sábado, 1 de febrero de 2025

La Candelaria o la Purificación - ¿Quién podrá soportar el día de su venida? - Padre Edgar Iván Díaz

¿Quién podrá soportar su venida?

Los pocos versículos del Profeta Malaquías, que la Santa Iglesia nos presenta en esta Misa, hablan del Día del Señor, y de la Purificación de los Sacerdotes, y del Culto, y nos llevan hacia el Sacrificio de Justicia, la verdadera Santa Misa, en en Templo de Jerusalén.

El Texto de Malaquías ubicado en la Fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María y de la Presentación del Niño Jesús es muy apropiado. En los brazos de su Madre, el Niño Jesús entra en su Templo y lo purifica (cf. San Lucas II, 22). 

Dios no quiere más los sacrificios del Antiguo Testamento, de novillos y carneros cebados, sino el Sacrificio de la Pasión de su Hijo en la Cruz, conmemorado en el Sacrificio Incruento de la Santa Misa, una ofrenda grata a Dios.

¡Cuánto debemos estar preparados para estar de pie en el Día del Señor, que entra en el Templo, al que de repente vendrá!

Y de repente vendrá a su Templo el Señor… el Ángel de la Alianza…” (Malaquías III, 1).

El nombre del profeta significa ángel. En efecto, Malaquías significa “Mensajero Mío” o “Ángel del Señor”, según la versión griega, y así, Malaquías es el ángel que precedió, en el Antiguo Testamento, al “Ángel de la Alianza”, Nuestro Señor.

Cuatro siglos más tarde “el ángel Malaquías” fue sucedido por el Precursor de Nuestro Señor Jesucristo en su primera venida, quien es llamado también “ángel”, y es a quien se refiere el texto: 

“He aquí que envío mi ángel que preparará el camino delante de Mí…” (Malaquías III, 1).

Es San Juan el Bautista, que según Nuestro Señor, es el último y mayor profeta del Antiguo Testamento, cuando dijo: 

“La Ley y los Profetas llegan hasta Juan (el Bautista)” (San Lucas XVI, 16).

También anunció Malaquías la venida de otro precursor de Nuestro Señor, pero esta vez precursor de su segunda venida: 

“He aquí que os enviaré al profeta Elías, antes que venga el día grande y tremendo de Dios (Malaquías IV, 5).

Se distingue esta venida de Elías en persona, para preparar el pueblo para la Parusía del Señor, uno de los Dos Testigos enviados por Dios para esta tarea (cf. Apocalipsis XI, 3), de la venida de San Juan Bautista, que vino “con el espíritu y la virtud de Elías” (San Lucas I, 17), como precursor de Nuestro Señor, en su primera venida.

Entonces, Dios, a través del profeta Malaquías, anuncia el reino de los cielos traído por “el Señor”, y a su pregonero en su primera venida, el ángel San Juan Bautista, y a su pregonero en su segunda venida, Elías.

El nombre de “El Señor”, o, según la Vulgata, “El Dominador”, que el profeta Malaquías le da a Jesucristo, significa su realeza (cf. Miqueas V, 2). Nuestro Señor es Rey.

En su Retorno triunfante, es llamado “Rey de reyes y Señor de señores”: 

“Y los diez cuernos que viste son diez reyes que aún no han recibido reino… mas con la bestia (el Anticristo) recibirán potestad como reyes por espacio de una hora…” (Apocalipsis XVII, 12).

Recordemos, que ya lo hemos dicho, que según el Club de Roma el reino número uno es Estados Unidos, con México, Canadá y Groenlandia anexados. Esta profecía de los diez reinos previos al Anticristo se está ya llevando a cabo, al menos, en el intento.

¡Potestad por el espacio de una hora! Así de efímero es el poder de estos poderosos. ¡El Apocalipsis nos alivia y nos da un respiro!

“Estos (diez reyes) tienen un solo propósito: dar su poder y autoridad a la bestia (al Anticristo) (Apocalipsis XVII, 13). ¡Ninguno de estos reyes será un salvador o un hombre de paz!

“Estos (diez reyes) guerrearán con el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes; y (vencerán) también los suyos (los del Cordero), los llamados y escogidos y fieles” (Apocalipsis XVII, 14), que serán los que reinarán con Jesucristo por mil años (cf. Apocalipsis XX, 4-6).

El Cordero los vencerá, sin duda. En su triunfante aparición, Cristo es declarado soberano de los que imperan; su ejército de escasos escogidos y fieles, que reinarán con Él por el espacio de mil años, opuesto al de la bestia (el Anticristo), será victorioso (cf. Apocalipsis XIX, 16).

Nuestro Señor es llamado “Ángel de la Alianza”, y esto nos hace pensar en el Ángel de la Antigua Alianza, que condujo al pueblo de Israel de Egipto y en quien se puede ver con San Judas al mismo Jesucristo: 

“Habiendo rescatado de la tierra de Egipto al pueblo, hizo después perecer a los que no creyeron” (Judas I, 5).

Nuestro Señor es, pues, para Malaquías, el “Ángel de la Nueva Alianza”, así como también “El Rey de reyes, y Señor de señores”.

Es el “Ángel de la Nueva Alianza” predicho por Jeremías: 

“He aquí que vienen días, dice Dios, en que haré una nueva alianza con la casa de Israel, y con la casa de Judá…” (Jeremías XXXI, 31). 

Nueva alianza que hasta el día de hoy Israel rechaza, por haber rechazado a Jesucristo.

En la Carta a los Hebreos San Pablo les recuerda a los judíos esta predicción de Jeremías: 

“Porque si aquella primera (alianza) hubiese sido sin defecto, no se habría buscado lugar para una segunda… ‘He aquí que vienen días, dice el Señor, en que concluiré una nueva alianza…” (Hebreos VIII, 7-8). 

Para eso, “He aquí que viene…” (Malaquías III, 1) el “Señor”, el “Ángel de la Nueva Alianza”. 

Entre los primeros cristianos, así se saludaban: “He aquí que viene…” (Malaquías III, 1), o, en arameo, “Maranatha”, como nos enseña la Didajé.

Y así oraban también: “Maranatha”, “He aquí que viene…” (Malaquías III, 1).

Seríamos mucho más afortunados si nos saludáramos hoy así, entre los Obispos, entres los sacerdotes, entre los fieles… porque “si alguno no ama al Señor, sea anatema. ¡Maranatha!” (1 Corintios XVI, 22).

¡Que el Espíritu Santo nos enseñe a usar con Nuestro Señor Jesucristo esa hermosa y breve expresión: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis XXII, 20), muy olvidada entre nosotros!

Sobre el gran misterio de la Parusía como asunto de predicación y objeto de nuestro constante anhelo, dice el Catecismo Romano:

“Esta segunda venida se llama en las Santas Escrituras el “Día del Señor”, del cual el Apóstol habla así: ‘El Día del Señor vendrá como ladrón en la noche’ (1 Tesalonicenses V, 2)”

Es decir, dicho texto no se refiere a la muerte (propia), como muchos creen, señala Straubinger.

Y agrega el Catecismo: 

“Toda la Sagrada Escritura está llena de testimonios… que a cada paso se ofrecen a los párrocos, no solamente para confirmar esta venida, sino aun también para ponerla bien patente a la consideración de los fieles; para que, así como aquel Día del Señor en que tomó carne humana, fue muy deseado de todos los justos de la Ley Antigua desde el principio del mundo, porque en aquel misterio tenían puesta toda la esperanza de su libertad, así también después de la muerte del Hijo de Dios y de su Ascensión al cielo, deseemos nosotros con vehementísimo anhelo el otro Día del Señor esperando el premio eterno y la gloriosa venida del gran Dios”. 

¡Son palabras del Catecismo Romano!

¿Qué obispo hoy pone bien patente la Parusía a la consideración de los fieles? ¡Ninguno!

Un día veremos realizarse el anuncio: 

“Ved, viene con las nubes, y le verán todos los ojos, y aun los que le traspasaron (los judíos); y harán luto por Él todas las tribus de la tierra. Sí, así sea” (Apocalipsis I, 7). 

Se golpearán el pecho, como las cinco vírgenes imprudentes que se perdieron de entrar a las bodas junto con el Esposo por ir tarde a comprar aceite (cf. San Mateo XXV, 10-13).

Y el Señor Jesús reinará con los santos del Altísimo, según nos enseña el profeta Daniel: 

“Hasta que vino el Anciano de días y el juicio fue dado a los santos del Altísimo y llegó el tiempo en que los santos tomaron posesión del reino” (Daniel VII, 22), y su reino no tendrá fin (cf. Salmo 2, 8).

Así lo enseña Monseñor Straubinger en su Biblia, con Nihil Obstat e Imprimatur, en la nota al versículo 20 del capítulo 22 del Apocalipsis. 

Ésta es la insuperable felicidad a que aspiramos y que esperamos y que muy especialmente deseamos a todos los cristianos, que Dios les haga la gracia de repetir de veras este último llamado a Nuestro Señor, ¡Ven Señor Jesús!, en el silencio gozoso de su corazón.

El Señor viene con las nubes, lo cual es señal de la cosecha y la vendimia final de Israel, por medio de sus ángeles: 

“¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién es el que podrá mantenerse en pie en su epifanía?” (Malaquías III, 2).

En el día de su venida comenzará a juzgar a su pueblo. Vendrá como un fuego purificador que separa en la Israel de Dios la escoria de la plata. 

Nuestro Señor se dirigirá ante todo contra los ministros sagrados, por su conducta infame, por su compromiso con el error y la mentira, por haber aceptado medios malos para hacer el bien, por haber creído que el fin justifica a los medios.

Y los purificará por el castigo, de modo que sus sacrificios sean de nuevo agradables a Dios: 

“Pues será como fuego de acrisolador, y como lejía de batanero. Se sentará para acrisolar y limpiar la plata; purificará a los hijos de Leví (los sacerdotes), y los limpiará como el oro y la plata, para que ofrezcan a Dios sacrificios en justicia (Malaquías III, 2-3).

¡Para extraer el oro, se debe primero fundir el crisol. Llegado el momento, Uno solo pondrá fin a la partida. Y el final está cerca!

El sacrificio en justicia es la Santa Misa, a perpetuidad, de San Pío V, no la adulterada que introdujo Roncalli, alias Juan XXIII, ni la falsa de Montini, alias Pablo VI.

Mucho menos la verdadera Misa estando en comunión con los herejes, como sucede hoy con la Fraternidad. ¡Vaya! ¡Comunión con los herejes en lo más santo que Dios nos dejó!

A los sacerdotes que celebraron en comunión con los herejes anteriores a Bergoglio, y que ahora, por causa de éste, lo dejaron de hacer, va dirigida la purificación. 

¡Los que estaban en comunión con Ratzinger, alias Benedicto XVI, no sirven a la Iglesia Católica, sino a la iglesia falsa del Vaticano II!

¿Dónde están los Obispos y sacerdotes que de esta barbaridad nunca dan explicaciones? Son sepulcros blanqueados... 

¿Por qué no dan explicaciones sobre la Tesis de Cassiciacum, herética y antiparusía, o porqué la permiten sabiendo que es un error?

Enseña San Gregorio que es preferible un escándalo a comprometer la verdad.

¡Ay de vosotros fariseos... que agobian a los demás con cargas abrumadoras... que reedifican sepulcros para los profetas que asesinaron...! (cf. San Mateo XXIII, 23-39).

¡Retráctense, pidan perdón públicamente! ¡Ay de ellos!

Ya no más en el Templo los sacrificios que no le agradan a Dios:

“No traigáis más vanas ofrendas; abominable es para Mí el incienso; no aguanto más las neomenias ni los sábados, ni las asambleas solemnes pues son asambleas solemnes con crimen. Mi alma las aborrece... me son una carga, cansado estoy de soportarlas. Cuando extendéis vuestras manos (cuando el sacerdote extiende las manos para consagrar), cierro ante vosotros mis ojos, y cuando multiplicáis las oraciones, no escucho; vuestras manos están manchadas de sangre. Lavaos, purificaos; quitad de ante mis ojos la maldad de vuestras obras; cesad de obrar mal. Aprended a hacer el bien, buscad lo justo, poned freno al opresor, haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda” (Isaías I, 13-17).

Los sacerdotes y obispos abandonaron los principios:

“En los últimos tiempos habrá quienes apostatarán de la fe, prestando oídos a espíritus de engaño y a doctrina de demonios” (1 Timoteo IV, 1). ¡Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo! (San Jerónimo).

Pervertidores de conciencia, a través de una doctrina diferente:

“Porque los tales son falsos apóstoles, obreros engañosos que se disfrazan de apóstoles de Cristo (2 Corintios XI, 13).

Inventan nuevas doctrinas: “Un Papa solo es infalible cuando habla ex cathedra...”. ¡Eso es falso! Es infalible siempre, tanto cuando proclama una definición, un nuevo dogma de fe, como cuando habla ordinariamente.

Una vez purificados los sacerdotes, serán limpios también sus sacrificios, el culto, y su vida sacerdotal. Luego, en Jerusalén se volverá a celebrar la verdadera Santa Misa:

“Porque ya es tiempo en que comienza el juicio por la casa de Dios. Y si comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al Evangelio de Dios?” (1 Pedro IV, 17).

La Casa de Dios, la Israel de Dios, es la primera en ser purificada, primera en ser sometida a juicio, y esto es así por causa del inicio de los últimos tiempos, después de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, explica Monseñor Straubinger en la nota a 1 Pedro IV, 17: 

“Os he dicho esto para que no os escandalicéis” (San Juan XVI, 1). 

La persecución viene de donde menos podría esperarse. Viene de los Obispos y de los sacerdotes de la misma Tradición. ¡No os escandalicéis!

¡Gran obra de misericordia y caridad es llamarles a la atención y hacerles ver su error!

San Basilio dice que “Dios comienza a juzgar a los cristianos por medio de tribulaciones y persecuciones”, por lo cual, concluye Monseñor Straubinger en la nota a 1 Pedro IV, 17, sería ilusorio que esperásemos ahora el triunfo que solo está anunciado para cuando aparezca la gloria de Jesús: 

“Alegraos, pues, en cuanto sois partícipes de los padecimientos de Cristo, para que también en la aparición de su gloria saltéis de gozo” (1 Pedro IV, 13), 

“…a fin de que nos gocemos también con júbilo—afirma el Santo Padre Pío XII, en su Encíclica sobre el Cuerpo Místico de Cristo—cuando se descubra su gloria (la Parusía)”.

¡Y será grata la ofrenda! 

“Y será grata a Dios la oblación de Judá y de Jerusalén, como en los días primeros y como en los tiempos antiguos” (Malaquías III, 4).

Y porque la ofrenda será ya grata a Dios:

“Los conduciré a mi santo monte, y los llenaré de gozo en mi Casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán gratos sobre mi altar: porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56, 7).

Porque la ofrenda de todos los pueblos será entonces la ofrenda de justicia, la Verdadera Santa Misa, la codificada por San Pío V.

¡La barca estará siempre firme! El Introito de la Misa del Cuarto Domingo de Epifanía dice: ¡Adorad a Dios todos los ángeles! ¡Lo oyó Sión y se alborozó! ¡Regocíjense las hijas de Judá! ¡El Señor reina ya!

“¿Por qué teméis hombres de poca fe?” (San Mateo VIII, 26).

“¿Quién es Éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (San Mateo VIII, 26).

Igualmente hoy, los Obispos parecen no tener fe. Se apartan de Jesucristo, le temen: ¿Quién es Éste para que venga a reinar?

Si nos equivocamos, nos retractamos. ¡Bendita purificación, que nos hace ser justos ante Dios!

¡Ven Señor Jesús! No tardes… Amén.

La Candelaria o Fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María – 2025-02-02 – Malaquías III, 1-4 – San Lucas II, 22-32 – Padre Edgar Iván Díaz – Conmemoración del Domingo IV después de Epifanía

La Candelaria o la Purificación - ¿Quién podrá soportar el día de su venida?