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Conversión de San Pablo - Murillo |
No es esfuerzo humano convertir a los judíos. Para hacer de un lobo un cordero, y de una serpiente un ave de paz, se requiere de una gracia especial de Dios.
Porque a los enviados profetas y maestros les reciben con dureza de corazón y cruel maltrato hasta matarlos: “A unos mataréis y crucificaréis, a otros azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis …” (San Mateo XXIII, 34).
Así hicieron con el primer Mártir de la Iglesia, San Esteban, profeta, doctor y maestro, enviado por Dios para convertir a los judíos: “Yo voy a enviaros profetas, sabios y escribas…” (San Mateo XXIII, 34).
Y así harán con los Dos Testigos, también enviados por Dios para convertir a los judíos: “La bestia … les hará la guerra, los vencerá, y les quitará la vida” (Apocalipsis XI, 8).
La razón de la dureza de corazón y del maltrato para quien busca hacerles el bien es incomprensible, y es “para que recaiga sobre ellos (los judíos) toda la sangre inocente derramada sobre la tierra” (San Mateo XXIII, 34). ¡Misterio!
Fueron calificados por Jesús como “¡Serpientes, raza de víboras!” (San Mateo XXIII, 33), porque son hombres llenos de veneno y astucia, que envenenan lentamente las mentes con sus perversas doctrinas.
La Tesis Cassiciacum; nuevas tesis como la de la Jurisdicción Ordinaria y Jurisdicción Universal del francés Maxence Hecquard y la de la Supervivencia de Pablo VI; el Conclavismo; y el error introducido por la interpretación alegórica de la venida de Cristo en el Capítulo XX del Apocalipsis, son venenos de la Antigua Serpiente presentes en la Tradición.
“La Serpiente Antigua… el Gran Dragón que es llamado Diablo y Satanás, el engañador del mundo” (Apocalipsis XII, 9) se encarga, a través de sus secuaces de inocular veneno en la sana doctrina.
El error no debe tener cabida, si es que se quiere tener una doctrina inmaculada. El error no puede venir sino del Maligno, la Antigua Serpiente, Satanás y ninguna de estas posiciones teológicas tiene que ver con la verdad objetiva de los designios de Dios.
Si la Tradición sigue así, Nuestro Señor no encontrará fe cuando vuelva a la tierra. No encontrará la verdadera fe, sino una fe distorsionada. Y la distorsión de la fe le conviene al Anticristo.
El Anticristo quiere ser adorado como Dios, y el mayor obstáculo que tiene es la verdadera e inmaculada fe de la Sagrada Tradición de la Iglesia Católica. Por eso, no es de extrañar una infiltración dentro de la Tradición. Es el ecumenismo del Vaticano II dentro de la Tradición.
No hay pruebas de que tal y tal sea un infiltrado, o un lobo, o una serpiente, porque actúan para sociedades secretas. Pero sí podemos desenmascararlos por su errónea teología, según el padre Luigi Villa, y también, en el caso de la Tesis Cassiciacum, por su errónea filosofía.
Así son los enemigos de Dios. Hombres de Iglesia comprometidos con el error, pecado sin perdón, que resiste al Espíritu Santo, porque no se ama la verdad. ¡El pecado de quien permite el error en pos de una falsa paz y unidad!
Refleja esta verdad la durísima pero justísima acusación que San Esteban les hizo a los emponzoñados judíos que lo mataron:
“Hombres de dura cerviz (pertinacia en el error) … incircuncisos de corazón y de oídos (cerrados a la verdad) … Vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo” (Hechos de los Apóstoles VII, 51).
Entre quienes apedreaban a San Esteban se encontraba un joven: “…pusieron los enemigos sus vestidos a los pies de un joven que se llamaba Saulo” (Hechos de los Apóstoles VII, 58).
Este Saulo, perseguidor acérrimo de los cristianos, “que todavía respiraba amenaza y muerte” (Hechos de los Apóstoles IX, 1) fue después el Apóstol San Pablo, el Doctor de los Gentiles.
Tal hijo de la Serpiente era San Pablo. Hacía falta para convertirlo, una gracias de Dios especialísima.
La de San Pablo fue una conversión sin preparación psicológica alguna: “Fui prendido por Cristo” (Filipenses III, 12). Vio a Cristo resucitado (Cf. 1 Corintios XV, 8). Humanamente, ver a Dios es una experiencia incomprensible.
“Duro es para ti dar coces contra el aguijón” (Hechos XXVI, 14), le dijo Jesús, lo que equivale a decir que no tendría posibilidad alguna de resistir la voluntad de Dios. Cuando Dios quiere positivamente algo nadie se lo puede impedir.
Dios quiere la conversión de los judíos, como quiso la de San Pablo. Y esto es porque Dios tiene un especial plan de salvación en los últimos tiempos a través de ellos.
Será entonces la conversión de los judíos, un milagro de la gracia, un prodigio de la particular elección de Dios, un cambio radical, que no se explicará naturalmente, como lo fue la de San Pablo.
A partir de su conversión San Pablo fue enviado a presentarse ante el obispo de Damasco, San Ananías, para recibir de él el bautismo: “Levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer” (Hechos de los Apóstoles IX, 6).
Y así hará Nuestro Señor con los convertidos judíos. Los enviará ante la Iglesia para ser bautizados: “Ananías … le impuso las manos a San Pablo … (y quedó) lleno del Espíritu Santo. Al instante … recobró la vista … y fue bautizado” (Hechos de los Apóstoles IX, 17-18).
Así como San Pablo fue un instrumento escogido para llevar el Evangelio a los gentiles, lo serán también los judíos convertidos para llevar el Evangelio en los últimos tiempos: “Un instrumento escogido es para mí … a fin de llevar mi nombre delante de naciones y reyes, e hijos de Israel …” (Hechos de los Apóstoles IX, 15-16).
Tendrán que hablar sobre Jesucristo ante las naciones, sus reyes, y los hijos de Israel. Esto causará conmoción en el mundo, que creerán que la Iglesia Católica está totalmente derrotada. Los reyes son los diez reyes de Daniel (cf. Daniel VII, 24), de donde saldrá el Anticristo.
Hoy se está viendo el intento de agrupar los territorios para conformar estos diez reinos del Anticristo, lo que está perfectamente de acuerdo con las profecías de Daniel.
En 1968 el Club de Roma, un grupo de pensamiento supuestamente para el bienestar de la humanidad, propuso, junto a las Naciones Unidas, una división del mundo en diez regiones para poder más fácilmente manejarlas.
La región número uno es Estados Unidos. Y hoy hay un intento de anexar Groenlandia, Canadá y México a esta región. Esto es ya estar programándose para el Anticristo.
Los judíos convertidos, al igual que San Pablo, predicarán celosamente la verdadera doctrina de Nuestro Señor ante los reyes que gobernarán estas diez regiones, que además del poder civil, tendrán también el poder religioso. Cada región contará con su sinagoga.
Por eso, los judíos convertidos que predicarán el Evangelio “serán entregados a las sinagogas y a las cárceles, ante reyes y gobernadores por causa del Nombre de Jesús” (San Lucas XXI, 12).
Y el Espíritu Santo hablará por boca de ellos, porque ya tendrán el Espíritu Santo después de haber sido bautizados por la Iglesia: “Mas cuando os entregaren, no os preocupéis de cómo o qué hablaréis … Porque no sois vosotros los que habláis, sino que el Espíritu de vuestro Padre es quien habla en vosotros” (San Mateo X, 19-20).
No obstante haber sido llamado directa y extraordinariamente por Nuestro Señor, sin ser de los Doce Apóstoles, San Pablo recibió dos imposiciones de manos.
La primera, su bautismo y confirmación, por la efusión del Espíritu Santo, como ya dijimos, y la segunda, su consagración episcopal, para separarlo destinándolo a un apostolado especial:
“‘Separadme a Bernabé y Saulo—dijo el Espíritu Santo a la Iglesia de Antioquía—para la obra a la cual los tengo elegidos’. Entonces… les impusieron las manos y los despidieron” (Hechos de los Apóstoles XIII, 1-3).
Semejantemente, algunos de los judíos convertidos serán llamados también al orden sacerdotal y episcopal. Casi seguramente Elías y Moisés, ordenados y consagrados por San Juan, el Papa de la Parusía.
Posteriormente, San Pablo consagró Obispo a Timoteo: “…reaviva el carisma de Dios que por medio de la imposición de mis manos está en ti” (2 Timoteo I, 6). Le recuerda el día de su consagración a Dios.
Así, el mensaje de San Pablo a Timoteo es bien actual para los obispos de la Tradición. Por haber imprudentemente perdido la fe en una pendiente fatal, y por haberse convertido su culto en un puro formalismo, en una cuestión de ostentación llena de hipocresía, serán duramente castigados si no reavivan el carisma de Dios en ellos.
¿Quién sabe si los Dos Testigos y San Juan, cuando vengan, les encontrarán dignos de su oficio de Obispo? ¿Quién sabe si les ratificarán su consagración? Hoy, así piensan que les sucederá a los obispos los más fieles cristianos en Francia.
Porque persiguen la verdad. Y quitan la vida a los verdaderos discípulos, creyendo hacer un servicio a Dios: “vendrá tiempo en que cualquiera que os quite la vida creerá hacer un obsequio a Dios” (San Juan XVI, 1-2).
La hostilidad de los infiltrados judíos es particularmente contra la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo: “... estos obran contra los decretos del César, diciendo que hay otro rey, Jesús” (Hechos de los Apóstoles XVII, 5-7).
Recriminan el mismo crimen que los jerarcas judíos le reprocharon a nuestro Señor ante el tribunal de Pilato: ¡Éste dice ser el Rey de los Judíos! (cf. San Mateo XXVII, 37). Se oponen a la realeza de Cristo.
El misterio del Reino de Nuestro Señor resucitado los exaspera en extremo, y como contra San Esteban, arrojan piedras hasta matarlo.
Los pastores necesitan convertirse, como San Pablo y no hay conversión porque no se la pide. Y San Pablo le dio al Obispo San Timoteo, Mártir, en su fiesta del viernes pasado, Enero 24, la semblanza de un verdadero pastor:
“Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y anda tras la justicia, la piedad, la fe (la verdadera e inmaculada), la caridad (que formaliza la fe), la paciencia (la humildad), y la mansedumbre (la conversión) (1 Timoteo VI, 11).
Huye de los compromisos con el error. Anda tras la justicia que es la venida de Nuestro Señor. ¡Es justo que venga a reinar! Por gracia de Dios hoy podemos gozar de la verdadera doctrina afirmada desde el principio de la Iglesia por San Policarpo, Obispo y Mártir, cuya fiesta es hoy, Enero 26.
Siendo discípulo de San Juan nos transmitió fielmente su enseñanza sobre la venida de Nuestro Señor, lo cual es justicia: “Todo aquel que no practica la justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Juan III, 10). Sin justicia y sin fe estamos perdidos.
Y la semblanza de un justo pastor continúa:
“Lucha la buena lucha de la fe; arrebátate la vida eterna, para la cual fuiste llamado, y de la cual has dado muy buen testimonio delante de muchos testigos... “Te ruego, en presencia de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que ante Poncio Pilato dio testimonio sobre la verdad...
Ante Pilato Nuestro Señor hizo la majestuosa declaración de sus derechos a la realeza (cf. San Juan XVIII, 36).
“(Te ruego) que guardes lo mandado sin mancha y sin que puedas merecer reproche hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo...
¡Guardar sin mancha la doctrina! Porque Él es el Príncipe de los Pastores y cuando aparezca traerá para los que hayan sido fieles la corona inmarcesible (cf. 1 Pedro V, 4),
“...que a su tiempo hará manifiesto el Santo y el Soberano, el Rey de reyes y Señor de los señores; el único que es inmortal, y que habita en una luz inaccesible: a quien ningún hombre ha visto ni podrá jamás ver. ¡A Él sea honor y poder eterno! Amén” (1 Timoteo VI, 12-16).
Nuestro Señor se hará manifiesto en la Parusía “con gran poder y gloria” (San Lucas XXI, 27) y visible a todos (Apocalipsis I, 7) “como el relámpago fulgurando desde una parte del cielo resplandece hasta la otra” (San Lucas XVII, 24). ¡Y muchos se golpearán el pecho por no haber creído en sus Palabras!
¡Rey de reyes, y Señor de señores! (Apocalipsis XIX, 16).
¡Ven pronto Señor Jesús!
Si nos equivocamos nos retractamos. Amén.
Domingo III post Epiph – Romanos XII, 16-21 – San Mateo VIII, 1-13 – 2025-01-26 – Padre Edgar Iván Díaz
Sermón de la Fiesta de la Conversión de San Pablo, Apóstol – Enero 25 – Hechos de los Apóstoles IX, 1-22 – San Mateo XIX, 27-29