Jesús llevando la Cruz - El Greco |
La crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo fue el delito de los judíos, y por esto vino la salvación a los gentiles. ¿Cuál es el delito de los gentiles por el que en los últimos tiempos los judíos vendrán a la fe? La apostasía, el abandono de la verdadera fe.
Antes del día del Señor, que ya llega, “debe venir la apostasía” (2 Tesalonicenses II, 2-3) — dice San Pablo.
Al respecto, San Jerónimo expresó que: “Por el delito de los judíos la salud pasó a los gentiles; por la incredulidad de los gentiles volverá a los judíos”. En el Reino de Nuestro Señor Jesucristo judíos y gentiles vivirán según el Evangelio bajo un mismo Pastor.
Así como la conversión de los gentiles estaba predicha en las Sagradas Escrituras, también la conversión de los judíos, y por esto se debe admitir que al final de los tiempos se convertirán finalmente a Nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia.
La conversión será, no ciertamente de algunos judíos, sino de todo el pueblo de Israel: “el endurecimiento vino a una parte de Israel, pero solo por algún tiempo, hasta que entrase la plenitud de las naciones; y entonces todo Israel será salvo” (Romanos XI, 25-26).
A través de los siglos un número prodigioso de gentiles fueron llamados por Dios a la fe, según los designios de Dios para la redención del mundo. Pero en los últimos días, antes de la última conversión de los judíos, cuando a la Iglesia entre “la plenitud de las naciones”, terminará lo que Jesús ha llamado “el tiempo de los gentiles” (cf. San Lucas XXI, 24).
¿Cómo sabremos que el tiempo de los gentiles habrá terminado? O en palabras de San Pablo, ¿cómo sabremos que las naciones todas habrán entrado en la Israel de Dios, la Santa Iglesia Católica, después de lo cual el tiempo de los gentiles habrá acabado?
En el designio de Dios un importante signo parece indicar que la plenitud de las naciones ha alcanzado su meta y lo que sigue es la salvación de todo Israel. Este signo es el desinterés de las naciones por la verdadera fe, pues hoy se manifiestan apóstatas, así como fue anunciado por San Pablo que ocurriría primero (cf. 2 Tesalonicenses II, 3).
La apostasía es la negación de Nuestro Señor Jesucristo como Dios absoluto. Precisamente, hace unos días, Bergoglio lo negó cuando dijo una de sus más groseras herejías: que “todas las religiones son un camino para llegar a Dios” porque “Dios es Dios para todos”. Si es así, entonces Jesucristo murió en vano, y solo bastaba con que hubiera dicho: “Seguid en vuestras religiones y llegaréis a Dios; y seréis salvados”.
Para Bergoglio entonces Jesucristo no es el Salvador Absoluto, sino que hay otros “salvadores” también, por lo que ya no hay motivo por el que se deba entrar a la Iglesia Católica para salvarse. ¿Con qué descaro la Iglesia Católica pretende ser la única religión que salva? Bergoglio se opuso abiertamente al Dogma de Fe: “Fuera de la Iglesia Católica no hay salvación”.
Esta noticia, dicha por un presunto Papa, fue muy bienvenida por las religiones del mundo entero, pues se deduce que ya las naciones no tendrán que abandonar sus creencias para salvarse.
Así, los pueblos que no conocen a Cristo no necesitarán convertirse a Cristo. Y quienes lo conocen podrán abandonarlo en busca de otro “salvador”. Así se mantiene la estructura de las falsas religiones.
El engaño busca lograr que la humanidad abrace una falsa religión para que no se salve. Evidentemente, éste es el objetivo de la secta comenzada en Roma a partir del Vaticano II, la cual se hace pasar por la Iglesia Católica, para engaño de los católicos de buena voluntad que no advirtieron el cambio de doctrina, y para engaño del resto de la humanidad que buscar con sinceridad la verdad.
El 19 de Septiembre de 1846 Nuestra Señora dijo a los niños que pastoreaban en las praderas de la Salette que “Roma perderá la fe”. En efecto, la última declaración de Bergoglio no pone en duda que ya la perdió.
Toda la jerarquía de Roma es falso catolicismo. Es otra religión, no es la Iglesia Católica, profesa otra fe. Como dijo Nuestra Señora, “Roma será la Sede del Anticristo”, es decir, la sede de la religión del anticristo que usurpa el nombre de “Iglesia Católica”.
Este falso catolicismo tiene por cabeza a Bergoglio, reconocido hereje y aceptado como Papa por el mundo entero. Incluso los mismos miembros de este falso catolicismo lo reconocen como hereje y aceptan como Papa. Hoy se ve cómo el primer objetivo de presentar a la Iglesia Católica bajo el mando de un hereje ha sido logrado.
La realidad es que Roma es un falso catolicismo y no la “Iglesia Católica”, aunque el mundo siga considerándola así. Y esto sucede incluso en los círculos de la Tradición Católica y del Sedevacantismo. Se ve entonces cómo el segundo objetivo de considerar a la Roma actual como la Iglesia Católica ha sido logrado también.
Quienes la deberían denunciar a los cuatro vientos no lo hacen. Permanecen callados en sus discursos o no aclaran lo suficientemente bien y con determinación que esta secta no es la Iglesia Católica sino otra religión. Otros sacramentos, otra fórmula de ordenación sacerdotal y consagración episcopal (no con la que fueron ordenados los santos), otra doctrina (no la que enseñaron los doctores), otro Padre Nuestro, otra Sagrada Escritura …
No tienen por Dios a Nuestro Señor Jesucristo. No adoran al mismo Dios de los verdaderos católicos, sino a otro dios, así como los protestantes, musulmanes, judíos, y demás religiones, adoran a su propio dios. Y esto no se quiere admitir.
Si tuvieran por Dios a Nuestro Dios tendrían Nuestra Doctrina también. Quien no sigue la Doctrina del Hijo, no tiene a Dios por Padre. Y el que no tiene al Padre, no tiene al Hijo. Y el que no tiene al Hijo no tiene al Padre. Si no se tiene la Doctrina del Hijo no se puede tener a Dios por Padre (cf. 2 Juan I, 9). ¡Esto es lógico!
Grupos tradicionalistas como la Fraternidad de San Pío X, y quienes adhieren a la Tesis de Guérard des Lauriers, no denuncian abiertamente el falso catolicismo de Bergoglio, y esto es grave, porque la puerta de la salvación debería ser bien distinguida para que nadie se equivoque.
El apego a Roma, o a algo que solo Roma puede dar, como una conveniencia, es el motivo por el cual no se la denuncia. No se quiere cortar con Roma para aceptar el error de la Infalibilidad Papal. Este error es decir que en cuestiones de fe y moral el Papa no es infalible en todo momento, precisamente, en su magisterio ordinario.
Para poner un simple ejemplo de esto que estamos diciendo. Las proclamaciones de santidad de una persona, digamos, de Santo Tomás de Villanueva, cuya fiesta se celebra hoy, no son declaraciones solemnes del Papa sino magisterio ordinario.
Si el magisterio ordinario no es infalible, entonces podemos cuestionar si realmente Tomás de Villanueva es santo o no. ¡Caemos así en absurdo de dudar de todos los santos a quienes dirigimos nuestras oraciones y de sus enseñanzas!
Si el Papa es infalible solo en su magisterio extraordinario, es decir, cuando hace una declaración solemne, entonces se sigue que se puede perfectamente justificar que un hereje sea Papa.
Como Bergoglio no hace ni hará declaraciones solemnes—así como Roncalli dijo de sí mismo que no las haría—toda su enseñanza es magisterio ordinario. Por eso, puede decir todas las herejías que quiera, su enseñanza es solo magisterio ordinario, el cual, según el error, no goza de infalibilidad, y aún así seguir siendo considerado Papa.
¡Esto es una tremenda contradicción! ¡Un Papa jamás puede caer en herejía!, y ¡Un hereje jamás puede ser elegido Papa!
Por eso, es necesario cortar por lo sano con Roma, y solo seguir a Cristo en su verdadera Iglesia, y esperar su venida, la Parusía, la cual es para la salvación y restauración del mundo.
Los que siguen en la Fraternidad de San Pío X, y quienes salieron de sus filas con su mismo error, a saber, que un hereje sea Papa, deberían dejar de engañar a la gente, y explicar cuál es el motivo por el que se quiere justificar este error. ¡Volver a Roma bajo las filas de Bergoglio es inaudito!
Igualmente los que adhieren a la Tesis. Quienes la propugnan, como el padre Damien Dutertre, y el padre Francesco Ricossa, tienen por argumento que la elección de Bergoglio en 2013 fue una verdadera elección papal, así como la elección de 1903 en la que San Pío X salió elegido Papa.
Según este argumento, Bergoglio y sus predecesores (desde Roncalli hasta Ratzinger) (y sus posibles sucesores) “pueden válidamente elegir y ser elegidos en la Iglesia” y que la razón por la que ellos no los consideran Papas es solo porque “(estos presuntos Papas) no aceptaron propiamente su elección al Papado” (y no porque sean herejes).
En concreto, fueron válidamente elegidos, pero no son Papas por no haber aceptado propiamente la elección. Luego, la Sede no está totalmente vacante, sino que hay un Papa que materialmente la ocupa.
El padre Ricossa lo dice más claramente: “La Sede está ocupada por él (por Bergoglio y antecesores), y no puede ser ocupada por otro hasta tanto la elección (de Bergoglio y antecesores) haya sido declarada nula por la Iglesia”.
Luego, la Tesis mantiene que la Sede está ocupada, aunque solo sea materialmente. En consecuencia, no se podría decir que los adherentes a la Tesis sean real y verdaderamente “sedevacantistas”, porque un legítimo demandante con elección válida, como dicen quienes propugnan la Tesis, la está ocupando—afirma el padre Vili Lehtoranta.
Pero la verdad es que Bergoglio jamás podría haber sido elegido Papa válidamente por ser hereje. Es decir, por ser hereje está ipso-facto excomulgado, y luego, no es miembro de la Iglesia Católica, y alguien que no es miembro de la Iglesia Católica no puede ser elegido Papa.
Quienes proponen la Tesis deberían retractarse de la proposición que mantiene que Bergoglio (y predecesores) fueron válidamente elegidos Papa. Jamás fueron sujetos de elección, por ser herejes. Que un Papa pueda caer en herejía, o ser elegido siendo hereje, es la herejía que mantiene precisamente el Vaticano II. Es una herejía porque se opone al Dogma de la Infalibilidad Papal.
En resumen, los de la Tesis siguen siendo modernistas, aunque disfrazados de sedevacantistas, como así también siguen siendo modernistas los de la Fraternidad de San Pío X, aunque disfrazados de tradicionalistas. ¡Mantillas, Latín, y Bergoglio!
Hay muchos canales de Youtube que hablan erróneamente del Dogma de la Infalibilidad. Queremos resaltar los comentarios de la gente, católicos de buena voluntad, que dicen que ya están hartos de escuchar que se defienda a Bergoglio.
Más signo de la apostasía que el encubrir a un hereje no puede haber. Mejor signo de que la plenitud de las naciones ha llegado, no podremos encontrar. Y la apostasía, el delito de los gentiles, marca el comienzo de la hora de los judíos.
“Los siglos destinados para la conversión de los gentiles llegarán a su fin y entonces habrá sonado la hora para los judíos”, dice el autor francés Fillion.
Dios determinó “escoger de entre los gentiles un pueblo consagrado a su Nombre” (Hechos de los Apóstoles XV, 14), pero este tiempo ha llegado a su fin, y la hora de los judíos se pone en marcha de nuevo.
Y a partir de su conversión e integración en la Iglesia Católica la fe alcanzará su universalidad en cuanto a su extensión.
La conversión de los judíos se producirá gradualmente como gradualmente se produjo el rechazo de Nuestro Señor y su Iglesia.
Cuando San Pablo escribió la Carta a los Romanos, que fue durante el tiempo de los Hechos de los Apóstoles, una parte de Israel había rechazado a Nuestro Señor Jesucristo, mientras que otra parte no. Varias ramas del Olivo Castizo (todo el pueblo de Israel) habían sido desgajadas sucesivamente.
Jerusalén fue la primera rama: “Por eso os digo, ya no me volveréis a ver hasta que digáis: ‘¡Bendito el que viene en nombre del Señor!’” (San Mateo XXIII, 39).
Luego, los judíos de la dispersión en Antioquía de Pisidia: “Era necesario que la palabra de Dios fuese anunciada primeramente a vosotros (los judíos); después que vosotros la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, he aquí que nos dirigimos a los gentiles. Pues así nos ha mandado el Señor: “Yo te puse (a ti, Israel) por lumbrera de las naciones (de todos los gentiles) a fin de que seas para salvación hasta los términos de la tierra” (Hechos de los Apóstoles XIII, 46-51).
Y también fue cortada la rama de Corinto: “Y como (los judíos) se oponían y blasfemaban, sacudió (San Pablo) sus vestidos y les dijo: ‘Caiga vuestra sangre sobre vuestra cabeza: limpio yo; desde ahora me dirijo a los gentiles’” (Hechos de los Apóstoles XVIII, 6).
Y también la de Éfeso: “Mas como algunos endurecidos (judíos) resistiesen y blasfemaban … en presencia del pueblo (estaban en la Sinagoga de Éfeso) se apartó de ellos (San Pablo)” (Hechos de los Apóstoles XIX, 9).
Y a los de Roma, quienes ya no se distinguían de los gentiles romanos, les dijo: “Se ha embotado el corazón de este pueblo (judío en Roma); ‘con sus oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos, para que no vean con sus ojos, no oigan con sus oídos, ni con el corazón entiendan, y se conviertan y Yo les sane’. ‘Os sea notorio que esta salud de Dios ha sido transitada a los gentiles, los cuales prestarán oídos’. Habiendo dicho (San Pablo) esto, se fueron los judíos …” (cf. Hechos de los Apóstoles XXVIII, 26 ss.).
Como vemos, varias ramas del judaísmo fueron cortadas por rechazar a Nuestro Señor Jesucristo, pero solo por un tiempo: “El endurecimiento vino a una parte de Israel, pero solo por algún tiempo ... y entonces todo Israel será salvo” (Romanos XI, 25-26).
Al decir San Pablo “una parte de Israel” está indicando que el rechazo no fue total; muchos, como los Apóstoles y los discípulos, siguieron a Nuestro Señor. El rechazo no fue definitivo y el Olivo cortado reverdecerá de nuevo.
Así como los gentiles alcanzaron de Dios misericordia y creyeron, también los judíos alcanzarán de Dios misericordia y creerán, pues, “los dones y la vocación de Dios son irrevocables” (Romanos XI, 29).
Fillion dice que será la obra segunda de Cristo. Gracias a Nuestro Señor, Dios establecerá con los judíos, una alianza nueva, aquella que está anunciada desde antiguo por los profetas (cf. Jeremías capítulos 31-34): “Y ésta será mi alianza con ellos, cuando Yo quitare sus pecados” (Romanos XI, 27).
San Pablo habló a los judíos sobre la nueva alianza: “He aquí que vienen días, dice el Señor, en que concluiré una alianza nueva con la casa de Israel y con la casa de Judá; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano, para sacarlos de la tierra de Egipto; pues ellos no perseveraron en mi pacto, por lo cual Yo los abandoné, dice el Señor” (Hebreos VIII, 8-9).
Jesucristo es el mediador de las promesas referentes a la salvación de Israel, a quien fue prometido antes que a los gentiles: “Éste es el pacto que concluiré con ellos, después de aquellos días, dice el Señor, pondré mis leyes en su corazón, y las escribiré en su mente” (Hebreos X, 16).
A este respecto observa Martini: “Esta profecía no se ha cumplido aún, porque el profeta habla de una liberación que se extiende a todos los descendientes de Jacob, lo que significa que se extiende a todas las tribus, las cuales abrazarán de un modo general la nueva alianza. Será, pues, cumplida, como explican todos los Padres, al fin de los tiempos”.
Dos mil años estuvo Israel sin independencia política, y también sin culto y sin oráculos; en definitiva, sin dirección divina: “Mucho tiempo han de estar los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificio … pero después se convertirán los hijos de Israel, y buscarán a Dios, y a David, su rey; y con temblor (acudirán) a Dios y a su bondad al fin de los tiempos” (Oseas III, 4-5).
El Rey que buscarán es el Mesías, Nuestro Señor Jesucristo, descendiente de David.
El pueblo de Israel que un día, habiendo recibido “el doble por todos sus pecados” (Isaías 40, 2), volverá “con una voluntad diez veces mayor” (Baruc IV, 28), mirará y admirará al Redentor, Nuestro Señor Jesucristo (San Juan XIX, 37; Zacarías XII, 10; San Mateo XXIII, 39), cosa que ocurrirá en la postrimería de los días.
No buscarán lo que tenían, sino lo que rechazaron, Nuestro Señor Jesucristo y su Santa Iglesia Católica.
Buscarán a David su rey, esto es, buscarán al nuevo David, evidentemente, el Mesías, que los profetas llaman a menudo David (cf. Jeremías XXX, 9; Ezequiel XXXIV, 23-24; XXXVII, 24), buscarán a Cristo Nuestro Señor.
Y honrarán a Dios con suma reverencia, y le darán culto: se extasiarán en el Señor y en sus bienes—afirma A Lapide.
Al fin de los días, al final del mundo, cuando, bajo la venida del Anticristo, después de su muerte, los que de entre los israelitas y judíos vivan y reinen, se adherirán, unos recordando las predicaciones y los milagros de Elías y Enoch (los dos testigos), otros por las exhortaciones de San Juan Evangelista, y se convertirán a Cristo, como dice el Apocalipsis, y entonces “todo Israel será salvo” (Romanos XI, 25)—concluye A Lapide.
“No permanecerá Israel siempre en este estado ni quedará rechazado del todo, pues alguna vez será llamado y, volviendo a la fe, reconocerá al Dios de todos y en Él a David, es decir, al que proviene de la estirpe de David, al Cristo según la carne, Rey y Señor de todos. Entonces contemplarán con estupor la grandeza de su bondad y la gracia inmensa de su mansedumbre, pues participarán de la esperanza santa y se nutrirán en las filas de los santos”—mantiene San Cirilo.
“Ésta es la ceguera parcial que sufrió Israel hasta que llegara la plenitud de los tiempos para que entonces todo Israel se salve (según San Pablo en Romanos XI)”—dice San Jerónimo.
“He aquí las cosas que sucederán en el juicio o hacia este tiempo: la venida de Elías Tesbita (los dos testigos), la conversión de los judíos, la persecución del Anticristo, la venida de Cristo a juzgar, la resurrección de los muertos, la separación entre los buenos y los malos, la conflagración del mundo y su renovación. Es preciso creer que todo esto sucederá; pero, ¿de qué modo y en qué orden? La experiencia (cuando estas cosas ocurran) nos lo enseñará mejor que puedan hacerlo ahora las conjeturas de la razón humana. Con todo, tengo para mí que sucederán en el orden que he venido diciendo”—texto de San Agustín.
Luego, ha de admitirse una consumación del Reino de Nuestro Señor Jesucristo, en cuanto a la extensión de la fe, pues, en verdad, se extenderá y dilatará y llenará toda la tierra, y Nuestro Señor Jesucristo dominará toda la tierra de mar a mar, y todas las naciones se convertirán al Señor y le adorarán en su presencia y vendrán a Sión a buscar con afán su ley y servirán al Rey Nuestro Señor.
También se convertirán los judíos, y buscarán con ardor a Dios y al Rey David, Nuestro Señor Jesucristo, y así se hará un solo rebaño y un solo Pastor, de los judíos y gentiles convertidos y recogidos y unidos todos en la unidad de la fe Católica. Algún día será esta consumación.
La Iglesia lo confirma con la Santa Misa de hoy: “Temerán, Señor, las naciones tu nombre, y todos los reyes publicarán tu gloria”—dice el Aleluya.
Y “Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra …” (San Mateo IX, 1-8), Jesús cura al paralítico con un milagro.
Y se confirma así el testimonio de Jesús, como San Pablo le dice a los Corintios: “Habiéndose así verificado en vosotros (los Corintios, gentiles) el testimonio de Cristo: de manera que nada os falta en ninguna gracia, a vosotros que estáis esperando la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo, el cual os confortará todavía hasta el fin, para que seáis hallados irreprensibles en el día del advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios I, 4-8).
La manifestación de Jesucristo, o el día de su advenimiento, es su Parusía, la Segunda Venida para juzgar a los hombres.
Si nos equivocamos nos retractamos, porque “siervos inútiles somos ... que solo hemos hecho lo que estábamos obligados a hacer” (San Lucas XVII, 10).
¡Ven pronto Señor Jesús! ¡Y ven junto con tu Madre, la Reina!
Dom XVIII post Pent – 2024-09-22 – 1 Corintios I, 4-8 – San Mateo IX, 1-8 – Padre Edgar Díaz