jueves, 23 de marzo de 2023

Hay algo que estamos olvidando... Reynaldo

Acción de Gracias

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Escucha atentamente esta historia ficticia:

Después de haber llevado una vida ejemplar, un hombre fue al Cielo. Nuestro Señor le dio una calurosa bienvenida y le pidió a San Pedro que le mostrara al nuevo inquilino todas las dependencias de aquel benditísimo lugar.

San Pedro, ni corto ni perezoso, se mostró muy complacido; y para comenzar, condujo al hombre a un salón de proporciones colosales donde miles de Ángeles trabajaban sin cesar. Recibían una cantidad tremenda de correspondencia, la leían, la clasificaban, escribían el contenido esencial de cada carta en el ordenador, y luego, la ponían en un sobre y la enviaban a otro salón.

El hombre estuvo contemplando perplejo aquella labor por casi dos horas, y no pudiendo reprimir por más tiempo su curiosidad, le preguntó a San Pedro:

“San Pedro, ¿qué es lo que hacen esos ángeles? ¿Qué hay en esas cartas? ¿Qué escriben en los ordenadores? ¿Qué envían luego en los sobres y a dónde?”

Y San Pedro le respondió:

“Esas cartas son oraciones donde aparecen las peticiones de las personas que están en la tierra. Los Ángeles las ordenan de acuerdo con el tema central de cada una, por ejemplo, salud, prosperidad, problemas familiares, asuntos espirituales, etc. Después de analizar cada carta, escriben en los ordenadores la fecha de recepción, el motivo de la carta y la persona de quién procede. Luego, meten la carta en un sobre y la envían al Trono de la Gracia para que Dios responda la petición en su tiempo.

Por espacio de otras dos horas, el hombre prosiguió mirando todo aquello, y finalmente le suplicó a San Pedro que lo sacara de allí porque se sentía mareado con aquel ajetreo constante.

San Pedro lo llevó entonces a un salón pequeño donde había un solo Ángel leyendo y meditando. Tenía ante sí un escritorio y un ordenador. De vez en cuando se escuchaba el sonido de una campanita y aparecía en un buzón de recepción una carta. El Ángel la leía y la clasificaba y escribía en el ordenador parte de su contenido.

El hombre y San Pedro estuvieron hablando durante cinco horas en aquel salón tan tranquilo. En el transcurso de aquellas cinco horas entraron dos cartas que el Ángel procedió a clasificar.

Aguijoneado otra vez por la curiosidad, le preguntó a San Pedro:

“¿Por qué en este saloncito hay un solo Ángel mientras que en el otro hay miles? ¿Por qué aquí se recibe una carta cada cierto número de horas y en el otro salón no para de entrar la correspondencia?”

San Pedro lo miró y le dijo:

“Bueno, es que en este salón se reciben las acciones de gracias por los beneficios recibidos”.

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Pues bien, creo que esta anécdota debe hacernos reflexionar….

Estamos siempre prestos a pedir, pero olvidamos con frecuencia agradecer a Dios por todos Sus beneficios.

El Apóstol San Pablo, en su carta a los Colosenses, dio un mandamiento de dos palabras, que reza así:

“Sed agradecidos” (Colosenses 3: 15)

En el Evangelio de San Lucas, capítulo 17, versículos 11 al 19, leemos este episodio de la vida de Jesús:

Siguiendo su camino hacia Jerusalén, pasaba entre Samaria y Ga­lilea,

Y al entrar en una aldea, diez hombres leprosos vinieron a su encuentro, los cuales se detuvieron a la distancia,

y, levantando la voz, clamaron: “Maestro Jesús, ten misericordia de nosotros.”

Viéndolos, les dijo: “Id, mostraos a los sacerdotes.” Y mientras iban, quedaron limpios.

Uno de ellos, al ver que había sido sanado, se volvió glorificando a Dios en alta voz,

y cayó sobre su rostro a los pies de Jesús dándole gracias, y éste era samaritano.

Entonces Jesús dijo: “¿No fueron limpiados los diez? ¿Y los nueve dónde están?

¿No hubo quien volviese a dar gloria a Dios sino este extranjero?

Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado.

Sólo uno regresó para darle gracias a Jesús por el beneficio recibido.


Termino con estas palabras de Séneca, pagano, que nos tienen que hacer reflexionar:


«Ingrato es quien niega el beneficio recibido;

ingrato es quien lo disimula,

más ingrato es quien no lo devuelve,

y mucho más ingrato quien se olvida de él».


Reynaldo