sábado, 15 de enero de 2022

Tiempo Litúrgico de Epifanía Una Segunda Parte - Andrés Azcarate

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Domingo II después de Epifanía

Hoy se honra la tercera de las tres manifestaciones de la fiesta de la Epifanía, o sea: el primer milagro de Jesús, convirtiendo el agua en vino en las bodas de Caná. Así inaugura el Señor su vida pública, y así también comienza María si oficio de mediadora de todas las gracias.

Este primer milagro señala, además, la institución del Sacramento del Matrimonio. Queriendo Jesús fundar su Iglesia empieza por formar sobre bases santas y sólidas la familia, primera y necesaria célula de la sociedad.

He aquí las cosas grandes que recuerda este domingo memorable. Debiera ser éste el domingo de los matrimonios cristianos. Debiera él recordar a los esposos el día de sus bodas, y hacerles pensar en sus deberes y en su alta dignidad.


Domingo III después de Epifanía

A partir de este domingo, la liturgia rompe el orden cronológico de la vida de Jesús y extracta de los Evangelios los milagros y discursos que cree más convenientes para nuestra enseñanza y edificación. 

Jesús es un profeta y un maestro errante, que va sembrando por ciudades y caminos bien y verdad. La multitud le sigue ávida de luz y de paz, y confiesa ingenuamente que “nadie ha hablado como este hombre; nadie puede hacer las maravillas que Él hace”. 

Y como para confirmar con milagros esta hermosa confesión de las turbas, Jesús cura cerca a un leproso y de lejos al criado del Centurión. La liturgia de hoy renueva aquella página de la vida de Nuestro Señor, para excitar nuestra fe y confianza en Él y para que acudamos a la Confesión a limpiarnos de la lepra del pecado.


Domingo IV después de Epifanía

La barquilla, zarandeada por los vientos, del Evangelio de hoy, nos hace pensar en la Iglesia. Ha crecido, ha prosperado, se ha extendido por toda la tierra; pero luchando siempre con las contradicciones, con los odios, con las persecuciones.

En su viaje a través de los siglos, desde el mar borrascoso de este mundo hasta las playas risueñas de la Patria, cien veces ha estado y estará a punto de zozobrar. Al principio, la Sinagoga; después, el imperio romano; luego, las herejías y las invasiones de los bárbaros; más tarde los emperadores germánicos, las iras de Lutero, los sarcasmos de Voltaire, los furores de la Revolución, los análisis de la ciencia moderna, el socialismo, el marxismo, el racionalismo, el comunismo, el laicismo… Pero todo en vano.

La barquilla de Pedro prosigue sin naufragar su peligrosa y emocionante travesía, viendo sucumbir a todos sus enemigos. Es que Jesús la sostiene, aunque a veces parece que está dormido. Hagamos hoy profesión de fe y de adhesión a la Cátedra de Pedro, a la Santa Iglesia Católica y Apostólica.


Domingo V después de Epifanía

Hay en el mundo un genio maléfico, sembrador de cizaña, trasformador del orden social y provocador maldito de llantos y miserias. El Evangelio de hoy le llama “Malo” y “Enemigo”; su nombre ordinario es “Demonio”.

Un odio implacable le consume las entrañas: odio a Dios, porque es la fuente de todo bien, y odio al hombre, porque después de los ángeles, en cuyo número está él, es él la más bella obra de Dios. Contraponiéndolos a los de Cristo, envía también el demonio del mundo sus apóstoles, sus predicadores, sus profetas, sus taumaturgos y sus locuaces doctores, para sembrar la cizaña de la discordia, para reducir a los incautos con el sofisma, con la ilusión, con la mentira, con sortilegios y apariencias de milagro, con todas las ambiguas prácticas del ocultismo, del espiritismo y del satanismo. 

Sin embargo, no hay que temer: Dios está con nosotros, y el ángel bueno nos defiende. Vigilemos y no nos dejemos sorprender, porque el demonio existe en verdad.


Domingo VI después de Epifanía

Con este domingo se cierra el ciclo de Navidad. Empezó con la visión de un Niño, al parecer impotente, y termina con el anuncio de la gran Iglesia Católica, centro religioso y cultural hacia el cual convergían, desde hace ya veinte siglos, todas las preocupaciones de los pueblos y de los individuos, tanto si son amigos como si son adversarios. 

Ha crecido y sigue creciendo a semejanza de una semilla, con una fuerza íntima, vital, irresistible. No hay familia, ni estado, ni organización en el mundo que sea tan viejo como ella, ni que tenga su prodigiosa juventud. Es árbol que se levanta hasta el cielo y que extiende sus raíces por toda la redondez de la tierra. 

Gracias a esa Iglesia, gracias a la continua y pujante fermentación de su espiritual levadura, en veinte siglos se ha trasformado el mundo: el individuo, la familia, la sociedad, la política, la economía, las costumbres, el arte, el derecho, la filosofía. 

Necesitaríamos vaciar toda la sangre de nuestras venas como para arrancar por completo de nosotros esa savia cristiana.


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