Andrea Mantegna, Presentación del Niño en el Templo Pintor italiano, ca 1460 Berlin, Gemäldegalerie der Staatliche Museen zu Berlin |
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Domingo Infraoctava de Navidad
Pasada la primera impresión de Navidad, la Iglesia nos invita hoy a ver en el recién Nacido a nuestro “hermano mayor”, por quien y en quien Dios Padre nos ha adoptado misericordiosamente por hijos suyos.
Este Niño Divino que yace en el pesebre, un día salvará al mundo y reconquistará para nosotros la herencia del Cielo, que Adán nos había perdido.
Pero hasta llegar a esa victoria definitiva, Jesús será perseguido y crucificado, en Sí mismo y en su Cuerpo místico, su Iglesia; y en el mundo se formarán bandos, unos para defenderlo, y otros para combatirlo. No extrañemos, por lo tanto, la confusión religiosa reinante.
Tres Pensamientos para el Último Día del Año
Cada vez que el calendario nos trae, inexorablemente, esta fecha del 31 de diciembre, no pueden menos de preocupar al hombre pensador, y más todavía al fiel Cristiano, estos tres graves pensamientos:
el tiempo pasa,
la muerte se acerca,
la eternidad nos espera.
Efectivamente:
El tiempo pasa
El presente año ha pasado como un soplo, y como él pasarán todos los que nos restan vivir, sean pocos, sean muchos; sean felices, sean desgraciados.
¿Qué se ha hecho de las penas y de los dolores? ¿Qué de las alegrías locas y de los placeres de este año transcurrido?
Ni las penas ni las alegrías pasadas pueden ya volver. De ellas solo queda el mérito de haber sufrido o gozado con conciencia pura y con alteza de miras, o, al revés, la responsabilidad de haberlo perdido todo por falta de espíritu Cristiano.
El tiempo pasa para todos, este año ha pasado para todos, nadie ha podido detener el reloj. ¡Cómo hubiese deseado el gozador de la vida, el pecador disoluto, que no hubiesen pasado sus horas de placer, sus días y sus noches de miel! Sin embargo, pasaron para no volver.
Ha pasado este año corriendo, volando; pero no ha pasado en vano. Muchos desearían qué hubiese pasado sin dejar huella, como el vuelo del pájaro; que lo pasado, como dicen, quedara pisado, más no es así. Todo el pasado queda sujeto al juicio de Dios.
La muerte se acerca
La muerte galopa y se acerca de día en día para cada uno. A muchos, a innumerables, los ha alcanzado en este último año, y los ha alcanzado sorpresivamente. A muchos que hemos conocido sanos y alegres, en pocos minutos, o en pocas horas o en breves días, los hemos visto desaparecer.
Ni la edad, ni el bienestar, ni la dignidad, ni la ciencia, ni el vicio, ni la virtud respeta la muerte inexorable. Todos tenemos nuestros días señalados, como lo tuvieron los que nos han precedido este mismo año y los años anteriores. Desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, y de muchos de ellos no queda ni el recuerdo.
¡Tanto afán por vivir, para vivir tan poco y tan tristemente! ¡Tanto cuidarse del cuerpo y del vestido y del negocio y de la honra, para perderlo todo tan presto y tan sin remedio! ¡Tanto alardear de las riquezas, de la hermosura, de las simpatías, de la influencia, para quedar de súbito reducido a un cajón de podredumbre!
La eternidad nos espera
Nada sería que el tiempo pasase y que la muerte se acercara, si con ello todo se acabara. Más no es así. Al morir, el hombre no muere del todo; perece la materia, pero el espíritu perdura. El cuerpo vuelve al polvo del sepulcro, de donde brotó; pero el alma retorna a Dios, que le creó.
Todo lo de aquí es pasajero, todo fenece; solo el alma sobrevive en este general cataclismo. Por eso el hombre, aunque muere, no muere para siempre, solo cambia de vida; de la vida temporal pasa a la eterna, del tiempo a la eternidad.
¡La eternidad! ¡Qué realidad terrible! Muchos la niegan, porque les convendría que no existiese; así sus vicios no tendrían ninguna sanción ultraterrena. Otros muchos, los más, no piensen en ella, porque no la comprenden. Mas ni por negarla ni por desconocerla, la eternidad deja de existir y de esperarnos.
Nada fuera que la eternidad existiese, si ésta fuese para todos bienaventurada y feliz. Pero no es así. Hay dos eternidades: la eternidad del cielo, para premio, y la eternidad del infierno, para castigo. Hay, pues, un premio eterno y un castigo eterno. Así lo ha dispuesto Dios, y nada ni nadie podrán hacer que no sea así.
Si, pues, te espera una eternidad feliz ¡oh Cristiano!, después de los sufrimientos de esta breve vida, ¿por qué no lo soportas con resignación y con una santa esperanza? Y si a ti también te espera la eternidad, pero una eternidad desgraciada, ¡oh pecador y gozador de la vida!, ¿por qué prefieres un placer sucio y fugaz a una eterna dicha?
Noche Vieja
Así se ha dado en llamar a la última noche del año, que es la de hoy, 31 de Diciembre. En ella se estilan diferentes formas de despedida al año que se va y de saludos de bienvenida al que llega.
Mientras solo sea disfrutar en familia con turrones y champán, disparar al aire cohetes multicolores y sonar pitos y sirenas, está bien; pero no está bien, sino muy mal, organizar bailes y saraos casi carnavalescos, empeñándose en conservar y aún en dar mayor arraigo a costumbres paganas, que el cristianismo siempre ha luchado por extirpar.
Para reparar estas profanaciones, muchas almas buenas santifican esta noche asistiendo a Misa y comulgando, o bien, pasando largo rato en adoración ante Jesús Sacramentado. ¡Todo es necesarios para aplacar a Dios y para que su justa ira no descargue los merecidos castigos sobre el mundo pecador!
Continúa. El Tiempo de Navidad, Una Tercer Parte
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