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Jacob bendice a Efraím y a Manasés |
“Entonces todo Israel será salvo” (Romanos XI, 26). Todo Israel se convertirá a Nuestro Señor Jesucristo al fin de los tiempos. Todo Israel será miembro de la Santa Iglesia Católica. Poco a poco se van conjuntando ante nuestros ojos eventos que rápidamente nos conducen a la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo.
Por supuesto, las profecías se cumplen en el tiempo de Dios; a nosotros, solo nos corresponde decir que tal vez podríamos ser sus testigos. Y, a pesar de la crueldad de los hechos, ver que todo se va alineando causa gozo y admiración.Después de miles de años algunas profecías no se han cumplido aún. “La visión tardará—dice Dios al Profeta Habacuc—pero se cumplirá en el tiempo fijado. No fallará, llegará a cumplirse. Si tarda, espérala. Vendrá con toda seguridad, sin falta alguna” (Habacuc II, 3).
Precisamente, los últimos acontecimientos ocurridos en Siria nos indican que tal vez la profecía de Isaías sobre la caída de Damasco (cf. Isaías XVII, 1) estaría por cumplirse, y esto es de gran implicancia para el restablecimiento de Israel y principalmente para la Santa Iglesia Católica.
Cuando Damasco deje de ser ciudad y se convierta en un montón de ruinas ocurrirá que comenzará la gran tribulación que tendrá como consecuencia la 1) reunificación de todas las tribus de Israel, hoy aún dispersas por el mundo, 2) la conversión de todo Israel a Nuestro Señor Jesucristo, y su posterior 3) ingreso a la Santa Iglesia Católica a través del Bautismo de Jesucristo.
Después de la muerte del Rey Salomón las tribus de Israel se dispersaron: dos de ellas, las tribus de Judá y Benjamín, conformaron el Reino de Judá en el sur de Palestina, con su capital en Jerusalén, y permanecieron fieles a la Casa de David, de donde vendría Nuestro Señor Jesucristo, el Salvador, el Mesías de Israel.
Las otras diez tribus conformaron el Reino de Israel, en el norte, siendo la tribu de Efraím la dirigente entre ellas. De ahí que comúnmente se le llame “Efraím”. Establecieron alianza con pueblos extranjeros: se aliaron con el Reino de Siria, cuya capital es Damasco, y cayeron en la idolatría a los dioses extranjeros.
Por eso, la caída de esta ciudad tiene mucha relevancia. Para Israel, es el fin de la gentilidad e idolatría de Efraím. Para la Iglesia Católica, es el comienzo del camino que lleva a todo el pueblo elegido por Dios, Israel, a entrar en la Santa Iglesia Católica, la verdadera Israel de Dios, según San Pablo.
En efecto, Efraím dio cumplimiento a la profecía que Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, a punto de morir, pronunció sobre los dos hijos que José había tenido en Egipto con una egipcia, hijos mixtos, no puros, Manasés y Efraím.
Jacob cruzó las manos y en vez de bendecir al primogénito Manasés bendijo a Efraím como primogénito y profetizó sobre su cabeza algo que hasta el día de hoy sigue teniendo vigencia: que de su descendencia saldría una multitud de naciones (cf. Génesis 48, 17-22).
En hebreo se expresa mejor: “la plenitud de los gentiles”. Se le profetizó a Efraím que de su tribu habría de salir la plenitud de los gentiles, es decir, todos los habitantes de la tierra, y en calidad de primogénito, según el maravilloso designio de Dios.
Así, pues, Efraím fue esparcido por todas las naciones al caer bajo el poder de los Asirios, mezclándose con las naciones o gentiles, según la bendición de Jacob, según el designio de Dios para con esta parte de Israel.
Efraím o las diez tribus separadas de Israel es, entonces, el fundamento de la gentilidad, a la que Dios hizo extensiva su promesa de entrar a formar parte de su pueblo, y alejarse de la idolatría.
Desde el cautiverio en Asiria y Babilonia, la conservación de este pueblo disperso por el mundo fue milagrosa. Es la realización de la profecía de Amós, dirigida solamente “al reino pecador” (Amós IX, 8), es decir, a las diez tribus del reino idólatra, de que “no destruiría del todo la casa de Jacob” (Amós IX, 8).
La raza de Jacob, a la cual pertenece el reino rebelde, no debe ser extirpada del todo, pues había recibido las promesas eternas. De su rebeldía, Dios sacó muchos bienes. Hizo que la gentilidad pudiera formar parte de su pueblo elegido, la Santa Iglesia Católica, a través de la predicación y el bautismo de los Apóstoles.
No obstante, Efraím antes debe sufrir una purificación profunda: “Daré la orden y zarandearé a la casa de Israel (Efraím, que está) en medio de todos los pueblos, como se zarandea (el trigo) con la criba; pero no caerá por tierra un solo granito” (Amós IX, 9).
San Pablo explica esta “conservación milagrosa” como el endurecimiento de una parte de Israel para el beneficio de los gentiles: “El endurecimiento ha venido sobre una parte de Israel, hasta que la plenitud de los gentiles haya entrado. No quiero que ignoréis, hermanos, este misterio” (Romanos XI, 25).
Dios podría haber “destruido al reino pecador de sobre la faz de la tierra” (Amós IX, 8), pero no lo hizo. Lo conservó para beneficio de su Iglesia. Gracias a la dispersión de las diez tribus de Israel por el mundo los gentiles forman parte hoy de las promesas de Dios mediante la Fe.
Pero los tiempos de los gentiles destinados para su conversión llegarán a su fin (cf. San Lucas XXI, 24) y entonces habrá sonado la hora en que los judíos comenzarán a convertirse y a entrar en la Iglesia.
La caída de Damasco marca esa hora en que la disposición de Dios para con los gentiles dejará de tener vigencia, es decir, se habrá cumplido. Habrá llegado el fin de los gentiles, y habrá comenzado la reunificación y conversión de Israel y su entrada en la Iglesia.
Todo Israel según la carne (cf. 1 Corintios X, 18) verá la salvación obrada por Nuestro Señor Jesucristo. Esta profecía no se ha cumplido aún. Todas las tribus de Israel abrazarán la nueva alianza (el Evangelio; la Santa Iglesia Católica), y esto será al fin de los tiempos.
Recapitulando, la caída de esta milenaria ciudad marca 1) el fin del tiempo de los gentiles y 2) los inicios de la gran tribulación que experimentará todo Israel, que les llevará al 3) arrepentimiento y a la conversión de sus pecados, y a la final 4) aceptación del Mesías Nuestro Señor Jesucristo, crucificado y muerto por ellos, y a su final 5) incorporación en la Santa Iglesia Católica, por medio del bautismo católico.
Lo que está ocurriendo en Siria es luego muy importante desde el punto de vista de las profecías y de la salvación del mundo. La caída de Damasco dará inicio a toda esta serie de gracias para todo Israel y la Iglesia. Y la posibilidad de que esta caída sea pronto está a la vista.
En efecto, Siria está en guerras internas desde hace muchos años. Sin embargo, se había establecido en el país una especie de calma en la que convivían los distintos grupos religiosos. Hace unos pocos días fundamentalistas islámicos tomaron Alepo, la segunda ciudad más importante.
Aun cuando Damasco, una de las más antiguas del mundo, coexistente con Abraham y San Pablo, ha venido sufriendo ataques importantes desde el siglo XX, siempre se mantuvo en pie, y nunca llegó a ser por completo el “montón de ruinas” (Isaías XVII, 1) que vaticina Isaías.
Contrariamente a otras ciudades milenarias como Jerusalén, Damasco tiene la característica de haberse mantenido siempre en pie durante toda su larga historia. Hasta el día de hoy no ha sido destruida. Pero todo parece indicar que su caída está próxima.
Las últimas noticias relatan que, aprovechando la caída del gobierno sirio, Israel ha invadido parte del territorio, y que con 480 ataques aéreos, en solo tres días, ha arrasado toda la infraestructura militar siria.
La noticia más reciente es de anoche, y dice que ya están en los suburbios de Damasco. Ya están persiguiendo a los cristianos de Damasco. Les piden que se identifiquen por su religión. Muy probablemente habrá masacre de cristianos.
Pues, Dios nos dice que Damasco caerá, y será un montón de ruinas: “Oráculo contra Damasco: ‘Damasco ha dejado de ser ciudad, no es más que un montón de ruinas’” (Isaías XVII, 1).
Y que será abandonada para siempre “para los rebaños” (Isaías XVII, 2), como les había ocurrido a las ciudades del reino cismático de Efraím.
Esto está claramente predicho: a Efraím (las diez tribus rebeldes de Israel aliadas con los gentiles) se le será quitada toda la fuerza, y a Damasco, su reino: “será quitada de Efraím la fortaleza, y de Damasco el reino” (Isaías XVII, 3).
“Y será de los restos de Siria lo que de la gloria de los hijos de Israel” (Isaías XVII, 3). Tanto en Siria como en Efraím sólo quedarán débiles restos de la gloria y el vigor originales.
A partir de la caída de Damasco, con singulares imágenes, Isaías describe el sufrimiento que Israel va a comenzar a experimentar. En los tiempos de la caída de Damasco “enflaquecerá lo gloria de Jacob y menguará la gordura de su carne” (Isaías XVII, 4).
Israel comenzará a enflaquecer y esto será motivo para la reunificación de todas las tribus, como lo explica el profeta Jeremías: “Porque he aquí que vendrán días, dice Yahvé, en que trocaré el cautiverio de mi pueblo, Israel y Judá, dice Yahvé, y los haré regresar al país que di a sus padres y lo poseerán” (Jeremías XXX, 3).
En esos tiempos los dos reinos, Israel y Judá, como dice el texto de Jeremías, formarán uno solo, como en el origen, según el padre Fillion.
Pero parece que el profeta Jeremías, más que a la reunificación de todo Israel en la tierra, se refiere principalmente a la libertad completa en que será puesto el pueblo de Israel cuando todo entero reconozca al Mesías y entre en su Iglesia por la fe; porque tan sólo una pequeña parte de la nación fue la que se convirtió en tiempos del Mesías.
Tal vez por esto se añade (en el versículo 24 de la profecía de Jeremías XXX) que las cosas que aquí se dicen serán entendidas “al fin de los tiempos”, explica el padre Páramo.
La última prueba por la que pasará Israel antes de su conversión solo será entendida en los últimos días: “¡Ay! porque grande es aquel día, no hay otro que le sea igual. Es el tiempo de angustia para Jacob; mas será librado de ella” (Jeremías XXX, 7).
Dios les advierte: “Yo os juntaré en mi ira y mi indignación” (Ezequiel XXII, 20). Y “os reuniré y soplaré sobre vosotros el fuego de mi ira” (Ezequiel XXII, 21). El auxilio vendrá para Israel en el máximum de la humillación, pobreza, persecución y fuego.
Al convertirse toda la nación judía a la fe, entonces se verificará la reunión de todas las tribus, no ya en la tierra simplemente, sino en el reino de Jesucristo, dice el padre Páramo: “pues (Israel) servirá a Yahvé su Dios, y a David su rey” (Jeremías XXX, 9).
Será el regreso de la casa de Efraím a la lealtad a la casa de David, es decir, al reconocimiento de Nuestro Señor Jesucristo: “No cesará el ardor de la ira de Yahvé hasta realizar y cumplir los designios de su corazón. Al fin de los tiempos entenderéis esto” (Jeremías XXX, 24).
Cuando venga Nuestro Señor Jesucristo, la experiencia misma y los hechos harán creer a Israel que es verdad todo cuanto Dios les había dicho, y penetrará todo el sentido.
Observa San Jerónimo que las mismas cosas profetizaban Jeremías en Jerusalén y Ezequiel en Babilonia (cf. Ezequiel XXXVII, 24).
Cuando caiga Damasco, “… el hombre dirigirá la mirada hacia su Hacedor, y sus ojos mirarán al Santo de Israel” (Isaías XVII, 7).
El hombre le tendrá grande estima a Dios y sus ojos mirarán al Santo de Israel, y “ya no mirará a los altares, obra de sus manos; no volverá la vista a lo que han hecho sus dedos … ni a las imágenes del sol. En aquel día sus ciudades fortificadas serán como ciudades abandonadas … serán un desierto” (Isaías XVII, 8-9).
Cuando caiga Damasco Israel quedará libre para buscar a su Hacedor en la verdad, en Nuestro Señor Jesucristo, y en la Santa Iglesia Católica.
En términos religiosos, es afortunado el resultado producido por este castigo. El hombre mirará a su Creador, Dios, el Santo de Israel. Será una transformación completa, porque Dios había sido descuidado y olvidado casi por completo por el reino del norte.
Es la esperanza de la conversión del resto de Israel aún disperso entre las naciones: “Pero después se convertirán los hijos de Israel, y buscarán a Yahvé, su Dios, y a David, su rey; y con temblor (acudirán) a Yahvé y a su bondad al fin de los tiempos” (Oseas III, 5).
El rey al cual están buscando es el Mesías, descendiente de David (Ezequiel 37, 24 s.).
El pueblo de Israel que un día, habiendo recibido “el doble por todos sus pecados” (Isaías 40, 2), volverá “con una voluntad diez veces mayor” (Baruc IV, 28), mirará y admirará al Redentor (San Juan XIX, 37; Zacarías XII, 10; San Mateo XXIII, 39; Romanos XI, 25 s., etc.), cosa que ocurrirá en los últimos días.
Porque así le dijo Dios a Israel: “Tu llaga es incurable, y sin remedio tu herida” (Jeremías XXX, 12). La ruina del pueblo judío es irreparable para los hombres; no obstante, el Señor compadecido, lo curará.
La llaga incurable es el Pecado Original. Jamás se podría haber desligado el hombre de su culpa sino por la Redención de Nuestro Señor Jesucristo. Solo el Bautismo es el medicamento para curar esta herida.
Esto es, la ceguedad y dureza del pueblo judío en no querer reconocer al Mesías, es de suyo incurable; y se necesita un milagro de la gracia, el cual obrará Dios en su tiempo. Dios no olvida las promesas hechas a Abraham.
Mas se convertirán por la predicación de Elías, uno de los Dos Testigos, enviados por Dios durante el tiempo del Anticristo (cf. Apocalipsis XI): “Cuando venga Elías lo restituirá todo” (San Mateo XVII, 11), había dicho Jesús.
Dios les prometió que les curará la llaga incurable por medio de Elías: “He aquí que os enviaré al profeta Elías, antes que venga el día grande y tremendo de Yahvé. El convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que Yo viniendo hiera la tierra con el anatema” (Malaquías IV, 5-6).
Está destinado Elías a desviar, mitigar, y hacer cesar la ira que el Señor tiene con su pueblo los judíos por su incredulidad y su Deicidio.
Elías será el primero en quitar la obcecación y la incredulidad del pueblo de Israel y lo convertirá a Dios. El pueblo de Israel ha de convertirse por la predicación de Elías y sus discípulos. Pero, ¿cómo entrarán los judíos en la Santa Iglesia Católica si Elías no es sacerdote que pueda bautizarlos?
Mientras que para la primera venida de Nuestro Señor Jesucristo el bautismo predicado por San Juan Bautista era para inculcar a los hombres un cambio de vida para recibirlo, para la segunda venida el cambio de vida solo vendrá a través de la recepción del Bautismo de Cristo, pues las condiciones ya han cambiado.
Nuestro Señor ya ha instituido el Bautismo de la verdadera regeneración. No basta la predicación y el bautismo con agua, como hizo San Juan el Bautista con el espíritu de Elías, sino también el Bautismo con el Espíritu Santo, instituido por Nuestro Señor Jesucristo, como deberá hacer Elías cuando Dios le envíe como uno de los Dos Testigos.
La llaga del Pecado Original solo se cura con el Bautismo de Nuestro Señor, e Israel no está bautizada aún. Israel solo será curada cuando entre en la Iglesia Católica, y a ella se entra por el Bautismo de Cristo: “Yo, bautizo con agua; pero en medio de vosotros está uno que vosotros no conocéis, que viene después de mí …” (San Juan I, 26-27), que bautiza con el Espíritu Santo.
Si San Juan el Bautista bautizó con agua, Elías bautizará con el Espíritu Santo, porque solo se entra en la Iglesia a través del Bautismo de Nuestro Señor. El bautismo con agua de San Juan el Bautista no fue suficiente. Los judíos rechazaron y crucificaron a Nuestro Señor Jesucristo.
Para volver a entrar a la verdadera Israel de Dios tendrán que pasar por el fuego del Espíritu Santo. Este fuego viene a través de la jerarquía de la Iglesia, y Elías no es parte de la jerarquía.
Por eso es necesario que Juan, otra vez Juan, ya no el Bautista, sino el Evangelista, que será Cabeza de la Iglesia, pues tiene que volver a profetizar de nuevo sobre la tierra (cf. Apocalipsis X), y porque él le prometió a la Iglesia volver para hablar con ella cara a cara y ya no por escrito (cf. 2 Juan), el Discípulo Amado de Nuestro Señor, el de la Doctrina Pura, imponga las manos sobre Elías.
Solo así Elías, y sus discípulos, tendrán autoridad y poder de la Iglesia sobre el pueblo de Israel convertido. Solo así volverá el verdadero Sacrificio de la Santa Misa en el Templo de Dios, el que luego será usurpado y en donde se sentará la bestia, el Anticristo.
Estamos en tiempos muy peligrosos. Llamas de fuego están cayendo en los cielos de Europa. Misteriosos objetos voladores pululan las noches de los Estados Unidos, las últimas noticias indican que están volando sobre el Capitolio, en la ciudad de Washington.
Nunca habíamos experimentado este nivel de aprehensión de los eventos del fin del mundo.
Lo que está ocurriendo en el mundo es muy serio. Debemos estar preparados para encontramos con Nuestro Señor, y muy pocos hablan seriamente de esta preparación. ¡Es lamentable! ¡Cómo tendrán que dar cuenta por esto!
¿Estamos preparados? Si no, no sobreviviremos a todo lo que se viene.
Rezamos para que podamos sobrevivir a todo el exterminio que se viene sobre el mundo. De ahora en más solo debemos enfocarnos a prepararnos, a nosotros mismos, y a la gente, para sobrevivir lo que viene.
Ahora es el tiempo de preparación. Luego será tarde. Ahora es el tiempo para amar la venida de Nuestro Señor Jesucristo. Luego, Nuestro Señor Jesucristo ya no encontrará fe en la tierra porque la caridad se irá enfriando cada vez más y más.
Fue la misión de Juan el Bautista: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (San Juan I, 23). Preparaba San Juan Bautista una gente para recibir al Señor en su primera venida.
Nuestro Señor está volviendo. De nuevo, el mensaje es preparar a la gente para el Señor. Con el espíritu de Elías, como Juan el Bautista, hay que volver a preparar los caminos y disponer los ánimos de todos para recibir a Nuestro Señor dignamente.
Hemos ya alcanzado un punto en que la situación en el mundo ha cambiado tanto que nuestra forma de vida también tiene que cambiar. Se tienen que hacer cambios, ajustes, en nuestras vidas. ¡No queda tiempo!
Damasco está a punto de caer. Esto desatará una serie de eventos cuyas consecuencias estamos lejos de poder dimensionar en profundidad. Estamos en guerra, y esta guerra va encaminada hacia el final de nuestra sociedad.
La segunda guerra mundial terminó con bombas nucleares en Japón. ¿Cómo imaginamos que pueda terminar la tercera guerra mundial, que ya estamos viviendo, pero que la gente aún no tiene conciencia que está sucediendo, sino con una catástrofe nuclear?
Si solo una bomba nuclear pudo terminar la segunda guerra, ¿qué podrá terminar la tercera?
Las grandes armas de guerra aparecen al final de la guerra. Las amenazas nucleares de ambos bandos nos indican que estamos ya al final de la guerra mundial, y no al comienzo, como muchos imaginan. Esta guerra mundial ha pasado desapercibida para la mayoría de la humanidad.
Las grandes armas vienen al final de la guerra, no al comienzo. Un gran peligro nos amenaza. No podemos ya más seguir indolentes ante los desastres que se vienen sobre el mundo. Estamos al borde de algo muy serio que está ocurriendo.
No podremos estar de pie ante el Señor y excusarnos de no haber dado la señal frente a la urgencia de la hora. ¡Despierten conciencias!
Tenemos que cambiar; tenemos que empezar a cuidarnos entre nosotros, porque nadie en el mundo nos va a cuidar. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (San Mateo XXIV, 35).
¡Ven Señor Jesús, no tardes! ¡Concédenos la gracia de amar tu venida! Amén.
Dom III Adv – 2024-12-15 – Filipenses IV, 4-7 – San Juan I, 19-28 – Padre Edgar Díaz