misa del Novus Ordo de Pablo VI, introducida después del Conciliábulo Vaticano II, que verdaderamente no es misa sino un servicio protestante, se adulteraron también los sacramentos.

Se han presentado como católicos sacramentos inválidos, en especial, el del orden sagrado, que supuestamente confiere el sacramento del orden, creando solapadamente sacerdotes falsos.

Todo esto no puede ser sino obra de Satanás y, lamentablemente, los que se quedan “solos en casa”, culpable o inculpablemente, teniendo acceso a los verdaderos sacerdotes y sacramentos, se convierten en sus más fieles adeptos: “maldicen de Jesús” y no lo reconocen “como Señor”.

Se alejan a sí mismos y alejan a las almas de quienes están a su alrededor de la verdadera Iglesia Católica, lo que los lleva a vivir en una total desesperanza por la carencia de la verdadera Santa Misa y los verdaderos sacramentos. 

Los originadores de esta perniciosa corriente son los mismos demonios que manejan la judeo-masonería, el protestantismo (judíos sionistas), y la contra-iglesia que se instaló en Roma después del Conciliábulo Vaticano II, la Gran Ramera del capítulo XVII del Apocalipsis. 

La falta de un sincero interés por Jesucristo presente en el verdadero Sacramento de la Eucaristía los pone de manifiesto. Rehúsan ir a buscarlo, o a consolarlo en su soledad del Sagrario simplemente estando con Él. Por eso, en la Parusía, Dios los abandonará a su suerte.

Esta maldad es un regreso al paganismo. Se deduce de lo que San Pablo les denuncia a los Corintios, advirtiéndoles que no persigan a los “ídolos mudos” de sus propios apetitos y falsos profetas: “como cuando erais paganos … (que) erais arrastrados en pos de ídolos mudos, a gusto de los que os guían” (1 Corintios XII, 2).

El profeta Habacuc los define así: “¿De qué sirve a la estatua el que la haya tallado su autor?” (Habacuc II, 18). ¿De qué sirve a los “solos en casa” ser católicos si luego “maldicen de Jesús” y no lo reconocen “como Señor”? Hay aquí doblez.

Continúa Habacuc: “… En su interior (en el de los “solos en casa”) no hay espíritu alguno. Mas Dios está en su santo Templo. ¡Calla delante de Él la tierra entera!” (Habacuc II, 19-20). ¡La tierra entera es el verdadero Catolicismo!

Precisamente, para su justificación, en una marcadísima guerra en contra de la verdadera Iglesia Católica, los “solos en casa” abusan de sus documentos y de su tradición.

La de argüir con una cantidad abrumadora de documentos magisteriales, mal interpretados, con análisis muy eruditos pero faltos de verdadero Espíritu, es una táctica deshonesta para intimidar, bombardear y crear gran confusión. 

Se disfrazan de tradicionalistas—como otrora lo hicieran los falsos Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI—y se amparan a sí mismos bajo una cantidad enorme de documentos católicos.

“¡Salid de ella, pueblo mío!” (Apocalipsis XVIII, 4). ¡Salid de esa peligrosísima herejía!

El Santo Padre Pío XI, en su encíclica sobre el sacerdocio católico de 20 de Diciembre de 1935—Ad Catholici Sacerdotii—en el numeral 14, declara lo siguiente:

“Y desde entonces, los Apóstoles y sus sucesores en el sacerdocio comenzaron a elevar al cielo la ofrenda pura (el Sacrificio de la Santa Misa), profetizada por Malaquías (cf. Malaquías I, 11), por lo cual, el Nombre de Dios es grande entre las gentes, y a toda hora del día y de la noche seguirá ofreciéndose (el Sacrificio de la Santa Misa) sin cesar hasta el fin del mundo”.

Hasta el fin del mundo, o sea, hasta la segunda venida de Cristo. Contrariamente a lo que sostienen los “solos en casa”, queda clarísimo que la verdadera Santa Misa, ofrecida por el verdadero sacerdocio y obispado, constituyen una verdad magisterial y bimilenaria de la Iglesia, hasta el fin del mundo. Por ser la Iglesia indefectible no puede dejar de tener verdadera jerarquía.

Pío XI hace eco de importantes citas bíblicas: “Porque cuantas veces comáis este pan y bebáis el cáliz, anunciad la muerte del Señor hasta que Él venga” (1 Corintios XI, 26), es decir hasta la Parusía.

Todo el magisterio papal está ordenado a proveernos del verdadero sacerdocio y de los verdaderos sacramentos hasta la Parusía, y es una herejía negarlo.

Al falso sacerdocio y a los falsos sacramentos de la contra-iglesia hoy presente en Roma, la Gran Ramera del Apocalipsis, se le puede aplicar lo que el Papa León XIII, en su Documento Apostolicae Curae, de 13 de Septiembre de 1896, aplicó al falso sacerdocio y a los falsos sacramentos anglicanos.

El falso sacerdocio y los falsos sacramentos de la contra-iglesia de Roma son inválidos, nulos, porque fueron modificados en lo esencial. 

A estos falsos sacerdotes no se les ordena con el rito de ordenación que siempre se usó, con el que fueron ordenados todos los santos sacerdotes, entre ellos San Roberto Belarmino, Santo Tomás de Aquino, San Juan Bosco, por nombrar algunos, y estos falsos sacramentos no confieren lo que la Santa Iglesia manda, según las Escrituras. 

Por lo tanto, la contra-iglesia que ocupa el Vaticano hoy no está ni con Cristo ni con la verdadera Iglesia Católica. Es una secta infame disfrazada de católica que “maldice de Jesús” y no lo reconoce “como Señor”. 

El Catecismo Mayor de San Pío X, en su numeral 823, se pregunta si el sacerdocio católico no faltará jamás en el mundo. El Santo Padre responde que “el sacerdocio católico, no obstante la guerra que mueve contra él el infierno, durará hasta el fin de los siglos, porque Jesucristo ha prometido que las potestades del infierno no prevalecerán jamás contra su Iglesia”. Es muy claro.

El la Breve Historia de la Religión, de su Santidad el Papa San Pío X, con respecto a la nota de la Iglesia “Una”, dice en el numeral 138, “verá resplandecer la unidad de la Iglesia en el ejercicio no interrumpido de la fe, esperanza y caridad. Verá en… tanta (gente) diversa reunidos en una sociedad gobernada siempre por una misma y perpetua jerarquía”.

Siempre, hasta la segunda venida de Cristo, por una misma y perpetua jerarquía, tendremos los mismos verdaderos sacramentos gracias a la Unidad de la Iglesia.

San Pío X lo expresa en dos documentos haciendo eco de las verdades de la Iglesia según las palabras confirmadas de Cristo. Esto es dogmático, es decir, es ley divina inmutable.

En cambio, los documentos de su Santidad Pío XII, de los que hacen abuso los “solos en casa” no son de carácter dogmático sino disciplinar, es decir, son leyes eclesiásticas mutables y circunstanciales.

Uno de esos documentos de su Santidad el Papa Pío XII es la Constitución Apostólica Vacantis Apostolicæ Sedis, de 8 de Diciembre de 1945. Este documento establece la normativa a seguir en tiempo de interregno, es decir, el espacio de tiempo vacante entre un Papa y su Sucesor.

Este documento de carácter disciplinar es un mandato para el bien de la Iglesia que sirve o se aplica en un determinado momento pero en otro momento no, por las circunstancias.

La situación actual de la Santa Iglesia Católica es una situación de anormalidad. Ya lleva 66 años de interregno, creemos fehacientemente que es la Gran Apostacía anunciada por Dios. Como la Iglesia no puede defeccionar y quedarse sin verdadera jerarquía ni verdaderos sacramentos, la aplicación de este documento disciplinar, que son leyes mutables y circunstanciales, hoy no va.

Por encima de los procedimientos disciplinares establecidos para el interregno prima la Ley Suprema de la salvación de las almas. La salvación de las almas es la Ley Suprema, más allá de cualquier cuestión disciplinar. Dios provee de verdadera jerarquía, verdaderos obispos y sacerdotes, con jurisdicción proveniente directamente de Dios (jurisdicción supletoria de la Iglesia), por el bien de esta Ley Suprema que es la salvación de las almas.

Esta jurisdicción no es ordinaria, que se requiere en tiempos normales de la Iglesia, sino extraordinaria, suplida por Dios (a través de la Iglesia) por la ausencia del verdadero Romano Pontífice.

Otro documento del cual se sirven los “solos en casa” para justificar su posición es el de su Santidad el Papa Pío XII, la Encíclica Ad cinarum gentes, de 7 Octubre de 1954, a propósito de la actitud cismática de la Iglesia Católica en China, que, por motivos en los que no entramos ahora, tuvo que consagrar obispos sin permiso del Papa. 

Como el anterior documento que mencionamos, esta Encíclica trata de una medida disciplinar, y no dogmática, en el contexto de la sede plena, es decir, en tiempos normales de la Iglesia. En estos tiempos de apostasía indicados por la marcada sede vacante, tiempos excepcionales de la Iglesia como nunca los tuvo, tampoco va.

En el primer milenio no era necesario que un obispo pidiera autorización al Papa para consagrar obispos. Más tarde, se vio la necesidad de prohibir las consagraciones de obispos sin permiso del Papa para frenar las herejías y problemas que se suscitaban a partir de un abuso tal como la simonía. 

Pero los sacramentos y el sacerdocio son dogmas divinos que no se ajustan a leyes temporales disciplinares. Aun cuando Pedro no esté hoy con nosotros, la Iglesia hace prevalecer por encima de ellos los principios fundamentales de Dios. Tanto la verdadera ordenación sacerdotal como la verdadera consagración episcopal son de derecho divino, y nadie puede quitarle o negarle a Dios este derecho.

El Catecismo de Trento dice claramente que el fin de toda ley es el amor, la caridad y la salvación de las almas, y que cualquier ley que se oponga a esto no sirve y deja de aplicar.

La Santa Iglesia Católica no ha defeccionado. Implicar esto con una actitud de indiferencia hacia los verdaderos sacramentos contradice totalmente la enseñanza de Cristo de que la Iglesia es indefectible y que las puertas del infierno no prevalecerán sobre Ella.

Ni por un solo segundo puede quedarse la Iglesia sin obispos ni sacerdotes verdaderos. Pensar lo contrario es una trampa del diablo. 

Por lo tanto quiere Dios que se consagren verdaderos obispos aun sin Papa. Nuestro Señor Jesucristo mismo nos da ejemplo: consagró obispos a los apóstoles, directamente sin intervención de San Pedro, el primer Papa.

Hoy la Iglesia está eclipsada. El eclipse no impide que exista. La luna tapa al sol y el sol sigue existiendo, a pesar del eclipse. No está muerta, como afirman los “solos en casa”. 

La Iglesia está eclipsada: “Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días el sol se oscurecerá, y la luna no dará más su fulgor, los astros caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas” (San Mateo XXIV, 29). El sol se oscurecerá, pero no dejará de existir.

¿Quién eclipsa a la Iglesia? La iglesia que hoy ocupa Roma que se hace pasar por católica. La iglesia del Novus Ordo, la contra-iglesia impía y herética, protestante y masónica, propugnada por los judíos en el Conciliábulo Vaticano II.

Y la herejía de los “solos en casa” persigue los mismos objetivos que esta contra-iglesia, seducir a las almas para alejarlas del verdadero sacerdocio y obispado católicos, de las verdaderas Misas, y de los verdaderos sacramentos. Así de grave es este tema.

Los demonios han creado esta herejía. No proviene de ninguna entidad humana, sino de demonios, que seducen al mal.

La verdadera jerarquía de la Iglesia está dispersada en diversos grupos: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño” (San Mateo XXVI, 31). 

¿Cómo estamos los católicos hoy? Estamos dispersos. Somos grupos aislados que intentamos no desfallecer en la comunión de la misma fe verdadera, con una misma liturgia, y con unos mismos sacramentos, y con un mismo magisterio. 

La Iglesia es indefectible e indestructible, y se mantiene en estos grupos que luchan por Ella. También es indefectible su verdadera jerarquía, solo que el pastor está herido, y estamos dispersos, como explica Cristo.

Luego, la herejía “solos en casa” atenta contra las características conferidas por Cristo a la Iglesia.

Atenta contra la duración de la Iglesia, pues Ésta durará hasta el final de los tiempos.

Atenta contra la apostolicidad de la Iglesia, una de las notas de la Iglesia, pues dicen que no hay continuidad con el cuerpo apostólico.

Atenta contra la visibilidad y cognoscibilidad de la Iglesia, que se da a través de los sacerdotes y obispos válidamente ordenados y consagrados dispersos por el mundo, cuando dicen que hoy no los hay.

Atenta contra la unidad del credo y la comunión en la liturgia, pues dicen, no hay sacerdotes que la puedan realizar. 

Atenta, por último, contra la protección sobrenatural sacramental de la Iglesia.

Los que pueden acudir a los verdaderos sacramentos por tener relativamente acceso a un verdadero sacerdote, totalmente legítimo, valido y lícito, con la verdadera sana doctrina y con verdaderos sacramentos, no deben dejar de hacerlo. No tienen excusas, y tendrán que dar cuentas a Dios.

Los laicos “solos en casa” pueden terriblemente caer en el error; no son inmunes al error, desgraciadamente.

Pueden muy bien confundir leyes mutables y circunstanciales y disciplinares, con leyes inmutables divinas que no vienen de la mente del hombre sino directamente de la palabra de Dios Padre, de Jesucristo, y del Espíritu Santo, con las graves consecuencias que eso implica. Corren ese riesgo.

Se les invita a dejar de esparcir el veneno de altísima peligrosidad que constituye la herejía de quedarse “solos en casa”. Una toxina más del infierno que hay que combatir sin misericordia. Orgullosos impíos. Solo podemos ayudarlos a que salgan de ahí con nuestras míseras oraciones. 

Nosotros, pobres ignorantes, pedimos luz para no equivocarnos. Si así ocurriera, agradeceríamos mucho que nos lo hagan saber para enmendarnos

¡Que el Espíritu Santo nos levante desde el fango en el que estamos y nos haga recapacitar y corregir nuestros errores! ¡Solo importa la verdad!

¡Ven pronto Señor, Jesús, con tu Madre, a reinar sobre esta tierra!

Amén.

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Dom X post Pent – 2024-07-28 – 1 Corintios XII, 2-11 – San Lucas XVIII, 9-14 – Padre Edgar Díaz