sábado, 23 de noviembre de 2024

La traición del amigo del Esposo - p. Edgar Díaz

Crucifixión - Hieronymus Bosch - 1490

La más fastuosa costumbre nupcial de los judíos era el cortejo de jóvenes llamados amigos del esposo.

Eran los encargados de gritar a viva voz que el esposo estaba llegando: “A medianoche se oyó un grito: ¡He aquí el Esposo! ¡Salid a su encuentro!” (San Mateo XXV, 6).

Y “de la Esposa”, añade la Vulgata en la Parábola de las Diez Vírgenes (cf. San Mateo XXV, 1-13). Es el Esposo y la Esposa, la Iglesia Triunfante, que vienen a arrebatar a lo que queda de la Iglesia Militante.

La espera del Esposo y la Esposa es el período que precede a la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo; su venida es la Parusía gloriosa ... Es una gran fiesta, un gozo inconmesurable.

Quienes no estén preparados a la venida de Cristo, dice Pirot, serán eliminados de la beatitud parusíaca ... El momento de la Parusía es capital ... y hay que tener siempre a mano la provisión de aceite.

El momento de la Parusía es capital; y su preparación no lo es menos. Esa voz que se oyó a medianoche, cuando las tinieblas están más pesadas, que alertó de la venida, no es otra que la de un Amigo Íntimo, el Obispo.

Un Obispo es el más íntimo de Nuestro Señor Jesucristo y su Santa Iglesia. Uno “tomado de entre los hombres para (que se dedique a) lo concerniente a Dios” (Hebreos V, 1).

Es un Príncipe de la Iglesia, un Sucesor de los Apóstoles, un posible candidato a ser Cabeza visible de la Iglesia. Es, pues, quien tiene que preparar a la Iglesia Militante a estar lista para cuando el Esposo y la Esposa Triunfante estén viniendo. 

Y sin embargo, el clamor y el entusiasmo de los Obispos por tan importante acontecimiento es apenas perceptible. En la mayoría de los casos, diría, inexistente.

¿Por qué esta frialdad hacia Nuestro Señor y la Iglesia? ¿Por qué este silencio sospechoso? ¿Por qué esa falta de interés? ¿Por qué no preparar a las pobres ovejas que no saben que hacer?

Bueno, alguno me dirá, el Obispo, el sacerdote de Cristo, es “capaz de ser compasivo con los ignorantes y extraviados, ya que también él está rodeado de flaqueza…” (Hebreos V, 2).

No gritará la venida, ni preparará a las ovejas para este acontecimiento, pero al menos, siente simpatía por todas las miserias humanas, que es el fundamento de todo sacerdote.

No se opone con fría apatía que, según San Pablo, haría impropio que tal hombre ejerciera el sacerdocio. Es capaz de condolerse, con expresiones calmas y mesuradas, como las que convienen a un sabio. 

Dos tipos distintos de pecados comete el hombre: uno, por ignorancia e inadvertencia; el otro, por la influencia de las pasiones.

Sobre la carencia hacia Parusía: ¿Habrá ignorancia? ¿Habrá una desafortunada influencia que le impide hablar de ella?

Dios llama al sacerdocio a quien Él quiere: “Nadie se toma este honor sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” (Hebreos V, 4).

Un hombre no podría, sin una presunción criminal, arrogarse por sí mismo el sacerdocio tan íntimo con Nuestro Señor Jesucristo: “Has llegar a ti ... a tu hermano Aarón ... para que él sea sacerdote mío” (Éxodo XVIII, 1), le mandó Dios a Moisés.

Dios no soporta a quien se toma esta arrogancia por sí mismo. Dios le dijo a Ocías: “No te corresponde a ti quemar incienso a Dios, sino a los sacerdotes ... consagrados para quemar incienso ante Dios … Y Ocías, por este atrevimiento, quedó leproso hasta su muerte …” (2 Paralipómenos XXVI, 18-21).

Si hemos sido elegidos por Dios para ser su sacerdote; si no somos un intruso; ¿no debemos amarlo tanto y desear que venga pronto y hacer conocer esta maravillosa noticia para que todos se preparen?

Pero hay una importante y olvidada verdad, que “la cosa más dolosa y más perversa es el corazón, ¿quién podrá conocerlo?” (Jeremías XVII, 9).

¡La Parusía no es cualquier acontecimiento! Es la añadidura como premio a la fidelidad: “Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo se os dará por añadidura” (San Mateo VI, 33).

¿Qué añadidura esperan los Obispos? ¿Comidas, bebidas y honores?

La añadidura es un grado más de santidad, y eso solo lo sabe Dios. Un escondido pidiendo por la venida de Nuestro Señor puede ser más santo que cualquier santo.

A los santos que en los últimos tiempos estén leyendo las últimas palabras de la Biblia se les dará por añadidura la Parusía: “¡Vengo pronto! ¡Así sea, Señor! ¡Ven! La gracia del Señor Jesús sea con todos los santos” (Apocalipsis XXII, 20-21).

San Luis María Grignon de Monfort y Santa Teresita del Niño Jesús desearon estar en los tiempos apocalípticos. Dijeron que los santos de los últimos tiempos serán más santos que todos los santos que hayan habido.

Y si no, ¡Miren lo que los santos de los últimos tiempos deben soportar! ¿Dónde está la verdadera fe? “¿Acaso cuando vuelva encontraré fe en la tierra?” (San Lucas XVIII, 8).

¡Es muy triste! Y sobre todo, muy triste la falta de fe de los Obispos. Los Príncipes de la Iglesia no gritan que Cristo está viniendo.

Hay ahí algo extraño, algo que hace sospechar de su doctrina. Hay ahí un error que hace que no sea la doctrina de Jesucristo.

No sé qué puede ser. Es un misterio. Los pocos católicos que quedamos estamos desunidos. Dudamos de todos. Estamos desprotegidos. “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas” (San Mateo XXVI, 31).

¿Dónde está el amor al Vicario de Cristo? ¿Dónde está la verdadera obediencia a la doctrina de Nuestro Señor? 

La gran mayoría de los hombres de la Iglesia parece optar por el odio a Pedro. Constantemente atacando la infalibilidad. ¡Hasta de San Pedro mismo se dice que cayó en herejía! 

Hay ahí algo que no suena bien. Todo parece ser intencionalmente hecho para degradar al Papa, fundamento visible de la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo. Es, en definitiva, un ataque a Nuestro Señor.

Todos los solapados enemigos se traicionan a sí mismos. Y el silencio ante la Parusía los delata más aún. 

Se les descubre en la anestesia con la que adormecen a las pobres ovejas, para que éstas no estén preparadas para cuando venga el Esposo y la Esposa. ¡Se anestesia la verdad!

¡Qué difícil es no adherirse a alguien! En el Discurso Escatológico Nuestro Señor nos advierte: “Si os dicen que el Cristo está aquí o está allí, no lo creáis” (San Mateo XXIV, 23).

Todos los Obispos dicen estar con Cristo y llevar a Cristo: ¡Síganme a mí, que les llevaré a Cristo! No les creáis, dice Nuestro Señor.

De una institución tomada o infiltrada, como la Fraternidad, o la Sociedad de Trento, algo muy visible que nos diga, Cristo está aquí, ¿qué podemos esperar? No le creáis, dice Nuestro Señor.

Entonces, ¿a quién le creemos?

A la doctrina, a los Santos, a la Misa de todos los días, al Evangelio de todos los días, al escudriñamiento de las Sagradas Escrituras. 

Yo mismo puedo decir: ¡Cristo está aquí! Pero a diferencia de una institución infiltrada, un verdadero sacerdote sabe que Cristo está ahí presente en su Santa Misa, porque dice y hace lo que manda la Iglesia. 

Mas ellos, no predicando la venida de Cristo, no hacen lo que Iglesia pide.

Siempre hay una desconfianza del otro. Esto es así porque uno desconfía hasta de uno mismo: ¿Estaré haciendo bien las cosas? ¿Estaré en lo seguro?

La conciencia nos traiciona. El enemigo nos hace la batalla. Se aprovecha de nuestras tristezas, nuestros decaimientos, nuestro cansancio… 

Pero la victoria es de Cristo, y según sus tiempos. Y el Premio va a ser grande. Todo se gana con sacrificio, y con el verdadero sacrificio, que es el de seguir fielmente a Cristo y su doctrina.

¿Por qué los Obispos se oponen a hablar de la Parusía?

Como sacerdotes luchaban por la verdad, mas una vez consagrados Obispos cambiaron.

Dios abandona a los tibios. “Porque eres tibio, y ni hirviente ni frío, voy a vomitarte de mi boca. No eres ni frío ni hirviente” (Apocalipsis III, 15-16).

En el juicio a los servidores, Nuestro Señor le está contestando a Pedro, a los Apóstoles, y a todos sus sucesores los Obispos.

“¡Feliz ese servidor a quien el amo, a su regreso, hallará haciéndolo así!” (San Lucas XII, 43).

A su regreso. En su Parusía. Lo halla haciéndolo así, es decir, predicando su regreso, “dándole a la gente su ración de trigo” (San Lucas XII, 42).

Porque la ración de trigo solo puede ser dada después de la siega, en los últimos tiempos, para no confundirla con la cizaña.

No hay otra interpretación. Feliz el servidor que “… a su regreso, hallará haciéndolo así” (San Lucas XII, 43), es decir, predicando su regreso.

Pero si ese servidor se dice a sí mismo: “Mi amo tarda en regresar…” (San Lucas XII, 45).

Lo he experimentado personalmente con varios Obispos. ¡Ah, dicen, nadie sabe el día ni la hora! “Mira que ellos me dicen: ¿Dónde está la palabra de Dios? ¡Que se cumpla!” (Jeremías XVII, 15).

Al igual que San Pedro (cf. 2 Pedro III, 3 ss.) Jeremías anuncia las dudas y las burlas que habrá en vísperas de la segunda venida de Cristo, precisamente cuando esa Parusía esté más próxima.

Y porque el Señor parece que tarda, el Obispo “se pone a maltratar a los servidores” (San Lucas XII, 45), es decir, les lleva para otro lado, a distraerse de la venida de Cristo.

“Y los pone a comer, a beber, y a embriagarse …” (San Lucas XII, 45), es decir, a seguir en la buena vida de este mundo.

Pero, “el amo de este servidor (el Obispo) vendrá en día que no espera, y en hora que no sabe, lo partirá por medio (verticalmente, como a Isaías), y le asignará su suerte con los que no creyeron” (San Lucas XII, 46).

Partido por medio para los Obispos que se comportan como ateos, y peor aún que ellos, porque conocen la verdad absoluta, son servidores del amo, mientras que los ateos no. Irán, como los ateos, al infierno.

“Pero aquel servidor que, conociendo la voluntad de su amo, no se preparó (para la venida de Cristo), no obró conforme a la voluntad de éste, recibirá muchos azotes” (San Lucas XII, 47). 

Purgatorio para el Obispo que no se prepara a sí mismo, ni prepara a sus ovejas a esperar a Cristo.

“En cambio aquel que, no habiéndola conocido (a la voluntad de Dios de prepararse para la Parusía), haya hecho cosas indignas de azotes, recibirá pocos” (San Lucas XII, 48).

Milenio para los Obispos que no conocieron que la voluntad de Dios era que gritaran a viva voz que el Esposo y la Esposa están viniendo. Juntos, porque son inseparables. Vienen por los arrebatados.

Milenio, es decir, perderse la gracia de ser arrebatado por los aires cuando Nuestro Señor aparezca en gloria y majestad.

Son Obispos, pero con soberbia. ¿Cuándo viene? Nadie sabe el día ni la hora. Dudan y se burlan. ¡Partidlos por el medio! ¡Terrible! ¡Pobre de ellos!

Desentenderse de predicar y de hacer amar la Parusía y el Reino de Cristo que sigue, cuando esto es la esperanza fundamental que debe ser colocada en primer lugar, es un engaño de doctrina. Es otro Evangelio.

La realidad del pecado generalizado en el mundo, la corrupción y el delito popularizado, la conformidad de todo mundo con el mal, el robo, la estafa, la inmoralidad, etc., se entiende porque el tiempo de la Gran Apostasía ha llegado. ¡Se acabó el tiempo de los Gentiles! (cf. San Lucas XXI, 24).

A esta realidad de pecado ya no se le puede poner freno simplemente con el trabajo y el esfuerzo humano. Hay una desproporción descomunal.

Es insuficiente cualquier exhaustivo trabajo humano que se pueda hacer ante la monstruosa realidad del misterio de la iniquidad que solo Dios puede pararlo.

Seguir evangelizando. Sin embargo, los resultados son evidentes: la gente pierde la fe ante la tremenda vorágine del mal circundante. En una balanza, pesa más la gente que pierde la fe que la que se convierte. 

Solo una intervención del Cielo pondrá orden. Dios estableció que venga San Juan, pero pocos ven este designio: 

“Y me dijeron—dice San Juan. Es menester que profetices de nuevo contra muchos pueblos y naciones y lenguas y reyes” (Apocalipsis X, 11).

Y en su segunda carta aclara: “Muchas cosas tendría que escribiros” (2 Juan I, 12)—le dice a la Iglesia.

“Mas no quiero hacerlo por medio de papel y tinta, porque espero ir a vosotros” (2 Juan I, 12)—como se le fue dicho en el Apocalipsis.

“Para hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido” (2 Juan I, 12).

Es un Dogma de Fe que a la venida de Nuestro Señor Jesucristo debe haber un Papa a cargo de la Iglesia, nadie lo niega.

Pero si parece que la mayoría de los Obispos están corrompidos, porque, o son judíos-masones, o son artífices de Satanás, o son gente que ya perdió la fe, ¿de entre estos va a salir un Papa? 

Dos puertas muy peligrosas. La Tesis Papa Material-Formal y las Misas Una Cum. Ambas conducen a Roma. La Tesis es perversa y demoníaca y la gran mayoría de los Obispos y el clero le guarda respeto. Es un caballo de Troya. Es herética y estulta en filosofía. No es católica.

El mundo está por caer en mil pedazos, y los Obispos buscan aferrarse a Roma. Apego a Roma para conseguir jurisprudencia. Lo acaba de confesar un miembro de la Fraternidad en Alemania, que pidió autorización a Roma, es decir, a la secta anti-católica del Vaticano II, para consagrar obispos católicos. Esto sí que es no saber dónde se está parado.

Es por eso por lo que antes de la venida de Nuestro Señor debe caer la Babilonia de Roma. Roma debe caer, como cayó el Templo de Jerusalén.

Recién cuando caiga Roma y queden todos los Obispos boquiabiertos sin entender qué está pasando, no les quedará más remedio que pedir la venida del Señor para auxiliarlos.

Es designio de Dios que el mundo así como está desaparezca. Así pasó con los judíos en la primera venida de Nuestro Señor. Cuando los romanos destruyeron el Templo de Jerusalén, se acabó el judaísmo. Dios les quitó el Templo.

Según Flavio Josefo, ante el asedio de los romanos, a los judíos no les quedaba otra solución más que reunirse en el Templo pensando que por estar en el Templo Dios les iría a proteger de morir.

No quedó nada. Dios borró el Templo. Murieron unos veinte mil judíos incinerados dentro del Templo. Sacerdotes, mujeres, niños…

El último recurso de Dios, para hacer que el pecador vuelva a Él, es liquidar todo lo del hombre. Por eso, Roma apóstata caerá.

En la Guerra Judaicas, Flavio Josefo dice que el fuego que comenzó a incendiar el Templo era un fuego normal, y de repente parece como que los ángeles avivaron el fuego, no lo podían contener. Consumió hasta las paredes de piedra. Eso no era de los hombres, era de Dios. 

En realidad, dice Flavio Josefo, Tito no quería destruir el Templo; quería solo saquearlo. Fue de Dios que el Templo se calcinó. 

No quedó piedra sobre piedra. Los soldados romanos fueron invadidos por un espíritu que les daba una fuerza sobrenatural para romper todo, como Dios permitirá que pase con la caída de Roma.

Destruida Roma, Jerusalén pasará a ser la ciudad santa. El mundo se debe dar cuenta de que la ciudad santa es Jerusalén y no Roma.

Roma es apóstata. Lo dijo nuestra Señora de la Salette. Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo. En aquellos tiempos buscarán la sede de la verdad y no la encontrarán.

Todo el mal espíritu, o el espíritu anticatólico, o el espíritu anti-Dios, está en Roma. Y los Obispos quieren volver a Roma. Por eso Dios los abandona… Quieren que Roma siga. ¡Pero Dios no!

Se quiere consagrar Obispos y ordenar sacerdotes para que Roma siga adelante. No para que pidan por la venida de Cristo.

¿Va a escuchar Dios a este Obispo que no hace lo que le pide? Dios, le va a dar la espalda. Porque Dios quiere su triunfo, no el triunfo del Obispo hombre. Ésta es Su victoria, no la de los hombres.

No es la victoria del hombre, que es la idea principal sobre la que gira el Vaticano II, y a la que la tradición quiere adherirse.

En definitiva, la Parusía está llegando, y nosotros aún no estamos preparados.

¿Quién advierte hoy sobre la gran tribulación? ¿Qué hacer cuando aparezca el Anticristo? ¿Cómo protegerse de él y de la marca de la bestia? ¿Saben los católicos que si permiten hacerse marcar se condenarán? ¿Por qué no advierten de estos peligros?

No se encontrará la verdadera fe en la tierra, la verdadera doctrina católica. No quedará institución en pie. Ni lengua ni pueblo ni…. Solo la familia unida en la verdadera fe.

¿Qué sabe un católico hoy del Apocalipsis, de la Venida de Nuestro Señor, del arrebato, del Reino de Cristo en la tierra? Los Obispos ni siquiera se cuestionan esto. No quieren responder.

¿En qué Iglesia de las siete Iglesias del Apocalipsis estamos?

¿Qué significan los cuatro caballos?

¿Quién es digno de abrir el libro de los siete sellos? 

¿Quiénes son los mártires que alzan su voz debajo del altar? 

¿Qué es el día de la ira de Dios?

¿Por qué son marcados los escogidos?

¿Qué es el séptimo sello? 

¿Qué son las siete trompetas? 

¿Qué significa que San Juan deba comerse el libro? 

¿Para qué Dios envía a sus Dos Testigos?

¿Quién es la mujer que huye al desierto?

¿Por qué la mujer huye al desierto?

¿Quién es la bestia del mar? 

¿Quién es la bestia de la tierra? 

¿Quiénes son los tres heraldos de los juicios de Dios? 

¿Cómo será el juicio en la Parusía? 

¿Qué son las siete copas?

¿Quién es la gran ramera?

¿Quién es Babilonia?

¿Qué es el castigo y la caída de Babilonia?

¿Cuál es el juicio definitivo sobre Babilonia?

¿Por qué se canta el aleluya en el cielo? 

¿Qué significa que Cristo es Rey?

¿Qué significa que Satanás sea atado por mil años?

¿Qué significa que después sea soltado y derrotado definitivamente? 

¿En qué consiste el juicio final? 

¿Qué quiere decir Dios con la expresión “estaré en medio de mi pueblo”, y “habrá un cielo nuevo y una tierra nueva”? 

¿Cómo será la nueva Jerusalén? 

Que no nos anestesien desviándonos de estas verdades. Queremos saber. No queremos caer en la trampa. Ya no hay pretexto para no conocer estas verdades. Es tan grave lo que está pasando que ni siquiera hay tiempo para otras cosas. ¿Dónde está el aliento que nos deben dar?

Poco a poco Dios irá cegando a quien no haya leído los signos de los tiempos. Porque abandonaron la verdad. No gritaron desde el tejado lo que se debía gritar en estos tiempos, a saber:

Que debemos huir a las montañas; que no debemos regresar a recoger nuestras cosas de la casa; ni por el manto; que las que están encintas y críen en este tiempo deberán sufrir mucho más de lo normal; que la huida no sea en invierno, ni en sábado ...

Si aquellos días no fueran acortados nadie se salvaría, porque surgirán falsos cristos, falsos profetas, cosas sorprendentes y prodigios, para desviar a los elegidos.

Ningún Obispo aclara, ni da pautas para saber qué hacer.

¡Animo en la esperanza! Estamos destinados al triunfo, al arrebato en los aires con el Señor.

Animar a dar a conocer la voluntad de Dios en estos tiempos últimos.

La Parusía. Ésta es la fidelidad que Dios nos exige.

Si nos equivocamos nos retractamos. ¡Ven pronto Señor Jesús, junto a tu Madre la Reina!

Dom XXIV post Pent – 2024-11-24 – Colosenses I, 9-14 – San Mateo XXIV, 15-35 – Padre Edgar Díaz