En su tercer y último viaje a Jerusalén Nuestro Señor Jesucristo iba a sufrir y morir en la cruz, la obra de nuestra redención. Iba a padecer sufrimientos indecibles y la más dolorosa e ignominiosa muerte que pueda existir.
En ese viaje, al pasar por un cierto pueblo entre Samaría y Galilea, se encontró con diez leprosos quienes le pidieron que tuviera misericordia con ellos. Y esto se les fue concedido generosamente.