sábado, 30 de enero de 2021

Dom in Septuagesima – San Mateo XX, 1-16 – 2021-01-31 – Padre Edgar Díaz

Parábola de los Obreros de la Viña (San Mateo XX, 1-16)
Rembrandt


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No hay nada más angustioso para el cristiano que el misterio de su propia salvación. El destino último del hombre puede llamar a la puerta en cualquier momento, porque solo le pertenece a Dios, y solo a Él.

El domingo de Septuagésima inicia la preparación para la Cuaresma, preparación para la preparación, porque a la Cuaresma no se debería llegar sin antes haber planeado el sacrificio, el ayuno, y la penitencia a hacer durante esos cuarenta días.

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Sucintamente, el contexto inmediato de la parábola de hoy nos habla de las recompensas que esperan a los que oyen y siguen a Nuestro Señor Jesucristo: al joven rico se le promete: “tendrás un tesoro en el cielo” (San Mateo XIX, 21); y ante la dificultad de que un rico se salve se añade: “mas para Dios todo es posible” (San Mateo XIX, 26).

Y a todo aquel que deje todo por seguirlo, como los Apóstoles, se le ofrece un premio doble: ya aquí en la tierra, y, ciertamente, el cielo: “en la regeneración (reino futuro de Jesús en la tierra), cuando el Hijo del hombre se siente sobre su trono… juzgaréis a las doce tribus de Israel. Y… recibirá el céntuplo (premio terrenal) y la vida eterna (premio celestial)” (San Mateo XIX, 28-29).

Por eso la parábola, lejos de ser intimidadora, es esperanzadora.

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La parábola esta enmarcada por una expresión que es realmente sorprendente: “Muchos primeros serán los últimos; y muchos últimos serán primeros” (San mateo XIX, 30); y termina con el mismo marco, pero invertido: “Así los últimos serán primeros, y los primeros, últimos” (San Mateo XX, 16)

El textus receptus griego no trae el final del versículo 16: “Porque muchos son los llamados, mas pocos los escogidos”, expresión que encontramos al final de la parábola de las bodas nupciales, en San Mateo XXII,14. Pero en XX, 16 la expresión es atestiguada por importantes códices, como el de Paris, el de Cambridge, y el de Washington, entre otros. La Vulgata incluye esta expresión, por eso la tenemos en el Evangelio que hoy nos presenta la Liturgia de la Iglesia.

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El padre de familias es Dios quien desde el momento en que comenzamos a tenemos uso de razón nos convida, como desde el principio del día, a trabajar en su viña, esto es, a cultivar nuestra alma, por el ejercicio de las virtudes. Se concierta con nosotros en el salario, es decir, en darnos su gloria al final de nuestra vida.

Llama la atención el hecho de que todos reciban “el mismo salario”.

Es que el reino de los cielos no puede dividirse, y su participación es siempre un don libérrimo de la infinita misericordia de Dios, aunque condicionado por nuestro querer conseguir la vida eterna. Dios, en justicia, y por generosidad, nos dará el lugar que nos corresponde, y no podríamos, de ninguna manera, cuestionarle.

Muchos piensan mal de Dios porque no lo aman. Creen que es injusto. El cristiano que sabe estar en la verdad frente a la apariencia, mentira y falsía que reina en este mundo tiranizado por Satanás, es capaz de pensar bien de Dios. La parábola de los obreros de la viña nos enseña, pues, a pensar bien de Dios.

El obrero de la última hora pensó bien de Dios, pues esperó mucho de Él, y recibió lo que esperaba. Pensar bien de Dios es fundamental para la fe, puesto que no se puede construir un vínculo con Él si creemos que Dios nos va a explotar como a un peón. 

Dios aprecia, más que todo, las disposiciones del corazón. De ahí que el pecador arrepentido encuentre siempre abierto el camino de la misericordia y del perdón en cualquier momento de su vida.

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En otro orden, sin duda, la parábola habla también de nuestra vocación como gentiles, en contraposición con la vocación de los judíos. Nuestra posición como gentiles no es menos ventajosa que la de los judíos por ser tardía. Dios nos hace pensar bien de su Corazón de Padre que se valió de las faltas de unos y de otros para compadecerse de todos (cf. Romanos XI, 30-36).

La enseñanza de la parábola es, pues, evidentemente controvertida y va en contra de las pretensiones de los judíos de tener una superioridad sancionada para siempre y por toda la eternidad sobre todos los pueblos.

Los judíos eran el pueblo elegido, el pueblo de la promesa, y el pueblo de los privilegios divinos: es verdad. Pero, un privilegio no puede terminar en una pretensión y en una insolencia: en lugar de considerarlo como un don y una gracia, el orgullo se lo apropió como un derecho, y en vez de tomarlo como un favor de benevolencia, se lo consideró como un título, preferiblemente para mirar con desprecio a los que no lo tienen. 

Los judíos de la época de Jesús, y desde muchos siglos antes, estaban en esta situación, y no tenían escrúpulos en llamar a los paganos con el epíteto de “perros”: así como los hijos de las clases altas, viciados por las comodidades y la idea que tienen de su condición, los judíos consideraban a los otros pueblos como raza maldita e inmunda, despreciables, y que solo sirven para sus intereses. 

Esto continúa sucediendo aún hoy, y, a nuestro entender, es la clave para descifrar la situación hodierna del mundo. El espíritu por el cual se mueve el judaísmo oficial no es ciertamente el de Dios, sino, por el contrario, el de Satanás, y se manifiesta principalmente a través de las instituciones judaicas que dominan al mundo, la Sinagoga de Satanás. 

La persecución es mandatoria en el judaísmo. En general, persecución de todo el mundo, y en especial, de la Iglesia Católica. Tienen por lema lo mismo que dijeron a San Pablo convertido: ¡Quita de la tierra a semejante hombre! ¡No merece vivir! (Hechos de los Apóstoles XXII, 22)

Tal es el odio y el desprecio hacia el Catolicismo que ya no hay lugar para él en el mundo. Se proponen hacerlo desaparecer, así como hicieron desaparecer a Jesús, y así demostrar que Jesús no es el Mesías, y que el Catolicismo se equivocó. El mismo odio y desprecio de Satanás por Jesús, Cabeza de la Iglesia, hace la vida imposible de su Cuerpo Místico en el mundo.

No se percataron los judíos de no ofuscar y de no olvidar el atributo fundamental de Dios, que es el de su paternidad universal hacia todos los hombres, que Él creó igualmente a su imagen y semejanza. Además, se olvidaron de la sublime misión que se les había confiado, la tarea de preparar la salvación del mundo entero, de la familia humana universal, con la venida del Salvador.

La parábola los saca, pues, de esa ilusión grosera y conduce el problema de la salvación del hombre a su plano de misericordia y gratuidad absolutas. El título único y esencial para la recompensa final es la correspondencia con el llamado de la gracia en cualquier momento de la vida, para todo hombre, en cualquier época del mundo. 

Los primeros trabajadores de la viña en la mañana temprano son los judíos, y precisamente estos se quejan del criterio de retribución de Dios. En la parábola están identificados, por tanto, cara a cara con Dios, sobre la base de la igualdad con los demás pueblos, pero le exigen que el privilegio de haber sido llamados los primeros se transforme en un derecho. 

Dios no puede someterse a las mezquinas y delictivas ambiciones de los judíos que han diseminado por doquier su propia historia de infidelidad y traición, y han trastocado su misión como pueblo elegido de Dios, convirtiéndose en rebeldes contra Dios, y asesinos de su Hijo, como afirma la segunda parábola sobre viñadores, que se encuentra en el capítulo siguiente de San Mateo (XXI), y que junto con la parábola del banquete nupcial (XXII), cierra el último ciclo de parábolas que desatan la furiosa rabia de los judíos que llevó a Cristo a la muerte.

Dios no puede ceder a su derecho de Padre de todos los hombres.

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Por eso nuestra parábola, que abre este ciclo de tragedias, contiene un consuelo infinito para todo hombre. A todos Dios quiere salvar. A todos le pide la libre elección, la decisión, y la deliberación de volverse a Él como Padre amoroso, y de convertirse en seguidor de Cristo, como único Salvador.

Pero he aquí que al final del Evangelio de hoy nos encontramos con una expresión que nos desconcierta: “Muchos son llamados, mas pocos escogidos” (San Mateo XX, 16; XXII, 14).

Esta expresión llevó a muchos a pensar que en realidad son pocos los que se salvan. Los Jesuitas fueron los que más han impulsado esta idea. Aunque no necesariamente provino de ellos, la idea predominó, sin embargo, en la predicación de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, e, idea que predomina, se impone necesariamente.

Hoy es común darle a esta expresión esta interpretación jesuita, que es, en realidad, producto de la falsedad de la casuística, es decir, de la manipulación judía farisaica. Esta interpretación hay que descartarla por herética y por peligro de caer en el Calvinismo. Es falsa porque Dios no llama a muchos a salvarse, sino a todos. 

En el ámbito Protestante Calvinista se cree que un signo de predestinación a salvarse son las riquezas. Es por eso por lo que Dios llama a unos a salvarse y los hace ricos, dicen, y a otros a condenarse y los hace pobres. Nada más falso que este concepto judaico que muy bien se arraigó en el mundo inglés y anglosajón. De ahí su desprecio por la Hispanidad (los pobres). Hablamos desde nuestra propia experiencia.

El libro de Job enseña sobre las riquezas, muy particularmente el capítulo XX. No por no tener riquezas eres un maldito, dice Job, y las riquezas van y vienen. Ya habíamos dicho que ante la dificultad de que un rico se salve Jesús respondió que para Dios nada es imposible.

Ya sea, en medio de la riqueza, o en la pobreza, lo que importa es el alma y el culto dado al verdadero Dios. Pero lamentablemente es aquí donde falla la mayoría de los hombres. Por eso, no todos responden al llamado de la salvación, como quiere Dios, y por este motivo, y no porque Dios no lo quiera, se puede conjeturar que sean pocos los que se salvan.

El Infierno es una realidad, y la más triste que existe. No salvarse es ir al Infierno; es perder la posibilidad de ser feliz, de estar con Dios para siempre; Dios, que es la bienaventuranza eterna. El hombre tiene un alma inmortal, y es libre. Pero la elección debe ser bien hecha, en concreto, y no solamente en abstracto. 

Debemos elegir a Dios, como fin último; de lo contrario, se comete un pecado mortal, y por eso el destino es el Infierno. Un pecado mortal consiste en hacer prevalecer un bien creado, que no es Dios, por sobre encima de Dios. Puede ser cualquier creatura concreta: riquezas, honores, o lo que sea.

El pecado consiste, reiteramos, en convertir un bien limitado, en un bien infinito; convertirlo en un dios para mí, es decir, la criatura puesta en lugar de Dios. Dios deja de ser mi fin último, en concreto, aunque en abstracto siga hablando y esperando en Él, y el resultado es el Infierno.

Ahora bien, ¿a qué se refiere la expresión “Muchos son llamados, mas pocos los escogidos”? No a la salvación eterna, como ya dijimos.

Si consideramos la viña de la parábola de hoy como la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, entonces, los operarios son los sacerdotes y los religiosos que entran a la viña para llevar el Evangelio a todos. Muchos son llamados; pero, pocos llegan a ser sacerdotes y/o religiosos. Y de los pocos que llegan a ser sacerdotes, muchos abandonan.

Ésta fue la interpretación histórica de siempre de esta expresión, pero hoy, dada la situación en la que se encuentra la Iglesia, es necesario, si bien, no descartarla del todo, al menos considerarla irrelevante, pues hoy, nada más lejos de la realidad que un hombre tenga vocación sacerdotal, y que tenga la preparación adecuada para ser sacerdote, y que incluso, haya algún obispo que quiera ordenarlo sacerdote. Hablamos desde la propia experiencia.

Es por eso por lo que sería más acertado considerar la interpretación esjatológica. Nos parece la más adecuada por los momentos expectantes que estamos viviendo. De hecho, la parábola se encuentra rodeada por un contexto, como ya dijimos, en el que se habla de “regeneración” y de un premio aquí en la tierra: el Reino Milenario de Cristo iniciado inmediatamente después de su Segunda Venida. 

En los tiempos próximos a venir, la séptima edad, como también se puede llamar al Reino en la tierra, antes de entrar en la octava y gloriosa edad de la beata eternidad, muchos serán llamados, pero pocos escogidos, escogidos para no pasar por la muerte, a los cuales llamamos viadores, para reproducirse, algunos, y para ser sacerdotes de la Iglesia en el Milenio, otros. Por “escogidos o elegidos” se entiende lo que nos dice Jesús: “Y si aquellos días no fueran acortados, nadie se salvaría; mas por razón de los elegidos serán acortados esos días” (San Mateo XXIV, 22).

No será lo mismo estar en el Milenio como viador, en carne y hueso gloriosos, sin haber pasado por la muerte (premio), que como resucitado, aunque con cuerpo glorioso también. San Pablo indica esta condición en el Reino con la expresión “la redención de nuestros cuerpos” (Romanos VIII, 23). La gran dificultad de la expresión muchos llamados, pocos elegidos, se vislumbra algo, y no queda tan oscura. 

Vemos que esta interpretación cobra una significación actual, por un lado, y da una esperanza profética, por otro, así como nos viene diciendo San Ireneo, Doctor de la Iglesia, desde hace ya 1800 años: “diligentemente San Juan (en el Apocalipsis) previó la primera resurrección de los justos y el Reino de Cristo en la tierra”.

Debemos tener entonces perseverancia en la fe, y la fidelidad del pequeño rebaño, reducido a su mínima expresión, que es la Iglesia de los fieles dispersos por el mundo que se encuentran prácticamente sin sacerdotes.

Que la Santísima Virgen María nos ayude a comenzar a recogernos en nuestro espíritu por medio del ayuno, de la mortificación, y de la penitencia. Es aconsejable ir preparándose para una buena confesión antes de la Pascua.

Por desesperada que sea nuestra situación, con el alma sumida en el vicio, vacía y árida como un desierto, aunque tengamos en el corazón un infierno como el de Satanás, no por eso Dios está lejos de nosotros. 

Dios está siempre presente; está allí, a la puerta del corazón, y tal vez esté preparando – precisamente por su infinita misericordia paterna ante nuestro dolor desesperado – la invitación más conmovedora a la conversión, a volver a la fuente de la alegría, y a entrar en su viña de alegría infinita.

Que Dios nos conceda escuchar esa invitación, y saborear su voz, para correr a su viña, y no defraudar el tiempo de la salvación. Amén.

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