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San Pedro - Giovanni Bonatti - Siglo XVII |
Pedro, Apóstol. Primer Papa. Primera Carta Encíclica de la Santa Iglesia Católica. San Pedro expone la Fe de los Apóstoles, sin la cual no hay salvación.
Es una Carta Encíclica, es decir, va dirigida a la Iglesia Universal: “Pedro, Apóstol de Jesucristo, a los cristianos de la diáspora en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1 Pedro I, 1). Como extranjeros, los cristianos se encuentran dispersos por el mundo.
San Pedro comienza su Carta Encíclica exponiendo el misterio de la Santísima Trinidad: “Elegidos conforme a la presciencia de Dios Padre” (1 Pedro I, 2). El Padre nos eligió.
El Hijo nos roció con su Sangre: “Para obedecer a la fe (a Jesucristo) y ser rociados con su Sangre” (1 Pedro I, 2). El Hijo nos rocía con su Sangre en el Sacrificio de la Santa Misa para que le obedezcamos por la fe.
Y el Espíritu Santo es quien nos santifica aplicándonos los méritos de Jesús que son la prenda y el germen de nuestra herencia incorruptible: “…por la santificación del Espíritu (Santo)” (1 Pedro I, 2).
Exposición para refutar al mundo de la Antigua Serpiente, Satanás, la Sinagoga de Satanás, quien negaría la Santísima Trinidad. Luego vinieron los Protestantes, que siguen a la Serpiente en la negación de la Trinidad.
En esta Encíclica demuestra también San Pedro la Infalibilidad en lo ordinario. Nunca hizo San Pedro una declaración solemne, y, sin embargo, habló aquí desde su magisterio ordinario de los Dogmas fundamentales de nuestra fe: Santísima Trinidad, y Parusía.
También demuestra esta Encíclica que está íntimamente vinculada desde siempre con el Apocalipsis de San Juan, quien nos desarrolla todos los acontecimientos de los últimos tiempos, la Parusía, su venida como Rey.
San Juan, el Papa de los últimos tiempos, pondrá orden en la Iglesia.
Y San Pedro nos da su primer saludo: “Gracia y paz os sean dadas en abundancia” (1 Pedro I, 2).
“Bendito sea Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo que, según la abundancia de su misericordia, nos ha engendrado de nuevo para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 Pedro I, 3).
Esperanza viva, esperanza sobrenatural. Se espera la transformación gloriosa de nuestros cuerpos. En la Parusía, los Santos en el Cielo esperan la resurrección de sus cuerpos; los Santos vivos, la transformación de sus cuerpos en el arrebato en los aires para ir a recibir a Nuestro Señor Jesucristo.
“Para recibir una herencia incorruptible, que no puede contaminarse, inmarcesible, y que está reservada en los cielos para vosotros” (1 Pedro I, 4). Arrebato en los cielos…
“A quienes la virtud (o poder) de Dios conserva por medio de la fe para que recibáis la salvación que está a punto de manifestarse en los últimos tiempos” (1 Pedro I, 5).
La salvación que se va a manifestar en los últimos tiempos significa para el Apóstol Pedro la gloriosa resurrección de entre los muertos que, a semejanza de la Suya nos traerá Jesús el día de su Parusía, que el mismo Jesús llama el día de Nuestra Redención (cf. San Lucas XXI, 28), y que nos está reservada en los cielos (arrebato), porque desde allí (desde los cielos) “esperamos al Señor que transformará nuestro vil cuerpo conforme al Suyo glorioso” (Filipenses III, 20).
No alcanza a comenzar la Iglesia que ya San Pedro nos habla de los últimos tiempos y de la Parusía. Ésta es la Fe de los Apóstoles que hay que mantener intacta. ¿Cuándo venga, encontrará fe en la tierra?
“Esto es lo que os debe henchir de gozo, si bien ahora, por un poco de tiempo conviene que seáis afligidos con varias pruebas (o tentaciones)” (1 Pedro I, 6).
No hay alegría por la Parusía sino envenenamiento. No hay interés por la Parusía, ni por la primera resurrección, ni por el arrebato. Éstas son las penas que tenemos que soportar: desconcierto y desazón en la Iglesia.
“A fin de que vuestra fe, probada de esta manera, y mucho más preciosa que el oro perecedero —que se acrisola con el fuego— redunde en alabanza, gloria y honor cuando aparezca Jesucristo” (1 Pedro I, 7).
Obediencia a la Verdadera Fe, la Doctrina de los Apóstoles, que incluye la Parusía.
No hay fe firme en la Parusía, se duda aún. Y por eso se intenta aun restaurar este mundo.
Como la mujer de Lot, que se dio vueltas para mirar con añoranza los vicios de su ciudad, se sigue insistiendo en aferrarse a este mundo y a sus vicios, deseándolos con el corazón.
Su condena fue convertirse en una estatua de sal.
¡Ven Señor Jesús!