sábado, 11 de enero de 2025

La Triste Huída de la Sagrada Familia (por el engaño de la Tesis Cassiciacum) - P. Edgar Iván Díaz

Rembrandt

Nuestra fe se alimenta de Dios a través de la Sagrada Escritura, de la Tradición de los Santos, y del Magisterio de la Iglesia. A estas tres fuentes le debemos fe cierta e indubitable, enseña el Catecismo.

Nada de valor tiene nuestro parecer. Siervos inútiles somos. Y solo puede tener valor en cuanto refleje el parecer de la Iglesia.

Los santos enseñan que así como dice la Iglesia ha de suceder: “…sabemos absolutamente que así ha de suceder…”, dice San Justino.

Y continúa, “… yo no me decido a seguir a hombres o a enseñanzas humanas, sino más bien a Dios y a las enseñanzas que de Él vienen”.

Es una regla de oro juzgar los hechos a partir de los dictámenes de la Iglesia; seguir a Dios y sus juicios, y no a los juicios de los hombres.

La enseñanza de Dios nos dice que en los últimos tiempos (en los que ya estamos) padeceremos gran tribulación: 

“Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación (el Anticristo), predicha por Daniel, en el lugar santo… habrá grande tribulación…” (San Mateo XXIV, 15.21).

Santo Tomás de Aquino considera que esta gran tribulación es la perversión de la doctrina católica.

Como esta perversión irá incrementando más y más, Dios tendrá que ponerle un freno, pues si no, nadie se salvaría: “Y si no se abreviaran esos días no se salvaría carne alguna” (San Mateo XXIV, 22).

Fuera de la Iglesia Católica no hay salvación, dice el Dogma. Así lo asevera el Cuarto Concilio de Letrán (1215): “Fuera de la Iglesia nadie, absolutamente, absolutamente nadie puede ser salvo”.

Esto es, se debe entender sin la adhesión completa a la verdadera doctrina de la Iglesia Católica nadie puede salvarse. Sin la fidelidad a la pura doctrina católica no hay salvación. Luego, es absolutamente crucial que la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo se conserve inmaculada en su Iglesia.

El ejemplo más reciente de falsificación de la doctrina católica es la desviación actuada por el Vaticano II, la otra iglesia que se hace pasar por católica. Fueron metiendo poco a poco el error hasta llegar a deformar por completo la doctrina de Nuestro Señor.

Lamentablemente, la doctrina católica también corre peligro de corrupción dentro de la tradición, la verdadera Iglesia Católica, la Israel de Dios, y de ahí la urgencia y gravedad de denunciar los errores que puedan llegar a afectarla.

En su Carta Apostólica Notre Charge Apostolique, del 25 de Agosto de 1910, #22, dirigida a los obispos, San Pío X enseña, que “el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas…”

Es una falta gravísima de caridad porque se expone a los fieles a la posibilidad de condenación. 

Y continúa San Pío X, siempre en #22: “los pastores de la Iglesia deben cuidar de no caer en la indiferencia teórica o práctica ante el error…”

Esto es, reconocer que una doctrina es un error, y estar de acuerdo con que es un error, no es suficiente. Hace falta, además, frenar por completo su perversa influencia. De lo contrario, se cae en la indiferencia amonestada por San Pío X. Se minimiza su peligrosidad, y eso es peligroso.

En la Encíclica Pascendi, del 8 de septiembre de 1907, #1, San Pío X denuncia las causas por las que se permite el error.

Fallas en la formación sacerdotal: “… sacerdotes faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología…”. Condescendencia con el error: “… e impregnados… con venenosos errores… de los adversarios del catolicismo…”

Se condesciende con el error para no herir sentimientos, amistad, camaradería, o vaya uno a saber por qué. Pero una unidad con el error es una falsa unidad. La verdadera unidad es solo en la Verdad.

Y continúa San Pío X en la Pascendi #1, “… (estos sacerdotes), bajo pretexto de amor a la Iglesia, con desprecio de toda modestia, se presentan como restauradores de la Iglesia…”

Atención: ¡es San Pío X quien acuñó la frase “restauradores de la Iglesia”!

Dios mismo afirma la perversidad de sus intenciones: “Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen cosas perversas…” (Hechos de los Apóstoles XX, 30).

Y también San Pablo: “… Hay muchos rebeldes, vanos habladores y embaucadores… enseñando lo que no deben” (Tito I, 10-11).

Por eso, cualquiera que enseñe o promueva la Tesis, o cualquiera que la permita aún cuando no adhiera a ella, sea lo que esta fuere, una herejía, o una simple opinión errónea, da pie para dudar de sus acciones

Y nosotros tenemos el derecho a defender nuestra fe. ¿Por qué se insiste en el error? ¿Por qué no se lo estudia y se lo pone en claro y se lo combate? Esto es un misterio. ¡Misterio de Iniquidad!

La Tesis cumple perfectamente con los errores descriptos por San Pío X: tiene graves fallas de filosofía y teología, es condescendiente con el error, y se presenta como una restauración de la Iglesia.

Al fin y al cabo, su autor, el Obispo Guerard des Lauriers, se retractó de su error y pidió disculpas. Pero el astuto Demonio ya había causado su daño, pues la Tesis sobrevivió y sigue sobreviviendo e insistiendo a través de sus seguidores. 

¡Así causa daño el Demonio, con una gota de veneno en el vaso de agua!

Si los sabios letrados que hoy interpretan la Tesis no se animan a calificarla de herejía, para los simples de corazón e ignorantes como nosotros es suficiente saber que es un engaño del maligno.

La cola de la astuta serpiente que engaña se ve en la contradicción y la falta de sentido común de la Tesis: “Es Papa Material; pero no es Papa Formal”. Es Papa, pero no es Papa. El Vaticano es la Iglesia Católica Material; pero la Tradición es la Iglesia Católica Formal. ¡Vaya lógica!

Ciertamente, tal enunciación produce escozor y repulsión en el intelecto, como la mentira y el engaño. Tal proceder es propio del maligno, “engañando y engañándose” (2 Timoteo III, 13), dice San Pablo. 

La Tesis es un engaño del Anticristo: “¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo…” (1 Juan II, 22).

El espíritu de la Tesis no es de Dios, sino del Anticristo, porque “todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, sino que es el espíritu del Anticristo” (1 Juan IV, 3).

Y se nos asegura que ya está presente entre nosotros: “Habéis oído que viene ese espíritu, y ahora está ya en el mundo” (1 Juan IV, 3). 

Porque la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios que no miente, nos lo dice, es legítimo concluir que habrá y hay entre nosotros espíritus tendenciosos que permiten el error. Y esto nos hace estar tener precaución y desconfiar de las instituciones humanas.

Este espíritu, sin lugar a duda, ya está entre nosotros. Y se hace aparente en la falta de apoyo a la verdad, y en la permisión del error. Y viene a perpetrar el engaño más grande que jamás haya habido, con sus secuaces, demonios que se encarnan en las personas de la Iglesia, la Israel de Dios, para engañar y perder en el Infierno a los fieles.

Al final de los tiempos el Diablo lanza con toda su furia a los demonios, y los hombres de la Iglesia, la Israel de Dios, que les dan cabida, actúan guiados por estos perversos espíritus.

Al oír Herodes que Nuestro Señor Jesucristo había nacido “se turbó, y con él, toda Jerusalén” (San Mateo II, 2-3). Y desde ese momento quiso deshacerse de Él.

Sabía por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas del pueblo que el Rey de los Judíos iba a nacer en Belén y quiso asegurarse de este nacimiento.

Y para ello engañó a los Magos: “Id y buscad cuidadosamente al Niño; y cuando lo hayáis encontrado, hacédmelo saber, para que vaya yo también a adorarlo” (San Mateo II, 8). Su perversa intención era matarlo.

En una familia los más vulnerables son los niños y sus madres: “Toma al Niño y a su Madre” (San Mateo II, 13), le dijo el ángel. Y San José, por su fe, se apresuró a hacerlo.

El Niño que San José llevaba entre sus brazos era Dios: “En el Principio el Verbo era, el Verbo era junto a Dios, el Verbo era Dios” (San Juan I, 1).

Y además la Segunda Persona de la Santísima Trinidad: “Id, pues … bautizando en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (San Mateo XXVIII, 18).

Pero el Niño debía principalmente enseñar a la humanidad valores sobrenaturales para su salvación: “Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida” (San Juan XIV, 6).

Si San José y la Santísima Virgen no hubieran huido, la humanidad se habría perdido: “Huye a Egipto, donde permanecerás, hasta que Yo te avise, porque Herodes busca al Niño para perderle” (San Mateo II, 13).

Marcharon solos. Los sacerdotes del Antiguo Testamento no le dieron protección al Mesías recién nacido. ¡No protegieron la Verdad! La religión estaba pervertida en sus jefes. ¡Querían seguir judaizando!

Cuando Cristo vuelva la situación será parecida. Las familias tienen ahora que marchar solas. Los sacerdotes del Nuevo Testamento no protegen la verdad, porque sus jefes están corrompidos. ¡La intención es seguir judaizando!

¡Increíble, pero cierto! La religión pervertida en sus jefes es la gran apostasía predicha por Jesucristo, es pecado contra el Espíritu Santo. Contra la luz. Contra la Verdad. Contra la Pureza. Es pecado de la cúpula, no ya la del Vaticano II, otra iglesia, sino la de la Tradición, la Israel de Dios.

Y esto no lo decimos nosotros, sino que nos basamos en los Santos. San Vicente Ferrer dice que el Anticristo engañará a los sacerdotes de la siguiente manera: “no podrán refutar los sofismas del Anticristo porque quedarán en silencio, pues el Diablo les sujetará sus lenguas”.

¡Lenguas mudas! Denuncia Santa Catalina de Siena: “¡Por haber callado el mundo está podrido!”, y “El que calla otorga”, dice San Vicente Ferrer. Y San Vicente Ferrer continúa explicando que “esto Dios lo permite por la gran soberbia de muchos que se hacen llamar letrados”.

Un entendimiento soberbio es impedimento para la fe, enseña el padre Alonso Rodríguez. Y es doctrina común de los Doctores y Santos de la Iglesia—explica Rodríguez—que la soberbia es el principio de todas las herejías.

Y por la culpa de silencio de estos prelados—concluye San Vicente—la gente creerá en el engaño del Anticristo, pues pensarán que lo que el Anticristo dice es verdad.

San Pío X reafirma esta idea en la Pascendi #1: “Hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados…”

Es por eso por lo que debemos tener muchísimo cuidado, y examinar. Así lo cree San Roberto Belarmino. Al final de los tiempos, Roma (la iglesia falsa) vuelve a su estado primigenio de corrupción. Y la tradición, los hombres de la Israel de Dios, insisten en querer volver a Roma. ¡Restauradores de la Iglesia!

A la religión corrompida San Pedro la llama Babilonia (cf. 1 Pedro V, 13). Y San Juan la describe como “un desierto en espíritu” (Apocalipsis XVII, 3), es decir, donde el espíritu está ausente, o muerto.

“Roma perderá la fe”, dijo la Santísima Virgen María en La Salette. ¡Y la tradición, los hombres de la Israel de Dios, por insistir en volver a ella, también!

Las dos mujeres del Apocalipsis, la prostituta, y la parturienta, representan la religión en sus dos polos extremos, la religión corrompida y la religión fiel. El mundo del Anticristo y la Verdadera Fe Católica, la Israel de Dios.

Estos dos aspectos de la religión son perfectamente distinguibles para Dios, pero no siempre para nosotros.

Una prostituta no se distingue ni en la naturaleza ni en la forma de una mujer honesta. Ambas son mujeres. Por eso, la prostituta puede engañar haciéndose pasar por honesta.

La parte carnal de la tradición de la Iglesia, la Israel de Dios, es un enemigo no declarado, que oculta sus más depravados propósitos y adultera y persigue la Verdad, así como Herodes persiguió al Niño. 

Es la Sinagoga de Satanás, la Antigua Serpiente, dentro de la Santa Iglesia Católica, la Israel de Dios. ¡Tenemos derecho a defendernos!

La parte fiel de la Iglesia solo se salvará por milagro de Dios. El auxilio y protección de nuestra fe pronto solo será el que provea la soledad de la familia. En el amor de la familia se puede preservar la unidad de la fe.

¡Qué esto sirva como guía para saber qué hacer para agradar a Dios en estos últimos tiempos!

Si los días no fueran acortados, nadie se salvaría. Pedir que la venida de Nuestro Señor Jesucristo sea lo más pronto posible. Amar, y amar mucho, su venida. 

Gritar, y bien alto, desde los tejados, que Nuestro Rey está viniendo. ¡Esto no es Milenarismo, sino Parusía! ¡La Parusía, un Dogma de la Iglesia Católica, la Israel de Dios, que hoy es el más olvidado!

No dejarse engañar. Pedir explicaciones a los pastores sobre los errores. Muchas veces no sabrán qué contestar. Huir de quien propaga el error, para protegerse, como hizo la Sagrada Familia para proteger a la Verdad, Nuestro Señor Jesucristo.

Aceptar el doloroso abandono de familiares y comunidades, pues se les acusará de división. Pero separarse del error es necesario, y hay que dar cuentas a Dios si uno no se separa. Ser valientes. ¡Salid de la Babilonia, pueblo mío!

Y avanzar más y más en la pureza de la fe, porque aún en la soledad seremos perseguidos por la riada sucia y torrentosa y cruelísima de los “ciegos” (cf. Apocalipsis III, 17), como los llama la Iglesia de Laodicea.

¡Examinad los espíritus!

La religión pervertida y tomada por el judaísmo promete la felicidad y el reino en este mundo; la otra, la religión verdadera, la Israel de Dios, espera a Jesucristo para que sea su Rey.

¿Qué es lo que Dios piensa de este mundo? “Pues, va a ejercer juicio sobre con fuego, y con su espada sobre toda carne; y serán muchos los que perecerán por la mano de Dios” (Isaías 66, 16). Lo estamos viendo en California. 

Fue fundada católica, por el misionero franciscano Junípero Serra. ¡Fue la Sagrada Eucaristía la que puso los primeros pasos en las tierras donde se encuentra la perversa Hollywood!

Hoy California es una cueva de víboras, que merecen ser quemadas: Lujuria, perversión, estafa, judaísmo, masonería, satanismo... ¡Es bueno para los que tenemos que arrepentirnos que Dios nos muestre sus juicios!

¡Tened cuidado! Dos estarán en un lecho; uno será elegido, y otro será dejado. Dos estarán en un campo, uno será tomado, y el otro será dejado…

El tesoro más preciado que nos queda será la pureza de la fe mantenida en la Familia Católica. La legítima angustia del verdadero católico no es ya conservar e imitar el pasado glorioso de la Iglesia sino conservar intacta la fe de su familia, con la que se juega la vida eterna de sus miembros. 

¡Oh, Jesús, locura no haberte amado tanto! Cuando vuelvas, ¿hallarás Tú la verdadera fe en la tierra, siendo que tus pastores juegan con el error?

En cuanto a la protección de la fe, permanece en el seno de tu familia “hasta que Yo te avise” (San Mateo II, 13). El aviso de Dios es claramente la Parusía. 

Solo cuando Nuestro Señor Jesucristo venga estaremos libres de peligro. ¡Permanece en tu familia hasta que Yo vuelva!

¡Si me equivoco, me retracto! ¡Ven Señor Jesús, no tardes más!

Sagrada Familia – Colosenses III, 12-17 – San Lucas II, 42-52. Conmemoración del Domingo I de Epifanía Romanos XII, 1-5 – San Lucas II, 42-52. 2025-01-12 – Padre Edgar Iván Díaz